El sol en Oahu aquel día era más ardiente que ningún otro que recordasen. Sam estaba en su despacho escuchando a la señora Peebles. Quería divorciarse de su marido Tlico Telicua, tras cuarenta años de matrimonio, porque había llegado a la conclusión de que ya no la quería.
Tras años de experiencia en su profesión, sabía que aquella mujer nunca se divorciaría de su marido, pero Sam la escuchó con paciencia. Cuando la señora Peebles salió por la puerta, tras una hora de charla, Michael se levantó de su mesa y sacó una Coca-Cola fresquita de la pequeña nevera que tenían en el despacho para Sam.
—Toma hermano, te la mereces —dijo poniéndosela encima de la mesa.
—Gracias, Michael —asintió agotado. Y añadió con una sonrisa—. La próxima vez te toca a ti.
Desde la primera visita de aquella mujer, habían optado porque cada vez que volviera la atendería uno.
—Hace un calor de mil demonios —se quejó Michael mirando por la ventana—. El mar está en calma total. Hoy no habrá surf.
Sam consultó su agenda.
—Hoy tengo un día emocionante. Dentista con Sasha y pediatra con Tommy. Tengo la tarde completa.
Michael sonrió y posándole la mano en el hombro añadió:
—Hoy es viernes. ¿Qué te parece si esta noche llamamos a Honey y le pedimos que se quede con los niños para irnos al Aloha Skatt´s, a tomar unas copas?
—Perfecto, cariño —bromeó Sam—. Pero de momento vayamos a comer. Estoy muerto de hambre.
—Vaya —silbó Michael—. Si son las dos y media. Al final vamos a tener que cobrar a la señora Peebles. Venga, levanta el culo y vamos al bar de Dick a comer algo.
Al llegar al Mohana life saludaron a algunos amigos. El bar de Dick era el típico bar restaurante frente a la playa, donde por las tardes los surfistas y turistas de la zona comían y por las noches se tomaban unas copas.
Samantha, la mujer de Dick, siempre que les veía sonreía y les preparaba algo rico para comer. Le gustaba tener cerca a los dos guapos abogados que eran amigos de toda la vida. Solía presumir con sus amigas de la amistad que tenía con ellos, pues tanto Sam como Michael, eran dos buenos peces a las que muchas solteras del lugar les gustaría pescar. Mientras Samantha les preparaba algo de comer, se encaminaron al fondo del bar para echar una partida de billar. Entre risas y bromas comenzaron a jugar, hasta que de pronto se les acercó un hombre.
—¡Sam y Michael! Pero qué alegría encontraros —exclamó.
—Stephen Morello —saludó Michael acercándose a él—. ¿Cómo tú por aquí?
—Hola Stephen —asintió Sam sin acercarse.
Stephen Morello era un abogado de un buffet de Nueva York. Alguien con el que habían luchado en los juzgados en defensa de sus clientes y un hombre con el que habían compartido más de una cervecita y risas en el bar. Michael, extrañado por aquel frío recibimiento por parte de Sam, le miró y notó que había cambiado el gesto.
—Chicos ¿todavía juntos? —bromeó este—. Al final voy a tener que pensar que sois una pareja de hecho.
Michael tomó a Sam por los hombros y bromeó.
—Sí, querido y somos tremendamente felices. Tenemos dos niños preciosos y una casa monísima. Pásate por casa algún día y los conocerás.
—En serio —sonrió aquel—. ¿Cómo vosotros por aquí?
Sam, apoyándose en la mesa de billar respondió.
—Vivimos aquí desde hace unos meses.
—No me digas que Kate está aquí también —dijo mirando alrededor.
En ese momento Sam blasfemó y Michael sin entender lo que ocurría se percató de que aquel fortuito encuentro no iba a terminar bien.
—Pues no, no está aquí. Nos hemos separado.
Para calmar los ánimos, Michael intentó desviar la conversación.
—¿Y tú qué haces en nuestra isla?
—He venido con una amiga —dijo señalando a una despampanante rubia con un minúsculo bikini azul que bebía en la barra—. ¿En serio te has separado de Kate?
—Sí.
Stephen, con guasa, le miró y le dio unos golpecitos en el hombro.
—Has hecho bien. Para qué disfrutar de una sola cuando estando libre puedes tener a todas las mujeres que quieras.
A Sam se le revolvió el estómago y acercándose intimidatoriamente le dijo entre dientes:
—Te ha faltado la parte que dice, siempre y cuando no haya un cabrón sin escrúpulos que se fije en tu mujer y te arruine la vida.
Michael, sin entender nada, se puso alerta. ¿Qué estaba pasando allí?
—¿A qué te refieres Sam? —preguntó Stephen algo acalorado.
Incrédulo por la desfachatez que mostraba, Sam comenzó a jugar al billar. Si no lo hacía le iba a partir el palo en la cabeza.
—Solo te diré una cosa maldito cabrón, hijo de puta —y con un golpe seco echó el taco hacia atrás. Stephen, al notar el golpe seco en la entrepierna, cayó al suelo casi sin respiración.
—Te comportaste como un malnacido al liarte con mi mujer. Pero todavía lo fuiste más cuando supiste lo del bebé y desapareciste dejándola sola con un gran problema. Solo espero que la vida te devuelva todo el dolor que has causado, maldito cabrón —dicho esto, Sam soltó el taco del billar sobre la mesa y se marchó del bar.
Michael, testigo mudo de todo aquello, no entendía nada. Miró a Stephen que gimoteaba de dolor en el suelo, pero sin pensárselo dos veces salió en busca de su hermano, al que vio dirigirse al despacho muy enfadado.
—¡¿Te importaría esperarme?! —gritó Michael. Pero Sam no le escuchaba.
Al entrar en el despacho, Sam se fue directo al baño, cerró la puerta y se echó agua en la cara. Por fin había hecho lo que tantas veces había deseado. Cuando Michael entró se imaginó dónde estaba y esperó pacientemente. Pero pasados diez minutos al ver que aquel no tenía ninguna intención de salir para darle ninguna explicación, se marchó. Un rato después regresó con la comida que habían encargado en el bar de Dick.
—Tesorito, ¿comemos? —le preguntó dando unos golpecitos en la puerta.
Sam, tras la puerta del baño, sonrió. Por fin se animó a salir y se sentó a comer sin decir ni una sola palabra.
—¿Pero se puede saber qué te ha pasado? —preguntó Michael pasados unos minutos.
—He saldado una antigua deuda.
—¿Te había ocurrido algo con el imbécil de Stephen y no me habías dicho nada?
Sam asintió y Michael, tras meterse un pedazo de carne en la boca, se quejó:
—Últimamente no paras de sorprenderme. Ya no sé si eres tú o un desconocido.
Al ver su gesto serio y el entrecejo fruncido, Sam suspiró. Michael no se merecía tantos secretos así que se dispuso a revelarle por fin detalles dolorosos para él.
—Te contaré porqué lo hice si prometes que será un secreto entre tú y yo.
—Te lo prometo. —Y para destensar la crispación que veía en su rostro hizo algo que siempre hacía Sasha cuando les contaba un secreto. Movió la mano como si cerrara con llave la boca y después hizo ademán de tirarla.
—Mira que eres tonto —sonrió Sam por fin.
Y comenzó a explicarle el porqué de lo ocurrido dejando a Michael totalmente anonadado. Cuando terminó su relato, fue Michael quien habló:
—Te juro que en la vida lo hubiera imaginado. ¿Me estás diciendo que Kate, la mujer perfecta, se lió con ese indeseable, se quedó embarazada y se planteó dejaros a las niñas y a ti para irse con él? —Sam asintió dolorido—. Increíble. Hasta las personas perfectas comenten errores.
—Kate es perfecta —defendió Sam—. Es humana como tú y como yo y comete errores. En su momento me dolió mucho pero la quería tanto que la perdoné.
—Ahora entiendo porqué Kate nunca montó un espectáculo tras descubrirse lo tuyo. Ahora lo entiendo todo.
Sam, al pensar en su exmujer se tocó con preocupación la cabeza y confesó.
—Sin embargo, su error, a pesar de haberla perdonado, fue lo que dio paso a lo de Nicole.
—¿Cómo conociste a Nicole? —se atrevió a preguntar Michael. Sabía que aquel era un terreno difícil y nunca había entrado en él.
—¿Te acuerdas cuando viajé a Alemania? —Michael asintió—. Su avión hizo escala en Alemania para recoger unos pasajeros. En el aire, al pedir unas bebidas, la azafata se confundió y le dio la mía a ella y a ella la mía. Nos dimos cuenta en seguida y en vez de decírselo a la azafata directamente nos las intercambiamos y comenzamos a hablar. No paramos de hablar hasta llegar a Nueva York. Y aunque yo había perdonado a Kate, algo en mi interior estaba roto. En aquella época Kate estaba fría y distante conmigo y cuando conocí a Nicole, no pude resistirme. Necesitaba que alguien me abrazara y me dijera que me quería. Y cuando conocí a Sasha, tan chiquitina, tan bonita, con esa carita de ángel yo…
—¡¿Sasha?! ¿Cómo que cuando conociste a Sasha?
Sam sonrió y sorprendiendo de nuevo a Michael confesó:
—Sasha no es mi hija biológica, pero la quiero como si lo fuera.
—¿Pero entonces Sasha, qué…? —preguntó un Michael cada vez más incrédulo.
—Cuando la conocí tenía seis meses. Un día comenzó a llamarme papi —sonrió al recordarlo— y no pude decirle que no era así. Era mi niña. Luego, con el tiempo, nació Tommy y les di a ambos mi apellido. Son mis hijos. No consentiré que nadie le haga daño a Sasha, porque ella para mí es tan hija como Cat, Ollie o Tommy. Y por favor, esto no puede salir de aquí. Mi intención es que ella nunca lo sepa.
—No te preocupes. Ese secreto morirá conmigo.
Sam convencido de que así sería sonrió y apuntó:
—Cuando ocurrió lo de Nicole di gracias al cielo por haber reconocido a la niña y al niño con mis apellidos. Si no hubiera sido así, me los habrían quitado los servicios sociales y, aunque con el tiempo hubiera podido demostrar que el padre de Tommy era yo, nunca hubiera podido conseguir demostrar lo mismo de Sasha. Si eso hubiera ocurrido no me lo hubiera perdonado nunca —y a continuación murmuró emocionado—. Ella es mi niña.
Tras un corto pero cargado momento de emociones, al final Michael posó su morena mano sobre la pierna de aquel y preguntó.
—Hermano ¿tienes algo más que contarme?
Sam le respondió con una sonrisa.
—Perdóname por no haberte contado nunca nada de Nicole y los niños. Pero no quería implicarte en algo que yo mismo sabía que estaba mal. Pero la vida a veces es difícil de digerir y…
—Sam… ¿Puedo preguntarte una última cosa?
—Tú dirás hermano.
—¿Por qué no te divorciaste de Kate? Podrías haber comenzado una nueva vida con Nicole y los niños.
Sam tomó aire.
—Porque yo sin Kate no podía vivir. La amaba y la amo demasiado. Todavía me cuesta dormir por las noches sin sentirla a mi lado. Sé que es terriblemente egoísta esto que te digo, pero yo amaba a Kate y Nicole me amaba a mí. Hubo un momento en que decidí que aquella relación con Nicole tenía que acabarse. Pero un día me llamó y me dijo que estaba embarazada. Te juro que en ese momento me quedé bloqueado, y cuando ella me confesó que no quería abortar me alegré. Hablé con ella y le dejé las cosas muy claras. Yo amaba a mi mujer y a mis hijas y nunca, pasara lo que pasara, pensaba separarme de ellas. Nicole tenía unas ideas muy liberales y con tal de llevar la contraria a su madre —sonrió— aceptó vivir conmigo aun sabiendo que nunca dejaría a Kate. Nos veíamos poco, unos días al mes. Pero a ambos nos bastaban. El resto ya lo sabes.
—¿Cómo no me di cuenta nunca?
—Porque los humanos, sabemos ocultar los secretos, por eso tampoco te enteraste de lo de Kate. Pero ya has visto, la vida al final siempre pasa factura y algo que en un momento creías controlado se descontrola y…
—Tengo otra pregunta —sonrió Michael—. Ya sé que te dije antes que era la última, pero…
—Dispara hermano —contestó Sam a sabiendas que con el tiempo tendría muchas más.
—¿Qué pensabais decirles a Sasha y Tommy cuando crecieran? Ellos preguntarían dónde iba su padre tan a menudo.
Sam asintió.
—Si te soy sincero nunca lo pensamos. Vivíamos el presente. Me imagino que cuando hubiera llegado el momento nos hubiéramos vuelto locos pensando qué decirles pero… no, no lo pensamos. —Con gesto triste miró a su hermano y susurró—: Pobre Kate, si la hubieras visto aquel día en el hospital como cuidó de Tommy, mientras yo atendía a Sasha. Nunca la podré olvidar. Es una gran mujer que espero que sea feliz. Se lo merece.
En ese instante Michal pensó en Ollie y en aquello que le había dicho del empujoncito.
—Tú también te mereces lo mejor —susurró Michael—. Oye, si quieres, cenamos en casa esta noche y seguimos conversando.
Sam asintió. Haber hablado por fin de todo aquello con normalidad le reconfortaba.
—Me parece estupendo. Gracias, Michael.
—De nada —y para hacerle sonreír añadió—: Que sepas que has dejado a Stephen para el arrastre. Ya estoy viendo a la rubia explosiva que le acompañaba poniéndole pañitos de hielo toda la noche.
Y ambos se echaron a reír.