Pasado un tiempo, Sam empezó a preparar las vacaciones para sus hijas, no podía creer que las tendría muy pronto junto a él. Ollie ya le había dicho que las dos se morían de ganas por ir y Sam no perdió el tiempo. Como Serena también se animó a viajar, habló con la señora Talula y ésta, encantada, les alquiló la casita de al lado de la suya. Era exactamente igual, pero apenas tenía muebles; solo unas camas que utilizaban sus nietos cuando iban a visitarla.
Sam llamó a sus hijas, que recibieron felices la noticia.
—¡Genial papá! —gritó Ollie—. Así tendremos más espacio y podremos comer y cenar todos los días juntos.
—Sí, princesa —sonrió mirando el mar—. ¿Mamá qué ha dicho del viaje?
—A ella le parece bien. Incluso nos está animando para que te liemos y nos lleves a conocer algunas islas —Sam sonrió—. En cambio la tía se enfadó un poco con la abuela. No entendía que ella nos quisiera acompañar. Pero habló con mamá y parece que está más relajada. Aunque bueno, ya sabes cómo es ella, con la mirada lo dice todo.
—No te preocupes. Se le pasará —Sam no pudo evitar esbozar una sonrisa. Se podía imaginar a la fiera de Terry.
Al colgar el teléfono Michael aparecía por la puerta, guasón como siempre.
—Tesorito. Acabo de acostar a los niños ¡por fin solos! —pero al mirarle preguntó—. ¿A qué se debe esa cara tan seria?
—Acabo de hablar con Ollie para decirle lo de la casa y se ha puesto muy contenta.
—¿Y por qué tienes tú esa cara?
—Pues no lo sé —suspiró Sam—. Quizá sean las ganas que tengo tan enormes de verlas y abrazarlas.
Michael se apoyó en el quicio de la puerta.
—¿Solo a ellas?
—Que gracioso eres —resopló aquél—. Pues que sepas que Kate está encantada con que las niñas vengan aquí unos días con nosotros, aunque no puedo decir lo mismo de tu dulce y encantadora Terry.
Michael sonrió con amargura al recordar a aquella mujer que tantas noches le quitaba el sueño.
—Por Dios, Sam, no era menos de esperar por su parte. Tu cuñada sigue en su línea. Ni un poquito más arriba, ni un poquito más abajo. En su línea guerrera de siempre.
Michael, ofuscado, se dio la vuelta y se dirigió directamente a su habitación. Cerró la puerta y se tumbó sobre la cama dispuesto a padecer otra de aquellas interminables noches, donde el recuerdo y el perfume de Terry inundaban su mente y su cuerpo.
Finalmente llegó el día. El avión aterrizó a su hora y Sam sonrió feliz, cuando al abrirse las puertas aparecieron sus chicas junto a su abuela.
—¡Papá! —gritó Ollie encantada—. ¡Estamos aquí!
—¡Papá! —vociferó Cat, mientras Serena sonreía ante la alegría de sus nietas al ver a su padre.
Llegó hasta ellas corriendo y fue a abrazarlas pletórico.
—¡Aloha princesas! ¡Qué alegría que estéis aquí!
—¿Y a mí no me abraza nadie? ¿Soy invisible? —dijo Serena.
Sam, con una sonrisa en los labios, se volvió hacia ella y la abrazó encantado mientras con la complicidad de siempre le susurraba divertido:
—Pero mira que eres envidiosilla. Aloha Serena. Bienvenida a mi tierra.
La mujer sonrió, y separándose de él, preguntó mirando hacia los lados.
—¿Dónde está el otro muchachote que me falta?
—Se ha quedado en casa esperándonos —apuntó Sam.
—Estará con Sasha y Tommy —respondió tranquilamente Ollie.
—Sí, cariño está con ellos —afirmó su padre asiendo la maleta de Serena.
—¿Y por qué no han venido? —preguntó Cat.
—Pues, porque… —empezó a decir Sam pero Serena le interrumpió.
—Chicas, dejémonos de preguntas y no perdamos tiempo aquí. Por cierto Sam, necesito una farmacia —y al ver una en el mismo aeropuerto dijo dándoles dinero a sus nietas—. Id y compradme las pastillas de los mareos, por favor.
Cuando las niñas se alejaron, Sam fue a decir algo, pero Serena se le adelantó.
—¿Por qué no han venido Michael y los niños? ¿Vas a tenerlos escondidos el tiempo que yo esté en la isla? Porque mira lo que te digo muchachote, si es así me cojo el primer avión que salga hacia Nueva York.
—No. No es eso —sonrió Sam al darse cuenta que le regañaba como tiempo atrás—. Es solo que no sabía si debía o no traerlos al aeropuerto. No sabía qué hacer, estaba inseguro.
—Pues ya puedes ir perdiendo la inseguridad Sam. Yo he venido sabiendo lo que hay aquí.
—Vale… vale —sonrió divertido—. No te preocupes que no volveré a dudar.
—Sam, creo que después de todo lo que ha pasado, las cosas han quedado claras entre nosotros y…
—Tienes razón. —Cortó él y para cambiar de tema cuchicheó—. Por cierto, ¿te he dicho lo guapísima que estás hoy?
Eso le trajo recuerdos, era una broma que miles y miles de veces había utilizado Sam para zanjar cualquier leve discusión entre ellos.
—Anda ya, no empecemos, adulador —rio esta—. Mira, ahí vienen las chicas.
—Ya estamos aquí —dijo Cat—. Toma, abuela, tus pastillas.
—Trae, cariño. Las guardaré por si las moscas —dijo mientras salía por la puerta junto a Cat.
Ollie quedó rezagada junto a su padre y, sorprendiéndole como siempre, susurró:
—Presiento que la abuela ya te ha leído la cartilla ¿verdad?
No le quedó más remedio que sonreír, su hija conocía muy bien a su abuela.
Cuando llegaron a la casa que tenía alquilada para ellas paró el motor. Pero tras pensarlo unos segundos lo volvió a encender y se dirigió a la casa de al lado. Ollie fue la primera en bajar y salir corriendo hacia su interior, seguida por una tímida pero curiosa Cat, mientras Sam ayudaba a Serena a salir del vehículo.
—He pensado parar primero aquí para que vieras al resto de la familia antes de acercaros a la casita que he alquilado para vosotras.
—Estupendo. Así me gusta, sin dudarlo.
Sam sonrió y, cogiéndola del brazo, se encaminó hacia el interior de la casa. Lo que nunca supo Sam, fue lo nerviosa que Serena estaba. Iba a conocer el porqué de la separación de Sam y su hija, pero era tan buena actriz que nadie se percató. Al entrar en aquella casa agradable, luminosa y acogedora su mirada recorrió todos sus rincones.
—Deben de estar en la parte de atrás. En la playa —indicó Sam.
Sin dejar de mirar a su alrededor Serena se detuvo en el salón.
—Qué casa más maravillosa. Es tal y como vosotros la describíais —dijo con sinceridad al recordar las veces que había oído hablar de aquella casa.
Sam miró su alrededor y asintió.
—Para Michael y para mí esta siempre ha sido nuestra casa. Nuestro punto de referencia.
En ese momento apareció Michael.
—Serena ¡por fin has llegado! —dijo abrazándola.
—¿Cómo estás, tesoro?
Con una amplia sonrisa que la llegó al corazón respondió:
—Estupendamente ahora que tú estás aquí.
Emocionada por aquel cálido encuentro, tan parecido al que siempre le había prodigado, con los ojos empañados en lágrimas la mujer murmuró:
—Me alegra ver que hay cosas que nunca cambian.
—Para ti, nunca cambiarán.
—Gracias muchachote —y secándose las lágrimas añadió—. Le estaba diciendo a Sam que la casa es maravillosa. Qué buena luz tiene y qué armoniosa es.
Con complicidad, Michael asió por los hombros a Sam y murmuró.
—Es nuestro nidito de amor. Un sitio muy especial.
A Serena le hizo mucha gracia aquel comentario.
—¿Dónde están los chicos? —preguntó con curiosidad mirando a su alrededor.
—Están saludando a Ollie y a Cat. Ven, te los presentaré —dijo Michael y cogiéndole de la mano los tres fueron a la parte trasera de la casa.
Al salir por la portezuela trasera, Serena se quedó maravillada al encontrarse con un mar precioso y cristalino. Pero sus ojos volaron hacia un grupito que había a un lado de la playa.
—¡Ollie! —gritó Sasha abrazándola—. Qué bien que estés aquí, cuánto te echaba de menos.
—Yo a ti también, bonita. ¿Todo bien por aquí?
—Sí.
—¿Y Rachel? ¿Te ha vuelto a pegar? —la pequeña asintió y Ollie frunciendo el ceño murmuró—. Creo que voy a tener que ir a ver a esa niña y decirle cuatro cositas. —Al ver que la pequeña sonreía dijo cogiendo a su hermana de la mano—. Mira Sasha ¿te acuerdas que te dije que yo tenía una hermana? —la niña asintió—. Pues ha venido aquí para conocerte a ti y a Tommy.
Con una timidez algo inusual en Cat, la saludó.
—Hola, Sasha.
—Hola, Cat —contestó la pequeña y agarró con fuerza la mano de su hermano y le dijo—. Este es Tommy. No habla mucho porque es pequeño. Pero él también está contento de conocerte, como yo.
Acercándose a él Cat le besó en la mejilla y el pequeño sonrió.
—Hola Tommy —y mirando de nuevo a la niña preguntó—: ¿Podría darte un besito a ti también?
La niña no lo dudó y antes de que Cat pudiera moverse, se tiró a sus brazos y le dio un sonoro beso.
—¿Querrías ser mi hermanita y la de Tommy?
Cat, emocionada, miró a Ollie que se encogió de hombros y asintió.
—Pues claro que sí.
En ese momento la niña soltó una carcajada y con cara de pilluela cuchicheó.
—Verás cuando se entere el tío Michael. ¡Otra chica!
Tras este comentario de la niña, se encaminaron felices a la casa, ajenas a las atentas miradas de Sam, Michael y Serena. Según se acercaban Sasha preguntó:
—¿Quién está con papá y el tío?
Cat y Ollie se miraron.
—Es la abuela. Ha venido con nosotras —respondió Ollie.
—¡Qué bien! —dijo la niña echando a correr delante de ellas.
Desde la casa se veían como todos se acercaban y como Sasha corría hacia ellos. Al llegar frente a estos se paró en seco y mirando fijamente a Serena dijo.
—Hola. Soy Sasha y ese que viene con mis hermanas es Tommy, mi hermanito.
Serena, agachándose para estar al nivel de la niña contestó.
—Hola Sasha —y acercando su mano a la carita de la niña murmuró—. Vaya… veo que eres muy guapa.
—Lo sé. Eso dice mi papá —asintió con una sonrisa mellada—. Dice que me parezco a mi mamá. Era muy guapa.
Sam cerró los ojos y esperó el desastre. Pero Serena sorprendiéndole contestó.
—No lo dudo, bonita. Entonces, para que yo me aclare, tú eres Sasha y este jovencito que viene en los brazos de Ollie, es Tommy.
—Sí. Oye y…
Sam, al intuir lo que la niña iba a preguntar murmuró mientras la cogía de la mano.
—Sasha tranquilízate cariño.
—Déjala que hable Sam —replicó Serena mirándole a los ojos—. Dime cielo, ¿qué ibas a decirme?
Michael, al ver el agobio de Sam, cogió a la pequeña en brazos para echarle un cable.
—Uf… Serena no la conoces. Como empiece a preguntar no para y todavía te quedan muchos días en la isla como para que el primer día te acribille a preguntas.
Aquella noche cenaron todos juntos una barbacoa que hicieron en la parte trasera de la casa familiar. Fue una noche estupenda en la que de nuevo volvían a ser como una familia, aunque siguieran faltando elementos de la misma.