Michael, tras coger algo de ropa, se subió en el primer avión que salió para Filadelfia. Por más que intentaba pensar sobre qué habría podido pasar no se le ocurría nada y eso le preocupaba a cada segundo más. Una vez allí, cogió un taxi y una mezcla de miedo y angustia se apoderó de él. ¿Y si le había ocurrido algo grave a Sam?
Entró en el hospital con el corazón en un puño y subió hasta la planta que Sam le había indicado. Al leer el cartel de Pediatría se extrañó. ¿Qué hacía Sam allí? Pero al llegar a la habitación entró sin pensárselo dos veces.
Sam, al ver aparecer allí a su hermano, se acercó rápidamente a él y le abrazó. Necesitaba el contacto humano de Michael, él le infundía valor y afecto.
—Sam ¿qué está pasando? —preguntó descolocado.
—Gracias… gracias por venir —susurró Sam.
Cada vez más confundido, Michael miró a los dos niños que dormían plácidamente.
—¿Se puede saber qué haces aquí y quiénes son esos niños? —le preguntó:
Sam miró a su hermano y no pudo reprimir un sollozo. Juntos habían pasado muchas cosas y sabía que él le entendería, tenía que entenderle. Habían crecido sin padres y no iba a permitir que a Tommy y a Sasha les pasara lo mismo. Tras un momento de silencio plagado de dudas para Michael, y de inquietud para Sam, se armó de valor y respondió sin rodeos.
—Son mis hijos.
Sorprendido como nunca en su vida, miró a los pequeños y exclamó.
—¡¿Tus hijos?! Pero… pero…
Al sentir el desconcierto de Michael, Sam le agarró de los hombros y en ese momento fue consciente de que había llegado el momento de comenzar a dar muchas explicaciones.
—Salgamos y te lo explicaré.
En el exterior de la habitación Michael escuchaba lo que aquel le contaba sin parpadear y sin hacer preguntas. Le parecía irreal escuchar una historia así y más viniendo de Sam.
—Y esa es toda la historia —murmuró desesperado tocándose la cara.
Asombrado, Michael asintió.
—Sam ¿cómo has podido ocultarme algo así? —le preguntó mirándole directamente a los ojos.
—No estaba orgulloso de lo que hacía, Michael. A pesar de lo mucho que quiero a los niños y de que daría mi vida por ellos o por mis hijas, siempre he tenido muy claro que no estaba haciendo lo correcto.
—Pero tú y yo siempre nos lo hemos contado todo y…
—Lo sé… pero…
Al ver el dolor de la desesperación en su rostro, Michael suspiró y posó la mano en su hombro para tranquilizarlo.
—Vale… vale.
Una vez logró consolar a Sam, su hermano, su amigo, miró por la rendija de la puerta a los niños y preguntó lo que le carcomía desde hace rato.
—¿Y Kate?
Al escuchar aquel nombre a Sam se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas.
—Quiere el divorcio —ambos asintieron y Sam continuó—. ¿Te puedes creer que ayer a pesar de lo furiosa que estaba conmigo, me ayudó con los niños? —Michael sonrió. Kate era una mujer magnífica—. Aunque estaba furiosa… me ayudó con los niños —repitió—. Es una mujer admirable, la mejor de todas —continuó con apenas un hilo de voz.
Michael asintió aún sin entender por qué se había involucrado en aquella doble vida.
—¿Sabes que yo la adoro verdad? —replicó Michael—. Por ella haría lo que fuera, pero por ti, no olvides que lo haría también. Y conociéndola como la conozco estará muy herida y…
—No te preocupes —asintió Sam—. Si te pide que le prepares las medidas provisionales para el divorcio quiero que le des todo lo que ella quiera. Todo.
De pronto oyeron una vocecita asustada y Sam, olvidándose de todo, entró en la habitación seguido por Michael.
—Papi, papi… —llamaba desesperadamente Sasha.
—Ya estoy aquí, princesa —corrió para abrazarla—. Papi había salido un momento, pero en seguida volvía.
La angustia y el miedo se reflejaban en el rostro de la niña.
—Papi, tenía miedo de que tú también te hubieras ido al cielo con mamá y la abuela.
A Michael se le puso la piel de gallina. Recordaba la angustia que había sentido de niño cuando pensaba que le pudiera ocurrir algo a Sam, la única persona que tenía en el mundo.
—No, mi amor —sonrió Sam—. Nunca te dejaré solita. Ni a ti, ni a Tommy —le aseguró tratando de reconfortar a la pequeña.
—Papi ¿y ese señor quién es? —preguntó de pronto Shasha cuando por fin reparó en Michael.
Sam miró a Michael y no se sorprendió al verle con los ojos anegados de lágrimas. Sabía lo que pensaba y sobre todo lo que sentía y eso le emocionó. Pero Michael, como siempre, sacó fuerzas de donde no existían y, tragándose las lágrimas, se acercó a la niña.
—¿Te refieres a mí, señorita?
La niña agarrada con fuerza a la mano de su papá asintió y Michael le guiñó un ojo.
—Pero bueno ¿es que no te ha dicho papi quién soy yo? —la niña negó de nuevo con la cabeza y este, acercándose a ella, aclaró—: Mi amor, yo soy tu tío Michael. No lo olvides nunca. ¿De acuerdo?
Al oír aquello, Sam tuvo que levantarse y alejarse unos metros de su hija. Emocionado y agradecido, notó cómo de nuevo las lágrimas llenaban sus ojos y corrían por su cara descontroladamente, esta vez de felicidad. Sabía que si a él le ocurría algo, Michael se ocuparía de sus hijos.
Al día siguiente, Michael, tras hablar con su secretaria por teléfono para solucionar ciertos asuntos profesionales, se quedó en el hospital con los niños. Sam debía de enterrar a Nicole y Natasha. Horas después, Sam regresó al hospital y al entrar en la habitación, casi se quedó sin respiración al ver a Kate junto a Michael.
—¡Papi, papi! —gritó Sasha más repuesta—. Mira lo que me ha traído Kate.
La niña le enseñó una Barbie y un ojeroso Sam, asintió. No podía apartar los ojos de Kate. Ella no tenía mejor aspecto que él.
—Gracias, Kate. —Y mirando a la niña añadió—. Vaya Sasha, creo que es la Barbie que querías ¿verdad?
—Sí —asintió la niña y dirigiéndose a Kate preguntó—: ¿Cómo sabías que era la que quería?
Kate sonrió como pudo. No le gustaba ver a Sam en aquel estado, pero él se lo había buscado. Aún no sabía qué hacía allí ni por qué había cogido el avión a Filadelfia.
—Bueno, Barbie me llamó y me dijo: llévame con Sasha. Y por eso te la traje.
Michael, aún asombrado por aquella visita, la observaba viendo como sonreía a la niña. Era increíble la fuerza de Kate. Por eso la quería tanto.
—¿En serio? —susurró la niña con la boca abierta.
Kate, conmovida asintió, pero luego se dirigió a Sam y le indicó que quería hablar con él. Una vez en el pasillo del hospital y mientras se dirigían hacia el ascensor camino de la cafetería, Sam no pudo contenerse.
—Kate, gracias por todo.
—¿Cuándo vas a hablar con las niñas? No dejan de preguntarme qué ocurre.
—Dame tiempo, por favor. No puedo irme y dejar a los niños solos, no tienen a nadie —rogó mientras se rascaba su incipiente barba.
—Tienen a Michael —respondió con furia. Al llegar al hospital y ver a Michael allí, Kate había atado cabos.
—Él tampoco lo sabía Kate. No saques conclusiones erróneas —le aclaró Sam, que la conocía bien y sabía qué estaba pensando.
—Sinceramente Sam, no me interesa nada de lo que me cuentes. Solo sé que Michael está aquí, contigo, echándote una mano.
—Una mano y todo el cuerpo —bromeó con tristeza—. Gracias a él puedo salir a comer o a ducharme. Estoy deseando que les den el alta para poder trasladarme con ellos a Nueva York y poder hablar con las niñas —al ver que ella le miraba añadió—. También les debo una explicación a tu madre y tu hermana.
Al ver que ella solo asentía sin decir nada, sintió que debía disculparse de nuevo.
—Sé que te he fallado y sé que he echado al traste nuestro futuro juntos. En cuanto al divorcio, ya le he comentado a Michael que prepare las medidas provisionales, que firmaré sin tan siquiera leer. Si hay alguien que no ha cumplido con las promesas que nos hicimos, fui yo, y asumo toda la responsabilidad. No voy a poner ningún tipo de impedimento a todo lo que me pidas.
Kate le escuchaba ausente tratando de mostrar frialdad. Pero hasta en aquel terrible momento no podía evitar pensar en todo el daño que se habían hecho mutuamente. Sam era una buena persona. Aquel ofrecimiento podía perjudicarle seriamente a él. Ella podía quedarse con la casa, el negocio, retirar el dinero de las cuentas etc… Pero la gran diferencia que había entre ellos y muchas otras parejas que pasaban por situaciones parecidas, era que, a pesar de todo, habían aprendido a ser amigos.
—Sam, nunca imaginé que podrías hacerme algo así, a pesar de todo lo que pasó. No después de lo que hemos pasado juntos.
Sam se quedó mirándola. No le gustaba hablar del pasado. Pero en esta ocasión el culpable era él. Solo él. Y no se podía hacer nada, excepto asumir la culpa y seguir adelante con los niños. Ellos no debían pagar sus errores.
Cuando llegaron a la cafetería pidieron un café y Kate le instó a comer algo. Seguro que no había probado bocado en toda la mañana. Pero él solo accedió a comer algo si ella le acompañaba. Al final pidieron un tentempié. Una vez en la mesa y tras un silencio incómodo, Sam preguntó:
—¿Cómo están las niñas?
—Bien. Les dije que estabas de viaje, pero no sé si me han creído o no. Creo que deberías llamarlas…
—Lo haré. ¿Tu madre sabe algo?
—No y Terry tampoco. Saben que algo nos pasa, incluso mamá llamó a Shalma…
—Lo sabe Shalma ¿verdad? —preguntó Sam, y ella asintió.
—Necesitaba contárselo a alguien o iba a volverme loca. Nada de esto ha sido fácil para mí.
Sam la tomó de la mano y le preguntó mirándole a los ojos.
—¿Cómo estás tú?
—Sinceramente —contestó Kate dejándose coger las manos a su pesar— me encuentro como si estuviera fuera de mi cuerpo. Estoy totalmente descentrada, mi vida se ha derrumbado y ahora he de ponerla en marcha yo sola —se detuvo, cabizbaja—. De la noche a la mañana me he encontrado con que mi marido me ha estado engañando durante años y que incluso tuvo hijos con otra mujer. —Y mirándole a los ojos directamente preguntó—. ¿Cómo has podido hacerme esto?
Incapaz de revivir y recordar el pasado que tanto le pesaba Sam contestó.
—Kate, yo… no sé qué decir… hasta en este momento tan difícil, eres tú quien me está dando una gran lección de entereza. Nunca podré agradecerte todo lo que me has dado y sé que nunca me perdonarás por todo lo que te he hecho y todo el sufrimiento que te estoy causando.
Conteniendo el llanto a duras penas logró balbucear:
—Solo… solo intento hacer lo mismo que tú hiciste por mí.
Los recuerdos les estrangulaban a ambos. A veces no era fácil recordar. Estuvieron un buen rato callados, sumergidos en sus pensamientos hasta que Kate preguntó:
—¿Qué hacemos con el despacho?
—Es tuyo Kate —dijo Sam. Y pensando con frialdad añadió—: Puedes hacer con él lo que quieras, no me entrometeré. Incluso puedes cambiarle el nombre, aunque eso sería un serio perjuicio para ti. Quizá pierdas clientes.
—En eso te doy la razón, Sam. Pero para mí resultaría muy difícil trabajar a tu lado cada mañana. —Y mirándole con tristeza prosiguió—: Creo que uno de los dos ha de dejar el despacho y…
—Seré yo —contestó Sam sin dudarlo—. Debes seguir adelante y entiendo que conmigo allí lo tendrías más difícil. Yo te quiero, siempre te querré y…
Levantando la mano a modo de súplica ella murmuró:
—No por favor, Sam. Calla. Esto ya es lo suficientemente difícil como para que digamos cosas que nos harán más daño. No quiero… por favor, no.
—Ya sé que es difícil, pero es lo que siento —insistió él—. Nunca he dejado de quererte y nunca me habría separado de ti, porque sabes perfectamente que sin ti no sabría vivir…
Al oír aquello a Kate se le encogió el corazón y no pudo evitar levantar la voz para responderle:
—Has sabido vivir estupendamente, no digas tonterías. Y por favor, todo eso del amor, tal y como estamos ahora mismo sobra porque tú y yo hemos terminado —él asintió abatido—. Estoy aquí porque nos une el cariño y porque tenemos dos hijas en común, pero sobre todo porque somos personas civilizadas y como tales debemos hablar para solucionar todo esto. —Y poniéndose de pie de pronto, continuó—: No quiero oír hablar de amor y menos del tuyo. Solo quiero solucionar todo esto y poder empezar a vivir en paz.
—Kate —susurró sin mirarla—… yo supe perdonar.
Turbada, decepcionada y humillada, se dio la vuelta y se marchó. Desde la mesa, Sam la miraba, sabía perfectamente cómo se sentía y lo más inteligente era dejarla marchar.