California 22 de mayo de 1995
¿Realmente existe el flechazo?
En el caso de Sam y Kate, lo sintieron en el momento que sus miradas coincidieron una calurosa tarde de mayo, mientras sonaba la música de los Beach Boys en la radio de aquel bar de la playa de California.
Michael, el amigo de Sam, se dio cuenta de cómo este miraba atontado a aquella muchacha rubia que había en el grupo del fondo.
—¿Tiene un cuerpo bonito? —comentó Michael.
—Tiene más cosas de las que tú ves —respondió sin poder dejar de mirarla.
—Sam… No me asustes… ¿qué te pasa?
—No lo sé, pero creo que me he enamorado.
—Dios mío —gritó Michael—. ¡Aire!… ¡aire! ¡A Sam le falta aire!
—Calla, idiota —río al comprobar que aquella chica le miraba también a él.
No podía apartar los ojos de aquella muchacha, era preciosa. Tenía el cabello rubio brillante, y unos dulces ojos verdes que le habían dejado sin aliento la primera vez que le miró. Estaba encantadora con aquel peto vaquero. Y la camiseta blanca hacía resaltar su tostada piel.
—Es lo más bonito que he visto en mi vida —susurró atontado.
—No está mal —reconoció Michael tras mirar a la joven de larga cabellera rubia.
Al otro lado de la barra, Kate tampoco podía dejar de mirar a aquel muchacho. No era la primera vez que lo veía. Pero, al darse cuenta que él también la observaba, se sintió torpe.
—Kate —preguntó Shalma—. ¿Ese no es el chico de la playa?
—Sí, es él —respondió tras dar un trago de su Coca-Cola.
—Vaya… vaya, te come con la mirada.
—No es para tanto —respondió Kate, aunque sabía que era cierto.
—Menos mal chica. Un poco más, se acaba el curso, y no se fija en ti.
Shalma tenía razón. Kate se había fijado en él al mes de estar allí estudiando. Pero él siempre estaba demasiado ocupado con sus amigos, el surf o las chicas, como para mirar hacia otro lado. Pero hoy, sin saber por qué, finalmente sus miradas se habían encontrado. Kate bajaba muchas tardes a la playa y se sentaba en la arena a leer, y desde allí observaba a Sam hacer surf siempre junto a su amigo. Aquel chico moreno que parecía su sombra, aunque en realidad, no sabía exactamente quién era sombra de quién. Lo cierto era que siempre estaban juntos allá donde los vieras. Muchas veces, en especial si el mar estaba más bravo, si te acercabas a la playa, les podías ver haciendo surf. Se les daba bastante bien. Si les observabas el tiempo suficiente, comprobabas que sabían muy bien lo que se hacían cuando se metían en el mar con sus tablas.
A Kate le encantaba observarles. Eran atractivos, y vestían con un aire desenfadado. Debían medir un metro noventa, morenos de piel, y pelo negro como el azabache, que siempre llevaban recogido en una coleta y, como decía Shalma, con un cuerpo musculoso y atlético que quitaba el hipo. Sus sonrisas y aquel aire polinesio les hacían especiales. Aunque quizá en el amigo de Sam, era aún más latente que en él.
Kate, acalorada, dejó su vaso sobre la barra y fue al servicio a echarse un poco de agua en la nuca. Estaba tan nerviosa que las manos le sudaban. Al salir del baño oyó cómo alguien se dirigía a ella.
—Hace calor ¿verdad?
—Sí —consiguió responder al ver a quién pertenecía aquella voz.
Sam no pensaba desaprovechar la oportunidad de hablar con ella.
—Hola, me llamo Sam Malcovich —sonrió tendiéndole la mano.
—Y yo soy Michael Talaua —dijo su amigo. Pero al ver la mirada que Sam le dirigió, enseguida añadió—: Y ya me iba. Adiós.
—Encantada —sonrió la joven y clavando sus ojos en Sam dijo—: Mi nombre es Kate Dallet.