Capítulo 26

El viernes tempranito llegó Honey para quedarse con los niños. Sam y Michael estuvieron en la playa con ellos hasta las once de la mañana, después se ducharon, prepararon el equipaje y se despidieron de los niños todo lo rápido que pudieron para que no resultara doloroso para ellos. Aunque antes de irse, Sam le repitió mil veces a Honey que tendría el móvil encendido día y noche y que no dudase en llamarle si pasaba cualquier cosa.

Cuando el avión llegó a Nueva York a ambos les embargó una extraña tristeza. Habían vivido muchos años en aquella acelerada ciudad y los recuerdos se apoderaron de ellos. Al llegar al hotel llamaron a Oahu para comprobar que los pequeños estaban bien y después llamaron a las niñas. Al saber que su padre y su tío ya estaban en Nueva York se volvieron locas. Sin embargo, no recibieron la invitación de ir a cenar a su antigua casa. Kate se había negado y las niñas lo habían aceptado.

El sábado en casa de Kate era una locura. Todas estaban muy nerviosas, aunque cada una por un motivo bien diferente que ninguna reveló a las otras. Por la tarde, a las cinco y media Kate miró el reloj. Carol ya debía estar en Larry´s esperando a Sam. Y así era. Sentada en la cafetería, Carol miraba a su alrededor en busca del hombre de la foto, cuando de pronto le vio aparecer con un sombrero vaquero y sonrió.

—No sé quién puede ser —susurró Sam a Michael sentándose en la barra—. Lana es algo reservada y nunca me ha enviado una foto suya. Solo me dijo que era morena y alta.

Michael, divertido por aquella cita a ciegas, pidió unas cervezas y le dijo en tono de guasa:

—Mientras no sea una psicópata vamos bien.

—No digas tonterías.

—Espero que te reconozca rápidamente —rio Michael—. Porque vaya numerito que estás montando con el sombrerito.

De pronto, Sam se fijó en una mujer morena sentada al fondo del local y al ver que esta sonreía murmuró:

—Creo que es aquella que nos está mirando y sonriendo.

Sin ningún disimulo, Michael se volvió para mirar y, tras soltar un silbido de aprobación, preguntó:

—¿La morenaza del fondo?

Sam asintió y Michael, sorprendido, observó como aquella morena vestida con unos estrechos pantalones negros y un top rojo se acercaba a ellos.

—¡¡¡¡GUAUUU!!!! —exclamó—. Cuando regresemos a casa, necesito que me expliques cómo se liga con bombones así a través de la red.

Al ver que aquella desconocida se acercaba cada vez más, Sam sonrió y saludó con la mano mientras contestaba a Michael.

—No digas tonterías. Yo no ligo por internet. Es una amiga.

Al acercarse, ella le llamó Talabuki y, entre risas y bromas, se dieron un beso en la mejilla y se presentaron con sus nombres reales. Sam le presentó a Michael. Tras un par de cervezas y un rato de agradable conversación Carol se disculpó. Tenía que ir al servicio. Cuando esta se alejó para ir al baño, con fingido disimulo, los dos hombres se volvieron para mirarla. Aquella era una mujer explosiva muy segura de sí misma. Eso sorprendió a Sam. Cuando hablaba con Lana parecía una mujer tímida y aquella de tímida tenía lo mismo que él de chimpancé.

—Solo puedo decir ¡madre mía! —exclamó Michael.

—Exacto, madre mía —repitió Sam acalorado.

—¿Has visto qué cuerpazo tiene? —le preguntó Michael—. Joder, macho pero si se parece a Catherine Zeta-Jones.

Sam sonrió y asintió. Carol era un bombazo de mujer.

—Tengo que reconocer que estoy sorprendido.

—Y yo hermano… y yo.

—Esperaba otro tipo de mujer. No sé. No me encaja con la persona con la que hablo cada tarde.

—Oye, si no te encaja —bromeó Michael—. Me la pido, que a mí me encaja divinamente.

Sam se rio a carcajadas y, quitándole importancia a todo, aclaró:

—No te confundas. Lo mío con Lana es amistad. Solo eso —y al recordar el motivo de su viaje añadió—: Lo que estoy deseando en realidad es ver a mis niñas. Tengo unas ganas terribles de abrazarlas.

Tras dar un trago a su cerveza, Michael le miró directamente a los ojos y preguntó:

—¿Solo a las niñas?

Sabía que a Michael no le podía engañar, pero se sentía incapaz de darle la razón así que en lugar de eso contestó.

—Si lo dices por Kate estaré encantado de verla. Pero realmente mi viaje a Nueva York es para ver a mis hijas. ¿Y tú qué? ¿No deseas ver a nadie más?

Posando su morena mano en el hombro de su hermano confesó.

—Este viaje es únicamente para ver a mis chicas… —dudó y, clavando la mirada en los ojos de su amigo, añadió—: Pero vamos a ver ¿a quién queremos engañar? Pues claro que quiero ver a las niñas, pero también me muero por ver a la borde de Terry. ¿O acaso me vas a decir que tú no estás deseando ver a Kate?

Sam suspiró y murmuró como un bobo:

—Llevo tanto tiempo sin saber de ella que no sé cómo voy a reaccionar cuando la vea. Pero sí hermano, deseo verla.

—¿Sabes qué es lo único malo que veo en todo esto? —señaló Michael al ver salir a Carol del baño hablando por el móvil—. Que Kate te va a ver acompañado de una bomba sexual.

Eso mismo había pensado minutos antes pero contestó.

—Calla… calla… que me estoy arrepintiendo de haberle dicho que nos acompañara. Pero ya no puedo decirle que no venga. De todas formas es solo una amiga, nada más.

—Sí, claro, pero esa amiga que tú dices además de ser muy sexy se agarra mucho a tu brazo.

—Por eso te digo que no me encaja —volvió a repetir riéndose—. Lana, o Carol, parecía ser una persona tímida y me la imaginaba más discreta. Nunca se me hubiera pasado por la cabeza que pudiera ser una bomba sexual con un pendiente en forma de corazón en el ombligo.

Cuando Carol regresó se disculpó por la tardanza. Evidentemente no les comentó que había estado hablando con Terry para decirle que estaba con ellos y que todo funcionaba a la perfección. Carol estaba encantada con aquella cita. Sam le parecía más guapo e interesante al natural que en la foto y con un poco de suerte, si él se le insinuaba, aquella noche podía terminar por todo lo alto.

De camino al auditorio, Carol recibió una llamada al móvil. Era su amiga Bárbara. Michael, imaginando que su amiga podía ser tan atractiva como ella, le dijo que la invitara a ir con ellos al desfile. Bárbara aceptó, y cuando llegaron al auditorio donde iba a celebrarse el acto, ya les estaba esperando en la puerta. Aquella era una chica algo más joven que Carol pero igual de despampanante. Con la diferencia de que esta era rubia y llevaba puesta una falda que más bien parecía un cinturón ancho, dejando a la vista unas piernas fabulosas.

«Esto cada vez se complica más» pensó Sam al ver como Michael sonreía de oreja a oreja.

Entraron junto a sus acompañantes en el abarrotado auditorio y allí buscaron un sitio donde sentarse. En un principio, Sam pensó entrar en los vestuarios para saludar a las niñas. Pero al ver el gentío que se había concentrado, decidió hacerlo cuando todo hubiera acabado.

Desde el otro lado de la sala, Serena, atenta a todo, les divisó y sonrió. Allí estaban sus muchachotes más guapos que nunca. Pero cuando comprobó lo bien acompañados que iban no le hizo tanta gracia. Dos días antes su nieta Ollie le había contado sus planes ocultos y al verles aparecer con compañía pensó que todo se iba a ir al traste. Aunque segundos después volvió a sonreír. Quería ver cómo reaccionarían sus hijas al ver aquello. En ese momento llegaron Terry y Kate y se sentaron junto a Serena.

—Mamá —señaló Kate emocionada—. Cuando veas a las niñas te vas a volver loca ¡están guapísimas!

Terry, ajena a la presencia de aquellos, movía los hombros al compás de la música de Barry White.

—Es increíble lo que hacen los estilistas. Pero sí parecen mayores y todo. Mamá, ya verás qué lindas están —y al ver la cara de su madre preguntó en un susurro—: ¿Qué pasa?

Serena le señaló hacia la derecha. Terry no sabía qué quería decirle, hasta que vio la cabeza de Sam.

—No te preocupes mamá. Kate lo tiene superado.

Una vez dijo aquello se concentró en descubrir entre la gente a Michael. Pero las luces eran tenues y no le facilitaban su búsqueda hasta que por fin le vio y se quedó sin respiración. Al ver su reacción, Serena sonrió satisfecha al tiempo que pensaba.

«Ay… hija mía, Michael es el único que te hace palidecer».

Terry, sin poder apartar la vista de él, suspiró aturdida. Le encantaba su sonrisa. Era su carta de presentación. Siempre estaba sonriendo. Se le veía moreno y con el pelo más largo de lo habitual. Estaba fantástico. Pero de pronto se fijó que hablaba y sonreía a alguien que se encontraba a su lado y que no era precisamente ni Sam ni Carol, sino una rubia que desconocía. En ese momento Gary se le acercó por detrás y cogiéndola por la cintura preguntó:

—¿Qué te pasa, preciosa? ¿Por qué esa cara?

Terry se deshizo de su abrazo. No entendía por qué lo encontraba tan pegajoso aquel día.

—Nada, estoy nerviosa por ver a mis sobrinas.

—Ya falta poco para que empiece —susurró—. Verás como lo hacen fenomenal. Me voy, te veo luego, preciosa.

Tras darle un nuevo beso en el cuello se marchó y Serena comentó acercándose a sus hijas:

—Por supuesto que lo harán fenomenal. Mis nietas todo lo hacen bien.

—Mamá, así me gusta. Positividad ante todo —se rio Kate.

Terry se levantó acalorada. Necesitaba moverse o explotaría.

—Voy al baño antes de que empiece esto.

Kate, sorprendida por la seriedad de su hermana, fue tras ella.

—Espera, voy contigo. Mamá, no tardamos ni dos minutos.

Cuando lograron salir de la primera fila de asientos y se alejaron de su madre, Kate cogió del brazo a su hermana y le preguntó:

—¿Qué te pasa?

Volviéndose con gesto furioso, Terry respondió:

—Los he visto y mamá también.

Kate entendió perfectamente a quién se refería.

—¿Dónde están? —preguntó:

—Enfrente de donde estamos sentadas pero a la derecha —espetó enfadada.

Al ver que su hermana se ponía de puntillas para mirar, Terry la tomó de la mano y la llevó hasta un lateral desde el que señaló.

—Allí están, ¿les ves?

Le costó unos segundos distinguirle entre la gente. Y, de repente, le vio. Allí estaba Sam. El hombre que había sido su marido durante tantos años… allí estaba y parecía divertirse de lo lindo junto a la morena. Sin abrir la boca observó a Carol y maldijo una y otra vez para sí al ver su apariencia explosiva. Se suponía que Lana no debía vestir así. Luego vio a Michael junto a una rubia despampanante y el corazón se le contrajo al ver como Sam y Michael intercambiaban una mirada divertidos y reían por algo. Con el corazón latiéndole violentamente, comprobó como parecían haber rejuvenecido tras su marcha de Nueva York. Iba a decir algo cuando oyó a Terry a su lado:

—¿Quién es esa guarra?

Casi tartamudeando por la impresión Kate contestó.

—Pues… pues no tengo ni idea —y desconcertada preguntó—. ¿Quieres que vayamos a saludarles?

Terry no permitió que Kate siguiera mirándoles, la cogió del brazo y tiró de ella.

—¿Estás loca? Que vengan ellos a saludarnos a nosotras.

Kate asintió. Su hermana tenía razón.

—Sí… sí, creo que es lo mejor —y, sin poder apartar los ojos de Sam, añadió—: Terry, tienes que tranquilizarte. Disfruta del desfile. Lo que tenga que pasar, pasará.

Pero en ese momento, Kate vio como Carol acariciaba el pelo de Sam y gritó:

—Pero bueno, esa loba ¿qué narices busca?

Terry tomó con cariño la mano de su hermana y le cuchicheó:

—Me parece hermana que no debimos proponerle nada a Carol. Cuando hablé esta tarde con ella por teléfono, su tono de voz no me gustó nada —y tras mirar a su hermana suspiró—: Yo sabía que Carol era un poco loba, pero no tanto. ¡Mierda! Si lo llego a saber, ni en broma se lo hubiera propuesto.

Descompuesta por ver como aquella mujer miraba a Sam y le sonreía gruñó.

—¿Sabes lo más gracioso? Que ella está allí porque yo se lo pedí.

Consciente de que aquello iba derechito al desastre intervino Terry.

—Vamos a ver. Lo primero que haremos es tranquilizarnos. Ellos son libres y nosotras también. Por lo tanto, ahora mismo iremos a nuestros asientos y disfrutaremos del desfile de nuestras niñas o al final aquí correrá la sangre.

Kate no puedo evitar reírse. Era patético.

—Tienes razón —dijo agarrándola del brazo.

Dos minutos más tarde, estaban sentadas en sus correspondientes butacas junto a Serena.

Desde sus asientos, y a pesar de su aparente felicidad, Sam y Michael no estaban tranquilos sabiendo que las mujeres que deseaban ver en realidad no andaban lejos.

—¿Las has visto? —preguntó Sam a pesar del sonido atronador de la música.

—Ni rastro de ellas —susurró Michael—. ¿Tú crees que habrán venido?

Sam le miró al tiempo que esbozaba una sonrisa.

—Hombre, eso ni se pregunta. ¿Tú crees que Kate y la supertía Terry no vendrían a ver las niñas?

—Tienes razón. Ninguna se lo perdería —asintió Michael.

Carol, que a cada segundo estaba más animada, posó la barbilla en el hombro de Sam y preguntó:

—Chicos, ¿de qué habláis?

Michael respondió rápidamente.

—De las ganas que tenemos de ver a las niñas. Llevamos tanto tiempo sin verlas que estamos ansiosos.

En ese momento, Carol recordó algo que Kate le había comentado.

—¿Pero Olivia no estuvo allí hace poco con vosotros?

—Sí —sonrió Sam al recordar—. Pero da igual, estoy deseando ver a mis niñas.

La rubia, tras recolocarse por enésima vez el pelo, preguntó:

—¿Pero cuántos hijos tienes? Porque si aquí tienes dos y dices que en Hawái has dejado más…

—Tiene cuatro —aclaró Carol y mirándole con una seductora sonrisa añadió—. Y seguro que todos son tan fantásticos como el padre.

—Son mejores que el padre. Y mucho más guapos —respondió Michael divertido al ver el gesto de Sam.

La rubia pestañeó provocativamente y le preguntó a Michael apoyando la mano en su muslo.

—¿Tú tienes hijos?

—Inscritos ninguno —rio Michael—. Pero confieso que soy como una madre para todos los hijos de mi hermano. Sobre todo para los más pequeños.

En ese momento, las luces de la sala se oscurecieron, la pasarela se iluminó y apareció el actor Steve Martin, que actuaba como presentador. Empezó agradeciendo a todos su asistencia al evento. Tras hablar sobre cifras y porcentajes, explicó que todo lo que se recaudase aquella noche con la venta de las prendas que se iban a mostrar, estaba destinado a la educación de los niños de Brasil.

Con música de Michael Jackson comenzó el espectáculo y varios modelos de renombre, entre ellos Gary y Jack, salieron a la pasarela mientras cientos de mujeres comenzaban a gritar. Al pasar frente a donde estaban Terry y Kate con un gesto que no pasó desapercibido para los asistentes les enviaron un beso. Sam y Michael, que se habían percatado de aquello, aun sin poder distinguir a nadie por el cambio de luces, supieron a ciencia cierta que las chicas estaban por allí.

En ese momento apareció Ollie en escena. Estaba preciosa con un vestido blanco de Versace. Kate, Serena y Terry aplaudieron orgullosas al ver a la niña. Sam y Michael empezaron a gritar su nombre al tiempo que aplaudían felices y contentos. Esta reconoció las voces de su padre y de su tío entre el público y les buscó con la mirada, aunque los focos no le dejaron ver absolutamente nada.

Tras esta apareció nuevamente Gary con Cat agarrada del brazo. Ambos iban vestidos con ropa de Moschino, desenfadada y divertida, y, tras ofrecer unos pasos de baile que habían ensayado junto con otros modelos durante las últimas semanas, se marcharon riendo del escenario. El desfile duró casi media hora y una vez acabó, los asistentes pasaron a otra sala donde se servían bebidas y canapés. Kate, desde su posición, podía ver perfectamente a Sam sin ser vista. Comprobó que este miraba hacia todos lados y sonrió al ver como se le iluminó la cara cuando de pronto aparecieron Cat y Ollie y se le tiraron al cuello.

—¿Por qué no te acercas a saludarles? —preguntó Serena—. Ánimo hija, que no se diga que eres una cobarde.

Pero Kate estaba tan emocionada por lo que había visto que apenas si podía mover las piernas.

—No, mamá. No me siento con fuerzas.

En silencio, observaron como Cat abrazaba a Michael y este la besaba con cariño, mientras Sam les presentaba a sus acompañantes. Ollie miró extrañada a Carol, ¿quién era aquella mujer?

—¿Habéis visto a mamá o a la tía? —preguntó Ollie.

—Todavía no —contestó Michael—. Hay tanta gente aquí que es imposible encontrarlas.

—Estarán con Gary y con Jack —dijo Cat sin pensar—. Papá, ¿en serio te ha gustado como lo hemos hecho?

Sam, orgulloso de sus hijas, respondió feliz:

—Habéis sido las mejores, cariño. Vaya dos modelazos tengo en mi vida.

Ollie, incapaz de dejar de mirar a Carol que no paraba de tocar el brazo de su padre, preguntó recelosa:

—¿Cuánto tiempo vais a estar en Nueva York?

Michael, al darse cuenta de cómo observaba con mala cara a la morena respondió:

—Mañana regresamos, cielo. Honey se ha quedado con Sasha y Tommy, y espero que no hagan demasiadas travesuras.

En ese momento Terry pasó por allí con dos copas en la mano y palideció al encontrarse con ellos de frente. Intentó escabullirse pero su sobrina Ollie que la había visto, gritó:

—Tía Terry, tía Terry, mira quienes están aquí.

«Ollie te despellejo so… bicharraca», pensó al escucharla.

Incapaz de no atender la llamada de su sobrina, tomó aire y se volvió para encontrarse con los oscuros ojos de Michael. Se acercó como pudo hasta ellos y les saludó con una cálida sonrisa.

—Hola Sam, hola Michael. Me alegra veros por aquí.

Al tenerla frente a él a Michael se le resecó la garganta. Terry estaba preciosa con aquel pelo rojo y aquella salvaje mirada ¿Pero cuándo no había estado bonita?

—¡Aloha, Terry! —bromeó Sam arrepintiéndose al segundo por haber saludado tan contento—. No te había conocido, estás guapísima.

—Gracias, Sam —contestó con frialdad.

Y, tras una breve pero intensa mirada, Carol dejó de tocar a Sam por unos segundos. Mientras intentaban ser cordiales el uno con el otro, Michael no podía articular palabra. Terry iba vestida con un top blanco que dejaba al descubierto sus bonitos hombros y una falda de cintura baja con apliques metálicos… y aquel pelo… oh Dios aquel pelo rojo le sentaba de maravilla.

—Michael —increpó Sam al verlo inmóvil como una momia—. ¿No saludas a Terry?

Reactivándose en décimas de segundo se acercó a ella y, tras darle dos besos, balbuceó:

—Por supuesto. Perdona si me he quedado parado, pero es que no esperaba verte así.

Terry, feliz por el efecto causado, levantó el mentón y preguntó con sarcasmo:

—¿Así? Es un desfile de ropa informal. No me digas que voy horrorosa porque me muero.

Tú nunca podrás estar horrorosa, pensó Michael. Pero en lugar de eso contestó.

—No, por Dios. Si estás estupenda. Es solo que no te esperaba en este momento.

—Ah, qué susto y oye: ¡Gracias por el cumplido! —respondió Terry.

Ollie, mirando alrededor, preguntó intencionadamente:

—¿Dónde está mamá?

—Está allí —indicó Cat, señalando al fondo del salón.

En ese momento Terry vio su vía de escape y dijo:

—Iré a avisarla.

Pero Ollie, agarrándola del brazo, se lo pidió a su hermana.

—Cat, por favor, ve a buscar a mamá. Dile que papá y el tío están con nosotras.

Terry, tras cruzar una oscura mirada con su sobrina Ollie, añadió:

—Sí, cariño, ve. Dile que tengo su copa en la mano y que no tarde porque, si lo hace, seguro que me la bebo.

Cuando Cat llegó a la altura de su madre le dijo que la tía Terry la estaba esperando junto a papá y al tío y que había dicho que se diera prisa. Al oír aquello, Kate quiso morir.

—Ya has oído —la empujó Serena—. Ve antes de que se tome las dos copas.

Kate se resistió. Estaba aterrada y solo era capaz de balbucear.

—Mamá, no me apetece. Además, le prometí a Jack que le esperaría aquí.

Pero Serena no desistió. Su hija debía encontrarse con Sam fuera como fuera.

—Por eso no te preocupes. Si viene Jack yo le digo donde estás.

Kate resopló y se encaminó hacia donde estaban. Pudo ver a Terry hablar con Ollie, al tiempo que Sam sonreía ante lo que estas debían estar diciendo. Según se acercaba las piernas le flaqueaban cada vez más. Pero cuando le quedaba apenas dos metros por recorrer, tragó saliva, inspiró hondo y, tras poner la mejor de sus sonrisas preguntó:

—¿De qué os reís tanto?

Al darse la vuelta y encontrarse con su mirada, Sam no supo qué decir. Cientos de noches soñando con ella y en cómo sería la primera vez que se vieran tras lo ocurrido, y ahora estaba allí como un colegial mirándola con cara de bobo.

—¡Kate! —gritó Michael abrazándola.

Kate, al sentirse en los brazos de su excuñado sonrió. Michael. Michael la estaba abrazando. Le había echado tanto de menos. Al separarse de ella, Michael, con una sonrisa de oreja a oreja, dijo:

—Tenía unas ganas enormes de verte. Estás guapísima.

—Lo mismo te digo —consiguió balbucear.

Guiñándoles un ojo, aquel seductor polinesio con más gracias que la propia palabra las miró y preguntó:

—¿Pero qué os han hecho en estos meses a las mujeres de la familia Dallet para que estéis tan preciosas?

Terry sonrió como una tonta. Pero al percatarse de ello cambió su gesto.

—Gracias adulador —rio Kate con cariño y, volviéndose hacia Sam que aún no había dicho nada, le saludó—. Hola Sam. Me alegra volver a verte.

Este, tras tragar el nudo de emociones que pugnaba por salir de su garganta, dio un paso adelante y tras abrazarla y aspirar su perfume susurró.

—Hola, Kate.

Kate, al ver como la miraba supo que le gustaba su cambio de look. Le conocía muy bien y sabía que cuando alzaba la ceja derecha significaba aprobación. Aquella noche, cuando se había vestido para ir al auditorio, lo había hecho pensando en él. Quería estar guapa para él. Se había puesto una falda hippie de color celeste, un top negro cruzado a la espalda y había intentado tener un aspecto fresco y juvenil. Aunque ahora, comparándose con la exuberancia de Carol, se sentía fatal.

Pero fue justo aquello lo que desarmó a Sam. Aquel aspecto fresco, juvenil y divertido, con aquel pelo despuntado y alocado en lugar de su típico moño alto y su traje, le dejó tan bloqueado que no sabía ni qué decir. Ollie, al ver como había reaccionado su padre, intentó ayudarle.

—¿Verdad que está guapa, papá? —preguntó:

Sam asintió sin pestañear.

—Guapísima —sonrió y dijo con sinceridad—: Disculpa, Kate pero no me salen ni las palabras. Me he quedado bloqueado al verte y lo mismo me ha pasado cuando he visto a Terry. Os encuentro tan cambiadas que…

—Espero que el cambio que aprecias sea para bien —bromeó Terry clavándole la mirada.

Michael, tras pasarle su copa para que se refrescara la garganta y consiguiera parecer normal y no un atontado, señaló al unísono con Sam.

—Por supuesto. Claro que sí.

Ambos se miraron y maldijeron en silencio. La rubia de increíble melena, al verse algo relegada del grupo, se presentó.

—Soy Bárbara, por si a alguien le interesa.

Michael se sintió molesto. ¿Quién le había dado vela en aquel entierro?

—Encantada, Bárbara —saludó Terry—. Tienes un pelo precioso.

—Oh… gracias —sonrió mientras agarraba a Michael por el brazo, dando a entender a Terry que aquel hombre era para ella.

Aquella advertencia le hizo gracia a Terry, pero no a Michael. Y omitiendo las ganas de arrancarle sus siliconadas tetas se volvió hacia Carol que estaba detrás de Sam y le preguntó:

—¿Y tú quién eres?

Sam, al ver la mala leche en los ojos de su cuñada suspiró y la presentó.

—Esta es Carol. Una amiga.

Las mujeres se miraron a los ojos y Kate alzó la ceja ante aquella morenaza y le dejó muy claro que no estaba de acuerdo sobre cómo estaba actuando. Pero aquella, en vez de darse por aludida, se agarró todavía más a Sam.

—Encantada Carol —dijeron Kate y Terry al unísono tendiéndole la mano para saludarla.

En ese momento apareció Gary y agarró por la cintura a Terry, la alzó en volandas y tras besarle en la punta de la nariz preguntó:

—¿Qué te ha parecido nena? ¿Verdad que tus sobrinas han estado fantásticas? —y, acercándola a él, le susurró ante todos aquellos—. Por cierto, ¿te he dicho lo preciosa que estás esta noche? —Y le plantó un besazo en toda la boca.

Con la mejor de sus sonrisas, Michael presenció aquel espectáculo y cuando no pudo más miró hacia otro lado.

—Bájame, tonto —pidió Terry sin entender porqué actuaba de ese modo y estaba tan pegajoso aquella noche. Nunca se había tomado tantas libertades. Pero, en ese momento, a pesar de que estaba un poco alucinada por su comportamiento, no le importó. Es más, le gustó que Michael entendiera que la vida continuaba sin él.

Michael tras presenciar aquella muestra de cariño, se le pasó por la cabeza partirle la cara de un bofetón al memo aquel. Miró a Sam y este negó con la cabeza, así que se contuvo y siguió en su sitio manteniendo el tipo. Eso sí, agarró a Bárbara por la cintura, cosa que a esta le encantó.

Ollie no podía creer lo que estaba viendo. Aquello parecía una comedia de enredo, y nadie hacia nada por arreglarlo.

—Voy a por una copa —dijo Gary, y mirándoles preguntó—: ¿Alguien quiere una copa?

En ese momento, Terry vio su válvula de escape e intervino rápidamente.

—Yo. Venga, te acompaño. Tengo la garganta seca y necesito beber.

Y volviéndose hacia ellos dijo:

—Me ha encantado volver a veros. Pasaos por casa algún día y tomamos algo.

—Lo dudo —contestó Michael—. Mañana volvemos a casa. Quizá la próxima vez.

Terry le miró, y aunque se sintió morir en su interior al saber aquello, apuntó con indiferencia:

—Vaya… lo siento. Otra vez será.

Gary, que la esperaba a dos pasos, preguntó:

—Terry, tesoro ¿vienes?

Esta clavó su mirada en Michael y luego, dándose la vuelta, desapareció entre el bullicio. Una vez estuvo lo más lejos que pudo de aquellos, empujó bruscamente a Gary y le increpó molesta:

—Pero bueno, ¿por qué has hecho eso?

—Perdona, Terry —sonrió—. Por tu mirada, creí que necesitabas que hiciera algo así. Te vi algo turbada.

—Y un cuerno —respondió ella con un gesto que indicaba que estaba a punto de asestarle un par de puñetazos.

—Vale. Te lo diré —claudicó él finalmente—. Pero si me prometes que no dirás nada.

—Venga, suéltalo ya. ¿Por qué?

Gary, tras mirar a su alrededor y comprobar que nadie podía escucharle aclaró:

—Lo siento, nena, pero tu madre me dijo que actuara así.

Incrédula, Terry abrió la boca y, prácticamente, gritó:

—¿Mi madre?

—Te lo juro, Terry. Ella me llamó anoche al móvil y me pidió que hoy estuviera cariñoso contigo porque tú lo necesitabas. Y hoy, al ver como mirabas a aquel tipo moreno, entendí lo que tu madre me quería decir.

Sin dar crédito, Terry sonrió.

—¿Mi madre? Pero cómo…

—Me dijo algo de que quería ver la reacción de un tal Michael.

Terry no pudo contenerse y volvió a gritar.

—¿Que mi madre te dijo eso? —y llevándose las manos a la cabeza exclamó incrédula—: ¡Dios mío se ha vuelto loca!

—Pues no sé si se ha vuelto loca. Pero cuando me vine hacia aquí, estaba buscando a Jack, no sé para qué. Pero ahora ya me lo puedo imaginar.

—Dios mío —murmuró Terry—. Encuentra a Jack. ¡Ya!

Ajenos a todo, Sam y Kate continuaban hablando como dos personas civilizadas. Ollie estaba encantada con todo aquello, aunque por el rabillo del ojo miraba a su tío Michael. Se le veía molesto y no paraba de alargar el cuello en busca de su tía. En ese momento Carol y Bárbara se alejaron y se quedaron solos.

—Te veo bien, Kate —dijo Sam comiéndosela con la mirada—. En serio, el cambio te ha favorecido.

—Gracias. Y tú ¿cómo es que has vuelto a dejarte el pelo largo? —dijo Kate disfrutando del momento.

Este esbozó una encantadora sonrisa al tiempo que provocaba una medio sonrisa a Kate.

—Ya ves, unos nos lo dejamos crecer y otras se lo cortan.

Quería hacerle mil preguntas, pero solo pudo preguntarle:

—¿Te va bien en Oahu?

—Sí. El bufete que hemos abierto Michael y yo en Honolulu es modesto pero nos va bien. Y lo mejor de todo ¡no tenemos que llevar corbata!

—Vaya… con eso estarás encantado.

A Sam se le iluminó la cara.

—Pues sí, no te lo voy a negar.

Nerviosa como una quinceañera dijo:

—Me contó Ollie que tu casa es muy bonita y que le enseñaste a hacer surf.

—La casa donde vivo es la que tú conociste —ella se sorprendió y él añadió—: y en cuanto al surf ya sabes que allí es lo normal.

Kate se estremeció al recordar la maravillosa luna de miel que pasaron en aquella casa, mientras Sam seguía hablando.

—No es excesivamente grande pero para nosotros está bien y lo más importante es que está junto al mar. Cuando regresé a Oahu me di cuenta que para mí, el mar es vital.

Kate asintió con una triste sonrisa.

—Lo sé, yo también me he dado cuenta de ello con el tiempo —e intentando no emocionarse por los millones de recuerdos que pasaban por su mente preguntó—: ¿Y qué tal las clases de surf con Ollie?

Sam sonrió y se acercó a ella con complicidad.

—Su tío y yo intentamos enseñarle todo lo posible. Pero todavía le quedan algunas clases para poder mantenerse un ratito en la tabla. Pero le pone mucha voluntad —le susurró.

—Lo conseguirá. Ya sabes que Ollie consigue todo lo que se propone.

—Es como tú —asintió él—. Y tú también lo conseguiste.

Sin entender a qué se refería Kate preguntó:

—¿Qué conseguí?

—Mantenerte encima de la tabla. ¿Lo recuerdas?

Con las respiraciones al unísono mientras se observaban mutuamente Kate asintió.

—Oh, sí, claro que lo recuerdo, aunque ahora me resultaría imposible.

—No creas —susurró Sam deseoso de besarla—. Hay cosas que no se olvidan.

A Kate se le puso la piel de gallina al escucharle.

—Quizá te cueste el primer día. Pero al segundo, lo recordarías todo perfectamente. —Al escucharse a sí mismo, Sam se aclaró la garganta y, tocándose el pelo, continuó—: De todas formas, si quieres volver a practicar el surf, solo tienes que decírmelo. Ya sabes que yo estaré encantado de volver a enseñarte.

—Lo tendré en cuenta —sonrió Kate guiñándole un ojo. Instantes después se arrepintió de haber hecho aquel gesto. El guiño era algo que siempre utilizaban entre ellos. Era una contraseña secreta que significaba «quiero hacerlo».

Mientras Sam y Kate continuaban hablando, Michael se separó de ellos para darles intimidad, quedándose solo. Trató de no buscar a Terry con la mirada, pero le resultaba imposible y cuando menos lo esperaba, la encontró. Estaba sola delante de la mesa de las bebidas pidiéndole algo al camarero. Michael, atraído como un imán, se acercó hasta ella.

—Pídeme a mí otro vodka —le susurró al oído.

Asustada por aquella cercanía, se encogió. Se repuso como pudo, asintió con la cabeza, y le pidió al camarero lo que Michael le había dicho.

—Toma —ofreció Terry—. Aquí tienes tu bebida.

—Gracias, preciosa. ¿Dónde has dejado al modelo?

Terry saltó como un resorte.

—Oye tú, guaperas de isla. Haz el favor de no pasarte con mis amigos.

Michael levantó las manos y con una sonrisa que la desesperó apuntó:

—Perdone usted, señorita de ciudad. No sabía que te iba a molestar tanto mi comentario. Por cierto, ¿me has llamado guaperas de isla?

En ese momento comenzó a sonar Desafinado, la bossa nova brasileña que tanto les gustaba.

Se você disser que eu desarino amor

Saiba que isso em mim provoca imensa dor

Só privilegiados tem auvido igual ao seu

Eu possuo apenas o que Deus me deu

E se você insiste em clssificar

Com o meu comportamento de anti-musical

Nao Ihes voy mentir até voy comentar

Que isso é bossa nova…

Durante años cada vez que sonaba aquella melodiosa y dulce canción sus ojos se encontraban y se ponían a bailar, dejándose muy claro por unos minutos lo que sentían el uno por el otro. El problema era que nunca daban un paso más. Pero aquella noche todo era diferente y Michael, tendiéndole la mano, preguntó como tantas otras veces:

—¿Bailas?

Terry dio un paso atrás.

—No.

Con una seductora sonrisa Michael dio un paso adelante.

—Venga… Es nuestra canción.

Inquieta por la tortura que le estaba infligiendo, Terry asintió como una boba, pero con un bufido de frustración que le hizo reír a carcajadas le contestó:

—Mira, Michael vete a la mierda, o mejor, vete a buscar a la rubia que has traído esta noche y déjame en paz.

Terry se dio la vuelta y empezó a abrirse paso entre la gente. Michael se quedó con su copa en la mano sin saber qué hacer hasta que sus piernas comenzaron a segurla. La alcanzó y, cogiéndola del brazo, la llevó hacia un lado del salón donde no había nadie y, aprisionándola contra la pared, la escuchó gritar mientras las chispas saltaban entre ellos.

—Pero ¿se puede saber qué narices quieres Michael?

Enloquecido por el momento, por la canción y por las ganas de besarla que sentía, gritó sin poder dejar de mirar aquellos labios tentadores:

—¡¿Cómo que qué narices quiero?!

—Michael, te lo advierto, aléjate de mí.

Asustándola con la mirada, Michael asintió y sin soltarla susurró cerca de su boca:

—Te soltaré y me alejaré. Pero no sin antes hacer lo que llevo deseando hacer cada vez que bailo contigo esta canción.

Dicho esto soltó su copa, que se estrelló contra el suelo, cogió a Terry entre sus brazos y la besó con toda la pasión contenida durante años. Terry luchó por liberarse de aquel abrazo, pero poco a poco fue cediendo y al final respondió a aquel pasional beso mientras las voces de George Michael y Astrud Gilberto cantaban aquella melosa canción. Sin querer apartar su boca de la de él, Terry llevó sus manos hacia el pelo de Michael y, apasionada, se lo acarició. Al sentir que ella cesaba en sus esfuerzos por soltarse, le susurró poniéndole la carne de gallina:

—Esto es lo que quiero cariño. ¿Aún no te has dado cuenta después de tantos años?

—Michael, ¿por qué no lo hiciste antes?

Con una sonrisa que a ella le volvió loca él volvió a besarla. Ni en el mejor de sus sueños se hubiera imaginado aquella situación. Recorrió con mimo la boca de la mujer que lo volvía loco y, tras saciar momentáneamente su hambre por ella, le susurró cerca… muy cerca:

—Me dabas miedo, es más, sigue dándome miedo soltarte y que nunca más pueda volver a tenerte así.

Aturdida y excitada por el deseo incontrolable que sentía por él, susurró mientras él le acariciaba la mejilla con delicadeza:

—Te fuiste sin decirme adiós y…

—Lo sé —admitió aflojando el abrazo—… pensé que no querías sab…

En ese momento Terry vio salir del aseo de señoras a Bárbara y, sintiendo un terrible ataque de celos, le pegó un tirón del pelo a Michael.

—¿Pensaste? Pues no creo que hayas pensado mucho en mí, cuando esta noche te presentas tan bien acompañado.

Michael, al sentir aquellos celos se alegró como un idiota. Ella también lo había echado de menos. Pero también supo, al ver sus ojos furiosos, que lo que tan bien había comenzado iba a terminar fatal.

—¿Sabes chulito?

—¿Qué gruñona?

Desesperada por ver aquella sonrisa que la volvía loca gritó soltándose de sus brazos.

—¡Por lo que a mí respecta te puedes ir esta noche por dónde has venido con tu… tu… rubia de bote, y como mañana regresarás a tu isla, con un poco de suerte olvidaremos lo que ha pasado!

—No lo olvidaré y tú tampoco lo harás, cielo. Convéncete.

—Te aseguro que sí. Por supuesto que .

De nuevo la agarró por el codo. No quería separarse de ella.

—Terry… yo…

Michael se percató de que la gente les estaba mirando, pero ella, levantando un dedo para callarle, protestó soltándose de nuevo.

—No quiero volver a verte Michael, ¿me has entendido bien?

—¿Cómo me puedes besar como lo has hecho hace unos segundos y…? —voceó incapaz de creer lo que estaba pasando y, mucho menos, tras aquel apasionado momento.

—¿Que yo te he besado?

—Sí… piensa… recuerda… —le dijo en tono burlón pero, al ver su cara de mala leche, Michael se descompuso—. Pero vamos a ver, ¿tú estás loca o qué te pasa?

Eso le enfadó aún más y le empujó para separarse de él al tiempo que gritaba:

—Efectivamente, estoy loca si pienso que puede existir algo entre tú y yo —dijo alejándose de él.

Enfadado y sin importarle que la gente les viera comenzó a caminar tras ella hasta que la alcanzó.

—No, señorita, no vas a escapar de mí así como así —e inmovilizándole las manos añadió—. El beso que me has dado me ha aclarado muchas cosas ¿Acaso no has sentido lo mismo que yo?

Incapaz de dar su brazo a torcer a pesar de saber que no llevaba la razón intentó defenderse.

—¿Qué yo te he dado un beso? —gritó mirándole a los ojos, mientras él esbozaba una pequeña sonrisa—. Has sido tú maldito gusano quien me ha perseguido y me ha besado.

Sin querer separarse de ella, Michael susurró poniéndole la carne de gallina.

—¿Sabes que estás preciosa cuando te enfadas?

—¿Y sabes que tú eres un imbécil? —contestó como pudo temblorosa y, a cada segundo, más desconcertada.

Sonrió con dulzura mientras se recreaba en la imagen que ella le ofrecía.

—Ya sé que soy un imbécil —susurró antes de posar sus labios de nuevo sobre los de ella—. Pero soy un imbécil que está loco por ti y que estaría desvariando si no te besara en este mismo instante.

Acto seguido la besó y Terry le correspondió sin poder evitar responder a esa boca exigente y a esos labios abrasadores y dulzones. Pero en cuando él notó que ella se relajaba aflojó la presión que ejercía sobre ella y Terry aprovechó el momento para levantar la pierna y propinarle un estupendo rodillazo en la entrepierna que hizo que Michael cayera al suelo y se doblara en dos.

No podía creerse lo que acababa de hacer y, consciente de que todos les observaban, espetó furiosa:

—Ya me has demostrado que eres un imbécil, pero loca estaría yo si me dejara convencer por un guaperas piclaflor como tú.

Dicho esto y encendida como la pólvora se alejó de él. Con cara de circunstancias y dolorido Michael levantó la cara y murmuró a las personas que le miraban.

—No es nad… No pasa nada. Me quiere, pero no pasa nada.

Kate y Sam se acercaron rápidamente a ayudarle. Le sentaron en una silla y Sam no pudo evitar mofarse.

—Vaya, Terry sigue dando donde más duele —dijo mirando a su exmujer.

—Lo siento, Michael —dijo Kate horrorizada.

—Más lo siento yo, preciosa —susurró.

Kate cruzó una mirada con Sam.

—¿Cómo se te ocurre acosar a mi hermana de esa manera? ¿Estás loco?

—Efectivamente estoy loco —resopló—. Pero tu hermanita está más loca de lo que yo pensaba.

—Esta Terry… —se mofó Sam—. Con el rodillazo que te ha dado creo que ha decidido que no tengas hijos.

—Menos coñas que me duele horrores —resopló Michael.

Al escuchar aquello Kate, sin poder evitarlo, se molestó y dijo:

—Ya hay otros que los tienen por los demás, ¿no crees?

Sam maldijo haber hecho aquel comentario y al ver como le miraba, supo que la tregua se había acabado por aquella noche. En ese momento se acercó Jack y tomando a Kate por la cintura preguntó:

—Cariño, ¿qué ha pasado?

Kate, agarrándose a él, respondió ante el desagrado de su exmarido:

—Mi hermana, que ha saludado a un viejo amigo —y mirando a Sam añadió—: Por cierto, Jack te presento a Sam. Es el padre de mis hijas. Sam, Jack, un amigo. Y este que está sentado y retorcido por las caricias de mi hermana es el famoso tío Michael.

—Encantado —saludó Jack estrechando la mano a Sam y mirando a Michael dijo—: Te daría la mano pero creo que no es el mejor momento.

Michael asintió, sin mirarle.

—Date por saludado, colega —respondió de mala gana.

Después de un incómodo pero significativo silencio, Jack abrazó a Kate por detrás y le besó en el cuello.

—Cariño, nos vamos a la fiesta de Carolina Herrera. ¿Estás preparada?

Kate sonrió con malicia, aunque no entendía porqué se estaba tomando aquellas libertades. Un par de días antes había hablado con él y le había dejado muy claro que no quería tener ninguna relación con nadie. Primero tenía que ordenar su vida.

Sam, apretando los puños, miró a Jack con ganas de partirle la cara. Pero, con un rápido movimiento, atrajo hacia él a Carol que se había acercado rápidamente al grupo al presenciar lo ocurrido entre Michael y Terry.

—Nosotros también nos vamos a ir. ¿Verdad, preciosa?

Sorprendida por aquello, Carol asintió y Kate, que no estaba dispuesta a aguantar un segundo más aquella situación añadió:

—Me ha gustado mucho saludaros.

—Lo mismo decimos —bufó Sam.

Kate, sin tan siquiera mirar a su exmarido, tocó a Michael en el hombro y murmuró mientras se alejaba.

—Espero que te repongas rápidamente. Adiós y pasadlo bien.

Pocos minutos después Sam y Michael, que ya podía sostenerse en pie, salían del auditorio acompañados por unas desconcertadas Carol y Bárbara. Serena, que había visto todo desde un discreto segundo plano sonrió ante lo que acababa de presenciar. Ollie no sabía si reír o llorar, pero su abuela, sorprendentemente, le guiñó un ojo, así que decidió no sacar conclusiones precipitadas y esperar a que llegara el momento en el que pudiera intercambiar impresiones con ella, que para eso era la voz de la experiencia.

Aquella noche, Sam y Michael invitaron a las chicas a cenar a un restaurante italiano. Tras la cena, que se fue animando, terminaron en un bar cubano donde bailaron salsa hasta bien entrada la madrugada. Después, como dos caballeros, las acompañaron a sus casas y ellos volvieron a su hotel donde continuaron bebiendo hasta caer redondos encima de la cama.

Con el humor por los suelos, Kate y Terry acudieron a la fiesta que organizaba la famosa diseñadora Carolina Herrera. Pero no estaban para saraos. Tras lo ocurrido en el auditorio lo que más deseaban era hablar y poder desahogarse. Así que en cuanto pudieron escaparon hacia uno de los balcones. O hablaban o explotaban.

—Dios mío qué vergüenza —protestó Terry llevándose las manos a la cabeza—. Pobre Michael ¿cómo pude hacerle eso?

Kate asintió. Había sido bastante vergonzoso.

—Por Dios, Terry, ¿estás loca? ¿Qué te pasó para reaccionar así?

—No lo sé —gimió avergonzada—. De pronto estaba contenta porque me estaba besando y me decía cosas maravillosas, pero… pero al ver a esa rubia tetona, me encendí y… y… ¡Oh Dios… soy una bestia!

—¿Deduzco que te gustó el beso?

Con una sonrisa pícara, pero los ojos anegados de lágrimas Terry exclamó:

—¡Oh sí… claro que me gustó! ¡¡Me encantó!! Ha sido el mejor beso que me han dado en mi vida. Y Dios, ¡ha sido Michael! Toda la vida esperando ese sexy, dulce y divino momento —susurró al recordarlo— y fíjate como ha acabado. ¡Peor imposible!

—De verdad, Terry, no hay quien te entienda.

—Lo sé. No me entiendo ni yo.

Sin poder evitarlo Kate sonrió. Escuchar como su hermana manifestaba abiertamente lo que Michael le hacía sentir, no tenía precio.

—Terry, de verdad, me desconciertas. El tío que te gusta y que hoy estaba impresionante, te coge en plan película, te besa y te dice que está loco por ti, y tú, a cambio, le ridiculizas delante de montones de personas dándole una patada donde más duele. Pero vamos a ver, ¿por qué no piensas un poquito las cosas antes de actuar?

La joven se tapó la cara con las manos, sabía que había vuelto a meter la pata.

—Soy un monstruo. Me va a odiar toda la vida. Pobrecillo. No se merecía algo así. Pero me cegué… me cegué y…

Destapando la cara a su hermana, le levantó el mentón con cariño.

—Tranquila. No creo que Michael te odie mucho tiempo. Pero sí… eres un monstruo, aunque debes reconocer que eres un monstruo con mucha suerte, al tener a ese guaperas babeando por ti. Y ya sabes que esto no es de ahora. Es de siempre.

—Pero lo que hice hoy es imperdonable —sollozó.

—Venga, tonta —la consoló Kate abrazándola—. Michael llamará. Esta noche él ha sido quien ha dado el paso de demostrar ante todos que está loco por ti. Tranquila. Llamará.

—¿Y si no llama? —preguntó mirándola.

—Pues le llamas tú.

—Ni loca… —murmuró deshaciéndose del abrazo de su hermana.

—No seas tan orgullosa, Terry —la regañó Kate—. El orgullo no te llevará a ninguna parte. Créeme. Lo sé por experiencia.

Ambas asintieron y permanecieron unos minutos en silencio.

—¿Y tú con Sam qué? —quiso saber, entonces, Terry.

—Bien. Normal. Hablamos tranquilamente hasta que ocurrió lo de Michael, él hizo un desafortunado comentario y comenzamos a acribillarnos.

—¿Sentiste algo cuando le viste?

—Por supuesto. Sentí unas irrefrenables ganas de matarle.

Ambas sonrieron sabían que lo que en realidad había sentido era justo lo contrario.

—Somos patéticas —dijo Terry en un hilo de voz.

—Total y completamente patéticas —asintió Kate observando las estrellas—. Ni con quince años hacía y decía tantas tonterías. ¿Sabes lo peor de todo? Que Sam y yo nos conocemos a la perfección y sabemos cómo hacernos daño. Y eso es lo que hemos hecho esta noche. Y ya cuando llegó Jack, lo rematamos.

—¿Qué hizo Jack?

—Sinceramente aún no lo entiendo. De pronto, llegó hasta nosotros, me llamó cariño y me besó en el cuello. Y creo que a Sam no le hizo mucha gracia porque rápidamente cogió a Carol por banda y bueno… imagínatelo.

Terry se puso a reír.

—A mí me pasó lo mismo con Gary.

—¿En serio?

—Ya te digo. Y cuando te cuente quién fue quien envió a Jack y a Gary a que se comportaran de esa manera ante Sam y Michael no te lo vas a creer.

—¿Quién? —Kate no entendía nada.

—Pues ni más ni menos que nuestra querida madre.

—¡¿Mamá?! —gritó Kate incrédula—. ¿Estás segura?

Terry asintió.

—Segurísima. Gary me confesó que mamá le había pedido que fuera cariñoso conmigo porque quería ver la reacción de un tal Michael. ¡Para flipar hermanita!

—No me lo puedo creer —susurró Kate.

—Pues créelo porque Gary no me mintió.

—¿Pero mamá qué tiene que ver en todo esto?

—A saber…

—¿Mamá va ahora de celestina?