En Nueva York, desde la ventana de su despacho del piso veintiséis, Kate miraba hacia la calle. Observaba como la gente, tan pequeña como hormiguitas, caminaba en todas direcciones. Eran las dos de la tarde pero ella no tenía hambre. Desde que había ocurrido lo de Sam, su apetito había desaparecido. De pronto se abrió la puerta del despacho y aparecieron Terry y Shalma.
—Hora de la comida —aplaudió Shalma. Y dirigiéndose hacia el armario cogió un abrigo y le dijo a Kate—: Vamos, he reservado en Genovesse.
—Chicas, id vosotras —protestó—. Tengo mucho trabajo y no tengo tiempo para comidas de tres horas. Le diré a Dakota que me traiga unos sándwiches de la cafetería y ya está.
—Ni lo pienses, bonita —contestó Terry en jarras—. Nos vamos a comer las tres juntas y no se hable más.
Con eso se dio la discusión por terminada. Kate cogió el abrigo con toda la paciencia del mundo mientras le indicaba a su secretaria, Dakota, que estaría localizable en el móvil y que tardaría unas tres horas en volver.
Tardaron una media hora en llegar al restaurante. Una vez allí fueron atendidas por el maître que las acompañó a un bonito reservado.
—Es precioso este sitio —asintió Kate—. ¿Cuándo lo han abierto?
—Hace unos tres meses —contestó Shalma—. Y espera a probar sus escalopes a la pimienta. Todo un placer en la boca.
—Madre mía, qué hambre me está entrando —bromeó Terry.
Kate las miró sonriendo y, sin sorprenderlas, murmuró:
—Yo no tengo mucha hambre.
—Pues tienes que comer —sermoneó su hermana que cruzó una mirada con Shalma.
Aquella miradita escamó a Kate y cerró los ojos al darse cuenta que se trataba de una encerrona.
—Kate ¿te has mirado últimamente al espejo? —preguntó su amiga—. ¿No crees que estás demasiado delgada?
—Eso le decimos mamá y yo —intervino Terry. Y con gesto amargo siseó—: No soporto verte como estás por culpa de ese cabronazo polinesio.
—Malditos tíos. El mejor colgado del palo mayor —rio Shalma.
Kate las miró con gesto adusto y respondió con tranquilidad:
—Chicas, intentad no cabrearme, por favor.
Pero su hermana contraatacó. No soportaba aquella pasividad.
—Lo que tienes que hacer es cabrearte, joder. Te estás consumiendo por no chillar y cagarte en todo lo que se menea. ¿De verdad que no te dan ganas de pegarle a tu exmarido una patada en los huevos por lo que hizo?
Kate la miró. ¿Cómo podían ser hermanas?
—Pues no. Precisamente no pierdo el tiempo pensando en esas tonterías.
Shalma rio, pero Terry continuó:
—Ese es el problema, ¡que no lo piensas! Te has encerrado en tu trabajo y en casa y te niegas a pensar en nada más. Pero la vida continúa y no quiero que de pronto un día despiertes de tu letargo y te des cuenta que has malgastado tu vida por lo que ese hijo de la polinesia te hizo.
—Vamos a ver ¿dónde quieres ir a parar, hermanita?
—Quiero que me digas que Sam es un desgraciado por lo que hizo. Quiero que te enfades con él. Quiero que mi hermana regrese y se pire de una santa vez el fantasma que pulula por la casa. Quiero…
Cansada de escuchar día sí, día también aquel discurso, Kate clavó los ojos en su hermana.
—¡Me parece estupendo lo que tú quieras! —gritó—. ¿Pero te has parado a pensar en lo que yo quiero? ¿O simplemente es que te has propuesto decirme todos los días lo malo, malísimo que es Sam? ¿Qué pasa contigo, Terry? ¿Acaso tengo que contarte todo lo que pienso? ¿O es que no puedes dejarme en paz para que yo pueda reponerme de lo ocurrido a mi manera?
«Oh Dios… esto se va a poner feo» pensó Shalma mirándolas.
—He intentado saber qué piensas, pero tú, doña callada no sueltas prenda y ya no puedo más. Mamá está preocupada. Las niñas también y yo necesito que hables conmigo.
Kate, mirándola con severidad, espetó:
—Muy bien. Te diré lo que pienso. Pienso que me encantaría que nada de lo que ha ocurrido hubiera pasado. Me encantaría tener a Sam a mi lado…
Boquiabierta, Terry arrugó el entrecejo y gritó:
—¡Tú lo que eres es imbécil por no decirte algo peor!
—¿Por qué soy imbécil? ¿Por querer a alguien a pesar de que cometa fallos? —respondió—. ¿Sabes una cosa bonita? Todos somos humanos y los humanos cometemos fallos. Y, efectivamente, Sam lo cometido uno y muy gordo y el daño que me ha hecho no se lo voy a perdonar nunca, y no solo por lo que me ha hecho a mí, sino por lo que nos ha hecho a todos. Tú me has preguntado qué era lo que quería y yo te digo lo que quiero. Y lo que yo quiero es que no hubiera pasado nada y que Sam siguiera a mi lado. ¿Tan difícil te resulta entenderlo?
—A ver chicas, hemos venido a hablar, no a gritar —cuchicheó Shalma, pero ninguna la escuchó.
—¡No tienes dignidad como mujer! —gritó Terry. Y al ver cómo le miraba su hermana apuntó—: No me extraña que Sam haya hecho lo que hizo, pues aun habiéndote puesto los cuernos durante años con a saber qué golfa, te vas a Filadelfia y les llevas regalitos a esos niños. ¡Eres patética!
—Chicas, chicas, relajaos… —pidió Shalma asustada por el cariz que estaba tomando la conversación—. Creo que hay cosas que sobran en todo esto y no es momento de acuchillarnos.
—¿Me llamas a mí patética? —respondió Kate haciendo caso omiso a Shalma—. Para mí la patética eres tú. Te casaste con un hombre encantador, y tras haberle hecho la vida imposible, le dejaste como un trapo. Tú eres el ser más egoísta que he conocido en mi vida. Primero piensas en ti, luego en ti y finalmente en ti. ¡Egoísta!
Incrédula, Terry sonrió con amargura mientras bebía de su vino.
—Tú qué sabrás de Morgan.
Kate dio un golpe en la mesa y detalló.
—Sinceramente, hermanita, me hubiera gustado saber menos de tu vida. ¿Sabes que Morgan, tu exmarido, venía al despacho a pedirme consejo para intentar retenerte a su lado porque estaba locamente enamorado de ti? ¿Sabes que Morgan te compró un BMW y que lo devolvió cuando tú decidiste irte en tu cumpleaños con tus amigotes? ¿Sabes que Morgan nos lloró desconsolado a Sam y a mí al descubrir que tú le eras infiel? No sabes nada nena, absolutamente nada ¿y sabes por qué? Porque Sam y yo, sabedores de lo que tú querías, intentamos que Morgan se olvidara de ti.
Su hermana la miraba incrédula, pero Kate prosiguió.
—Morgan no era el monstruo que tú pintabas. Al revés, era una buena persona, que lo que quería era que le quisieras y no que le dejaras para irte al Caribe a ligar con tus amigas —Terry la escuchaba sin dar crédito—. ¿De verdad creías que era tonto? Pues no, hermanita. Era un buen hombre que simplemente te aguantó por amor hasta que se cansó. Y cuando le encontraste en tu cama con aquella mujer no fue nada casual, fue algo provocado por él. Quería que sintieras lo que él sentía cada vez que te ibas con tus amigas. Tenía muy claro que se iba a divorciar de ti, pero quería que por una vez, por una sola vez, te sintieras humillada como él se había sentido cientos de veces a ojos de los demás.
—¿Pero qué dices? —gritó Terry al sentir su intimidad mancillada por Morgan y su hermana.
—Ya te he dicho que me hubiera gustado saber menos de tu vida. Pero por desgracia, no tienes más hermanas a las que Morgan hubiera podido ir en busca de algo de apoyo moral.
—Uf… qué calor —suspiró Shalma—. Tranquilizaos, por favor.
Kate y Terry se miraron como rivales. Kate tuvo claro que si su hermana se atrevía a juzgarla ella también lo haría.
—Joroba oír las verdades, ¿verdad? —se mofó Kate al ver el desconcierto de su hermana—. Pues lo siento, a veces es necesario oírlas para que te comportes y no saques conclusiones erróneas de los demás.
—¿Llamas conclusiones erróneas a que tu marido te haya puesto los cuernos durante años con otra mujer y que de esa relación hayan nacido dos hijos que hoy en día están al cuidado de él? Menudo cabrón, si le cojo de los huevos otra vez, se los dejo secos.
—Por Dios, Terry —expresó Shalma—. No seas tan bruta. Sam no ha procedido bien. Pero no es mala persona y tú deberías saberlo.
Pero Terry no quería pensar en Sam. Estaba enfadada con él y más aún con Michael por haberse marchado sin ni siquiera despedirse de ella.
—Yo solo sé que es un hijo de mala madre —dijo enfadada—. Que por su culpa mi madre, mis sobrinas y mi hermana están sufriendo, y no creo que tú —dijo señalando a Kate— te merezcas lo que te ha hecho.
Kate y Shalma se miraron con complicidad y suspiraron.
—Terry, cuando Morgan provocó que tú le encontraras en la cama con otra ¿tenía motivos? Respóndeme sinceramente.
Tras beber de su copa de vino, la joven murmuró:
—Sí. Tenía motivos.
Shalma, al ver la mirada de Kate, se llevó las manos a la cabeza. Sabía lo que su amiga iba a explicar a continuación.
—¿Y no te has parado a pensar —continuó Kate— que a lo mejor si Sam ha hecho algo así, es porque yo le di motivos?
Su hermana la miró extrañada.
—¿Tú? —preguntó Terry sonriendo—. Pero Kate si tú eres la persona más fiel, más familiar y más buena que conozco. No digas tonterías. No quieras disculparle, no hace falta. De lo que se trata es de que tú te desahogues y puedas continuar con tu vida.
—Y ya lo estoy haciendo. ¿Qué esperabas? ¿Que montara en cólera y le quitara a Sam todo lo que tiene, incluidas sus hijas?
—Si a mí me hacen algo así te juro que le quito todo —sentenció Terry.
—Pero a mí no me ha hecho falta, Terry —murmuró Kate—. Él me lo ha dado todo. Me ha dejado el despacho, me ha vendido su parte a un precio absurdo, la casa son bienes gananciales a los que él ha renunciado y las niñas se han quedado conmigo. Lo único que él ha pedido es que pueda verlas siempre que quiera y por supuesto las verá.
—Demasiado buena eres con él —asintió Terry, dando un sorbo de su copa.
—No, Terry. Él fue bueno conmigo y yo solo me comporto con él como él se comportó conmigo hace unos años.
—¡Camarero! —gritó Shalma—. Tráiganos otra botella de vino. La vamos a necesitar.
Pero Terry no le quitaba ojo a su hermana, no entendía nada.
—¡¿De qué narices estás hablando?! —gritó Terry.
—Hace más o menos cinco años… —comenzó a decir Kate—. ¿Te acuerdas que estuve ingresada en un hospital?
—Sí. Fue cuando te dio un cólico en el riñón ¿no?
Recordar no era fácil, pero Kate ya no podía cerrar la puerta. Y llenándose la copa de vino empezó su relato.
—Eso fue lo que os dijo Sam a todos. Pero lo que realmente me ocurría era que yo había ido a una clínica para abortar cuando me di cuenta que estaba embarazada de otro hombre del cual no viene al caso hablar.
—¡¿Qué?! —dijo incrédula Terry.
—El día de la operación, cogí una infección que casi me mata.
Shalma, tras dar un largo trago a su copa de vino, añadió:
—Tuve que avisar a Sam y tengo que reconocer que se portó de manera impecable.
Terry las escuchaba boquiaberta.
—Los médicos le dijeron a Sam que aquello era una infección a causa de un aborto provocado y mal practicado —se emocionó al recordarlo—. ¿Y sabes Terry? Sam, aun sabiendo aquello, me cuidó y me ayudó a recuperarme, y no dijo nada a nadie a excepción de Shalma que lo sabía y que se convirtió en su paño de lágrimas. Cuando me recuperé hablé con él de lo que había sucedido y, aun así, me dijo que si quería abandonarle e irme con el otro, que él intentaría entenderlo —mirando a su hermana con los ojos llenos de lágrimas continuó—: Y créeme si te digo que en ese momento me enamoré otra vez de él.
Se detuvo y se secó las lágrimas, para continuar tras una breve pausa.
—Después de tantos años juntos, fui yo la que me cansé de sus cuidados y mimos. Me había cansado de ser siempre besada por los mismos labios y tocada por las mismas manos y busqué sexo con otros hombres que nunca me convinieron. Pero Sam es un ser admirable y una maravillosa persona, y tras aquel incidente del que nunca volvimos a hablar, continuamos adelante. Aunque ya nunca volvimos a ser los mismos. Quizá aquello hizo que algo en su interior se rompiera y fuera mi culpa que abriera su corazón a aquella mujer. Por eso no quiero ser cruel con él. No sería justo. Aunque no te puedo negar que estoy enfadada. Muy enfadada.
—Kate —arrulló Shalma llenándose la copa de vino—. Todo eso ya estaba olvidado ¿Por qué recordarlo?
—Porque me da rabia que Terry esté juzgando así a Sam, cuando precisamente ni la vida de Terry ha sido ejemplar, ni la mía tampoco. La tuya, Shalma, tiene más mérito que la nuestra. Siempre has luchado por sacar adelante a tus niños y nunca te has desviado ni un milímetro de tu camino como madre para conseguir tu objetivo, que era que Anthony y John fueran como son hoy, unos chicos encantadores, estudiosos y responsables.
Miró a su hermana, que se había quedado callada por primera vez en su vida, y prosiguió.
—Estoy muy dolida por lo que ha pasado y te puedo asegurar que la rabia no me deja ni comer, ni dormir. Pero te aseguro, Terry, que soy muy consciente que todo esto lo empecé yo con mi inconsciencia. Con eso no quiero que pienses que le disculpo que tenga dos hijos y que haya mantenido una historia paralela a la nuestra. Pero no puedo enfadarme con él tanto cómo quisiera. Antes que él, lo hice yo. Mantuve una historia durante casi dos años con un hombre que en ese momento me llenaba bastante. Me volví loca por él. Me quedé embarazada e incluso me planteé dejar a Sam y a las niñas y divorciarme para correr tras él. Pero aquel cobarde, al enterarse de mi embarazo, desapareció de mi lado y de mi vida, para no volver nunca más.
—Me habéis dejado sin palabras —susurró Terry mirándolas.
—Ya lo sé —sonrió con tristeza—. Y te he dejado sin palabras porque te he contado algo que nunca hubieras esperado de mí. De la buena de tu hermana. De la santa. Pero escucha Terry, si nunca os enterasteis fue porque Sam me perdonó por amor. Además, él no quería que mamá, ni tú, ni las niñas, os sintierais decepcionadas conmigo por aquel error que cometí. Sam prefirió callar, perdonar y seguir adelante. Lo que le ha ocurrido a él, ha sido algo horrible y él en ningún momento me ha reprochado lo que hizo por mí hace años. Simplemente está asumiendo su error.
—Es lógico, Kate —dijo por primera vez Shalma—. La diferencia es que lo tuyo se pudo tapar con una mentira. En su caso, con dos niños por medio, es imposible. Al contrario, se ha hecho evidente. Siento lo que está pasando, porque te quiero y tú lo sabes al igual que le quiero a él, pero creo que Sam está procediendo de la manera que tiene que ser. Cat y Ollie nunca estarán solas, os tienen a vosotras dos, a su padre, a su abuela, a Michael, a mí y a mucha gente. Pero esos dos niños, solo le tienen a él y a Michael. Pienso que él ha sido valiente. Habría sido más fácil para él recordarte lo que hizo por ti y olvidarse de esos niños llevándoles a algún orfanato.
—Sam nunca haría eso —habló Terry.
—Siento que tu historia haya acabado así —concluyó Shalma—. Eso reafirma mi teoría de que el príncipe azul no existe, a excepción de en los cuentos.
Su hermana sonrió al oír aquello. Sí alguien no creía en príncipes azules, esa era Terry.
—Nunca se sabe dónde se encuentran —sonrió Kate—. Y ahora que ya sabes toda la historia, ¿crees que sería justo que yo juzgue a Sam? No puedo. Él siempre fue bueno con todos nosotros, además, sabes que él es la persona menos egoísta que hemos conocido. Por eso necesito que me ayudes para que Sam no pierda el cariño de las niñas, no se lo merece. Y te pido que esto quede entre nosotras. Es algo de mi pasado, que a partir de este momento, vuelve a estar enterrado.
—No te preocupes —contestó Terry—. Por mí no se volverá a recordar.
Aquella noche, Kate, sentada en el tocador de su habitación pensó en lo que había ocurrido aquella tarde. Los recuerdos pasados habían inundado su mente y ahora no la dejaban olvidar. Recuerdos tristes y alegres pululaban a sus anchas por su mente mientras ella se peinaba su larga cabellera rubia.
Se sentía rabiosa de haberle perdido. Furiosa al imaginar que Sam había besado y tocado a otra mujer y triste por cómo había acabado todo. Pero al mismo tiempo sintió en sus propias carnes cómo Sam se tuvo que sentir cuando descubrió que su mujer le engañaba con Stephen. Un abogado amigo de ambos y por el que Kate estuvo a punto de abandonarles. Finalmente, se levantó del tocador, suspiró abatida y decidió que no merecía la pena recordar.