Los días pasaban y los niños parecían mejorar día a día. Pero como tardaban en darle el alta a Sasha, cuatro días después, Sam dejó a Michael al cuidado de los niños en el hospital y cogió un vuelo a Nueva York. Necesitaba ver a sus hijas y explicarles todo lo ocurrido, al igual que necesitaba ver a Kate y hablar con Serena y Terry de una vez.
Cuando el taxi enfiló la calle de su casa empezó a respirar con dificultad a causa de los nervios. Al entrar, se dirigió directamente al salón y desde allí vio a Serena sentada en la terraza leyendo tranquilamente un libro. Sam no sabía si acercarse a ella o no. Pero al final pensó que era lo más inteligente y tras emitir un profundo suspiro se encaminó hacia ella.
—Pensé que nunca ibas a regresar —dijo esta sin mirarle.
—Aquí estoy.
En ese momento Serena cerró el libro y levantó la vista esperando una explicación.
—No sé por dónde empezar —dijo Sam sintiéndose como un niño ante la que hasta hacía unos días había sido su suegra y su gran cómplice.
Dejando el libro sobre una mesita color blanco, la mujer le animó a continuar.
—Por donde tú quieras muchachote. No sé qué os habrá pasado porque Kate no dice nada, pero sea lo que sea, seguro que tiene solución. Ella te adora y yo sé que tú la adoras a ella. No creo que lo que haya pasado sea tan horrible como para que estéis pasando por un trago así. —Y mirándole más detenidamente espetó—: Por el amor de Dios, Sam, tienes una pinta horrible con esa barba.
Disgustado porque sabía el daño que le iba a hacer, Sam se sentó frente a ella.
—Serena, desgraciadamente lo que ha ocurrido es algo grave y que tiene difícil perdón. Y antes de nada quiero que sepas que para mí has sido y eres una persona muy importante y… que te quiero. En primer lugar por educar a Kate y luego por querernos a todos como nos quieres. Quiero que sepas que te voy a echar muchísimo de menos. Y esto te lo digo porque lo que te voy a contar no te va a gustar.
—Hijo, por Dios —contestó incorporándose de la silla—, me estás asustando.
Y tras esas palabras Sam pasó a relatarle a su suegra todo lo ocurrido. La cara de ella al principio reflejaba perplejidad y al final se tornó marmórea.
—Por Dios, Sam. ¿Cómo has podido hacernos esto? Ahora lo entiendo todo. —Y llevándose las manos a la cabeza gimió—: Pobre hija mía, lo que debe de estar sufriendo. Y las niñas… ¿a las niñas que les vas a decir?
—La verdad —respondió Kate que había escuchado todo tras ellos—. Las niñas ya no son unos bebés y merecen saber la verdad.
Sam la miró. Estaba bellísima a pesar de la palidez de su rostro.
—Pero hija —respondió Serena—. ¿Cómo les vais a decir la verdad a las niñas?
—Mamá. No quiero más mentiras.
Pero Serena, que no estaba nada convencida de la determinación que habían tomado protestó:
—Kate, no entiendo cómo quieres que tus hijas sufran por algo así. ¿Cómo crees que se lo tomarán? Lo que ha ocurrido es… es horrible.
Kate asintió pero tras mirar a Sam que permanecía callado insistió.
—Mamá te rogaría que no opinaras sobre este problema porque es algo que Sam y yo tenemos que solucionar entre nosotros y lo haremos de la mejor manera posible. Son nuestras hijas. Y nosotros no queremos ningún mal para ellas. Simplemente creemos que no merecen ser engañadas y no hay que dar más explicaciones.
En ese momento se oyó cerrar la puerta de la calle y segundos después aparecieron las niñas. Al ver a su padre se echaron a sus brazos.
—Papá —dijo Ollie—. Estás horrible.
Cat le abrazó pero con cierta reserva. No sabía qué ocurría pero por cómo había visto a su madre últimamente sabía que no podía ser nada bueno.
—Chicas —dijo Sam mirándolas—. Tengo que hablar con vosotras. ¿Subimos a la habitación?
—Vamos a la mía —ofreció la pizpireta de Ollie.
Tras cruzar una mirada con Kate y Serena, Sam se encaminó con sus hijas a la habitación. Una vez allí cerró la puerta y se sentó junto a sus hijas. No sabía por dónde empezar, pero tras sentir un apretón de mano de su hija Ollie, tomó aire, se armó de valor y empezó su relato.
—Lo que os voy a contar no os va a gustar pero prefiero que sepáis la verdad desde el principio, a contaros algo que la deforme. Solo espero que me escuchéis hasta el final.
Una vez dicho esto comenzó. Sam se fijó en las caras de sorpresa de sus hijas al conocer que este había tenido una relación con otra mujer, y como se desencajaron cuando les comunicó que tenían dos hermanos. Cat le escuchó casi sin pestañear. La mirada de su hija no presagiaba nada bueno. Ollie, por su parte y aun siendo dos años más pequeña, parecía tomarlo mejor.
—Papá —cortó Cat, dejándole sin palabras—. ¿Cómo has podido ser tan cabrón?
—Cariño, cualquier cosa que me digas intentaré entenderla pero…
—¿Entender? ¿Qué vas a entender tú? —gritó levantándose de la cama—. ¿Entiendes el sufrimiento que está pasando mamá? ¿Pero cómo has podido hacernos esto? ¿Acaso no te valíamos nosotros como familia? ¿Por qué has tenido que buscar otra familia?
—Cariño —susurró Sam a su descontrolada hija—. Por supuesto que vosotras me valéis como familia. Sois la mejor familia del mundo. Pero en la vida a veces ocurren cosas que luego no puedes explicar…
—Yo te lo explico —le interrumpió Cat llena de odio—. Te liaste con otra mujer y decidiste tener con ella otros hijos y…
—No Cat…
—¡¿No?! —volvió a interrumpirle—. ¿Es mentira lo que digo entonces? ¿Es mentira que existió otra mujer y que existen otros hijos? ¿Es mentira que si no hubiera ocurrido el accidente tú hubieras continuado con tu doble vida?
Dolido por las verdades que escuchaba decir a su hija, Sam asintió abatido.
—Cat, cariño —intervino tratando de aplacar su furia—. Lo he hecho mal y asumo mis errores. Y por culpa de mis errores, voy a tener que separarme de vosotras que sois lo que más quiero en este mundo.
No podían creer lo que estaban oyendo.
—¿Por qué tienes que separarte de nosotras? —gritó Cat entre lágrimas, mientras Ollie continuaba sentada y pensativa—. Yo no quiero que te vayas de aquí. ¿Mamá te ha dicho que te vayas? ¿O es que te vas con tus otros hijos y nos dejas a nosotras?
La amargura en su voz le rompió el corazón a Sam. Estaba en una encrucijada, pero no podía dar marcha atrás. No podía dejar a Sasha y a Tommy solos.
—Cat, mamá no me ha dicho que me vaya —mintió. No quería que Cat se enfadara con Kate—. Soy yo el que creo que me tengo que ir de esta casa. Vosotras tenéis a mamá, la abuela y la tía Terry para que os cuiden. Pero alguien se tiene que ocupar de los pequeños. Su madre ha muerto y no tienen a nadie en este mundo excepto a mí. Y yo, como padre, no puedo esconder la cabeza bajo tierra y olvidarme de ellos. He de luchar por ellos al igual que seguiré luchando por vosotras mientras viva. Nunca lo olvides, nunca, cariño.
—¿Cómo se llaman? —preguntó de pronto Ollie.
Sam, la miró y con una triste sonrisa contestó.
—Sasha y Tommy.
—¿Qué edad tienen?
Como una fiera, Cat indignada le dirigió una mirada furiosa a su hermana.
—¿Y a ti qué te importa, Ollie?
Con una pasmosa tranquilidad que a su hermana le desconcertaba por momentos, se volvió hacia ella y sin mover un solo músculo de la cara dijo en un hilo de voz dejando a Sam sorprendido:
—Que no te interese a ti, no quiere decir que no me tenga que interesar a mí. Estoy de acuerdo en que lo que papá ha hecho es algo horrible, pero si no te importa ahora estoy hablando yo. —Y volviéndose hacia su padre esperó la respuesta a su pregunta.
—Sasha tiene cuatro años y medio y Tommy veinte meses.
Ollie asintió y prosiguió.
—¿Están bien?
—Sí, cariño —asintió emocionado—. Están con el tío Michael. Él se quedó con ellos en Filadelfia para que yo pudiera venir a hablar con vosotras. Si no he venido antes ha sido por lo que os he comentado, están en el hospital y no tienen a nadie a excepción del tío Michael y a mí para cuidarlos.
Cat, sin entender porque su hermana no mandaba a su padre a la mierda los miró desconcertada.
—No quiero escuchar más —dicho esto abrió la puerta y se marchó dando un portazo.
Al verla salir, Sam suspiró y se tapó la cara con las manos. Cat no le iba a perdonar y eso le destrozaba por dentro.
—Papá, no te preocupes —susurró Ollie—. Ya sabes cómo es.
—Ollie, siento mucho todo lo que está ocurriendo por mi culpa. Tu hermana tiene razón. Soy un mal padre y…
—Papá —le cortó—. Me niego a creer que hiciste esto para hacernos daño. Pero tenías que haber pensado más en las consecuencias que todo esto podría acarrear. Has engañado a mamá y nos has engañado a nosotras. ¿Cómo quieres que nos lo tomemos?
Sorprendido por la madurez de sus palabras, Sam la miró y ella prosiguió.
—Me da mucha rabia todo lo que está pasando porque está destrozando mi familia —y bajando la voz añadió—. Nunca pensé que pudieras hacerle algo así a mamá y estoy enfadada. Muy enfadada. Siempre os había admirado por vuestra felicidad y por vuestro amor, y siempre quise que alguien me quisiera como tú querías a mamá. Pero después de esto creo que ya no voy a poder creer en el amor.
—No, cariño. Tú tienes que creer en esas cosas.
Sin querer profundizar más en el tema la joven indicó:
—Papá me va a resultar después lo que estoy viviendo.
—Ollie, yo no os voy a abandonar. Nunca os haría eso. Yo os quiero.
—Lo sé. Eso ya lo sé —indicó agobiada—. Pero una parte de ti ya nos ha abandonado y nos tendremos que acostumbrar a vivir sin esa parte que antes teníamos. Pero no sería sincera conmigo misma si no te dijera que esos niños me dan pena.
Sam asintió. Ollie era espectacular con sus razonamientos. Era tan parecida a su madre.
—Será duro para ellos, sobre todo para Sasha. Tommy es muy pequeño y la presencia de su madre la olvidará pronto. Pero Sasha… ella sí que me preocupa.
—¿Cuándo los voy a conocer? —dijo de pronto Ollie.
Sam no supo que decir. No estaba preparado para aquella pregunta. Pero, sonriéndole a su hija, murmuró con lágrimas en los ojos al ver cuánto se parecía a su madre aquella adolescente:
—Cuando quieras, cariño. Podrás conocerlos cuando tú quieras.
—¿Crees que a mamá le molestaría?
—No lo sé, cariño. Eso deberíamos preguntárselo a ella.
Segura de sí misma la joven asintió e indicó.
—Yo se lo preguntaré papá no te preocupes. Sé que no será fácil para mamá pero estoy convencida de que me entenderá.
—Lo sé… lo sé —comentó Sam abrazándola.
Tras pasar más de una hora hablando con su hija en la habitación, intentó conversar con Cat a solas. Pero fue imposible. Se había encerrado en la habitación de su tía y a pesar de que Sam la rogó mil veces que abriera la puerta para que pudieran hablar se negó. Finalmente, cabizbajo, decidió dejarlo para más adelante. Cuando bajaba por las escaleras se encontró de frente con la dura mirada de su cuñada Terry.
—Nunca me hubiera esperado esto de ti. Jamás hubiera imaginado que pudieras ser tan cabrón —siseó fuera de sí.
—Terry, no te lo voy a discutir, porque sé que…
Pero ella no le escuchaba. Estaba tan furiosa por lo que su madre le había contado, que deseaba matarle.
—Todo era demasiado perfecto ¿verdad?
—Lo siento… —comenzó a decir, pero ella con un movimiento rápido, cogió con su mano derecha los testículos de Sam y este se quedó sin aliento. Conocía lo bruta que podía llegar a ser su cuñada.
—Si por mí fuera —siseó con muy mala leche apretándole con fuerza—, te dejaba sin huevos para toda la vida. —Al ver que este resoplaba continuó—. Duele ¿verdad cabrón? Pues esto no es nada comparado con el dolor que siente mi hermana en el corazón.
—¡Suéltale Terry! —gritó de pronto Kate, quien no daba crédito a lo que su hermana estaba haciendo—. He dicho que le sueltes —repitió lentamente.
Terry le soltó y Sam se tuvo que sentar en la escalera. Terry le había oprimido los testículos de tal manera que no podía casi ni respirar. Se quedó encogido y mareado. Pasados unos minutos, se levantó como pudo y se dirigió hacia la salida de la casa bajo la atenta mirada de Kate y su bruta hermana. Cuando llegó a la puerta, se volvió para mirar a su mujer y se sintió fatal al verla con los ojos llenos de lágrimas.
—Adiós, Kate.
—Adiós, Sam —consiguió balbucear.
Dolorido y atormentado, abrió la puerta de la calle y salió. Una vez fuera de la casa, se apoyó en un árbol cercano a la entrada para coger aire. Lo que había hecho era lo más difícil que había tenido que hacer en su vida, cuando escuchó que la puerta se abría tras él y apareció Serena.
—Muchachote —susurró aquella—. Yo también te echaré de menos.
Y cerró la puerta tras de sí. Con el corazón en un puño, Sam paró un taxi y le pidió que le llevase al aeropuerto. Miró hacia atrás y vio como se alejaba de la casa donde había sido tan feliz y donde dejaba una suegra a la que adoraba, una cuñada a la que veneraba a pesar de lo ocurrido, unas hijas maravillosas a las que idolatraba y una estupenda mujer a la que amaba.