Capítulo 32

Kate había llamado la noche anterior para informarle de que llegaría al aeropuerto de Honolulu sobre las tres y media de la tarde. Sam había cogido el teléfono con el corazón desbocado. Todavía no podía creerse que la vería en pocas horas.

Michael llegaría más tarde. Se había ido temprano para ver a Dick y Samantha que querían arreglarles todos los papeles a Thais y a su madre, Vaitiere, en referencia a su viudedad y demás, pero primero acompañarían a Thais al entierro de su padre.

A las cuatro menos veinte, en el aeropuerto esperaban impacientes Ollie y Sam. En los paneles informativos constaba que el avión ya había aterrizado y que sus pasajeros saldrían por la puerta tres. Con la adrenalina por todo lo alto, Sam respiró y acompañado por su hija esperó con paciencia hasta que la puerta se abrió.

—¡Mamá! —gritó Ollie saludándola con la mano.

Kate, al verlos, sonrió de oreja a oreja mientras Sam se quedaba paralizado. Su exmujer estaba preciosa en vaqueros y con aquella camiseta roja.

—Hola, cariño —sonrió Kate abrazando a su hija y luego mirando a Sam saludó—. Hola Sam.

Con un movimiento mecánico Sam se acercó a ella y le dio dos besos.

—Hola, Kate.

Estaban mirándose a los ojos cuando se oyó una voz.

—Pero, cariño ¿no saludas a tu tía?

La niña, incrédula, se dio la vuelta y gritó sorprendida.

—¡Tía Terry! ¡Qué bien que estés aquí!

Sam, sin salir de su asombro, consiguió sonreír y pensó en la cara de Michael cuando la viera.

—Hola, Sam —saludó Terry sin acercársele.

Pero este dando un paso adelante le dio dos besos.

Aloha, Terry, qué sorpresa. No sabía que venías.

Con un gesto difícil de descifrar, la pelirroja se caló la gorra.

—Yo tampoco sabía que vendría hasta última hora —dijo entre dientes mirando a su hermana.

Kate, sin poder apartar los ojos de Sam, preguntó:

—¿Cómo está Cat?

—Bien —sonrió haciéndola estremecer de nuevo—. No te preocupes.

Recogieron las maletas y se dirigieron al coche. Aquel paisaje le traía muchos recuerdos a Kate. Todo estaba igual y parecía que hubiera sido ayer cuando estuvo allí por última vez. Cuando llegaron a su destino, Sam fue directamente a la casa que habían alquilado para Serena y las niñas. En cuanto aparcó el coche, Serena apareció por la puerta y Kate y Terry se tiraron a sus brazos.

—Pero cariño ¡¿Qué alegría verte a ti también aquí?! —aplaudió Serena al ver a Terry.

Aquella visita superaba todas sus expectativas. Todos estaban juntos en Oahu y eso era una maravillosa señal. Kate, impaciente por ver a su hija, preguntó:

—¿Dónde está Cat?

Feliz e ilusionada por tener a sus hijas allí, Serena agarró a las dos jóvenes y dijo mientras echaba a andar.

—Está en casa de Sam y Michael. Venga, vamos a verla. Se sorprenderá cuando os vea.

La casa permanecía en silencio, Sasha y Tommy estaban en la guardería. De pronto, Kate se fijó en un sillón azul que había en el salón y la vio allí dormida. Sam sonrió al verla, mientras Kate se agachaba a su lado y la besaba.

Cat, al sentir aquel beso abrió los ojos y gritó de alegría.

—¡Mamá! ¡Hola mamá! ¡Qué bien que hayas venido!

Kate, feliz por tener a su hija frente a ella y comprobar por sí misma qué había pasado preguntó:

—¿Cómo estás, cariño?

—Bien. Pero ahora mejor al ver que tú estás aquí —susurró con mimo mientras Serena y Ollie sonreían.

Sam, aún como en una nube, las miraba. Kate, su Kate, estaba allí. En Oahu. Pero su ensueño se acabó cuando Terry entró en acción.

—Bueno… bueno… me imagino que al verme a mí también te alegrarás ¿no? —comentó Terry riéndose, mientras iba a abrazar a su sobrina.

Cat al verla gritó de felicidad y tras cruzar una rápida mirada con sus compinches gritó.

—Esto ya es un lujo. Tía, qué bien ¡Qué bien!

Todos rieron un buen rato emocionados antes de sentarse a tomar un refrigerio y delicadamente le contaban a Kate la verdad sobre lo ocurrido. En un principio Kate miró con el entrecejo fruncido a Sam, quien intentó explicarle la situación de la forma más suave que pudo. Pero cuando las chicas le contaron lo del bolsazo de Serena y lo de la pelea de Michael y Sam, todos estallaron en carcajadas de nuevo.

—La verdad es que ahora al comentarlo resulta cómico, aunque en ese momento te aseguro que para mí no lo fue —sonrió Sam.

—Si llego a estar yo les pateo los huevos —aseguró Terry y todos se rieron a mandíbula batiente. Y Sam, sin poder remediarlo, cuchicheó.

—Eso… tú en tu línea, donde más duele.

Al decir aquello todas le miraron y Serena intervino para echarle un cable.

—Bueno… bueno… fue todo un numerazo. La que liamos allí fue tremenda.

Sam, al ver que Kate miraba a su hija con adoración, le susurró.

—En serio Kate, no te preocupes por nada, todo está bien.

Terry, divertida por lo ocurrido, repitió tras dar un trago a su cerveza.

—Vaya mamá, no sabía yo que tuvieras esa habilidad con el bolso.

La mujer sonriéndoles a todos y en especial a sus nietas puntualizó.

—Tengo muchas más habilidades, hija, que ya descubrirás.

A las seis de la tarde llamó Michael, para decirle a Sam que él recogería a los niños de la guardería cuando regresara a casa. Y sin poder evitarlo preguntó:

—¿Qué tal Kate? ¿Llegó bien?

—Estupendamente. Ahora se está acomodando en la casa de al lado —respondió sin querer dar más explicaciones, estaba deseando ver su cara cuando viera a Terry allí—. Hasta luego.

Sam, mientras las chicas estaban en la otra casa deshaciendo las maletas, aprovechó para tomarse una cerveza sentado en el balancín. Era increíble. Allí estaban todos juntos de nuevo, la familia que fueron durante muchos años.

—Un dólar por tus pensamientos —dijo alguien de pronto a sus espaldas.

Al volverse se encontró con la graciosa mirada de su cuñada.

—Terry, no te había oído ¿Quieres una cerveza?

Ella asintió y él con una sonrisa se levantó, abrió el frigorífico y le tendió una. Después ambos volvieron a sentarse en el balancín.

—Qué casa más bonita tienes Sam. Es una maravilla —dijo ella para romper el hielo.

—Sí, la verdad es que nos encanta —respondió en plural y ella le entendió—. Esta casa siempre fue nuestro hogar. Nuestro punto de referencia. Fue una suerte que estuviera libre cuando regresamos a la isla.

Y los dos permanecieron callados durante unos minutos mirando el mar, hasta que Terry muy seria intervino por fin.

—Sam, quería pedirte disculpas por lo que te hice aquel día. Lo siento… ya sabes cómo soy de impulsiva y…

Sam la conocía. Sabía que Terry nunca pedía disculpas sin sentirlas y tras darle un trago a su cerveza respondió.

—Estás perdonada… tonta —ella le dio un ligero empujón—. Sé que procedí mal en su momento y asumo las consecuencias. —Y haciéndola sonreír gesticuló—… pero cada vez que me acuerdo de ello, uf… me vuelven a doler.

Tapándose la cara avergonzada Terry protestó.

—¡Ay Dios mío Sam! Lo siento de corazón pero ya me conoces, primero hago la burrada y luego pienso en lo que he hecho. Ese es mi fallo.

Chocando con ella la cerveza la miró a los ojos.

—A veces esos fallos se pueden perdonar y este es uno de esos casos. Pero te lo he dicho muchas veces Terry, tienes que pensar las cosas antes de actuar porque eres demasiado impulsiva y eso puede ocasionar que la gente se aleje de ti.

—Lo sé —asintió ella tras dar un trago de cerveza.

De nuevo quedaron en silencio mirando al mar hasta que Sam preguntó:

—¿Cuándo me vas a preguntar por él?

—¿Por quién?

Sam la miró y al ver en sus ojos un atisbo de complicidad respondió.

—Por el pato Donald.

—¿Conoces al pato Donald? —se mofó y él respondió divertido.

—Venga, Terry que nos conocemos. ¿Acaso no me vas a preguntar por Michael?

Con fingida indiferencia se encogió de hombros.

—No pensaba hacerlo. Vamos a ver ¿Por qué tengo que preguntarte por él?

—Porque creo que ha llegado el momento de ser sinceros y poner las cartas sobre la mesa.

—¡¿Sinceros?! ¡¿Cartas sobre la mesa?!

—Ajá…

—Mira Sam. No sé qué es lo que está pasando por tu cabecita, pero desde ya soy sincera cuando digo que no tengo la más mínima intención de saber de él. Y en cuanto a poner las cartas sobre la mesa, yo con ese… ese… bestia ¡no juego!

—… Okay.

Sam se recostó y comenzó a balancearse con los pies en silencio. Ninguno habló hasta que finalmente Terry dijo entre dientes.

—Está bien me rindo. ¿Dónde está Michael?

—Ocupándose de un asunto que nos ha surgido con unos amigos.

Incapaz de no continuar preguntando prosiguió.

—¿Sabe que estoy aquí?

Este negó con la cabeza y ella mirándole directamente a los ojos preguntó:

—Me porté mal con él ¿verdad?

Sam asintió.

—Creo que vuestros últimos encuentros no han sido muy buenos —y tocándole la punta de la nariz farfulló—. Recuerda, piensa y actúa. No al revés. Té irá mejor.

Y Terry le abrió su corazón como nunca antes lo había hecho tratándose de Michael.

—Sé que él siente algo por mí —confesó por fin. Siempre lo he sabido porque él nunca me lo ha negado. Y lo malo de todo esto es que yo también siento algo por él. Pero Sam, piénsalo, lo nuestro es imposible. ¡Nos mataríamos en dos días! Y… y…

Sam se quedó sorprendido ante aquella sincera revelación.

—Me alegra saber que sientes más por él de lo que imaginaba. Nunca lo hubiera imaginado —le susurró cómplice.

Al darse cuenta de que había desnudado su corazón, Terry echó el ancla.

—Yo tampoco me hubiera imaginado todo lo que ha ocurrido contigo —murmuró entre dientes molesta.

Aquella guerrera pelirroja nunca cambiaría. Cuando se sentía acorralada atacaba.

—No estamos hablando de mí, Terry, sino de ti y de Michael —sonrió a pesar de la contestación—. No cambies de tema, que nos conocemos.

—Es que no sé por qué estoy hablando de esto contigo. ¡Precisamente contigo!

—Porque me quieres y sabes que nunca haría nada que os pudiera hacer daño a Michael o a ti. Y ahora que ha llegado el momento de la verdad en cuanto a lo vuestro, déjame decirte que llevo años viendo como os miráis. Y lo que está claro es que solo vosotros podéis hacer que ocurra algo entre vosotros o no. Yo simplemente soy un mero espectador que puede escuchar con paciencia a ambas partes. Solo eso. Y ahora, querida Terry, puedes volver a atacar y a enfadarte conmigo, como siempre haces cada vez que escuchas algo que no quieres oír.

Aquellas palabras y su sinceridad le hicieron sonreír a pesar de todo, porque sabía que tenía razón. Suspiró y apoyó la espalda en el balancín.

—Echaba de menos estas conversaciones contigo —musitó.

De pronto se oyó llegar a alguien y ambos se volvieron para ver quién era. Era Kate.

—Hola —saludó con timidez—. Terry, mamá quiere que vayas para explicarte algo de la casa o no sé qué.

—Volando voy —dijo al tiempo que se levantaba del balancín.

—¡Corre, corre cobarde! —chilló Sam con una sonrisa.

Terry se dio la vuelta y le guiñó un ojo desapareciendo por la puerta.

—¿Y eso a qué viene? —preguntó Kate divertida.

—Terry ha tenido un momento de lucidez —contestó Sam sin revelarle de lo que habían hablado—. ¿Quieres tomar algo?

Kate se sentó junto a él y tomó la cerveza que su hermana había dejado.

—¿Lucidez? ¿Lucidez de qué?

Sam intentó disfrutar de aquel momento. Kate, él y el mar de fondo.

—Terry me ha pedido disculpas por lo que pasó aquel día y de paso hemos hablado de lo que ocurrió entre ella y Michael el último día que se vieron.

Al recordar aquel momento Kate sonrió con disimulo.

—Pobre Michael, cada vez que lo recuerdo se me pone la carne de gallina.

Sam deseoso por besarla señaló.

—Espero que hablen —y para desviar el tema pues no sabía qué era lo que Kate conocía de los sentimientos de su hermana preguntó—. ¿Y tú? ¿Qué tal estas tú?

Kate se encogió de hombros. Sabía que aquella pregunta era inevitable.

—Bien. Asimilando los cambios y todo lo demás.

—Lo siento Kate y…

Pero ella no le dejó terminar y levantó la mano.

—Sam, no hablemos más de ello. Ahora debemos continuar nuestras vidas lo mejor posible, para no perjudicar a las personas que nos quieren y están a nuestro alrededor.

—Ya lo sé.

—¿Dónde están Sasha y Tommy? —preguntó ella.

Sam comprendió que no quería hablar sobre lo ocurrido, así que cerró el tema y respondió.

—En la guardería. Michael los recogerá antes de volver a casa.

—¿Qué tal llevan los cambios en su vida?

—Bien —suspiró mirando el mar. No podía seguir mirándola o la besaría—. Son pequeños y lo asimilan todo estupendamente.

—Me comentó Ollie que Sasha y ella se llevaban muy bien. —Consiguió decir Kate nerviosa al tenerlo tan cerca.

—Es difícil llevarse mal con Sasha. Incluso Cat, con todos sus reparos, ha caído en las redes de la pequeña. Tengo tres chicas maravillosas.

—Sí. Son muy buenas.

—Y tu madre la mejor. La mejor.

—¿Mi madre?

—Siempre he sabido que era fantástica, pero estos días, aquí conmigo ha sido más que fantástica. Con decirte que Sasha la llama «abuelita».

—¿En serio? ¿Y qué dice mi madre?

Tras suspirar, pues sabía lo que se le venía encima confesó.

—Está encantada. —Y agobiado añadió—. Pero conociendo a Sasha me temo que en cuanto os vea a Terry y a ti aquí y sepa que sois la madre y la tía de Ollie y de Cat, querrá que seáis lo mismo para ella.

Kate se tensó. No estaba dispuesta a consentir aquello y contestó.

—Pues habrá que explicarle de alguna manera que yo no soy su madre, ni Terry su tía. ¿No crees?

Aunque su respuesta le dolía, no estaba en condición de decir nada.

—No te preocupes. Intentaré explicárselo. Solo quería prevenirte de que podía pasar porque conozco a la pequeña. Por cierto, ¿cuánto tiempo os vais a quedar?

Aquella pregunta la cogió por sorpresa. Kate no había planeado tiempo, solo estar allí.

—Pues no sé… unos días hasta que yo vea que Cat está mejor. Luego volveremos a casa y veremos si podemos ir a Europa como teníamos planeado.

Sam asintió y volviéndose hacia ella sin previo aviso preguntó:

—¿Sales con alguien?

—Tengo amigos. ¿Y tú sales con alguien?

—Tengo amigas.

Interrumpiendo la conversación, Ollie llegó hasta ellos y al ver como se miraban preguntó:

—¿De qué habláis?

Kate levantándose acarició con cariño el óvalo de la cara de su hija.

—De nada en especial cariño. Voy a ver si quiere algo Cat.

Después de aquello desapareció. Ollie, al percibir que había interrumpido algo susurró sentándose junto a su padre.

—Llegué en mal momento, papá.

Sam, la miró y abrazándola le aclaró.

—Princesa, tú nunca llegas en mal momento.