Dos días después, por la mañana, Ollie y Cat, se dirigieron hacia la casa de su padre a desayunar, como ya era costumbre.
—Aloha —saludó Ollie al entrar.
—Aloha, preciosas —respondió Sam.
—Buenos días, princesas —musitó Michael—. Sentaos a la mesa.
—¿Dónde está la abuela? —preguntó Sam extrañado.
—Estaba agotada —señaló Cat—. Dijo que prefería descansar un rato más.
Michael, tras mirar su reloj apremió a la pequeña Sasha.
—Termina la leche que te llevo al colegio.
La niña se resistió.
—No quiero ir. Me quiero quedar con Ollie y con Cat. Además, me duele la barriguita.
Michael y Sam se miraron y sonrieron. Sasha y su teatrillo.
—Ni lo pienses jovencita, ese cuento ya nos le sabemos —susurró Sam—. Ayer faltaste al cole de verano pero hoy no lo vas a hacer.
Con un gesto de enfado esta dio una patada a la pata de la mesa.
—No es justo. Quiero estar con ellas.
Para intentar calmarla Ollie intervino.
—Prometo que te iremos a recoger al cole. Luego iremos a la playa y haremos un castillo enorme de arena para poder jugar con la Barbie, ¿quieres?
La cría tras rascarse el mentón pensó que no era mala idea y se bebió la leche.
—Vale. Pero que no se te olvide que me tenéis que ir a recoger.
Sam y Michael se miraron y resoplaron. Aquella pequeña se estaba convirtiendo en toda una lianta y experta en coacciones.
—Sam, voy a darme una vuelta por el despacho por si ha llegado algo de correo. En una hora estoy de vuelta. Id pensando qué queréis que hagamos hoy.
Dicho esto, Michael se marchó con los pequeños y Sam se quedó a solas con sus hijas.
—Bueno chicas ¿qué os apetece hacer hoy?
—¿Qué te parece si nos vamos a Honolulu de shopping?
Sam sonrió. Cat y sus compras.
—Eres incorregible, cariño —pero deseoso de darle todos los caprichos accedió—. Pues no se hable más. En cuanto regrese el tío nos vamos todos a Honolulu.
—¿Y la abuela? —preguntó Ollie.
—Terminad de desayunar que voy a verla, enseguida vuelvo.
Sam caminó hasta la casa de al lado. Llamó a la puerta y entró.
—¿Serena puedo pasar?
—Pues claro que sí —dijo al tiempo que salía de la cocina.
Sam, al ver la mala cara que tenía preguntó preocupado.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
Sentándose en el sillón del salón respondió.
—Estoy un poco cansada pero no te preocupes. Ya sabes… la edad, hijo.
Pero aquello no convenció a Sam.
—En serio, Serena si te encuentras mal te llevo al hospital ahora mismo.
—Anda ya Sam, no digas tonterías. ¿Cuáles son los planes para hoy?
—Tus nietas quieren ir a Honolulu de tiendas —rio al decirlo.
La mujer puso cara de horror.
—Me niego. ¡No voy! Yo os espero aquí tranquilamente.
Pero a Sam aquello no le parecía una buena idea.
—¿Cómo te vas a quedar sola?
—Por el amor de Dios, muchachote. ¿Me vais a abandonar para toda la vida o solamente durante unas horas?
Dándose por vencido al final asintió.
—De acuerdo. Pero ve a mi casa. Allí tienes más comodidades que aquí. Te pones la tele y ves una película o lo que tú quieras. Además, allí tienes el teléfono por si quieres cualquier cosa. De todas formas, tanto Michael como yo llevamos los móviles por si quieres algo.
—Me voy a dar una ducha y en cuanto termine voy hacia tu casa.
—Venga allí te esperamos.
Sam volvió hacia su casa y esperó a que Serena y Michael llegaran.
Poco después apareció Serena con un semblante mejor que el de minutos antes y Sam se quedó más tranquilo. Media hora después regresó Michael y tras comentarle los planes de las muchachas suspiró con una sonrisa. Poco después los cuatro se marcharon dejando a Serena sentada tranquilamente en el balancín de la parte de atrás de la casa. Frente al mar. Meciéndose con los pies se quedó dormida hasta que un ruido la despertó. Era el teléfono. Sin dudarlo lo cogió.
—¿Dígame?
—Buenos días. Por favor quisiera hablar con Sam o Michael —dijo una mujer.
—No están en este momento. Si quiere hablar con ellos llame más tarde o llámelos a los teléfonos móviles.
La mujer del otro lado del teléfono suspiró.
—Les estamos llamando pero no lo cogen y nos urge hablar con ellos.
—Si quiere dejarme un mensaje, yo intentaré ponerme en contacto con ellos —respondió Serena para intentar ayudar.
—Mire, llamamos de la guardería Playa Blanca. Es sobre Sasha. Se ha caído y le van a tener que dar unos puntos en la cabeza.
A Serena le entró de todo y con las manos temblorosas preguntó asustada.
—Por Dios ¿cómo está la niña? ¿Está bien? ¿Qué ha pasado?
La mujer al entender que debía conocer a la niña contestó.
—Estaba jugando con las niñas en el columpio, se soltó y se golpeó en la cabeza. Ella está bien aunque dolorida y llorosa. Quiere que su papá o su tío vengan a recogerla.
Rápidamente Serena se dispuso a marchar.
—¿Dónde están ustedes ahora?
—En el hospital General de Oahu. En urgencias.
Sin darle tiempo a responder Serena ordenó.
—No se muevan de allí. Ahora mismo voy a por ella.
Colgó el teléfono y acto seguido marcó el número de Sam pero le indicaba fuera de cobertura. Marcó el de Michael. Lo mismo. Con los nervios a flor de piel, llamó a información para que obtener del número de teléfono de alguna compañía de taxis. Cinco minutos después, uno ya estaba en la puerta esperándola. En veinte minutos llegó al hospital y dirigiéndose a urgencias preguntó por Sasha Malcovich. Allí le dijeron que esperase en la sala, que saldría en pocos minutos. La espera se le hizo eterna, hasta que vio aparecer por las puertas verdes a dos señoritas. Una de ellas llevaba a Sasha en brazos. Tenía la cara enrojecida y los ojitos hinchados de tanto llorar. Serena, al verla, se dirigió hacia ella con el corazón en un puño.
—Mi niña, cómo estas, tesoro mío.
Una de las cuidadoras la miró. No le sonaba de nada, por lo que con la niña en brazos contestó.
—Está mejor. Algo dolorida pero ahora está bien ¿verdad Sasha?
—Me duele la pupa —gimoteó la cría señalándose la frente donde llevaba un gran apósito. Le habían dado cinco puntos.
—No llores mi amor. Ven que te cojo —dijo Serena.
Pero la chica que la llevaba en brazos no se la dio. No la conocía de nada y no podían dejar a los niños con personas desconocidas. Al ver aquello Serena la miró con dureza.
—Perdone señora pero no puede coger a la niña. Tengo que llevarla a la guardería hasta que venga su padre o su tío a recogerla.
La niña comenzó a llorar mientras se echaba a los brazos a Serena.
—Pero yo me quiero ir con ella a casita.
—No puedes cariño —insistió la joven—. Te vendrás con nosotras a la guardería.
Conmovida por los cercos de lágrimas que la niña tenía en el rostro Serena insistió.
—No ven que la niña me conoce. No soy una desconocida para ella.
—Quiero irme con ella —berreó la cría.
—Tenemos que esperar a que papá o el tío lleguen —insistió la muchacha.
—Denme a la niña —suplicó Serena.
—Lo siento, señora, pero no puedo. Entiéndalo.
—Denme a la niña —insistió.
Las jóvenes al ver la cara de furia de aquella mujer se miraron y una de ellas intervino.
—Perdone señora, de verdad que lo siento, pero nos es imposible dejar a Sasha con nadie que no sean las personas autorizadas por su padre.
Serena, impotente, veía como la pequeña lloraba desconsoladamente y preguntó con severidad.
—Vamos a ver ¿quién llamó a casa de Sam?
La más alta habló, mientras la otra intentaba tranquilizar a la niña.
—Fui yo.
—Muy bien —dijo Serena—. Pues yo soy la persona que estaba en su casa y con la que usted habló.
La mujer con mirada fría indicó:
—Lo siento, señora pero ya le hemos dicho que no podemos dejar que se lleve a la niña.
—¡Me quiero ir con ella! —volvió a gritar Sasha, con el rostro congestionado de tanto llorar.
Incapaz de dejar que se la llevaran de nuevo a la guardería, Serena, no les hizo caso.
—Ven conmigo, cariño. —La chica volvió a tirar de la niña hacia ella—. Haga el favor de soltar a la niña y dejar que me la lleve a casa.
Las chicas se miraron sin entender por qué insistía tanto y una de ellas en tono irónico preguntó:
—¿En calidad de qué le tengo que dejar yo a usted a la niña?
Serena, harta de todo finalmente chilló perdiendo los nervios.
—¡En calidad de abuela! ¡Soy su abuela! ¡Suéltela ahora mismo!
Las chicas al escuchar aquello le dejaron a la niña.
—Perdone señora no lo sabíamos.
Serena más tranquila ya con la niña en sus brazos sonrió.
—No se preocupe señorita. Tenga mi carnet. Usted cumple con su deber. Hace usted muy bien. —Y al ver que la niña se acurrucaba contra ella les dijo—: Serían tan amables de buscarme un taxi para llevármela a casa.
—No se preocupe señora, nosotras la llevamos —comentó una de las chicas.
Sasha, estuvo agarrada al cuello de Serena durante todo el trayecto. Cuando llegaron a casa le ayudaron a entrar y allí se despidieron dejándolas a solas por primera vez. Serena, tras asegurarse que la niña estaba bien, la soltó en el balancín de la parte trasera de la casa, cogió agua y volvió con rapidez a su lado. La niña al verla regresar le echó los bracitos para que volviera a cogerla. Quería mimos. La mejor medicina que Sasha necesitaba en esos momentos.
—¿Te encuentras mejor, cariño? —le preguntó Serena pasados unos minutos.
La niña la miró con los ojos aún rojos por el llanto.
—Me duele pero aquí estoy muy a gustito.
Serena sonrió feliz por saber que su compañía la reconfortaba.
—Me alegro mi amor. Eso quiero yo, que tú estés bien —musitó.
Serena notó que la tensión de la niña se relajaba. Su pequeño cuerpecito entraba en la fase del sueño. Agachó la cabeza y le dio un beso en el pelo. La niña al notarlo abrió los ojos y susurró encantada.
—Gracias.
Enternecida por aquella mirada y aquel «gracias», Serena preguntó:
—¿Gracias por qué, cariño?
—Por querer ser mi abuelita. La que yo tenía está en el cielo con mami.
Al escucharla, volvió a darle otro beso mientras una lágrima escapaba de sus ojos. Dos horas más tarde seguía sentada en el balancín con la niña en brazos, cuando oyó como un coche llegaba y entraban corriendo en casa. Sam apareció desencajado seguido por Michael con Tommy en brazos y tras él las niñas.
Serena movió la mano para indicarles que se relajaran.
—Tranquilo Sam… está bien… está bien.
Sam, tras pasarse las manos con desesperación por la cara, se arrodilló junto a la cabecita de su hija y le dio un beso. En ese momento la niña se despertó y él sonrió.
—Hola, princesa. ¿Cómo estás cariño?
—Papi me duele aquí —dijo señalándose el apósito.
Serena al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas y no sabía qué decir, le dijo agarrándole la barbilla:
—No te preocupes Sam. Esta fierecilla está bien —consiguió tragar el nudo de emociones que tenía en la garganta y asintió—. Le han dado cinco puntos en la frente y dentro de una semana tenemos que llevarla para que se los quiten. Por lo demás tranquilo. Todo está controlado.
Michael dejó a Tommy en brazos de Cat, y se arrodilló ante la niña besándole la mano.
—Dios princesa. Qué susto nos has dado.
Entonces Sam miró a Serena que sujetaba a su hija.
—Gracias, Serena. Ya me han contado en la guardería todo lo que ha pasado. Seguramente, dentro del centro comercial nos quedamos sin cobertura. Mil gracias.
Para quitarle dramatismo al momento, sonrió.
—Por favor, muchachote, ¿qué esperabas que hiciera? —y al verle sonreír añadió—: Qué maravilla, cuantas gracias me están dando hoy.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Ollie.
—Porque alguien más me ha dado las gracias antes que su padre —sonrió mientras la niña la dedicaba una preciosa y deslumbrante sonrisa que dejó a Sam y a todos sin habla.
—¿A qué te refieres, abuela? —preguntó Cat curiosa.
Serena, orgullosa, guiñó el ojo a la pequeña sentada en su regazo.
—Mi preciosa Sasha me ha dado las gracias también por querer ser su abuelita —en ese momento Sam se emocionó y Serena guiñó el ojo a su vez y añadió mirando a Tommy—. Y por supuesto también me nombro abuelita de ese precioso chiquitín.
Michael intentó tragar saliva y sonreír. Serena era una mujer increíble.
La pequeña, al ver la cara de su padre, reaccionó con rapidez y mirándole dijo para sorpresa de todos.
—Papi te prometo que yo no le pregunté nada. Ella lo dijo.
Al escuchar aquello Sam y Michael comenzaron a reír y Serena, sorprendida, preguntó:
—¿Y eso de preguntar qué es cariño?
Sam, cogiendo a su pequeña entre sus fuertes brazos, la besó. Y mirando con admiración a Serena le guiñó un ojo.
—Es una historia que ya te contaré en otro momento abuelita.
La niña sonrió. Aquella noche Sasha no se separó ni un momento de su abuelita.
Días después fueron a cenar una noche al restaurante de Dick y Samantha. Honey se quedó con los pequeños en casa.
—Encantado de conocerla, señora —saludó Dick cuando Sam se la presentó.
Con una encantadora sonrisa Serena respondió.
—El gusto es mío.
En ese momento Michael saludó a Makay, el hijo de Dick y Samantha, que estaba echando una mano a sus padres en el bar.
—Makay. Ven que te presento a mis sobrinas.
Dejó en una mesita el trapo que llevaba en las manos y se acercó hasta donde estaban.
—Aloha, bienvenidas a las islas —saludó amablemente.
—Estas son mis hijas Ollie y Cat, y ella es mi suegra Serena —tras este último comentario Sam se disculpó azorado—. Perdón, Serena es la costumbre.
—Pero muchachote, si yo estoy encantada de seguir siendo tu suegra. Suena bien ¿para qué cambiarlo?
—Eres incorregible —respondió Sam riendo.
Makay se puso a hablar con las chicas y juntos se dirigieron hacia el fondo del local. Allí les presentó a Thais que estaba con un grupo de amigos. Las dos jóvenes charlaron un rato con ellos hasta que Sam llamó a sus hijas para cenar.
—Papá, que gente más simpática. ¿Podemos ir luego a tomar algo con ellos? —dijo Cat encantada con aquellos nuevos amigos.
—¿Vosotras solas? —preguntó Sam.
Michael sonrió al ver la cara de sus sobrinas.
Serena para darle tiempo a su padre a digerir que sus hijas se hacían mayores indicó.
—Dejad que vuestro padre se lo piense. Pero primero hay que cenar.
Cenaron estupendamente y en los postres Samantha y Dick se sentaron con ellos.
—Me ha dicho Makay que luego iréis con ellos a tomar unas sodas.
Sam, convencido de que no podía negarse, puso los ojos en blanco y asintió.
—Sí, nos han invitado a ir con ellos —respondió Cat que se había fijado en un par de morenazos increíbles.
—No te preocupes, Sam —le tranquilizó Samantha—. Son unos chicos encantadores y muy responsables.
En ese momento se acercó Makay acompañado de Thais.
—Ollie, Cat —dijo la muchacha con gesto preocupado y nervioso—. Lo siento pero… tengo que volver a casa —y se alejó sin dar más explicaciones.
—Yo le acompaño —añadió Makay con cara de circunstancias—. Hoy no podemos quedar ¿Os parece bien mañana?
—Estupendo —asintieron las hermanas algo decepcionadas.
—Mañana os llamo a casa de vuestro padre —dijo mientras corría tras Thais.
Samantha y Dick se miraron.
—Esto no me huele bien. Algo ha pasado —dijo Samantha.
En ese momento tres tíos rubios y patosos con unas copas de más comenzaron a gritar en la barra.
—¡Camarero… camarero…!
Sus voces hicieron que todo el bar les mirase mientras el otro gritaba.
—¡¿Qué pasa aquí que nadie sirve copas?!
Dick levantándose miró a Sam y a Michael.
—Me temo que vamos a tener algún problemilla.
—¿Necesitas que vayamos contigo? —preguntó Michael levantándose.
—No te preocupes amigo, ya estamos acostumbrados a numeritos como este.
Desde la barra Dick consiguió traer nuevamente la tranquilidad al local. Aquellos hombres parecían haberse relajado al hablar con él.
—Qué rabia papá —gruñó Cat—. Con el plan tan bueno que se nos había presentado.
Este, con una sonrisa de felicidad contenida porque no fueran a salir esa noche, no contestó.
—Mañana será —intervino Serena—. Recuerda lo que te dijo el muchachito.
Michael, revolviéndole su precioso pelo castaño, cuchicheó:
—Tranquila cariño todavía te quedan muchas vacaciones para poder salir por ahí con nuevos amigos.
En ese momento pasó delante de ellos Dick, acompañado por los tres hombres que habían ocasionado el alboroto. Los sentó fuera del local en una de las mesas que estaban junto a la playa.
—Solucionado —sonrió este al entrar de nuevo al local.
—Vaya unos idiotas —farfulló Michael—. ¿Cómo se puede llegar a ser tan patoso?
Samantha sonrió, ellos estaban acostumbrados a ese tipo de gente.
—Algunos extranjeros —señaló Samantha—, asocian las vacaciones a beber sin control.
—Qué pena desperdiciar la vida de ese modo —intervino Serena.
Dick asintió.
—Desgraciadamente, señora, muchos de los turistas que vienen aquí, parecen que solo vienen a estar bebidos todos los días de sus vacaciones.
Las horas fueron pasando y entre risas y anécdotas cuando se dieron cuenta eran las dos de la madrugada.
—Señoritas —dijo Michael—. La noche es preciosa y la compañía incomparable, pero creo que ya es hora de que volvamos a casa.
—Oh, sí —rio Ollie—. Antes de que los príncipes se conviertan en ranas.
—Dame un segundo —dijo Cat—. Voy al servicio, esperadme que enseguida salgo.
—Te acompaño —se levantó Ollie.
Fuera del local esperaban Serena, Sam, Michael y Dick junto con Samantha mientras charlaban sobre lo que pensaban hacer en las vacaciones. Cinco minutos después salieron Ollie y Cat, y cuando se dirigían hacia el grupo que las esperaba uno de los borrachos que Dick había acompañado fuera del local cogió a Cat por el brazo.
—¡Oiga suélteme! —gritó Cat mirando al hombre.
—No digas tonterías, si estás deseando que no lo haga —dijo acercándose a Cat peligrosamente.
Michael que en ese momento volvió la mirada hacia atrás y vio lo que estaba pasando, rápidamente se dirigió hacia ellos.
—¡Suelta ahora mismo a mi sobrina o te rompo la cara! —gritó acercándose a ellos.
—¡Qué me sueltes tonto del culo! —chilló Cat dándole una patada en la espinilla.
Aquella patada hizo que el hombre le soltase el brazo. Sam al ver aquello se acercó corriendo hacia ellos hecho una furia.
—¡Como vuelvas a tocar a mi hija te mato! ¿Me has oído cabrón?
—¿Qué le haces a mi amigo? —preguntó otro de los patosos.
—¡Ni la mitad de lo que podría hacerle si vuelve a tocar a mi sobrina! —voceó Michael enfurecido.
Serena se acercó para intentar que aquello se acabara.
—Chicos, chicos, tranquilizaos. Cat, Ollie ¿estáis bien? —las chicas asintieron—. Venga vámonos, no queremos líos con estos sinvergüenzas.
El tercero de los patosos, al escucharla, se acercó y farfulló:
—Mira la vieja loca. ¡¿Pero qué dice, abuela?!
—¡¡Serás cabrón!! —gritó de pronto Serena dejándoles a todos asombrados mientras le daba con el bolso en toda la cara y el tipo perdía el equilibrio.
El segundo patoso al ver aquello se giró hacia ella con intenciones nada buenas.
—Será zorra la vieja.
—¡¿Cómo dices?! —vociferó Sam.
Michael, todavía incrédulo por lo que acababa de oír, gritó.
—¿Has llamado zorra a esta señora?
—Pues sí —asintió tambaleándose—. ¿Qué pasa? ¿Acaso no puedo decir lo que me dé la gana?
Dick y Samantha al ver en qué podía acabar todo aquello intentaron pararlo, pero Michael intervino poniéndose frente a aquel.
—Puedes decir lo que te dé la gana, pero hay un pequeño matiz que corregir. Y es que delante de mí nadie insulta a esta señora.
En ese momento levantó el puño para estampárselo contra la cara, pero Sam le detuvo de pronto.
—No, Michael no le pegues —dijo.
Con semblante serio le miró y preguntó enfadado.
—¿Por qué no voy a pegar a este idiota?
—Porque le voy a pegar yo —y tras decir esto Sam le soltó un puñetazo en todo el estómago a aquel tipejo que le dobló.
Tras aquel ataque, el primer hombre ya repuesto del golpe en la espinilla se levantó y empujó a Sam que fue al suelo. Cat y Ollie, al ver aquello se liaron a patadas nuevamente con el tipo que volvió a caer. El segundo hombre, ya repuesto del bolsazo de Serena, se levantó, pero Serena y Samantha le dieron con las bandejas de servir en la cabeza. Michael ayudaba a Sam a levantarse del suelo, cuando el tercer tipo se levantó y tirándose encima de Michael le hizo rodar por los suelos. Cat se lanzó contra aquel en defensa de su tío, pero este le dio un manotazo y le tiró encima de una de las mesas con brusquedad. Sam, furioso como en su vida, se tiró contra aquel hombre y empezó a darle puñetazos hasta que Dick les separó como pudo porque si no lo mata.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó Michael levantando a Cat.
Esta con un gesto de dolor dijo señalándose las costillas.
—Me duele aquí, tío.
—Ay, Dios mío —chilló Serena.
Sam, angustiado, y sin importarle la sangre que le brotaba por la boca dijo acercándose a ella.
—¿Dónde te duele cariño?
—Aquí, en las costillas.
Ollie, incrédula por lo que se había montado en un momento, lloraba asustada, hasta que Samantha la abrazó.
—Llevémosla al hospital —sugirió Serena nerviosa.
Michael, furioso y con ganas de pelea, gritó mirando a los tipos que estaban en el suelo.
—Como mi sobrina tenga algo, os juro que os mato.
—Ya está aquí la policía —dijo Dick mirándoles—. Llevad a Cat al hospital luego os llamo para saber qué le han dicho.
La policía detuvo a los borrachos y ellos se dirigieron al hospital de Oahu. Allí entraron por urgencias y unos doctores se llevaron a Cat.
—Espero que no sea nada —susurró Serena mientras esperaba que su nieta saliera de nuevo por la puerta.
Sam se tocaba el pelo a punto del infarto, mientras con gesto preocupado siseaba.
—No entiendo cómo ha podido pasar esto.
Al ver la preocupación de su padre, Ollie trató de tranquilizarle.
—Pues papá, es muy fácil. Unos borrachuzos no sabían qué hacer y la han liado y mira por donde estábamos nosotros por ahí para que nos tocara.
—Buena manera de explicarlo —asintió Michael.
—Pues la verdad, tío —prosiguió y observando la pinta de aquellos dos, la muchacha preguntó—. ¿Vosotros estáis bien?
Sam se miró los nudillos despellejados y ensangrentados y asintió mientras se secaba la sangre del labio partido con un pañuelo de papel que le había dado Serena.
—Vaya hermano —sonrió Michael al ver sus puños en el mismo estado—. Llevábamos tiempo sin meternos en un lío de estos. Oye, veo que no has perdido reflejos.
—Bendito sea Dios ¡qué susto! —suspiró Serena mirando a su alrededor—. El mundo se está volviendo loco.
Ollie miró a aquellos dos a los que tanto adoraba con una sonrisa e indicó:
—Nunca os había visto como unos peleones. Vaya, vaya, con mi papito y mi tío.
—Por cierto, Serena. Vaya derechazo que tienes con el bolso. Le has dejado KO del bolsazo que le has dado. Ya sé yo de quien ha sacado esa mala leche alguien que conocemos —apuntó Michael.
—Calla, sinvergüenza, que no me quiero reír.
—Es cierto abuela. Tú y tu bolso sois un arma de destrucción masiva.
Sam, ajeno a todo lo que hablaban estaba excesivamente callado y Serena, que entendía su preocupación, se acercó a él.
—Sam, hijo, ¿estás bien?
Con gesto grave Sam respondió.
—Sí, Serena. Solo quiero que salga Cat y saber que está bien.
Tres minutos después, se abrieron las puertas y salió un joven y guapo médico, acompañado de Cat. Rápidamente todos se levantaron y se acercaron a ellos.
—¿Cómo estás, princesa? —preguntó Sam preocupado.
—Estoy bien, papá. No te preocupes —respondió Cat, que quería parecer mayor a ojos del guapo médico.
—No se preocupe, señor. Aunque se ha llevado un buen golpe en las costillas y tiene una pequeña fisura en una de ellas, con un poco de reposo y unos cuantos mimos, todo se cura.
—En mimos somos especialistas —sonrió Serena.
—Tiene que estar con el vendaje ocho días y pasado ese tiempo la vuelven a traer para ver como está —y volviéndose hacia Cat añadió—. Cuando veas que te vuelve a doler te tomas otro calmante. Durante unos días tendrás que tomarlos y sobre todo, y lo más importante, nada de movimientos bruscos. ¿Entendido señorita?
La joven, tras pestañear como una boba, asintió dejando sin palabras a todos.
—Por supuesto, doctor. No se preocupe.
El médico se marchó y Michael sugirió.
—Bueno pandilla. Vayámonos a casa que por hoy creo que ya hemos tenido suficiente.
Una vez salieron del hospital y según se dirigían hacia el coche Cat preguntó del brazo de su padre.
—¿Cuándo tenemos que volver?
—En ocho días —respondió Serena.
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras aplaudía encantada.
—¡Qué bien! Espero que cuando volvamos me vuelva a atender ese médico. Oh Dios… es tan guapo.
Con una sonrisa, Serena respondió mirando a Sam quien iba callado y ceñudo.
—Por Dios hija, qué cosas dices.
Ollie acercándose a su hermana corroboró.
—La verdad es que es cierto. Ese doctorcito está que cruje. Dan ganas de hacerse un esguince o algo así para que te atienda.
Aquel comentario hizo reír a todos menos a Sam, y Michael divertido puntualizó.
—Vaya. Estas chicas han sacado mis genes.
De nuevo se escucharon risas y Sam, sin poder remediarlo se paró y, como una bomba, estalló.
—No entiendo nada. ¿Qué os ocurre? Estamos saliendo del hospital con Cat lesionada y vosotros hablando de si el doctor está de buen ver. —Y señalando a Michael siseó—. Y tú el peor. ¿No te das cuenta de lo que podría haber ocurrido esta noche?
Michael fue a contestar pero Ollie se le adelantó.
—Papá, no te pongas así. No ha pasado nada irreparable. Pero bueno papá. ¡¿No te das cuenta que ha sido una aventura?!
Sam tenso volvió a gritar.
—¡¿Aventura?! Que a tu hermana le hagan una fisura en las costillas ¿es una aventura? Oh, Dios… os juro que cada vez os entiendo menos.
Michael y Serena se miraron. Sam estaba histérico y cuando Michael de nuevo fue a contestar para intentar tranquilizar a su hermano, Cat se interpuso.
—¡Papá! ¡Estoy bien! Y precisamente por eso tenemos que reír. Y sí, el médico estaba que crujía y ahora cuando pienso en lo que ha ocurrido no puedo remediar reírme de la situación —Sam la miró—. Y hoy papá, he descubierto una faceta de mi padre y de mi tío que no conocía y…
—¿Y qué me dices del bolsazo de tu abuela? —rio Michael—. Insuperable.
—Eso ha sido buenísimo —se carcajeó Ollie—. Ver a la abuela a bolsazo limpio contra aquel tipo es una de las cosas más graciosas que he visto en mi vida.
—¿Y qué me decís del derechazo que el tío le ha dado a ese tipo cuando se ha metido con la abuela y como papá lo ha rematado en el suelo? —rio de nuevo Cat.
—Que sepáis muchachotes que con vosotros me he sentido totalmente defendida.
—Ha sido un placer, Serena —asintió Michael—. Eso sí… clases de bolsazo-combat me tienes que dar.
Sam les observaba mientras todos reían a carcajadas. Y tras soltar toda la adrenalina acumulada por lo ocurrido comenzó a reír también y todos se relajaron.
—Tío —protestó Cat llevándose las manos a las costillas—. No me hagas reír que no puedo.
Mientras se encaminaban hacia el coche Michael se fijó en dos jóvenes que parecían Makay y Thais.
—¿Ese es Makay?
Sam asintió mientras les decía a las chicas y a Serena que entraran en el coche.
Con el semblante serio se acercaron hasta los muchachos y oyeron los gemidos de la joven. Aceleraron el paso alarmados y cuando estaban a pocos metros Michael preguntó:
—¿Qué ocurre chicos?
Makay abrazaba a Thais, que tenía los ojos anegados en lágrimas y Sam acercándose a la muchacha preguntó:
—¿Qué pasa, preciosa?
La joven intentó hablar pero solo pudo decir en un hilo de voz.
—Mi… mi madre está ingresada.
Sin entender aún que había ocurrido Michael preguntó:
—¿Pero qué ha pasado?
Thais no podía hablar y Makay haciéndose cargo de la situación respondió.
—Ha habido problemas en su casa. Su madre está ingresada y su padre ha muerto.
Al escuchar aquello Thais estalló nuevamente en lágrimas y Michael acercándose más a ella la besó en la cabeza y susurró.
—Lo siento, cielo.
—Yo también —respondió ella con hipo—. Pero sobre todo por mi madre.
—¿Sabes lo que ha ocurrido? —preguntó Sam con gesto grave.
—Hubo una pelea en casa. Mi padre llegó bebido, pegó a mi mamá, cogió un cuchillo de la cocina y se lo clavó dos veces. Los vecinos al oír los gritos de mi madre llamaron a la policía, mi padre escapó y se ha estrellado con el coche.
—Lo siento, cariño —susurró Sam.
Con rabia contenida la joven murmuró.
—Yo no siento que mi padre esté muerto. Me alegro. Era una mala persona que nunca nos quiso. Pero ella, mi madre, no se merecía que él la tratara así.
En ese momento, Samantha y Dick llegaron hasta ellos corriendo.
—¿Chicos qué ha pasado?
Makay relató lo ocurrido a sus padres y Samantha abrazó a la muchacha que lloraba desconsoladamente entre sus brazos. Sam, al recordar que le esperaban indicó.
—Me voy que tengo a las chicas en el coche.
—¿Qué tal está Cat? —preguntaron Dick y Samantha.
—Bien, solo tiene una fisura en una costilla. No os preocupéis.
Conmovido Michael miró a Sam.
—Me quedo con ellos por si necesitan algo.
Su hermano asintió. Si sus hijas y su suegra no aguardaran en el coche, él también se quedaría. Todas ellas enseguida preguntaron sobre lo ocurrido y se sorprendieron al escuchar el relato.
—Ese sí que es un problema grande, muy grande —susurró Serena—. Pobre cría y pobre madre. El infierno que han tenido que vivir.
—Tienes razón —asintió Sam y tras mirarlas con adoración dijo—. Vamos a casa, tenéis que descansar.