Thomas jamás se detuvo a considerar qué haría si la puerta que daba a las habitaciones de su padre hubiese estado cerrada, y Peter tampoco lo había hecho; en los viejos tiempos jamás lo estuvo y, con el paso del tiempo, la puerta siempre permaneció abierta.
Lo único que hubo de hacer Peter fue descorrer el pasador. Irrumpió en la sala, seguido de los demás. Frisky ladraba muy fuerte y tenía todo el pelaje erizado. Puedo garantizar que Frisky comprendía mucho mejor la verdadera naturaleza de las cosas. Algo se estaba aproximando, algo cuyo olor negro se parecía a los gases venenosos que a veces mataban a los mineros del carbón de la Baronía Oriental cuando sus túneles se adentraban muy profundo. Llegado el caso, Frisky entablaría una lucha con el dueño de aquel olor; pelearía, aunque tuviera que morir. Si ella hubiese podido hablar, les habría dicho que aquel olor negro que se aproximaba por detrás de ellos no pertenecía a un hombre; lo que les perseguía era un monstruo, un horrible ente.
—Peter, que… —comenzó a decir Ben, pero su regio amigo le ignoró.
Sabía qué era lo que necesitaba. Con sus temblorosas y exhaustas piernas, cruzó corriendo la habitación, miró en dirección a la cabeza de Niner, y estiró los brazos para alcanzar el arco y la flecha que siempre habían estado colgados encima de aquella cabeza. Sus manos se cerraron en el vacío.
El arco y la flecha habían desaparecido.
Dennis, el último en entrar, cerró tras si y deslizó el cerrojo. En ese mismo instante la puerta fue sacudida por un poderoso golpe. Las sólidas tablas de madera dura, reforzadas con flejes de hierro, retumbaron.
Peter miró por encima de su hombro, con los ojos bien abiertos. Dennis y Naomi se arrastraron hacia atrás. Frisky permaneció junto a su ama, gruñendo. Solamente se veía el blanco de sus ojos gris verdosos.
—¡Abridme! —aulló Flagg—. ¡Abrid esta puerta!
—¡Peter! —exclamó Ben, desenvainando su espada.
—¡Apartaos! —gritó Peter en respuesta—. ¡Si valoráis vuestras vidas, apartaos! ¡Todos vosotros, apartaos!
Se retiraron precipitadamente justo cuando el puño de Flagg, ahora irradiando un fuego azul, volvía a caer contra la puerta. Los goznes, el cerrojo y los flejes de hierro estallaron al mismo tiempo con un ruido ensordecedor. Débiles rayos de la llama azul se filtraban entre las rajaduras de las tablas. De pronto, la sólida madera también estalló en mil pedazos. Trozos de puerta volaron por todas partes. Los pocos restos que permanecieron en su sitio cayeron a continuación hacia adentro con un sonido de batir de palmas.
Flagg se hallaba de pie en el pasillo, con la capucha caída sobre los hombros. La tez de su rostro tenía el color blanco de la cera. Sus labios eran como tiras de hígado estiradas para mostrar los dientes. Sus ojos ardían como el fuego de un horno.
En la mano, sostenía la pesada hacha de verdugo.
Estuvo allí de pie un momento más y luego entró en la sala. Miró a su izquierda y vio a Dennis. Miró a su derecha, y vio a Ben y a Naomi, con Frisky sentada junto a ella, gruñendo. Los ojos del mago los identificaron…, catalogándolos para una referencia futura… y luego los descartó. Cruzó de una zancada sobre los restos de la puerta, ahora mirando exclusivamente a Peter.
—Te caíste pero no te has matado —dijo—. Tal vez hayas pensado que tu Dios fue bondadoso. Pero déjame decirte que mis propios dioses te salvaron para mi. Reza a tu Dios ahora para que el corazón estalle dentro de tu pecho. Arrodillate y reza por ello, porque has de saber que mi muerte será mucho peor que cualquiera de las que hayas podido imaginar.
Peter permaneció en su sitio, entre Flagg y la silla de su padre, en la que Thomas estaba sentado, y cuya presencia, hasta entonces, había pasado inadvertida para todos. Peter hizo frente con valentía a la infernal mirada de Flagg, el cual, por un momento, pareció a punto de retroceder ante aquella firme expresión, y volvió a mostrar su sonrisa infrahumana.
—Tú y tus amigos me habéis causado grandes contratiempos, mi príncipe —susurró Flagg—. Muy grandes contratiempos. Tendría que haber terminado con vuestras vidas hace mucho tiempo. Pero ahora ya no habrá más inconvenientes.
—Te conozco —replicó Peter, y a pesar de que iba desarmado, su voz era firme y no revelaba miedo alguno—. Creo que mi padre también te conocía, a pesar de que era débil. Ahora yo asumo mi dignidad real, y yo te ordeno, demonio.
Peter se irguió en toda su estatura. Las llamas del fuego del hogar se reflejaban en sus ojos, haciéndoles brillar. En ese momento, Peter era en cuerpo y alma rey de Delain.
—Vete de este lugar. Abandona esta tierra, ahora y para siempre. ¡Fuera de aquí! ¿Me oyes? ¡¡Fuera!!
Peter dijo esto último con una voz tan potente que era mucho más que una voz; a través de él, hablaban muchas voces, las de todos los reyes y reinas que había tenido Delain, remontándose al pasado, cuando el castillo sólo era un grupo de chozas de barro y la gente se acurrucaba atemorizada alrededor de las fogatas durante las noches de invierno, mientras los lobos aullaban y los duendes comían atropelladamente y gritaban en los Grandes Bosques de los Tiempos del Ayer.
Otra vez pareció que Flagg iba a retroceder…, casi a contraerse. Pero comenzó a avanzar, despacio, muy despacio. Su enorme hacha se balanceaba en su mano izquierda.
—Podrás dar órdenes en el próximo mundo —susurró—. Escapándote, sólo has conseguido facilitarme el trabajo. ¡Si se me hubiese ocurrido, y a la larga eso sucedería, yo mismo habría maquinado una fuga falsa! Oh, Peter, tu cabeza rodará entre el fuego y podrás oler cómo se queman tus cabellos antes de que tu cerebro se dé cuenta de que estás muerto. ¡Arderás como ardió tu padre…, y ellos me concederán por ello una medalla en la plaza! ¿Acaso no has sido tú quien asesinó a su propio padre para obtener la corona?
—Tú le mataste —acusó Peter.
Flagg se rió.
—¿Yo? ¿Yo? Muchacho, creo que la Aguja te ha enloquecido. —Flagg se serenó, aunque sus ojos resplandecían—. Pero supón, sólo por un instante, que he sido yo. ¿Quién lo creería?
Peter aún llevaba enrollado el relicario sobre su mano derecha. La levantó con la vieja joya colgando y balanceándose de un modo hipnótico, reflejando en la pared destellos rojizos. Al verla, los ojos de Flagg se abrieron muy grandes, y Peter pensó: ¡Lo reconoce! ¡Por todos los Dioses, lo reconoce!
—Tú has matado a mi padre, y no es la primera vez que arreglas las cosas de la misma manera. Te has olvidado, ¿no es así? Lo puedo ve en tus ojos. Cuando durante el maligno reinado de Alan II, Leven Valera se interpuso en tu camino, su esposa fue encontrada envenenada. Las circunstancias hicieron que la culpabilidad de Valera fuese incuestionable…, del mismo modo que sucedió en mi propio caso.
—¿De dónde has sacado eso, pequeño bastardo? —siseó Flagg, Naomi se quedó sin aliento.
—Sí, te has olvidado —repitió Peter—. Creo que tarde o temprano, las criaturas como tú siempre comienzan a repetirse, porque las criaturas como tú sólo conocen unos cuantos trucos sencillos. Al cabo de un tiempo, hay alguien que los descubre. Y me parece que eso es lo que nos ha salvado de ti.
El relicario se balanceaba a la luz del fuego de la chimenea.
—¿A quién le importará? —preguntó Peter—. ¿Quién se lo creerá? Muchos. Si no tienen fe en ninguna otra cosa, creerán que eres tan viejo como su corazón les indique, monstruo.
—¡Entrégamelo!
—Tú has asesinado a Eleanor Valera, y has asesinado a mi padre.
—Sí, fui yo quien le llevó el vino —confesó Flagg, con llamas en los ojos—, y me reí mucho cuando se le quemaron las entrañas, y me reí aún más cuando te condujeron por las escaleras hasta lo alto de la Aguja. ¡Pero los que me han escuchado decir estas cosas en esta habitación muy pronto morirán, y nadie me ha visto entrar aquí con una copa de vino! ¡Sólo a ti te vieron!
Entonces, detrás de Peter, surgió una nueva voz. No era potente; era una voz tan baja que apenas podía oírse, y además temblaba. Pero sobresaltó a todos los presentes, incluido Flagg, dejándolos mudos de sorpresa.
—Hay alguien que te ha visto —declaró Thomas, el hermano de Peter, desde las profundas sombras de la silla de su padre—. Yo te vi, mago.
Peter se hizo a un lado y dio media vuelta, con el relicario aún colgando de su mano extendida.
¡Thomas!, trató de decir, pero no podía hablar, tan impresionado estaba por el horror y por la sorpresa ante los cambios producidos en su hermano. Había engordado y de algún modo envejecido. Siempre se había parecido mucho más a Roland que Peter, pero ahora el parecido era tan grande que asemejaba un espectro.
¡Thomas!, volvió a tratar de decir, dándose cuenta de por qué el arco y la flecha no estaban en su sitio sobre la cabeza de Niner. Thomas los tenía sobre su regazo, y la flecha se hallaba dispuesta en la cuerda de tripa.
En ese momento, Flagg lanzó un grito, abalanzándose hacia delante con la gran hacha de verdugo levantada sobre su cabeza.
Pero no fue un grito de furia, sino un alarido de terror. El pálido rostro de Flagg se contrajo, los pelos se le erizaron, la mandíbula se le aflojó. Peter se había asombrado por el gran parecido pero reconocía a su hermano; Flagg fue completamente engañado por las vacilantes llamas del fuego y las profundas sombras formadas por las alas de la silla en la que Thomas se hallaba sentado.
Se olvidó de Peter. Ahora se abalanzaba con su hacha hacia la silueta sedente. No ya había matado una vez al viejo con veneno; sin embargo estaba allí, con su abrigo que olía a aguamiel, sosteniendo en las manos su arco y su flecha, mirándole con ojos demacrados y acusadores.
—¡Fantasma! —gritó Flagg—. ¡No me importa si eres fantasma o demonio del infierno! ¡Te he matado una vez! ¡Puedo hacerlo de nuevo! ¡Aiiiiyyyyyyeeeeee!
Thomas siempre había destacado en arquería. Aunque rara vez salía de caza, durante los años del encarcelamiento de Peter, participó con frecuencia en torneos y, sobrio o borracho, siempre tenía el ojo de su padre. Poseía un magnifico arca de tejo, pero jamás había tirado con uno como el que ahora tenía asido. Era liviano y flexible, mas podía sentir la increíble fuerza de su madera de lanza. Era un arma muy grande pero elegante, que media de punta a punta casi dos metros y medio, y estando sentado no tenía suficiente espacio para estirarlo del todo; no obstante, pudo tensarlo sin ningún esfuerzo.
Ensartadora de Adversarios era probablemente la mejor flecha que jamás se había creado, con su madera de espino, sus tres plumas pertenecientes al ala de un halcón peregrino de Andua, su relumbrante punta de acero. Su calor se intensificaba al estar en contacto con el arco; Thomas lo sentía en el rostro al igual que si procediera de un horno.
—Tú a mi no podrás engañarme, mago —dijo Thomas suavemente.
Luego, disparó.
La flecha salió liberada del arco. Al cruzar la habitación, atravesó, justo por el centro, el relicario de Leven Valera, que aún colgaba del inmóvil puño extendido de Peter. La cadena de oro se partió con un débil sonido, ¡clinc!
Como ya os he contado, desde aquella noche en los bosques lejanos donde Flagg y sus tropas acamparon durante su infructuosa expedición en busca de los exiliados, el mago había sido atormentado por un sueño que no lograba recordar. Siempre se despertaba de él con su mano apretando el ojo izquierdo, como si hubiese recibido daño en él. Después de despertarse, le ardía durante unos minutos, pero nunca pudo encontrar que tuviese mal alguno.
Entonces, la flecha de Roland, portando en su punta el acorazonado relicario de Leven Valera, atravesó la sala de estar de Roland y se clavó en ese ojo.
Flagg lanzó un grito. El hacha de doble hoja cayó de sus manos, y el mango de la sangrienta arma se astilló para siempre. Flagg retrocedió tambaleándose, lanzando con su ojo sano una mirada feroz a Thomas. El otro había sido remplazado por el corazón dorado con sangre seca de Peter en su punta. Por sus bordes, comenzó a manar un maloliente líquido negro. Desde luego, aquello no era sangre.
Flagg volvió a chillar, cayó sobre sus rodillas…
…y súbitamente desapareció.
Peter se quedó atónito. Ben Staad lanzó una exclamación de sorpresa. Durante unos instantes, las ropas de Flagg conservaron las formas de su cuerpo y la flecha permaneció suspendida en el aire con el corazón perforado colgando de ella. Luego, las ropas y Ensartadora de Adversarios se desplomaron rebotando sobre el pavimento. La punta de acero todavía humeaba. Lo mismo había sucedido mucho tiempo atrás, cuando Roland la extrajo de la garganta del dragón. El corazón irradió un opaco destello rojo y se apagó para siempre, después de que su contorno quedara marcado sobre las losas del suelo, en el mismo sitio en que desapareció Flagg.
Peter se volvió hacia su hermano.
La calma sobrenatural de Thomas se había quebrado. Ya no se parecía a Roland; tenía el aspecto de un niño asustado y terriblemente agotado.
—Peter, lo lamento —dijo, y comenzó a llorar—. No puedes imaginarte lo mucho que me arrepiento. Supongo que ahora me matarás, y yo me merezco la muerte; si, sé que la merezco; pero antes de que lo hagas, te diré una cosa: lo he pagado. Si, así es. He pagado, lo he pagado con creces. Ahora mátame, si ése es tu deseo.
Thomas expuso su garganta y cerró los ojos. Peter se le aproximó. Los demás contuvieron el aliento, con los ojos muy abiertos.
Entonces, cariñosamente, Peter alzó a Thomas de la silla de su padre y le abrazó.
Lo tuvo abrazado hasta que se le pasó el arrebato de llanto, y le dijo que le quería y que lo querría siempre; después, lloraron los dos, debajo de la cabeza del dragón y con la flecha de su padre junto a sus pies; en cierto momento, los demás salieron a hurtadillas de la habitación dejando solos a los dos hermanos.
¿Vivieron para siempre felices después de aquello?
No. Nadie vive feliz para siempre, a pesar de lo que digan los relatos. Ellos tuvieron sus días buenos, como vosotros, y también sus días malos, que no hace falta que os explique cómo son. Disfrutaron sus victorias, al igual que vosotros, y sufrieron sus derrotas, las que vosotros también conocéis. Había momentos en los que se sentían avergonzados de si mismos, conscientes de que no habían hecho todo lo que podían, y otros momentos en los cuales sabían que defendieron aquello que su Dios quería que defendiesen. Lo que intento decir es que cada una de aquellas personas vivió como pudo; unos tuvieron una vida más larga que otros; pero todos se portaron correctamente y con valentía, y yo les quiero a todos ellos, y no me avergüenzo de mi amor.
Thomas y Peter comparecieron juntos ante el nuevo Juez General de Delain, y Peter fue puesto bajo custodia. Su segundo período como prisionero del reino fue mucho más corto que el primero pues sólo duró dos horas. Thomas sólo necesitó quince minutos pará contar su versión de los hechos; y el Juez General, que había sido designado con el beneplácito de Flagg y era una insignificante y tímida criatura, tardó una hora y tres cuartos en comprobar que el terrible mago realmente había desaparecido.
Después, se levantaron todos los cargos.
Aquella misma noche, todos ellos: Peter, Thomas, Ben, Naomi, Dennis e incluso Frisky, se reunieron en las antiguas habitaciones de Peter, el cual sirvió vino a todos, y hasta Frisky recibió un poco en un platito. Thomas fue el único que rehusó beber.
Peter deseaba que Thomas se quedara junto a él, pero Thomas insistió, y yo creo que con razón, en que si se quedaba, los ciudadanos le destrozarían por lo que había permitido que sucediera.
—Sólo eras un niño —le justificó Peter—, dominado por una poderosa criatura que te aterrorizaba.
Con una triste sonrisa, Thomas contestó:
—En parte tienes razón, pero la gente no recordará eso, Peter. Ellos se acordarán de Tommy el Portador de Impuestos, y vendrán en mi busca. Creo que excavarían en las rocas para poder llegar hasta mi. Flagg se ha ido, pero yo sigo aquí. Mi cabeza no vale mucho; pero, he decidido que me gustaría conservarla sobre los hombros por un poco de tiempo. —Hizo una pausa, como si reflexionara, y luego continuó diciendo—: Estaré mejor lejos de aquí. Mi odio y mis celos eran como una fiebre. Ahora han desaparecido, pero al cabo de unos años, a la sombra de tu reinado, podrían reaparecer. Como ves, he llegado a conocer una pequeña parte de mi ser. Si, una pequeña parte. No, Peter, debo marcharme esta misma noche. Cuanto antes mejor.
—Pero…, ¿a dónde te dirigirás?
—Me iré a la aventura —repuso Thomas con sencillez—. Creo que hacia el Sur. Tal vez vuelvas a verme, tal vez no. Buscaré en esa dirección…, tengo muchas cosas en mi conciencia, y mucho que expiar.
—¿Pero qué buscarás? —preguntó Ben.
—Quiero encontrar a Flagg —respondió Thomas—. Él está por ahí, en algún lugar. En este mundo o en cualquier otro, Flagg está al acecho. Lo sé; siento su veneno en el aire. Se escapó de nosotros justo a tiempo. Lo sabéis, y yo también. Lo encontraré y le daré muerte. Vengaré a mi padre, y así mi gran pecado será expiado. Y primero me dirigiré hacia el Sur, porque es allí donde percibo que está.
Peter preguntó:
—¿Y quién irá contigo? Yo no puedo, pues aquí tengo mucho por hacer. ¡Pero no permitiré que partas solo!
Peter estaba realmente preocupado, y si alguna vez habéis visto un mapa de aquellos tiempos, seguro que comprenderéis su estado, ya que, en los mapas, el Sur no era más que una gran extensión de espacio en blanco.
—Yo iré, mi señor rey —dijo Dennis, ante la sorpresa de cuantos se hallaban presentes.
Ambos hermanos lo miraron con asombro. Ben y Naomi también se volvieron, y Frisky alzó su cabeza del plato de vino, que estaba lamiendo con verdadero entusiasmo (a ella le agradaba el aroma, de un frío púrpura aterciopelado; no tan bueno como el sabor, pero casi).
Dennis se ruborizó levemente, pero se mantuvo decidido.
—Siempre fuisteis un buen señor, Thomas, y, con vuestro perdón, rey Peter, algo dentro de mí me dice que todavía sois mi señor. Puesto que fui yo quien encontró aquel ratón y os envié a la torre de la Aguja, mi rey…
—¡Tonterías! —respondió Peter—. Eso está olvidado.
—No por mí —declaró Dennis obstinadamente—. Podréis decir que también yo era muy joven, y que carecía de toda experiencia; pero creo que tengo algunos errores que reparar.
Dennis miró tímidamente a Thomas.
—Si me aceptáis, príncipe Thomas, os acompañaré; estaré a vuestro lado durante la búsqueda.
Casi a punto de estallar en lágrimas, Thomas le dijo:
—Te acepto de todo corazón, mi viejo amigo y buen Dennis. Sólo espero que sepas cocinar mejor que yo.
Partieron aquella misma noche, amparados por el manto de oscuridad; dos figuras a pie, con los morrales bien aprovisionados, encaminándose hacia el Sur. Una sola vez miraron atrás, agitando sus manos.
Los otros tres les devolvieron el saludo. Peter lloraba como si se le fuera a partir el corazón; en realidad, a él le parecía posible.
Jamás volveré a verle, pensó el joven rey.
Ah, bien; tal vez así fue, o tal vez no; pero sabéis, yo prefiero pensar que sí se vieron. Todo lo que puedo deciros es que, con el tiempo, Ben y Naomi contrajeron matrimonio; que Peter reinó durante muchos años y lo hizo honestamente; y que Thomas y Dennis tuvieron muchas aventuras extrañas, pues hallaron a Flagg, y hubieron de enfrentarse a él.
Pero ahora ya se ha hecho muy tarde, y todo esto pertenece a otro relato, que os contaré otro día.
FIN