Capítulo 10

A la mañana siguiente, tras una tortuosa noche, Sam se armó de valor y llamó a Michael. Y, sin muchas explicaciones, pero exigiéndole que no contactara con Kate, le pidió que le enviara ropa. Pero cuando le dio la dirección del hospital, este decidió llevársela personalmente. Tenía que saber qué había ocurrido.

Kate, tumbada en la cama de su dormitorio, lloraba sin parar. Su madre, desesperada y sin entender lo que ocurría llamó a Shalma, la gran amiga de Kate. Una hora después ya estaba en el umbral de la casa.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado?

Angustiada, Serena arrugó el gesto.

—No lo sé, hija. Ayer por la noche llegó Kate con muy mala cara, se encerró en su dormitorio y desde entonces no ha salido de allí. Sam no ha venido a dormir. Han debido de pelearse y por eso ella está así.

Shalma se extrañó. En todos los años que estos llevaban juntos, una discusión nunca había ocasionado que Sam no volviera a casa, ni tan siquiera cuando sucedió «aquello». Entre ellos habían pasado cosas mucho más fuertes como para que un simple enfado les separara.

—Tienes razón. Seguro que será una discusión sin importancia —indicó para intentar que Serena se relajara.

Con una media sonrisa, Serena asintió.

—Eso decía Terry anoche. Pero esta mañana se fue muy temprano a trabajar y no he podido decirle lo que pasa. Yo he intentado hablar con Kate pero no quiere. Solo me dice que la deje descansar. Que lo necesita.

—¿Las niñas saben algo?

La mujer negó con la cabeza.

—Nada. Ayer se acostaron pronto y esta mañana no les ha extrañado no ver a sus padres, ni a Michael.

—¿No ha venido Michael? —preguntó todavía más extrañada Shalma.

—Pues no, hija, tampoco ha venido —suspiró Serena—. Y por eso sé que ha pasado algo. Y algo grave.

—Tranquilízate. Voy a ver qué me cuenta —dijo Shalma mientras subía las escaleras y se dirigía a la habitación de su amiga.

Dio unos golpecitos en la puerta del dormitorio de Kate e intentó entrar. Pero estaba cerrada por dentro.

—Kate, como no abras, te juro por mis hijos que tiro la puerta abajo y sabes que digo la verdad —espetó con tono muy serio.

Segundos después escuchó como el cerrojo se abría y aparecía su amiga con los ojos hinchados de tanto llorar.

—Entra —le ordenó con apenas un hilo de voz.

—¿Qué pasa? —le preguntó preocupada una vez dentro.

Y Kate se derrumbó mientras comenzaba a contar entre sollozos todo lo ocurrido, sin escatimar detalles. Shalma no daba crédito a lo que le estaba contando. ¿Sam tenía una doble vida? Increíble.

Cuando terminó su relato Kate, murmuró sonándose la nariz:

—Esto es como una pesadilla. Jamás pensé que algo así podría sucederme a mí y, sobre todo, después de todo lo que ocurrió. Pero quizá era todo demasiado perfecto. Casi como un cuento de hadas: una vida estupenda, una familia encantadora, un trabajo respetable y un marido que me quería, capaz de perdonarlo todo…

—Y que seguro que aún te quiere —respondió su amiga solícita.

Kate fue a protestar pero calló. Shalma la observaba. Sabía lo que Sam sentía por ella. Se lo había demostrado en más de una ocasión, pero no entendía aquella doble vida. Y sobre todo no entendía… ¿Por qué ahora?

—Sabes lo que era Sam para mí —dijo Kate secándose las lágrimas—. Era mi príncipe azul. ¡El hombre perfecto! Pero ¿sabes de lo que me he dado cuenta con esto?

—¿De qué te has dado cuenta?

Con el dolor reflejado en su cara respondió.

—De que la vida no es el maravilloso cuento de hadas que yo creía… porque los príncipes azules también destiñen.

Ver como Kate lloraba con desesperación destrozó a Shalma, pero ella estaba dispuesta a ayudarla en todo lo que pudiera.

—Escúchame Kate —dijo retirándole aquel precioso pelo rubio de la cara—. Comprendo que los príncipes azules también destiñan, pero debo recordarte como amiga tuya que soy que las princesas también. Entiendo tu dolor, tu furia y tu rabia. Entiendo que en este momento lo único que te apetezca sea coger a Sam y hundirle por haberse comportado como un cerdo insensible. Pero también entiendo y creo que, precisamente tú, por lo que ocurrió, ya deberías saber que la vida no es un cuento de hadas y que todos, príncipes y princesas desteñimos en algún momento de nuestras vidas.

Tras escuchar las palabras de su amiga, que tanto le daban a entender, Kate se acurrucó entre sus brazos y continuó llorando.