A la mañana siguiente, siguiendo instrucciones de Sam, les despertaron en el hotel a las nueve en punto. Deseaban ducharse antes de abandonar la habitación. Aunque al levantarse sintieron que la cabeza les iba a explotar.
—Madre mía, qué noche —se quejó Michael.
Sam arrugando el entrecejo se tocó la sien.
—Buff… llevaba tiempo sin beber tanto —dijo en un hilo de voz—. Creo que acabamos con todo el alcohol habido y por haber.
—Ya te digo, colega.
Levantándose de la cama para estirar las piernas, Michael apoyó su mano en la pared y encogiendo una pierna blasfemó. Sam, al ver aquello, pregunto:
—¿Te sigue doliendo el golpe de Terry?
Al pensar en aquella mujer, Michael logró estirarse y gruñó.
—No se te ocurra nombrar a esa salvaje, que todavía me duelen los huevos.
Sin poder evitarlo Sam se carcajeó.
—Nadie te dijo que te acercaras tanto. Y ya sabes que es impredecible.
Al ver la guasa en el rostro de su hermano, suspiró.
—Joder con la impredecible —aunque luego musitó con una sonrisa—. Pero aunque todo terminara mal, te juro hermano que me alegro de lo que hice porque al fin sé y me reafirmo en lo que sentimos el uno por el otro. Mereció la pena.
—¿Y qué vas a hacer?
—Absolutamente nada.
—¿Nada? Pero si dices que mereció la pena, ¿por qué no vas a hacer nada?
Michael, sonriendo, se desperezó.
—Me ha costado, pero yo ya he dado un paso hacia ella. Ahora, si ella realmente quiere algo conmigo, ya sabe dónde encontrarme. Así que me voy a duchar, después nos iremos al aeropuerto, cogeremos nuestro avión y regresaremos a casa.
—Tú sabrás lo que haces —murmuró Sam aún sentado en la cama—. En temas de amor, hermano, no soy la persona más indicada para aconsejarte.
Michael se detuvo antes de desaparecer tras la puerta del baño.
—Oye, guaperas isleño —dijo utilizando la expresión con la que Terry se había dirigido a él—, Kate está increíble. Y déjame decirte que, ni cuando era más joven, estaba tan sexy como anoche.
Tenía razón, pero Sam no tenía ganas de hablar de ello.
—¿No te ibas a duchar?
Michael asintió y pocos segundos después se oyó correr el agua. Cuando Sam se quedó solo fijó su vista en la pared. Lo que Michael había dicho era cierto. Su exmujer estaba despampanante, y al recordar como el guaperas aquel le besaba en el cuello, le invadía una rabia enorme. Se dirigió hacia la mesilla y abrió la cartera. En ella tenía una foto de Kate, la observó durante unos segundos y volvió a cerrarla justo cuando Michael salía de la ducha con mejor aspecto.
—Dúchate. Te quedarás como nuevo.
Sin mediar palabra, obedeció. Instantes después sonó el teléfono de la habitación. Michael lo cogió y le indicaron que una señora estaba en recepción esperándoles. Pensó que sería Carol y, sin dudarlo, indicó al recepcionista que la hiciera que subir a la habitación. Después entró en el baño y le dijo a Sam:
—Sam, han llamado de recepción para avisar que Carol sube.
—¿Que sube Carol? —preguntó extrañado.
—Sí, debe venir a despedirse.
—¿Quedamos así anoche?
—Ni idea, hermano.
En ese instante sonaron unos golpecitos en la puerta y Michael, todavía con la toalla enrollada en la cintura, el pelo mojado y el torso desnudo abrió.
—¡Serena! —exclamó sorprendido al verla.
—Hola, muchachote —sonrió ésta acercándose a él para besarle en la mejilla.
Cuando Michael la abrazó cerró los ojos encantado de volver a verla.
—¿Me vas a invitar a entrar? ¿O vengo en mal momento?
Michael se apartó de la puerta, aún confundido.
—Por Dios, Serena, tú siempre eres bien recibida.
Esta entró y se fijó en el desorden de la habitación, mientras Michael recogía la ropa que la noche anterior habían tirado por el suelo y abría la ventana para que entrara aire fresco. Ante el apuro que él estaba pasando, Serena le cogió de la mano y susurró:
—Michael, tesoro, no te preocupes por nada.
En ese momento salió Sam de la ducha empapado, cubierto únicamente con una toalla anudada alrededor de la cintura y secándose el pelo con otra.
—Pero, vamos a ver, ¿quién va a venir a estas horas aquí?
—Pues yo —respondió Serena divertida porque aún no la había visto.
Al escuchar aquella voz, apartó la toalla de la cabeza.
—Serena, ¿eres tú?
Ante aquellos dos adonis desconcertados, Serena abrió los brazos y preguntó:
—¿Qué pasa? ¿No me vas a besar? Ya sé que estoy vieja y algo chocha, pero vamos, un saludo o un beso no se le niega a nadie.
Sin dudarlo y con una amplia sonrisa Sam fue hasta ella y la abrazó. Cuánto la había echado de menos.
—Estoy encantado de verte. —Y mirando a su alrededor añadió—: Disculpa el desorden. Anoche llegamos tarde y…
—Te digo lo mismo que a Michael, no te preocupes.
A pesar de la aparente normalidad que mostraba Serena, le temblaban las piernas de emoción. Se sentía feliz por tener de nuevo ante ella a sus dos muchachotes. A aquellos que la habían mimado y cuidado desde el día que aparecieron en su vida. La invitaron a sentarse en el sillón que había en la habitación. Durante unos segundos miró emocionada a aquellos dos hombres a los que había visto madurar. Ellos se sentían como dos tontos, medio desnudos y sin saber a qué se debía aquella visita.
—Por vuestras caras veo que os estaréis preguntando qué estoy haciendo aquí.
—Sinceramente, Serena —indicó Sam—, estamos encantados de verte, pero no entendemos el porqué de esta visita y creo que hablo en nombre de los dos. —Michael asintió a su vez.
—He venido porque ayer no os pude saludar en el auditorio y porque quería deciros algo antes de que os marchaseis. Tengo entendido que os vais hoy ¿verdad? —ambos asintieron y ella prosiguió—. Y antes de decir lo que tengo que decir, os voy a confesar una cosa. Soy una mujer que ha vivido muchos años y a mi edad hago y digo lo que me da la gana porque quiero y porque creo que debo hacerlo.
—Vaya, Serena —intervino Michael—. Presiento que te has levantado guerrera.
Los tres sonrieron por aquel comentario y después la mujer le preguntó:
—¿Tú estás bien tesoro? Porque el ataque de la loca de mi hija Terry ayer fue increíble. No me lo podía creer cuando lo vi.
Michael silbó.
—Sí, tranquila ya no me duelen los…
—Bueno… bueno —interrumpió aquella—. No hace falta que seas tan explícito. Me vale con saber que estas mejor —y arrugando la frente le confesó—. Tengo una hija increíblemente bruta. Discúlpala, no sabía lo que hacía.
—Discrepo, Serena —cortó Michael—. Creo que ella sí sabía lo que hacía y fue a dar donde más duele.
Con una dulce sonrisa la mujer le miró.
—Tú también le diste, antes a ella, donde más duele también.
—Dios me libre de pegar a una mujer —Michael no entendía nada.
—No te hablo de pegar físicamente —se escandalizó a su vez Serena—. Hablo de que tú le diste donde más le duele. Y donde más le duele a Terry es en el corazón. Y tú, ayer, con tu impulsividad, se lo terminaste de robar.
—¿Pero esa fiera tiene corazón? —se guaseó Michael.
—Según su madre, sí —cuchicheó Sam divertido.
—Mis hijas tienen dos bonitos corazones que solo laten cuando vosotros estáis cerca. Y lo sé de buena tinta. Soy su madre y las conozco a la perfección.
Sam y Michael se la quedaron mirando estupefactos, aunque secretamente satisfechos por lo que estaban escuchando. Así que se sentaron en la cama y se dispusieron a escuchar todo lo que Serena había venido a decirles.
—En lo que se refiere a ti —continuó señalando a Michael—, ¿crees que nunca me he dado cuenta de las chispas que saltan entre vosotros cuando estáis juntos?
—Serena —comenzó a decir Michael—, yo creo que…
—Espera, Michael que todavía no he terminado. —Este cerró la boca y dejó que prosiguiera—. Anoche ambos me confirmasteis lo que llevo años intuyendo. Y mira, hijo, tengo que reconocer que me gustas, como siempre me gustó Sam —ambos sonrieron como bobos—. De todos los hombres que han rondado a Terry, tú eres mi preferido porque siempre la has cuidado y te has comportado como un caballero dejándola elegir lo que quería hacer… y sinceramente —cuchicheó tocándole la mano—, no sé cómo has podido aguantar verla salir y entrar con tanto descerebrado. Lo que ocurrió anoche fue lo que tenía que haber ocurrido entre vosotros hace años. Mi hija te adora y tú adoras a mi hija. Y el amor, para que sea del bonito y verdadero, tiene que tener pasión y locura. Y de eso, querido muchachote, ambos tenéis y mucha. Así que solo me queda preguntarte: ¿Qué vas a hacer ahora?
Boquiabierto, Michael miró a Sam y encogiéndose de hombros respondió seguro de que era lo mejor.
—Nada, Serena. No voy a hacer absolutamente nada.
—¿Nada? —repitió asombrada—. Pero muchachote ¿no me has entendido?
—Te he entendido a la perfección —contestó Michael—. Pero las cosas no son tan fáciles como crees. Con Terry, no. —La mujer resopló—. Tienes razón en todo. Siempre han saltado chispas cuando Terry y yo nos hemos simplemente mirado. Pero ayer hubo tal cortocircuito que más vale que, de momento, ni nos veamos.
—Pero hijo, yo creo que…
—Serena, ahora déjame hablar a mí ¿vale? —esta asintió y él prosiguió—. Ayer le dejé a la bruta de tu hija muy claritos mis sentimientos hacia ella. Pero tú y medio auditorio pudo ver la reacción que tuvo ella. Por lo tanto, y como no estoy dispuesto a recibir ninguna otra caricia, voy a coger un avión y me voy a marchar a mi casa para continuar mi vida y si algo quiere doña mala leche, —Serena no pudo evitar sonreír ante semejante calificativo—, va a tener que ser ella la que venga a buscarme. Y ten muy claro Serena que si ella viene a mí, yo nunca le daré una patada en cierto sitio, al contrario, le demostraré de lo que soy capaz por hacerla feliz.
—Eres todo un romántico… ¡Serás hortera! —se guaseó Sam y Serena, sin poder remediarlo, le dio un collejón antes de decir.
—No estoy de acuerdo contigo, Michael, pero no me voy a meter en vuestra relación. Yo opino que los dos sois unos descerebrados, pero en fin… —Y al ver el gesto de Sam preguntó—: ¿Y tú de qué te ríes? ¿Vas a irte tú también a tu casa y no vas a hacer nada?
—Serena, si Michael ha decidido hacer las cosas así yo lo respeto. Ya es mayorcito y sabe muy bien como tiene que llevar su vida.
Serena no podía creerse lo torpes que podían llegar a ser todos los hombres cuando se trataba del amor.
—No estoy hablando de la vida de Michael, mendrugo —le reprochó—. Hablo de tu vida. Hombres teníais que ser. Si es que no os enteráis de nada. Sam, hablo de tu vida cariño —añadió desesperada.
Claro que la había entendido desde un principio, pero no le apetecía hablar sobre ello.
—Escucha, Serena. Si algo he aprendido en este tiempo es a aceptar las cosas como vienen. Y, en este caso, las cosas no tienen vuelta de hoja.
—Michael, tesoro, ¿puedes dejarnos solos a Sam y a mí un momento? Necesito hablar con él en privado.
Este, levantándose, asintió, pero Sam le agarró de la mano y le volvió a sentar. Y mirando a la mujer aclaró con voz dura.
—No tengo secretos con él. Cometí el error de tenerlos en su momento pero aprendí de ello. Serena, si quieres hablar, adelante, pero mi hermano se queda.
Michael le miró. Era la primera vez que hablaba en aquel tono a Serena, mientras ella sin inmutarse continuó.
—Muy bien, muchachote —dijo ella sin inmutarse—. Hablemos. Mi primera pregunta es: ¿Por qué la relación con mi hija no tiene solución?
—Porque ha ocurrido algo que impide que las cosas se solucionen —respondió.
—Esa respuesta no me vale, Sam.
No entendía hasta dónde quería llegar.
—Perdona, Serena, pero creo que te estás metiendo en un terreno privado —protestó.
—Ni tú, ni tu tono de voz me impresionan. Te he hecho una pregunta y no me moveré de aquí hasta que me la respondas.
Tras cruzar una mirada de incredulidad con su hermano, Sam concretó molesto:
—Le fui infiel a tu hija. Tuve una relación paralela a mi matrimonio y dos hijos. Por eso no hay vuelta atrás. Actué como un verdadero cabrón y humillé a Kate. ¿Qué más quieres que te diga?
—Tú en su momento perdonaste —respondió ella para su sorpresa.
—¿Cómo dices? —No sabía cómo interpretar aquello.
—Que en su momento tú perdonaste a mi hija. Incluso la ayudaste, y gracias a tu cariño y a tu tesón, continuasteis hacia adelante.
Sam no podía creerse que Serena también supiera lo que había pasado y, casi sin respiración, murmuró tras cruzar una mirada con Michael:
—No entiendo lo que quieres decir. Sé más concreta, por favor.
Serena se levantó de la silla y se sentó junto a él.
—Sam, nunca dije nada, pero sé todo lo que pasó. Sé que Kate, durante un tiempo, tuvo una relación paralela con un tipo del que se quedó embarazada. Sé que al practicarle el aborto hubo problemas y que tuvo que ser ingresada en el hospital. —Sam la miró confundido pero esta prosiguió—. También sé que, por desgracia, aquel aborto os privó de tener más hijos. Y que tú, a pesar de todo el daño que mi hija te hizo en aquel momento, le perdonaste y seguiste adelante. Y, por supuesto, sé que encubriste el problema para que no nos enteráramos de la verdad.
—Serena, tú no deberías saber eso —murmuró confundido.
Con cariño, la mujer pasó la palma de la mano por su cabello mojado.
—Me enteré de todo, pero no dije nada por egoísmo, por mi hija. Soy su madre y tú eres lo mejor que nunca ha tenido y tendrá.
En ese momento, la mujer perdió la compostura y comenzó a llorar. Sam la abrazó, mientras Michael corría al baño a por pañuelos de papel. Cuando Serena se calmó, continuó.
—Nunca te pude decir cuánto te agradecí que continuaras a su lado. Y nunca podré agradecerte que la quisieras tanto como la querías y como la quieres.
—¿Te lo ha contado Kate? —preguntó él alucinado.
—No. Ella no sabe que lo sé.
—Y entonces, ¿quién?
Tras soñarse la nariz, y beber del vaso de agua que le ofrecía Michael, contestó por fin.
—Pues hijo, me enteré de la manera más tonta. Uno de los días que fui a visitar a Kate al hospital, me encontré con una amiga y me dijo que su hija trabajaba allí. Como Kate estaba tan alicaída le pedí a mi amiga que su hija se informara de si a mi niña podía estar pasándole algo más. Y bueno…
—Oh Dios… —susurró Michael entregándole otro pañuelo.
—Mi pobre amiga, me dijo que no me preocupase. Que gracias a la intervención del doctor Sceller, Kate aunque ya no iba a poder tener más hijos, no tendría ninguna otra secuela, a pesar de que donde le habían practicado el aborto le habían hecho una carnicería.
—Lo siento, Serena. Tuvo que ser horrible enterarte así —susurró Michael abrazándola.
—Sí —asintió—. Fue un disgusto muy grande, pero a pesar de saberlo decidí no decir nada.
—¿Cómo te enteraste del resto de la historia? —preguntó Sam.
—Una noche me quedé dormida en el sillón del comedor. Kate y tú bajasteis a la cocina y oí como mi hija, entre sollozos, te contaba la verdad. Lo escuché todo, Sam. Fue sin querer, pero lo escuché todo. Y te juro que en ese momento al ver tu reacción con mi hija supe que eras lo mejor que le había podido pasar en su vida. —Sam no pudo evitarlo y la besó, mientras ella proseguía—. Por eso y aunque me dolió en el alma cuando me enteré de tu infidelidad, lo medité y te entendí a ti también. Sé que tras el aborto, Kate se despreocupó de ti. Se volvió fría y reservada. Vi tu sufrimiento, muchachote. En silencio, yo lo leía en tu mirada. Sentía que necesitabas que alguien te abrazara y te besara. Pero yo no podía hacer ni decir nada. Se suponía que aquel secreto debía quedar entre vosotros dos.
—Fue difícil, Serena —asintió conmovido Sam—. Y aunque suene duro te admito que, sin buscarlo, conocí a una persona que me dio cariño sin pedir nada a cambio. Actué mal, lo reconozco y lo pagaré el resto de mi vida. Pero adoro a mis hijos, Serena. A los cuatro. Y ellos no tienen por qué pagar los errores de sus padres.
Michael, emocionado y en silencio, observaba la situación. Sam asumía su error, incluso lo aumentaba en tiempo al incluir a Sasha.
—Por eso no entiendo por qué mi hija no te ha perdonado. ¿Acaso olvidó lo que tú le perdonaste a ella? —insistió Serena que tomó a Sam de la mano.
Sam, con tacto, intentó aclarárselo.
—No, no lo ha olvidado. Te lo puedo asegurar, Serena. Kate se ha comportado conmigo y con los niños fantásticamente. Pero a veces la vida no te permite aceptar lo que de pronto te pone delante y yo asumo su decisión.
—Pero Sam, para ti también tuvo que ser duro.
—Lo fue. Pero en el caso de Kate fue algo que pasó y que solo ella y yo creíamos saber y en mi caso, hay dos niños por medio y eso lo hace diferente.
—¿Diferente en qué?
—Por Dios, Serena —protestó—. Es diferente en todo, y precisamente me lo estás preguntando tú, que eres su madre y que deberías de estar de su lado y no del mío.
—Y estoy de su lado, Sam —contestó aquella—. Pero déjame que te haga otra pregunta. Si mi hija no hubiera abortado y el padre de la criatura hubiera desaparecido dejándola sola y desamparada en aquel momento, tal y como hizo, ¿qué hubieras hecho tú? ¿Habrías seguido casado con ella y hubieras aceptado aquel bebé o te hubieras separado de ella?
No le hizo falta pensar. Lo tenía claro.
—Hubiera seguido con ella y hubiera criado a ese bebé como a un hijo. Cualquier niño se merece tener el calor y el afecto de una familia.
Tras unos segundos de emotivo silencio, en los que los tres se repusieron de emociones contenidas, Serena prosiguió.
—Necesito que sepas que mi hija te sigue queriendo. Lo sé. —Y mirando a Michael acabó—. Y te aseguro que Terry está enamorada de ti.
—Creo que te equivocas —sonrió Sam con tristeza—. Kate solo me tiene aprecio y anoche pude comprobarlo.
Al escuchar aquello, Serena, con una sonrisa, aclaró:
—Si lo dices por Jack, te aseguro que a mi hija le importa tan poco como Gary a Terry —y pellizcándoles en los brazos insistió—. Les importáis vosotros. Por eso vuelvo a preguntaros: ¿Qué vais a hacer con vuestras vidas muchachos?
Michael y Sam se miraron. Ver la vida del color que Serena quería que la vieran era maravilloso pero ambos sabían la realidad. Y la realidad comenzaba porque aquellas supuestas relaciones eran difíciles, y terminaba porque ellos no querían volver a vivir en Nueva York.
—Serena —respondió Sam—, lo que vamos a hacer con nuestras vidas es tratar vivirlas de la mejor manera que sabemos. Y esa manera es cogiendo un avión que sale dentro de tres horas y regresando a nuestro hogar.
Serena, desesperada, se llevó las manos a la cabeza.
—Hombres… Hombres… Qué cabezotas que sois —y al ver que sonreían dijo entre dientes—: Como dice mi nieta ¡vaya dos capullos!
—Ahora mismo te voy a lavar la boca con jabón —se mofó Michael.
—¡Serena! —dijo Sam entre risas—. ¿Qué nieta dice eso?
Al recordar la conversación que había mantenido la noche anterior con Ollie y recolocándose la melena comentó:
—Se dice el pecado pero no el pecador —dijo levantándose y cogiendo su bolso.
—¿Te vas? —preguntó Michael.
Ella, tocándole el óvalo de la cara, contestó.
—Sí. Ya les he dicho a dos cabezones lo que tenía que decir.
Enternecido por el cariño que Serena siempre les había mostrado Sam indicó:
—Si esperas a que nos vistamos te acercamos en un taxi a casa.
—Tranquilos. Todavía sé llegar sola. Además, así me doy un paseo.
Poniéndose de puntillas, le dio a Michael un beso en la mejilla mientras este la abrazaba con cariño.
—Adiós muchachote. Que tengas buen viaje y espero verte pronto.
—Por supuesto. Y oye… tienes que venir a vernos a nuestra casa cuando quieras. Nuestra casa es tu casa, no lo olvides.
Aquello le llenó el corazón. Aquellos dos, a pesar de los años, seguían siendo los buenos chavales que conoció.
—Pues mira —rio mirándoles—. Cuando vayan las niñas, puede que me anime y vaya con ellas unos días. Así conoceré a esos pequeñajos.
Sam aplaudió. Estaba seguro que Serena se volvería loca con los niños.
—Fantástico. Michael y yo estaremos encantados.
—Ya lo sé muchachote —respondió abrazándole y tras darle un beso de despedida dijo—. Tened buen viaje los dos y no olvidéis que os quiero.
Dicho esto, se marchó. Cuando se quedaron solos en la habitación, Michael al ver la cara de desconcierto de su hermano, dijo para hacerle sonreír:
—Venga… vamos a vestirnos. Tenemos dos niños que nos esperan en Oahu.
Serena, tras salir del hotel, fue dando un paseo tranquilamente hasta Central Park, donde cogió un taxi que la llevó de vuelta a su casa. Cuando llegó, se encontró a Ollie sentada en el sofá del salón. Esta, al ver a su abuela a las doce y media de la mañana arreglada, se levantó rápidamente y le preguntó:
—Abuela ¿ha ocurrido algo?
—¿Por qué ha tenido que ocurrir algo? —y comprobando que no había nadie a excepción de ellas aclaró—. Vengo de ver a tu padre y a tu tío.
—¿En serio? —su abuela asintió—. Bueno, cuéntame ¿cómo estaban?
Se sentó junto a su nieta para explicarle.
—Aparentemente cansados. Debieron trasnochar bastante. Y emocionalmente hundidos.
—Lo ves abuela, te lo dije. Anoche todo salió mal. Pobre tío Michael, que rodillazo le dio la tía, y papá como miraba a mamá cuando se iba con Jack.
Serena sonrió convencida de que la historia de aquellos cuatro no había finalizado.
—No te preocupes. Esos celos les vienen bien.
—¡Abuela!
—Créeme —rio divertida—. Déjales que se quemen un poquito más y verás como pronto irán en busca de agua para refrescarse.
—¿Tú crees abuela? —preguntó boquiabierta.
—Oh, sí… por supuesto que sí.
—Pero ¿y si no terminan de quemarse? ¿Y si tras la noche pasada, cada uno hace su vida?
Con una pérfida mirada que no daba a entender nada bueno Serena rio.
—No te preocupes cariño, ya se nos ocurrirá algo.
—Ay, abuela. Eres tremenda. ¿En qué estás pensando?
Acercándose más a ella cuchicheó.
—De momento, nadie tiene que saber que he estado con los muchachotes esta mañana. Y dentro de unos días hablas con tu padre y le dices que quieres ir de vacaciones de verano a Oahu. Seguramente a ese viaje se unirá Cat y, por supuesto, me uniré yo, que para eso me han invitado. Luego solo nos falta inventar algo para que tu madre y tu tía vengan también.
Nerviosa y divertida, Ollie vio en su abuela a una estupenda estratega.
—Eres genial, abuela. ¡Genial! Esas islas son un sitio precioso para enamorarse —dijo Ollie abrazando a su abuela.
En ese momento, oyeron las voces de Terry y Kate, y Serena levantándose cuchicheó:
—Eso he oído cariño. Y ya sabes si la montaña no va a Mahoma…
—Mahoma va a la montaña —terminó Ollie en un hilo de voz.
Emocionada por los planes que tenían en mente, Serena se volvió para mirar a sus hijas y saludó feliz.
—¡Buenos días!
—Serán buenos para ti —murmuró Terry.
—Vaya por Dios. Presiento que no estás de buen humor —replicó con una sonrisa que exasperó a su hija.
Kate, que en vez de haberse tranquilizado tras lo ocurrido la noche anterior, estaba más irascible espetó con un gesto indescifrable:
—¿Humor?… ¿Humor?… Humor el tuyo, querida madre —y dirigiéndose hacia su hija le ordenó—: Ollie, ¿podrías dejarnos un momento a solas con la abuela?
Serena miró a su nieta y tras un movimiento de cabeza la niña se levantó.
—Vale.
Una vez Ollie desapareció tras la puerta, Serena, sin inmutarse, preguntó:
—¿Qué pasa cielo?
Cuadrándose ante ella Terry le increpó.
—Lo que ocurre es que nos gustaría saber por qué anoche enviaste a Gary y a Jack para que nos acosaran de aquella manera. ¿Qué pasa mamá? ¿Te divierte liar más las cosas?
—¿A qué te refieres? —preguntó inocentemente mientras observaba a su nieta Ollie escondida tras la puerta.
—Mamá, por favorrrrrrrrrrrrr —protestó Kate.
—¡Mira mamá! —grito Terry más temperamental—. Nunca te has metido en mi vida y no te lo voy a permitir ahora. Y menos cuando se trata de esos gusanos inmundos de los cuales no quiero ni repetir el nombre.
—¿Te refieres a Sam y a Michael? Pobrecitos no les llames así.
—Mamá, ¿a qué estás jugando? —protestó Kate que no entendía nada.
Serena iba a contestar cuando Terry, retirándose con furia su pelo rojo de la cara, vociferó:
—¿Qué es eso de comprobar la reacción de Michael? ¿Mamá estás loca? ¿No recuerdas todo lo que ha pasado? ¿Pero no te das cuenta que actuando así lo único que haces es perjudicarnos a todos? Oh, mamá ¡Nunca me lo hubiera imaginado de ti! ¡Nunca!
Teatralmente, Serena se sacó del bolsillo de su chaqueta un pañuelo, y arrugando la barbilla gimió.
—Niñas mías. Tenéis razón y lo siento. Sé que actué mal, pero… pero no pude hacer otra cosa.
Ollie atónita, no daba crédito a lo buen actriz que era su abuela.
—¿Cómo que no pudiste hacer otra cosa?
—Oh sí, mamá, claro que pudiste hacer otra cosa —replicó Terry cada vez más furiosa—. Podías haberte mantenido al margen como siempre has hecho.
Serena comenzó a llorar desconsoladamente ante las miradas atónitas de sus hijas y su nieta.
—Es que… —dijo entre sollozos—, es que no podía soportar ver como ellos llegaban al auditorio tan bien acompañados por aquellas dos preciosas muchachas y vosotras…
Pero no pudo seguir. Continuó llorando mientras Ollie se tuvo que tapar la boca para no soltar una enorme carcajada. Su abuela era una enorme lianta.
Kate y Terry se miraron alarmadas. Su madre nunca había llorado así.
—Venga mamá, no te pongas así. Por favor, no llores —dijo Kate procurando calmarla.
Pero Serena, desatando toda su vena interpretativa, se secó los ojos y musitó:
—Yo quería que vieran lo preciosas que estáis sin ellos. Sobre todo quería que vieran que hombres de la talla de Jack y Gary se mueren por vosotras. ¿O acaso creéis que para mí fue un plato de buen gusto ver como ellos venían acompañados por aquellas chicas, mientras que mis hijas, mis preciosas hijas, estaban solas? —Y tras un profundo suspiro lastimero prosiguió—. Pues no. No lo pude resistir. Quise demostrarles que vosotras valéis mucho más que aquellas dos que colgaban de sus brazos.
Conmovida, Terry sonrió y se sentó a su lado para abrazarla.
—Mamá, mamá… nunca dejarás de sorprenderme —murmuró.
Kate se sentó al otro lado de su madre y, arropándola como acababa de hacer su hermana, añadió:
—Mamá, por Dios, no llores y tranquilízate o te subirá la tensión. A nosotras nos da igual lo que ellos vean o dejen de ver. Terry y yo somos felices así, contigo y con las niñas. De verdad, mami, no te preocupes.
Abrazada a sus hijas, Serena le guiñó un ojo a Ollie, que las observaba alucinada. Pasados unos segundos, se deshizo del abrazo y, levantándose murmuró con voz trémula:
—Mis niñas, os pido perdón. Prometo no volver a inmiscuirme en vuestras vidas.
Terry la besó con amor. Su madre era maravillosa.
—Por cierto ¿de dónde vienes tan guapa y tan arreglada a estas horas?
Serena tuvo que contener las ganas de reír como pudo y, tras pestañear, dijo:
—Fui a la iglesia. No he podido dormir bien pensando en lo que hice. Y ahora si me disculpáis voy a subir a mi cuarto a echarme un poco hasta la hora de la comida. Estoy agotada.
—Venga mamá —dijo Kate—, sube y descansa un rato. Y, de verdad, no te preocupes por nada.
Con la turbación aún en la cara Serena se marchó. Cuando las hermanas se quedaron a solas Terry murmuró:
—Desde luego, mamá es imprevisible. ¿De verdad crees que viene de la iglesia?
—Mira Terry. Me duele tanto la cabeza que me da igual de donde venga. Lo importante es que ya sabemos porqué mamá actuó como lo hizo. Ainsss hasta penita me da.
—Pobre mamá. Que mal ratito está pasando.
Mientras, Serena se reía por lo bajo con su nieta Ollie mientras se dirigían hacia su habitación.
—Abuela, eres mejor que Bette Davis ¡qué dramatismo! ¡Qué fuerza! Después de lo que acabas de hacer, te mereces un Oscar a la mejor actriz.
Serena respondió divertida bajando la voz.
—Ya lo sé, sinvergüenza ¿A quién te crees que te pareces tú? Ahora ya sabes, ni una palabra de todo esto y continuaremos con nuestro plan.
—A la orden, Bette Davis.
Cinco minutos después, las dos reunidas en el cuarto de Serena pensaban cuál podría ser el próximo empujoncito.