Capítulo 21

En Nueva York, al volver del instituto, Cat y Ollie encontraron a su abuela como cada tarde, sola leyendo un libro. Llegó la hora de la cena y como Kate y Terry no aparecían, empezaron a preparar una ensalada mientras Serena metía en el horno la carne para asar.

—Qué raro que mamá no haya regresado del trabajo —comentó Ollie.

—¿Y dónde se habrá metido tu tía? —preguntó Serena.

—Seguro que andan juntas —contestó Ollie sin darle importancia—. A lo mejor la tía fue a buscar a mamá al trabajo.

—Pues podrían llamar —protestó la abuela—. Para algo sirven esos teléfonos móviles que tienen.

En ese momento se oyó la puerta de la calle y risas.

—Hola chicas —dijo de pronto Terry al entrar en la cocina seguida por su hermana—. Perdonad el retraso pero es que hemos estado de compras y luego hemos ido a tomar algo y nos hemos retrasado.

Kate, divertida, observaba las caras de su madre y sus hijas.

—¿Mamá? ¿Tía Terry? —dijo Cat asombrada, soltando la ensaladera.

—¿Qué tal nos veis? —preguntó Terry—. Hemos pasado por la peluquería.

Ollie se acercó a su madre. Parecía veinte años más joven.

—Mamá estas guapísima, te queda genial ese pelo.

—Madre mía, hijas —protestó Serena—. ¿Pero qué os habéis hecho en la cabeza?

Boquiabierta, Kate iba a responder, pero Cat lo hizo por ella.

—Pero abuela ¡si están fantásticas!

Ollie apenas podía articular palabra. De pronto, parecía que sus padres y sus tíos habían decidido retarse a ver quién parecía más joven.

—Terry, por la cara que tiene mamá, creo que no tendría que haberme cortado el pelo —se mofó Kate.

—Pues yo te veo genial —aplaudió Ollie, al ver que su madre se había cortado el pelo como Meg Ryan; corto, despuntado y con unas mechas más rubias.

—Gracias, mi vida —agradeció su madre.

Cat, clavando la mirada en su madre, preguntó:

—¿Y dónde te has comprado esos vaqueros y esa camiseta verde? ¡Yo quiero una!

Terry, encantada por el cambio que había conseguido en su hermana, reclamó la atención de sus sobrinas.

—Bueno, ¿algún alma caritativa que me diga algo a mí?

Ollie se carcajeó y a pesar de la cara de enfado de su abuela dijo:

—Tía, estás que quitas el hipo. El pelo rizado y pelirrojo te queda genial. Y ese peto vaquero que llevas ya se sale de lo normal. ¿Dónde habéis ido de compras?

—Después de la peluquería y, tras un par de copichuelas, —rio al mirar a su hermana que no podía parar de reír—, la he llevado a una tienda muy alternativa. ¿A que es genial? —las niñas asintieron—. Mañana si queréis os llevo y compramos algo de ropa en esa tienda. Tienen cosas chulísimas.

—Quiero un peto como el tuyo —pidió Cat, que no le quitaba ojo.

Kate, feliz, asintió.

—Pues mañana vamos y lo compramos.

—¿Y qué pasa? —expuso Serena—. ¿Habéis tenido que comprar los pantalones rotos? ¿Acaso no podíais comprarlos nuevos?

Todas sonrieron, menos ella.

—Mamá, es lo que se lleva —explicó Terry—. La ropa es nueva, lo que pasa es que se hace así, envejecida.

Pero su madre no tenía ganas de juergas y señaló con dureza:

—Terry, ¿no crees que estás llegando demasiado lejos? Ya está bien que tú cometas locuras, pero que empujes a tu hermana a que las haga me parece fatal. Tu hermana es madre de estas dos niñas y no creo que deba llevar esta pinta de quinceañera que le has puesto. Todos estamos acostumbrados a tu loca manera de vivir, pero no arrastres por el mal camino a tu hermana. Ella siempre ha tenido una conducta digna y respetable.

Cat y Ollie dejaron de mirar a su madre y a su tía para dirigir sus miradas a su abuela que en una fracción de segundo había enrarecido el ambiente festivo que estas habían creado al llegar a la casa. Por unos minutos, las risas habían vuelto de nuevo a sus vidas, hasta que su abuela, raro en ella, se las había cortado.

Kate no daba crédito a lo que estaba oyendo y Terry se calló. La alegría que había en sus ojos se convirtió en ira.

—Mamá no creo que…

—Calla, Terry —ordenó Kate. Su hermana se estaba llevando una buena bronca y no iba a permitirlo—. Mamá, te quiero con toda mi alma y te respeto como a nadie en este mundo, pero no quiero volver a oír de tus labios que Terry no es digna y respetable, porque a lo mejor ella es mucho más digna y respetable que yo.

Terry se acercó a ella para que callara. Pero su hermana le indicó con un gesto que estuviera tranquila.

—Además, si yo me he cortado el pelo o me he puesto unos vaqueros, que ya veo que te desagradan, no estoy perjudicando a mis hijas y mucho menos culpes a Terry, porque nadie me ha obligado a ponérmelos. Siento que no te guste nuestra imagen, pero quizá a nosotras sí. El que me veas así con estas pintas, como tú dices, no quiere decir que haya olvidado que soy la jefa de un despacho de abogados. ¿Qué es lo que crees, que voy a ir así vestida al despacho? Por Dios, mamá no seas ridícula. Siempre he sabido diferenciar muy bien mi vida laboral de la personal, pero quizá gracias a mi hermana —dijo acercándose a Terry— me he dado cuenta que la vida no es solo trabajar, sino que hay que disfrutar de las cosas y de las personas. Además, gracias a ella las niñas y yo estamos sonriendo por primera vez en muchos meses y no te voy a consentir que la menosprecies delante de mí.

Serena, con los ojos llenos de lágrimas se levantó y salió de la cocina.

—Lo siento por la abuela, mamá, pero has estado muy bien —comentó Ollie.

Kate, mirando a Terry que en ese momento se secaba las lágrimas, susurró:

—Espero que esto haga que la abuela recapacite.

Todos sabían lo mucho que Serena echaba de menos a Sam y Michael. Aquello era lo que a la mujer le estaba amargando la vida. Ella no era así.

—Jolines como es la abuela —protestó Cat acercándose a su tía—. Tú no hagas caso, tía. Para nosotras, eres la mejor.

—Gracias, cariño —sonrió al escucharla.

Kate revolvió con cariño los rizos rojos de su hermana.

—Venga sonríe y vamos a cenar. Ollie, ve y dile a la abuela que venga.

Ollie salió en dirección a la habitación de Serena, pero se sorprendió cuando se la encontró al principio de la escalera.

—Abuela —susurró acercándose a esta—, ven vamos a cenar.

—Ahora voy —respondió esta sin mirarla.

No quería que viera las lágrimas que corrían por sus mejillas. Ollie regresó a la cocina.

Diez minutos después estaban las cinco sentadas alrededor de la mesa comiendo en silencio. El episodio vivido hacia unos minutos las había enmudecido, hasta que de pronto Serena dijo:

—Terry, perdona hija, tu hermana tiene razón. A veces digo las cosas sin pensarlas, y creo que he sido muy dura contigo.

—No te preocupes, mamá —respondió sin mirarla.

Pero la mujer insistió.

—Hasta que no me digas que me perdonas no callaré. He sido una bruja y no me he dado cuenta de que has hecho reír a Kate como llevaba tiempo sin hacerlo. Y solamente por ese detalle debería de haberme callado y no haber dicho ninguna de las tonterías que he dicho.

—De acuerdo, mamá —sonrió Terry mirándola a los ojos—. Te perdono y ya está olvidado.

Con una sonrisa, Serena se levantó para darle un cariñoso beso a su hija en la pelirroja cabeza y Kate sonrió al ver el gesto afable de su madre. Esa sí. Esa sí era la gran Serena.

—Bueno hay otro detalle que me gustaría saber. Os conozco y esas miraditas que os echáis me hace presuponer ¿Escondéis algo?

Sorprendida por la agudeza de su madre Kate contestó.

—Solo te diré que el sábado que viene por la noche, mi hermana y yo tenemos una cita para ir a una fiesta.

Ollie se sobresaltó. Aquello podía frustrar sus planes.

—¡¿Cómo?! —dijo Cat.

—¿Con quién? —preguntó Ollie.

—Lo sabía —rio Serena—. Sabía que esas miraditas entre vosotras escondía algo.

Kate y Terry se miraron y sonrieron.

—Bueno, chicas cuando os lo digamos no os lo vais a creer —dijo su tía—. El caso es que estábamos tomando algo en un bar esta tarde, cuando de pronto nos dice el camarero que las consumiciones nos las habían pagado los caballeros de la mesa del fondo —al escuchar aquello Kate comenzó a reír—. Primero nos sorprendimos, después le dimos las gracias al camarero y seguimos a lo nuestro. Pero resulta que cuando esos caballeros ya se iban, han pasado por nuestro lado y se nos han presentado. ¿Y a que no sabéis quiénes eran?

—¡Venga tía, suéltalo ya! —chilló Cat—. ¡Me estas poniendo nerviosa!

—Que lo diga tu madre que yo todavía no me lo puedo creer —se mofó Terry divertida.

Kate se secó la boca con la servilleta y miró a sus alucinadas hijas.

—Eran nada más y nada menos que Gary Smacks, Jack Birmingans y Paul Baston. Los top model que tan de moda están últimamente en todos los lados.

Cat y Ollie se quedaron mirándolas sin habla. Aunque fue Cat la primera en reaccionar.

—Anda ya, mamá. Seguro que os habéis confundido, ¿cómo van a ser ellos?

Kate y Terry se miraron, sabían que no las creerían.

—Venga, hombre —se guaseó Ollie—. Creo que os han tomado el pelo. Acaso creéis que Jack Birmingans, Paul Baston y Gary Smacks no tienen otra cosa que hacer que invitar a dos mujeres mayores como vosotras y…

Al escuchar aquello Serena se carcajeó. La dulce Ollie acababa de llamar viejas a su madre y tía.

—Será posible la mocosa esta —protestó Terry—. ¿Nos ha llamado vejestorios?

—Tía, no he dicho vejestorios —se disculpó Ollie, al entender que quizá su comentario no había sido el más acertado—. Cuando he dicho mujeres mayores, me refería a que ellos además de que son más jóvenes que vosotras, están siempre rodeados de chicas jóvenes y preciosas. No por eso os estoy llamando vejestorios. Solo que creo que os han tomado el pelo.

—Todo puede ser en esta vida —sonrió Serena—. Yo no dudaría de la palabra de vuestra madre y menos aún de la de vuestra tía. Ya sabes que ella, por su trabajo, conoce a muchos modelos y actores.

—Pero abuela —apuntó Cat—. ¿Cómo quieres que nos lo creamos? Es como si me dicen que mañana vendrá Robert Pattinson a mi casa a desayunar y que además me preguntará si quiero leche o copos de maíz. ¿Tú crees que me lo creería? Pues no.

—De acuerdo, niñas de poca fe —asintió Terry al mirar a su hermana—. Esto es muy sencillo de demostrar. Vosotras mismas veréis si nos han tomado el pelo o no el sábado cuando vengan a recogernos a las ocho y media. Nos han invitado a cenar y a una fiesta.

—Exacto —asintió Kate divertida—. Vosotras mismas lo comprobareis. Y ahora, mamá pásame la ensalada que estoy hambrienta.

Tras esto las cinco mujeres continuaron su cena entre risas y apuestas sobre quién tendría razón el sábado por la noche.