A la mañana siguiente a la hora del desayuno, como tenían por costumbre, procuraban estar todas juntas antes de comenzar cada una con sus quehaceres diarios. Serena fue la primera en sentarse a la mesa y cuando aparecieron sus nietas ya estaba bebiéndose los últimos restos de su café.
—Buenos días, abuela —saludó Cat con alegría sorprendiéndola. Feliz por verla sonreír respondió:
—Buenos días, preciosas ¿Qué tal la noche, habéis pasado mucho calor?
—Yo ni me he enterado —contestó Ollie—. Estaba tan cansada que apenas si me di cuenta del calor.
—Y yo he dormido como un lirón —respondió Cat.
Abanicándose con una servilleta la mujer contestó:
—Hijas pues qué suerte porque ha sido tremendo el agobio. Yo al final tuve que levantarme y salir un rato al jardín. Allí por lo menos estaba fresquita.
En ese momento, entró Terry todavía en pijama. Algo raro en ella.
—Terry cariño ¿estás enferma? —preguntó Serena.
—No mamá, tranquila —sonrió—. Hoy he decidido tomarme el día libre.
—Vaya qué suerte —dijo Ollie y al escuchar acercarse los pasos de su madre dijo mirando a su hermana—. En Hawái debe hacer mejor día que aquí. Apuesto a que papá y el tío irán hoy a la playa para practicar surf.
Kate apareció, como siempre, perfectamente arreglada con su traje gris y su moño, pero al oír aquello sintió cómo el estómago se encogía, aunque supo disimular.
—Qué suerte vivir en la playa —asintió Cat—. Tiene que ser alucinante.
—Ya te digo —asintió Ollie—. Cuando veas donde viven papá y el tío… ¡fliparás!
Terry y Kate cruzaron una mirada y no comentaron nada, así que Ollie prosiguió:
—Papá y el tío viven a pie de playa y por la noche te duermes escuchando el sonido del mar. Y por la mañana cuando te levantas te sorprende ver que el azul del mar tiene mil tonalidades diferentes. Vamos… increíble.
Tras escuchar durante diez minutos las maravillas habidas y por haber de Hawái, Terry se dirigió a su callada hermana:
—Kate ¿te ha enseñado Ollie las fotos de sus vacaciones?
De vuelta de la burbuja en la que se había sumergido al escuchar hablar de Hawái y de Sam, miró a su hermana extrañada.
—¿Por qué estás en pijama? —preguntó:
—Dice que se coge el día libre —comentó Serena con guasa. Eso la extrañó, Terry no había dicho nada el día anterior.
—Qué suerte ¡un día libre! —suspiró Kate—. Yo tengo dos juicios, una demanda de divorcio, y seguro que algo más —pero al recordar lo que su hermana le había preguntado añadió—: ¿Qué fotos?
—Mamá, anoche hable con papá por Internet —reveló Cat emocionada.
Kate sonrió. Era una fantástica noticia. Ahora entendía porqué aunque Sam estaba en el chat no había hablado con ella. Se alegraba por él.
—Qué bien cariño. Papá te quiere mucho y sé que para él habrá sido importante hablar contigo —y mirando a su hija pequeña preguntó—: Seguro que fuiste tú quien la convenciste ¿verdad? —esta asintió.
Serena las observó sin decir nada. Hablar de Sam y Michael aún le dolía y procuraba omitir el tema. Les echaba demasiado de menos.
—Pues no te equivocas mamá —asintió Cat—. Y te puedo asegurar que gracias a ella he vuelto a reencontrarme con papá.
—No creo que nunca lo perdieras, tesoro —susurró Kate pero al sentir la patada de su hermana por debajo de la mesa miró a su hermana.
—Te he preguntado si Ollie te ha enseñado las fotos de sus vacaciones —repitió Terry, dándole otra patadita a su hermana por debajo de la mesa.
Sin entender a que se refería Kate respondió con calma.
—Pues no. No me las ha enseñado. —Y mirando la hora añadió—. Por cierto chicas, hoy llegareis tarde al instituto como no corráis.
—Vamos niñas. Oh Dios… qué tarde es —protestó Serena.
—¡Ostras! —exclamó Cat—. Hoy no llegamos.
Kate reaccionó con rapidez.
—Un minuto. Me bebo el café y os llevo yo.
—Ni hablar, cielo —se levantó Serena—. Tú desayuna tranquilamente, que yo las acercaré al Instituto.
—Gracias, abuela —Ollie terminó su cacao—. Mamá toma las fotos de mis vacaciones. ¿Quieres verlas?
«Lo deseo con todo mi alma» pensó Kate.
—Si me las enseñas, cariño, por supuesto que las miraré.
Ollie sacó el paquete de su mochila pero, antes de entregárselo a su madre, añadió:
—Si quieres las separo, para que veas solo en las que estoy yo.
—No, cariño —sonrió bajo la atenta mirada de todas—. No pasa nada tesoro, ya conozco a Sasha y a Tommy, y creo que son unos niños geniales.
—¡Ollie! —la regañó Serena—. Creo que está fuera de lugar que vayas enseñando esas fotos a todo el mundo. Me parece insensato por tu parte…
—Abuela, yo no creo que…
—Mamá —interrumpió Kate—. Ollie hace muy bien enseñándome las fotos de sus vacaciones. Es más, si ella no me las hubiera ofrecido —mintió esta—, hubiera sido yo quién se las hubiera pedido. Son las fotos de mi hija y si para ella son importantes, también lo son para mí.
—Mamá, por favor —dijo Terry—. No seas absurda, son solo unas fotos.
Serena, que desde el día que Sam salió por la puerta no había vuelto a mencionar su nombre, protestó. Habían sido muchas las noches que, impotente, había oído a su hija llorar a través de la puerta. Eso se le había quedado grabado en el corazón, junto a otras cosas que se negaba a recordar.
—Tú verás lo que haces Y no me considero absurda. Solo digo lo que pienso —siseó antes de salir—. Niñas, daos prisa o llegaréis tarde.
Ollie se acercó a su madre, le tendió el paquete de fotos, y después le dio un beso.
—Cuando las hayas visto me las dejas en mi habitación, por favor.
—Por supuesto —contestó Terry cogiéndolas—. No te preocupes. Anda, ve con la abuela y con Cat que al final llegareis tarde.
Cuando Ollie salió y se quedaron solas Terry silbó.
—Madre mía con mamá, cuando quiere sabe poner el ambiente calentito.
Kate intentó disculparla.
—Es normal. Todavía no ha aceptado lo de Sam. Le quería demasiado, a él y a Michael, y lo que le ha pasado ha partido en dos a mamá.
Con impaciencia, Terry le pasó el paquete de fotos.
—Toma y míralas.
—Chica —rio esta—. Estás nerviosa. ¿Qué te pasa?
—Mira las fotos —apremió—, y luego me cuentas.
Con manos temblorosas, Kate abrió el sobre, sacó las fotos y la primera que encontró fue una de Ollie en la playa.
—Está preciosa —sonrió Kate. Pero cuando vio la siguiente se quedó sin habla y su sonrisa se congeló.
Terry, al ver su reacción le quitó las fotos de las manos y la abrazó. Pero Kate se deshizo del abrazo de su hermana y de nuevo cogió las fotos.
—Ay Dios… Ay Dios.
—Sé lo que piensas —insistió Terry mientras su hermana no daba crédito a lo que veía.
—Está guapísimo ¿no crees? —dijo enseñándole la foto en la que Sam estaba con su traje de neopreno y la tabla de surf.
Incapaz de mentir Terry asintió.
—Tienes razón. Ayer cuando las vi te juro que fue como si regresara al pasado. Fíjate si me quedé atontada que volví al cuarto de Ollie para preguntarle si eran fotos actuales. Tenías que haber visto su cara. Debió pensar que estaba loca.
Pero Kate no podía casi respirar. Ver a Sam en todo su esplendor en Oahu le llenaba la cabeza de recuerdos maravillosos.
—Regresar a su isla le ha sentado muy bien. Se le ve estupendo y feliz —consiguió decir por fin.
—¿Solo estupendo? —resopló Terry—. Pues no te digo nada, pero espera a ver a Michael.
En ese momento apareció la foto de este con la espumadera en la mano y Kate soltó una carcajada. Terry, arrebatándole la foto de las manos preguntó:
—¿Está más guapo que nunca o soy yo que lo veo así?
Kate miró con curiosidad a su hermana.
—¿No me irás a decir ahora que estás colgada por Michael? —Terry la miró y no contestó—. Dios Terry, él se ha pasado años detrás de ti y tú ni caso y ahora no me…
—Ni lo pienses —dijo devolviéndole la foto—. Es solo una apreciación. Al ver las fotos me recordaron a otras que me enseñaste de cuando les conociste.
Kate asintió.
—Es cierto. Yo tengo unas fotos como estas guardadas en mi habitación —y levantándose dijo—. Ven, vamos a buscarlas, verás que poco han cambiado.
Terry miró el reloj y añadió:
—Te recuerdo, hermanita, que tenías dos juicios, una demanda de divorcio y…
Kate se detuvo en seco.
—Eso lo soluciono en un momento.
Y sin importarle nada, se quitó los taconazos, llamó a su secretaria y asignó sus tareas a otros abogados. Cuando colgó miró a su hermana con una sonrisa triunfal en la boca.
—Tengo el día libre. Para eso soy la jefa.
Como dos chiquillas, las hermanas subieron las escaleras corriendo entre risas como hacía años que no hacían. Por un momento, habían vuelto a su adolescencia. Aquello era como hacer una trastada a espaldas de su madre y eso lo hacía más interesante aún. Cuando llegaron a la habitación de Kate, esta se quitó el traje bajo la atenta mirada de su hermana, que asintió con aprobación al ver lo espléndida que estaba aun habiendo tenido dos hijos.
—Terry, hazme un favor, coge el álbum azul que está allí encima de aquel estante —dijo mientras se soltaba su larga melena rubia y se lo recogía en una coleta.
—Toma —dijo entregándoselo.
—Aquí están. Oh Dios… ¿ves cuánto se parecen estas fotos?
Terry estaba alucinada. Realmente las fotos que Ollie había hecho se parecían un montón a unas de veinte años atrás. En una se veía a Sam y a Michael vestidos con sus trajes de surf. Y en otra se podía ver a Michael pelando patatas con unas bermudas parecidas a las que llevaba en la foto. Kate las miró con cariño. Sam y Michael no habían cambiado en exceso, quizá se les veía más atractivos ahora que eran más maduros.
—¿Por qué le dejaste marchar? —le preguntó Kate cuando la vio quedarse ensimismada con una de las fotos.
Terry no respondió ni la miró. Solo tenía ojos para aquella instantánea en la que Michael y ella reían disfrazados de Pedro y Vilma Picapiedra. Aquel día, en aquella fiesta, sin proponérselo, una bossa nova, Desafinado se había convertido en su canción.
—¿Por qué nunca le diste una oportunidad? —insistió Kate.
—Es difícil de explicar —confesó Terry—. Él era un buen amigo y su compañía me encantaba. Aunque no te niego que me gustara y sé que yo le gustaba a él. Pero creo que siempre nos ha dado miedo comenzar algo y estropear nuestra bonita amistad. Por experiencia, los dos sabemos que cuando acabas con alguien en la cama, ya nada vuelve a ser lo que era. Además, era demasiado bonito. Tú y Sam, Michael y yo… era demasiado perfecto y estaba segura de que no sería una buena idea.
—¿Por qué cuando te dije que se iba con Sam no hiciste nada por impedirlo?
Terry, encogiéndose de hombros, confesó.
—Por cobardía. Me dio miedo sentirme rechazada. Soy una cobarde, lo sé.
—Pues te equivocaste. Michael, nunca te hubiera rechazado.
—¿Cómo puedes decir eso cuando se fue sin decirme adiós?
—Terry —acusó Kate—, oí lo que le dijiste la mañana que le sugeriste que desayunara, comiera y cenara en su casa. Desde donde yo estaba vi tu cara y la de él, ¿cómo iba a venir a despedirse de ti?
Escuchar aquello le dolió, sabía que su hermana llevaba razón.
—Pero yo creía que él sabía lo de Sam y que ya conocía la existencia de esos niños. Sé que actué mal ese día, pero no podía soportar que viniera cada mañana y actuara como si no hubiera pasado nada.
—Tampoco él sabía nada hasta que todo explotó —comentó Kate—. Demasiado hizo en seguir viniendo, aun habiéndose marchado Sam, para intentar cuidarnos a todas.
Tumbándose con desgana en la cama Terry asintió.
—No tengo fuerzas para llamarle e intentar hablar con él. Seguro que ya se ha olvidado de mí.
Kate no estaba segura de ello. Michael era como Sam, fiel a su corazón. Pero sin ganas de dar más vueltas al problema admitió.
—Quizás tengas razón. Es hora de que Michael comience su vida. Mientras estuviste casada no se acercó a ti y luego aceptó su derrota cuando te divorciaste. Quizás sea mejor así.
—¿Por qué seré siempre tan imbécil? —preguntó Terry incorporándose—. Es como si nunca viviese la realidad, como si nunca estuviera de acuerdo con mi vida.
—Sí, hermanita, eres un poco complicada —dijo abrazándola mientras miraba las fotos—. Pero Michael, con ese pelo largo que lleva ahora, está guapo a rabiar, justo como el día que le conocí.
—Lo sé —sonrió con tristeza—. Cuando me lo presentaste recuerdo que me llamó la atención su simpatía y su forma de vestir. Eran diferentes a los chicos que conocíamos aquí en Nueva York. Mientras nuestros amigos hablaban de discotecas y drogas, ellos hablaban del surf. De cabalgar olas. Eran diferentes ¿verdad?
Kate miró las fotos con nostalgia y asintió.
—Lo eran y lo son… Y mirándoles en la foto se puede comprobar que ahora están donde tenían que estar.
Consciente de porqué decía aquello su hermana insistió.
—Pues eso debería hacerte reflexionar, ¿no crees?
—Sé lo que quieres decir —asintió—. Sam ha vivido en Nueva York todos estos años por mí y por las niñas. Incluso dejó a un lado el ir a la playa en verano para ir con nosotras a Europa. Ahora me doy cuenta de que me equivoqué con la vida que he intentado hacer llevar a Sam.
—Tampoco le has puesto una pistola en la cabeza, no exageres.
—Ya lo sé —sonrió—. Pero tampoco le presté atención. Me acomodé a mi vida y no miré atrás para ver si me dejaba algo en el camino. Y ahora me doy cuenta de que sí.
—Todavía le quieres, ¿verdad?
Kate miró a su hermana y respondió.
—¿Cómo podría no quererle? —dijo al tiempo que alzaba las manos—. Lo que ocurrió entre nosotros hace unos años, para mí fue una grandísima prueba de amor. Y por eso nunca monté un espectáculo cuando pasó lo que pasó. Solo he hecho lo que el corazón me ha dictado. Solo eso.
Terry, al sentir la tristeza con la que se expresaba, la abrazó y añadió procurando ofrecerle todo el apoyo del que era capaz:
—Y lo hiciste fenomenal.
—A veces —prosiguió Kate—, me entran ganas de coger un avión e irme a Oahu para hablar con él. Pero cuando lo pienso un poco me doy cuenta que sería un error.
—¿Por qué sería un error?
—No sabría cómo explicártelo, Terry. Quizás yo también soy una cobarde y, si volviera con Sam, tendría que dar demasiadas explicaciones, en especial a mamá, y no estoy dispuesta a remover el pasado.
—Pero Kate, tú no tienes que preocuparte por lo que piensen los demás. Debes de preocuparte de lo que tú quieres y punto.
—Ya lo sé, pero no podría soportar que mamá dijera algo malo de Sam, porque eso sería el detonante para que yo le confesara que su respetable hija, fue una hija de… porque cometió una locura que desembocó en un penoso aborto, que Sam tapó para que ella precisamente no se llevara el disgusto de su vida.
—No pienses así, mujer.
—No puedo remediarlo. Ahora, ante los ojos de todos, Sam es un malnacido, cuando la malnacida fui yo hace unos años y Sam se encargó de que nadie se enterase.
—¿Volverías con él?
—No lo sé. A veces pienso que correría hacia él cómo una loca para abrazarle y besarle, pero otras pienso que todo ha cambiado tanto que ya nada volvería a ser como antes.
—En algo te doy la razón. Nada volvería a ser como antes —asintió Terry y mirándola preguntó—. ¿Crees que existe la felicidad?
—La felicidad es una utopía que solo unos pocos logran conservar. Lo que sí creo es que hay momentos para ser feliz, y Sam y yo lo fuimos a pesar de todo.
Terry acarició con cariño el sedoso pelo de su hermana.
—¿Sabes? Me encanta hablar contigo. Eres tan lógica y tan realista, todo lo contrario a mí, que soy precipitación y cabezonería. Menos mal que te tengo a ti para que me hagas comprender las cosas. Lo gracioso de todo es que a tus hijas les pasa igual: Cat, por desgracia para ella, es como yo y Ollie es como tú.
Kate sonrió con complicidad.
—En momentos como este, te miro a los ojos y tu mirada me transporta a nuestra niñez y parece que volvamos a ser aquellas niñas que se contaban sus problemas.
—Lo importante es que no olvidemos que nos tenemos la una a la otra. —Y, tras abrazarse, Kate se levantó para ir al baño a coger unos Kleenex. Las dos tenían la cara llena de lágrimas. Al regresar del baño, Terry se quedó mirando a su hermana y preguntó—: Kate ¿nunca te has planteado cambiar de imagen?
—Pues no. ¿Para qué?
Terry, con una sonrisa, se encogió los hombros.
—La verdad es que estas fantástica con tu melena rubia. ¿Pero desde cuando no te haces una peinado diferente? Es más, ¿desde cuándo no te pones unos vaqueros?
Kate sonrió.
—¿Vaqueros? ¿Cuándo me los voy a poner? ¿En los juzgados? No… no, que pierdo mi imagen de abogada dura y eficiente —ambas rieron y esta prosiguió—. Y en lo referente al pelo, en eso te doy la razón. Llevo sin cambiar mi estilo desde que tenía quince años. Pero llevarlo así es cómodo. En el juzgado el moño me otorga seriedad.
Sin darle tiempo a reaccionar, Terry cogió a su hermana de la mano y la llevó ante el enorme espejo que había en su habitación.
—Ven un momento. ¿No te parece que necesitamos un cambio de imagen?
—Terry, ¿dónde quieres ir a parar?
Sin apartar la mirada del espejo preguntó:
—Sinceramente Kate, cuando me miras ¿qué ves?
Kate observó detenidamente a su hermana.
—Pues te veo a ti. Vale… vale —sonrió al ver que aquella iba a protestar—. Veo a una treinteañera guapa. Con pelo castaño y liso, ojos verdes, ojeras y un albornoz blanco.
—Qué soso suena lo que has dicho ¿verdad? —al pensarlo Kate asintió—. Ahora te diré lo que yo veo en ti. Veo a una mujer ojerosa con un bonito cuerpo escondido tras ropa de ejecutiva. Con un bonito pelo, pero pasado de moda y aburrido. En definitiva, tienes buena materia prima y creo que puedes mejorar.
Divertida, Kate se miró en el espejo y añadió:
—Pero yo no tengo ninguna intención de cambiar. Me gusta la ropa que llevo, mi pelo y no quiero parecer sexy. Me veo bien así.
—¿Qué te parece si vamos a la peluquería y nos regalamos unos masajes? Ya sabes, algo de chocolaterapia o algo así.
Kate miró a su hermana y volvió a repetir.
—Repito. No pienso cambiar de imagen.
—Pero si el pelo crece —animó Terry—. Ya sabes eso que se dice de renovarse o morir. Y a nosotras nos queda mucho para criar malvas, así que hagamos algo en nuestro día libre. ¿Qué te parece?
Feliz por ver a su hermana sonreír al fin, dijo mientras se ponía un pantalón oscuro y una camisa de seda beige:
—Te acompañaré pero no pienso hacer ninguna locura. Que lo sepas.
Terry se calzó los zapatos con una sonrisa, y tras recoger su pelo en una coleta alta, respondió haciendo sonreír a su hermana:
—Tú vente conmigo, que te auguro que lo vamos a pasar bien.