Capítulo 28.

Martes, 29 de julio - Viernes, 24 de octubre

Durante tres días, Mikael estuvo inmerso en los documentos impresos del ordenador de Lisbeth: cajas repletas de papeles. El problema era que los detalles iban cambiando constantemente. Un negocio de opciones en Londres. Otro de divisas en París, hecho con la ayuda de intermediarios. Una sociedad buzón en Gibraltar. El saldo de una cuenta en el Chase Manhattan Bank de Nueva York que inesperadamente se multiplicaba por dos.

Y luego estaban los signos de interrogación más desconcertantes: una sociedad con doscientas mil coronas en una cuenta sin movimientos, abierta cinco años antes en Santiago de Chile —una más de las casi treinta sociedades similares distribuidas en doce países— y ni un solo dato sobre las actividades a las que se dedicaban. ¿Sociedades durmientes? ¿En espera de qué? ¿Empresas tapadera que ocultaban otros asuntos? El ordenador no ofrecía ninguna información sobre las cosas que Wennerström podía tener en su cabeza, las cuales, tal vez, le resultarían tan obvias que nunca habrían sido formuladas en un documento electrónico.

Salander estaba convencida de que la mayoría de esas preguntas nunca obtendría respuesta. Podían ver el mensaje, pero sin una clave no serían capaces de interpretar el significado. El imperio de Wennerström era como una cebolla compuesta de múltiples capas, un laberinto de empresas donde unas eran propietarias de otras. Sociedades, cuentas, fondos, valores. Constataron que nadie, ni siquiera el propio Wennerström, podía tener una visión global de todo. El imperio tenía vida propia.

Existía una estructura o, al menos, un indicio de ello. Un laberinto de empresas interdependientes. El imperio de Wennerström estaba valorado en una absurda horquilla de entre cien mil y cuatrocientos mil millones de coronas. Dependía de a quién se consultara y de cómo se calculara.

Pero si unas empresas eran dueñas de los bienes de las otras, ¿cuál sería, entonces, el valor conjunto de todas ellas?

Cuando Lisbeth se lo preguntó, Mikael Blomkvist la miró con una atormentada expresión en el rostro.

—Eso es pura cábala —contestó, y siguió clasificando las cuentas bancarias.

Habían salido de la isla de Hedeby por la mañana, muy temprano y a toda prisa, después de que Lisbeth Salander dejaba caer esa bomba informativa que ahora ocupaba todo el tiempo de Mikael Blomkvist. Fueron derechos a casa de Lisbeth y pasaron cuarenta y ocho horas delante del ordenador mientras ella le guiaba por el universo de Wennerström. Él tenía muchas preguntas. Una de ellas se debía a la simple curiosidad:

—Lisbeth, ¿cómo es posible que puedas controlar, prácticamente, su ordenador?

—Es un pequeño invento de mi amigo Plague. Wennerström tiene un portátil IBM en el que trabaja tanto en casa como en su oficina. Eso quiere decir que toda la información está en un único disco duro. En su casa tiene banda ancha. Plague ha inventado una especie de manguito que se sujeta alrededor del propio cable de la banda ancha y que yo estoy probando para él; todo lo que ve Wennerström es registrado por el manguito, que envía la información a un servidor instalado en algún lugar.

—¿No tiene cortafuegos?

Lisbeth sonrió.

—Sí, tiene uno. Pero la idea es que el manguito también funciona como una especie de cortafuegos. Por eso piratear el ordenador lleva su tiempo. Pongamos que Wennerström recibe un mensaje de correo electrónico; primero va a parar al manguito de Plague y puede ser leído por nosotros antes de que ni siquiera haya pasado por su cortafuegos. Pero lo ingenioso es que el correo se reescribe y recibe unos bytes de un código fuente. Esto se repite cada vez que él se baja algo a su ordenador. Funciona aún mejor con las fotos. Wennerström navega muchísimo por Internet. Cada vez que descarga una imagen porno o abre una nueva página web, le añadimos unas líneas al código. Al cabo de un tiempo, unas horas o unos días, dependiendo de lo que use el ordenador, se ha descargado un programa entero de unos tres megabytes en el que cada nuevo fragmento se va añadiendo al anterior.

—¿Y?

—Cuando las últimas piezas están en su sitio, el programa se integra en su navegador de internet. A él le da la impresión de que su ordenador se queda colgado y debe reiniciarlo. Durante el reinicio se instala un programa completamente nuevo. Usa Microsoft Explorer. La siguiente vez que el Explorer se pone en marcha lo que en realidad está arrancando es otro programa, invisible en su escritorio; se parece al Explorer y funciona como él, pero también hace muchas otras cosas. Primero asume el control de su cortafuegos y se asegura de que todo parezca funcionar perfectamente. Luego empieza a escanear el ordenador enviando fragmentos de información cada vez que navega y hace clic con el ratón. Al cabo de un tiempo —depende de lo que navegue por Internet—, nos hemos hecho con un espejo completo del contenido de su disco duro en un servidor que se encuentra en algún sitio. Así llega la hora del HT.

—¿HT?

Sorry. Plague lo llama HT: Hostile Takeover.

—De acuerdo.

—Lo realmente ingenioso es lo que ocurre a continuación. Cuando la estructura está lista, Wennerström tiene dos discos duros completos: uno en su portátil y otro en nuestro servidor. En cuanto inicia su equipo, en realidad lo que está arrancando es el otro, el espejo. Ya no está trabajando en su ordenador, sino en nuestro servidor. Su PC se vuelve un poco más lento, pero apenas resulta perceptible. Y cuando yo estoy conectada al servidor puedo pinchar su portátil a tiempo real. Cada vez que Wennerström pulsa una tecla yo lo veo en mi equipo.

—Supongo que tu amigo también es un hacker.

—Fue él quien organizó la escucha telefónica de Londres. Es un pelín incompetente socialmente y nunca ve a nadie, pero en la red es toda una leyenda.

—De acuerdo —dijo Mikael, mostrándole una resignada sonrisa—. Segunda pregunta: ¿por qué no me has contado todo esto antes?

—Nunca me lo has preguntado.

—Y si nunca te hubiera formulado la pregunta, pongamos que nunca te hubiese conocido, ¿te habrías guardado la información de que Wennerström era un gánster mientras Millennium se iba a la quiebra?

—Nadie me ha pedido que descubra a Wennerström —replicó Lisbeth con una sensatez no exenta de chulería.

—¿Y si te lo hubiesen pedido?

—Bueno; ya te lo he contado, ¿no? —contestó Lisbeth, poniéndose a la defensiva.

Mikael dejó el tema.

Mikael estaba completamente absorto en el contenido del ordenador de Wennerström. Lisbeth había copiado el contenido del disco duro, más de cinco gigabytes, en una decena de CDs. Ella ya tenía la sensación de haberse instalado, más o menos, en el apartamento de Mikael; esperaba pacientemente y contestaba a todas las preguntas que él le hacía sin cesar.

—No entiendo cómo puede haber sido tan tremendamente estúpido como para reunir todo el material sobre sus sucios trapicheos en un disco duro —dijo Mikael—. Si esto llega a caer en manos de la policía…

—La gente no actúa de manera racional. Yo diría que simplemente no le entra en la cabeza que la policía pueda confiscar su ordenador.

—Pensará que está por encima de cualquier sospecha. Es cierto que se trata de un arrogante cabrón, pero debe de estar rodeado de consultores de seguridad que le aconsejan en temas informáticos. Hay archivos que incluso datan de 1993.

—El ordenador es bastante nuevo. Fue fabricado hace un año, pero, en vez de almacenar en CDs toda la correspondencia antigua y cosas por el estilo, Wennerström parece haberlo transferido todo al nuevo disco duro. Por lo menos sí usa un programa de encriptación.

—Lo cual no sirve para absolutamente nada si ya estás dentro del ordenador y puedes leer las contraseñas cada vez que las teclea.

Una noche, a las tres, cuando ya llevaban cuatro días en Estocolmo, Christer Malm llamó al móvil de Mikael y lo despertó.

—Henry Cortez ha salido con una amiga esta noche.

—¿Ah, sí? —contestó Mikael, adormilado.

—De camino a casa han parado en el bar de la Estación Central.

—Menudo garito para seducir a una mujer.

—Escúchame. Janne Dahlman está de vacaciones. Henry lo ha pillado sentado en una mesa en compañía de otro hombre.

—¿Y?

—Henry reconoció al hombre gracias a su byline: Krister Söder.

—Me suena el nombre, pero…

—Trabaja en Finansmagasinet Monopol, propiedad del Grupo Wennerström —continuó Malm.

Mikael se incorporó.

—¿Sigues ahí?

—Sigo aquí. No tiene por qué significar nada. Söder es un periodista normal y corriente; puede que sea un viejo amigo de Dahlman.

—De acuerdo. Me he vuelto paranoico. Hace tres meses Millennium compró el reportaje de un freelance. La semana antes de publicarlo, Söder escribió uno casi idéntico. Se trataba de la misma historia: un fabricante de telefonía móvil ocultaba un informe que revelaba que el empleo de un componente erróneo podría causar un cortocircuito.

—Ya, pero eso son cosas que pasan. ¿Has hablado con Erika?

—No, sigue fuera; no vuelve hasta la semana que viene.

—No hagas nada. Te vuelvo a llamar —dijo Mikael, y apagó el móvil.

—¿Problemas? —preguntó Lisbeth Salander.

Millennium —respondió Mikael—. Tengo que darme una vuelta por allí. ¿Te apetece acompañarme?

A las cuatro de la mañana la redacción estaba desierta. Lisbeth tardó unos tres minutos en dar con la contraseña para entrar en el ordenador de Janne Dahlman, y dos más para transferir su contenido al iBook de Mikael.

Sin embargo, la mayoría de los correos electrónicos de Dahlman estaba en su portátil, al que no tenían acceso. Pero a través del ordenador de sobremesa de Millennium Lisbeth pudo averiguar que Dahlman, aparte de la dirección de millennium.se, tenía una cuenta privada de Hotmail. Le llevó seis minutos descifrar el código de acceso a la cuenta y descargar la correspondencia del último año. Cinco minutos más tarde, Mikael tenía pruebas de que Janne Dahlman no sólo filtraba información sobre la situación de Millennium, sino que también mantenía informado al redactor de Finansmagasinet Monopol acerca de los reportajes que Erika Berger tenía previstos para los sucesivos números de la revista. El espionaje se remontaba, por lo menos, al otoño anterior.

Apagaron los ordenadores y volvieron al apartamento de Mikael para dormir unas horas. A las diez de la mañana llamó a Christer Malm.

—Tengo pruebas de que Dahlman trabaja para Wennerström.

—Ya lo sabía. De acuerdo, voy a despedir a ese cerdo ahora mismo.

—No lo hagas. No hagas absolutamente nada.

—¿Nada?

—Christer: confía en mí. ¿Dahlman sigue de vacaciones?

—Sí, se reincorpora el lunes.

—¿Cuánta gente hay en la redacción hoy?

—Pues… está medio vacía.

—Convoca una reunión para las dos. No les digas de qué va. Voy para allá.

En la mesa de reuniones había seis personas sentadas frente a Mikael. Christer Malm parecía cansado. Henry Cortez mostraba esa cara de recién enamorado que sólo un chico de veinticuatro años puede tener. Monika Nilsson daba la impresión de mantenerse a la expectativa; Christer Malm no había dicho nada sobre el contenido de la reunión, pero ella llevaba el suficiente tiempo en la redacción como para darse cuenta de que se estaba tramando algo fuera de lo habitual, y se sentía irritada por haber sido mantenida al margen del information loop. La única que mostraba el mismo aspecto de siempre era Ingela Oskarsson, que trabajaba dos días a la semana como administrativa, ocupándose de las suscripciones y cosas por el estilo, y que, desde que se convirtió en madre, hacía ya dos años, no parecía demasiado relajada. La otra integrante de la redacción a tiempo parcial era la periodista freelance Lotta Karim, que tenía un contrato similar al de Henry Cortez y que acababa de reincorporarse tras las vacaciones. Christer también había conseguido convocar a Sonny Magnusson, que se encontraba de vacaciones.

Mikael empezó saludándolos a todos y pidiendo disculpas por haber estado ausente durante ese año.

—Ni Christer ni yo hemos tenido tiempo de comunicarle a Erika lo que aquí se va a tratar, pero os puedo asegurar que en este caso hablo también en su nombre. Hoy decidiremos el futuro de Millennium.

Hizo una pausa retórica para que asimilaran sus palabras. Nadie hizo preguntas.

—Este último año ha sido duro. Me sorprende que ninguno de vosotros haya ido a buscar trabajo a otra parte. Saco la conclusión de que o estáis locos de atar o sois excepcionalmente leales y da la casualidad de que os gusta trabajar precisamente en esta revista. Por eso voy a poner las cartas sobre la mesa y pediros una última contribución.

—¿Una última contribución? —preguntó Monika Nilsson—. Eso suena a que piensas cerrar la revista.

—Exacto —contestó Mikael—. Después de las vacaciones, Erika convocará a la redacción a una reunión de lo más triste en la que se os comunicará que Millennium se cerrará para Navidad y que todos seréis despedidos.

En ese mismo instante cierta preocupación se apoderó de los allí presentes. Incluso Christer Malm creyó por un momento que Mikael hablaba en serio. Luego todos advirtieron en él una sonrisa de satisfacción.

—Durante este otoño tendréis que representar un doble papel. Resulta que nuestro querido secretario de redacción, Janne Dahlman, hace un trabajillo extra como informante de Hans-Erik Wennerström. Por lo tanto, el enemigo está continuamente informado de lo que ocurre en la redacción, lo cual explica gran parte de los contratiempos que hemos sufrido en el último año. Sobre todo tú, Sonny, cuando todos esos anunciantes tan predispuestos se echaron atrás de la noche a la mañana.

—Maldita sea; lo sabía —dijo Monika Nilsson.

Janne Dahlman nunca había sido muy popular en la redacción y, al parecer, la revelación no supuso un shock para nadie. Mikael silenció el murmullo emergente.

—Si os cuento esto, es porque confío plenamente en vosotros. Llevamos varios años trabajando juntos y sé que tenéis la cabeza en su sitio. Por eso también sé que os vais a prestar al juego de este otoño. Es de vital importancia que le hagamos creer a Wennerström que Millennium está a punto de cerrar. Ese será vuestro cometido.

—¿Cuál es nuestra verdadera situación? —preguntó Henry Cortez.

—Sé que ha sido duro para todos y aún no hemos llegado a buen puerto. Cualquiera con un poco de sentido común diría que Millennium ya tiene un pie en la tumba. Os doy mi palabra de que eso no va a pasar. Hoy en día Millennium es más fuerte que hace un año. Después de esta reunión volveré a desaparecer durante más de dos meses. Regresaré a finales de octubre. Entonces le cortaremos las alas a Hans-Erik Wennerström.

—¿Cómo? —preguntó Cortez.

Sorry. No os lo pienso decir. Voy a escribir otro reportaje sobre Wennerström. Esta vez se hará bien. Luego prepararemos una fiesta de Navidad en la revista. Había pensado en Wennerström asado de primero y unos cuantos críticos de postre.

El ambiente se distendió. Mikael se preguntó qué habría sentido él si hubiese estado sentado escuchándose a sí mismo: ¿desconfianza? Sí, sin duda. Pero, al parecer, seguía gozando de mucha confianza entre su reducido grupo de empleados. Levantó la mano.

—Para que esto tenga éxito es importante que Wennerström piense que Millennium se está yendo a pique. No podemos arriesgarnos a que ponga en marcha ningún plan de ataque o que elimine pruebas en el último instante. Por eso vamos a redactar un guión que deberéis seguir al pie de la letra durante este otoño. Primero: es de crucial importancia que nada de lo que estamos abordando hoy aquí sea puesto por escrito, se envíe por correo electrónico o se comente con alguien de fuera. No sabemos hasta qué punto husmea Dahlman en nuestros ordenadores, y ahora sé que, por lo visto, resulta bastante sencillo leer el correo electrónico privado de los colaboradores. O sea, lo trataremos todo verbalmente. Si tenéis necesidad de hablar sobre el tema durante las próximas semanas, dirigíos a Christer, pero en su casa. Con la máxima discreción.

Mikael escribió «nada de correos electrónicos» en la pizarra.

—Segundo: debéis cabrearos unos con otros. Quiero que empecéis a hablar mal de mí cada vez que Janne Dahlman esté cerca. No lo exageréis. Sólo es cuestión de dar rienda suelta a vuestra natural mala leche. Christer: quiero que tú y Erika tengáis un serio conflicto. Usad la imaginación y sed misteriosos con el motivo, pero haced que parezca que la revista está a punto de derrumbarse y que todos estáis cabreados con todos.

Escribió «mala leche» en la pizarra.

—Tercero: cuando vuelva Erika, tú, Christer, la pondrás al corriente de lo que se está tramando. Su trabajo será asegurarse de que Janne Dahlman crea que nuestro acuerdo con el Grupo Vanger, lo que nos mantiene a flote de momento, se ha ido al traste debido a que Henrik Vanger está gravemente enfermo y a que Martin Vanger se ha matado en un accidente de tráfico.

Escribió la palabra «desinformación».

—Pero ¿el acuerdo sigue siendo vigente? —preguntó Monika Nilsson.

—Creedme —dijo Mikael con severidad—. El Grupo Vanger irá muy lejos para asegurarse la supervivencia de Millennium. Dentro de unas semanas, digamos a finales de agosto, Erika convocará una reunión y dará el preaviso de los despidos. Es imprescindible que todos comprendáis que es falso y que el único que va a desaparecer de aquí es Janne Dahlman. Pero continuad con el juego. Poneos a hablar de los nuevos trabajos que habéis solicitado y quejaos de la pésima referencia que representa Millennium en vuestro curriculum.

—¿Y tú crees que este juego salvará a Millennium? —preguntó Sonny Magnusson.

—Sé que lo hará. Sonny, quiero que redactes un informe mensual falso donde se haga constar que el mercado de anunciantes ha bajado durante los últimos meses, así como el número de suscriptores.

—Suena divertido —dijo Monika—. ¿Lo guardamos en la redacción o lo filtramos también a otros medios?

—Que no salga de la redacción. Si la historia aparece en algún lugar, ya sabremos quién lo ha filtrado. Si alguien nos pregunta dentro de unos meses, le contestaremos: «Pero ¿qué dices?, has oído rumores sin fundamento; nunca ha estado en nuestras mentes cerrar Millennium». Lo mejor que nos puede pasar es que Dahlman filtre la historia a otros medios. Entonces quedará como un idiota. Si se os presenta la ocasión de darle un soplo a Dahlman sobre algún chisme totalmente descabellado pero creíble, adelante.

Dedicaron dos horas a tramar un guión y repartirse los papeles.

Después de la reunión, Mikael se fue con Christer Malm al Java de la cuesta de Hornsgatan para tomar un café.

—Christer, es muy importante que vayas a buscar a Erika al aeropuerto de Arlanda para ponerla al corriente de la situación. Tienes que convencerla de que participe en este juego. La conozco bien: sé que deseará ocuparse de Dahlman inmediatamente y eso no es posible. No quiero que Wennerström tenga ni la más mínima idea de lo que ocurre para que no haga desaparecer ninguna prueba.

—De acuerdo.

—Y asegúrate de que Erika no use el correo electrónico hasta que instale el programa de encriptación PGP y aprenda a usarlo. Tal vez Wennerström pueda leer toda nuestra correspondencia electrónica gracias a Dahlman. Quiero que tú y el resto de la redacción también tengáis el PGP. Hazlo de forma natural. Te voy a dar el nombre de un asesor informático con el que debes contactar para que revise la red y los ordenadores de toda la redacción. Deja que sea él quien instale el programa como si se tratara de un servicio más.

—Haré lo que pueda. Pero Mikael, ¿a qué viene todo esto?

—Wennerström. Pienso clavarlo en la puerta de un establo.

—¿Cómo?

Sorry. De momento es mi secreto. Lo que sí te puedo decir es que tengo un material que hará que nuestra anterior revelación parezca un juego de niños.

Christer Malm dio la impresión de incomodarse.

—Siempre he confiado en ti, Mikael. ¿Eso significa que no confías en mí?

Mikael se rió.

—No, hombre. Lo que pasa es que ahora me dedico a actividades seriamente delictivas que me pueden ocasionar hasta dos años de cárcel. Son los procedimientos que utilizo en mi investigación, por decirlo de alguna manera, los que son un poco dudosos… Juego con métodos más o menos tan legales como los de Wennerström. No quiero que tú o Erika, o alguien de la redacción, os veáis involucrados.

—Tienes un modo de preocuparme…

—Tranquilo. Y puedes decirle a Erika que esta historia va a ser algo gordo. Muy gordo.

—Erika querrá saber lo que te traes entre manos…

Mikael meditó un instante. Luego sonrió.

—Dile que me dejó muy claro esta primavera, al firmar el contrato con Henrik Vanger a mis espaldas, que actualmente yo soy un simple freelance sin ningún puesto en la junta directiva y sin influencia en la política de Millennium. Así que supongo que tampoco tengo la obligación de informarla. Pero si se porta bien, prometo ofrecerle el reportaje a ella antes que a nadie.

Christer Malm se echó a reír.

—Se pondrá furiosa —dijo con regocijo.

Mikael sabía muy bien que no había sido del todo sincero con Christer Malm. Evitaba a Erika conscientemente. Lo más lógico habría sido telefonearla de inmediato y ponerla al corriente. Sin embargo, no quería hablar con ella. En decenas de ocasiones tuvo el móvil en la mano y buscó su número. Sólo le faltaba apretar la tecla de llamada, pero en el último instante siempre se arrepentía.

Sabía cuál era el problema. No la podía mirar a los ojos.

El cover up al que él se había prestado en Hedestad era imperdonable desde un punto de vista periodístico. No tenía ni idea de cómo explicárselo sin mentir, y si había algo que no pensaba hacer nunca, era mentirle a Erika Berger.

Sobre todo, no tenía fuerzas para enfrentarse a ello al mismo tiempo que iba a ocuparse de Wennerström.

Por lo tanto, pospuso el encuentro, apagó el móvil y renunció a hablar con ella. Sabía que sólo se trataba de un aplazamiento temporal.

Inmediatamente después de que tuviera lugar el encuentro de la redacción, Mikael se trasladó a su casita de Sandhamn, donde hacía más de un año que no ponía los pies. Llevaba consigo dos cajas de documentos impresos y los CDs que Lisbeth Salander le había proporcionado. Se abasteció bien de comida, se encerró, abrió el iBook y empezó a escribir. Cada día daba un corto paseo para ir a buscar los periódicos y hacer la compra. El puerto deportivo seguía lleno de veleros, y los jóvenes que habían cogido el barco de papá estaban, como siempre, en el Dykarbaren emborrachándose hasta más no poder.

Mikael apenas prestaba atención a su entorno. Se sentaba delante de su ordenador prácticamente desde que abría los ojos por la mañana hasta que caía rendido por la noche.

Correo electrónico encriptado de la redactora jefe ‹erika.berger@millennium.se› al editor jefe en excedencia ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

Mikael: necesito saber qué está pasando. Dios mío, vuelvo de vacaciones y me encuentro con un caos absoluto, con la noticia sobre Janne Dahlman y este doble juego que te has inventado. Martin Vanger muerto. Harriet Vanger vive. ¿Qué está pasando en Hedeby? ¿Dónde te has metido? ¿Hay alguna historia que publicar? ¿Por qué no coges el móvil? E.

P.S. He cogido la indirecta que Christer me comunicó con sumo placer. Esto me lo pagarás. ¿Estás enfadado conmigo de verdad?

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:

Hola, Ricky. No, por Dios, no estoy enfadado. Perdona que no haya tenido tiempo para mantenerte informada, pero durante los últimos meses mi vida ha sido una montaña rusa. Te lo contaré todo cuando nos veamos, pero no por correo. Ahora mismo me encuentro en Sandhamn. Hay material para publicar, pero la historia no va de Harriet Vanger. Voy a estar pegado a esta silla durante algún tiempo. Luego, todo habrá terminado. Confía en mí. Besos. M.

De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@miIlennium.se›:

¿Sandhamn? Iré a verte enseguida.

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger©millennium.se›:

Ahora no. Espera un par de semanas; por lo menos hasta que tenga un texto en condiciones. Además, espero otra visita.

De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

De acuerdo, entonces me mantendré alejada. Pero necesito saber qué está pasando. Henrik Vanger ha vuelto como director ejecutivo y no me coge el teléfono. Si el acuerdo con Vanger se ha roto, me lo tienes que decir. Ahora no sé qué hacer. Necesito saber si la revista va a sobrevivir o no. Ricky.

P.S. ¿Quién es ella?

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:

Primero: puedes estar perfectamente tranquila; Henrik Vanger no va a dar marcha atrás. Pero ha sufrido un grave infarto y sólo trabaja un poco cada día; supongo que el caos generado tras la muerte de Martin y la resurrección de Harriet absorbe todas sus energías.

Segundo: Millennium sobrevivirá. Estoy trabajando en el reportaje más importante de nuestras vidas; cuando lo publiquemos, hundiremos a Wennerström para siempre.

Tercero: ahora mismo mi vida está patas arriba, pero nada ha cambiado entre tú, yo y Millennium. Confía en mí. Besos. Mikael.

P.S. Os presentaré en cuanto haya ocasión. Te va a dejar con la boca abierta.

Cuando Lisbeth Salander llegó a Sandhamn se encontró con un Mikael Blomkvist sin afeitar y con ojeras que le dio un breve abrazo y le dijo que preparara café y lo esperara mientras él terminaba lo que estaba escribiendo.

Lisbeth paseó la mirada por la casita y casi enseguida constató que allí se encontraba a gusto. La vivienda se asentaba directamente sobre un embarcadero y tenía el agua a dos metros de la puerta. Sólo medía seis por cinco metros, pero el techo era tan alto que, sobre una plataforma, se había habilitado un loft dormitorio al final de una escalera de caracol. En él Lisbeth podía estar de pie, pero Mikael tenía que agacharse unos centímetros. Le echó un vistazo a la cama y concluyó que era lo suficientemente ancha para los dos.

La casita tenía una ventana grande que daba al mar, justo al lado de la puerta. La mesa de la cocina de Mikael hacía las veces de lugar de trabajo. En la pared junto a la mesa había una estantería con un reproductor de CDs, una gran colección de discos de Elvis Presley y unos cuantos de rock duro que no se encontraban precisamente entre las preferencias musicales de Lisbeth.

En un rincón se levantaba una chimenea de esteatita con puerta de cristal. Por lo demás, el mobiliario consistía en un gran armario empotrado para la ropa personal y la de cama, y un fregadero situado tras una cortina de ducha, que también servía como pila de lavar. Junto al fregadero había una pequeña ventana y, debajo de la escalera de caracol, un espacio donde Mikael había construido un retrete. Aquello parecía el camarote de un barco, con prácticos compartimentos por todas partes.

En su investigación personal sobre Mikael Blomkvist, Lisbeth llegó a la conclusión de que él mismo había renovado la caseta de pescadores y había decidido toda la decoración; una conclusión extraída a partir de comentarios de un conocido que, tras haberlo visitado, le envió un correo electrónico, impresionado de que Mikael fuera tan manitas. Todo estaba limpio y resultaba modesto y sencillo, casi espartano. Lisbeth entendió perfectamente por qué a Mikael le encantaba esa casita.

Al cabo de dos horas consiguió distraer tanto la atención de Mikael que él, frustrado, apagó el ordenador, se afeitó y se la llevó de visita guiada por Sandhamn. Llovía y hacía mucho viento, de modo que pronto acabaron en la fonda. Mikael le contó lo que había escrito y Lisbeth le dio un CD con las últimas novedades del ordenador de Wennerström.

Luego ella lo arrastró de vuelta a la casita, consiguió quitarle la ropa y lo distrajo aún más. Lisbeth se despertó por la noche, ya tarde, sola en la cama; desde allí miró hacia abajo y descubrió a Mikael inclinado sobre el teclado. Se quedó contemplándole mucho tiempo, con la cabeza entre las manos. Parecía feliz, y ella misma, de repente, se sintió extrañamente en paz con la vida.

Lisbeth permaneció sólo cinco días en Sandhamn antes de volver a Estocolmo. Tenía que ocuparse de un trabajo para el que Dragan Armanskij la había buscado desesperadamente por teléfono. Le dedicó once días a aquel encargo, entregó el informe y volvió a Sandhamn. La pila de páginas impresas junto al iBook de Mikael había crecido.

Esta vez se quedó cuatro semanas. Establecieron una rutina. Se levantaban a las ocho, desayunaban y estaban juntos más o menos una hora. Luego Mikael trabajaba intensamente hasta la tarde, momento en el que daban un paseo y hablaban. Lisbeth se pasaba la mayor parte del día en la cama, donde o leía novelas o navegaba por Internet con el módem ADSL de Mikael. Evitaba molestarle a lo largo de la jornada. Cenaban bastante tarde y luego Lisbeth tomaba la iniciativa y le obligaba a subir al dormitorio, donde se aseguraba de que él le dedicara toda la atención imaginable.

Lisbeth estaba viviendo aquello como si fueran las primeras vacaciones de su vida.

Correo electrónico encriptado de la redactora jefe ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

Hola, M. Ya es oficial: Janne Dahlman ha dimitido y empieza en Finansmagasinet Monopol dentro de tres semanas. He hecho lo que querías; no he dicho nada y todo el mundo está haciendo el payaso. E.

P.S. Sea como fuere, parecen pasárselo bien. Hace un par de días Henry y Lotta se enfrascaron en una discusión y terminaron por tirarse los trastos a la cabeza. Se están riendo tanto de Dahlman que no entiendo cómo no se da cuenta de que todo es una farsa.

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:

Deséale buena suerte y deja que se vaya. Pero mete la cubertería de plata en un armario y échale la llave. Besos. M.

De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

Me encuentro sin secretario de redacción a dos semanas de imprimir. Mi periodista de investigación está en Sandhamn y se niega a hablar conmigo. Micke, no puedo más. ¿Vienes a ayudarme? Erika.

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:

Aguanta un par de semanas más. Para entonces habremos llegado a buen puerto y podremos empezar a pensar en el número de diciembre, que va a ser diferente de todo lo que hemos hecho hasta ahora. Mi texto ocupará unas cuarenta páginas de la revista. M.

De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

¡40 PÁGINAS! Pero ¿tú estás mal de la cabeza?

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:

Va a ser un número temático. Necesito tres semanas más. Me podrías hacer lo siguiente: 1: registra una empresa con el nombre de Millennium; 2: consigue un ISBN; 3: pídele a Christer que diseñe un logo bonito para nuestra nueva editorial; y 4: busca una buena imprenta capaz de hacer libros de bolsillo de un modo rápido y barato. Y, por cierto, vamos a necesitar dinero para imprimir nuestro primer libro. Besos. Mikael.

De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

Número temático. Editorial. Dinero. Yes, master. ¿Quieres que haga algo más? ¿Bailar desnuda en la plaza de Slussen? E.

P.S. Supongo que sabes dónde te metes. Pero ¿qué hago con Dahlman?

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:

No hagas nada con Dahlman. Deja que se vaya. A Finansmagasinet Monopol no le queda mucho tiempo. Introduce más material freelance en este número. Y búscate otro secretario de redacción, por Dios. M.

P.S. Me gustaría mucho verte desnuda en la plaza de Slussen.

De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

¿La plaza de Slussen? In your dreams. Pero Mikael, siempre hemos contratado juntos a la gente nueva. Ricky.

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:

Y siempre hemos estado de acuerdo en a quién contratar. Así será también esta vez, elijas a quien elijas. Vamos a darle un buen golpe a Wennerström. Y ya está, eso es todo. Déjame que termine mi trabajo tranquilamente. M.

A principios de octubre, Lisbeth Salander leyó una noticia publicada en la edición electrónica del Hedestads-Kuriren. Se la comentó a Mikael. Isabella Vanger había fallecido después de una breve enfermedad. Harriet Vanger, su recién resucitada hija, lamentaba lo sucedido.

Correo electrónico encriptado de ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

Hola, Mikael.

Hoy Harriet Vanger ha venido a visitarme a la redacción. Me ha llamado cinco minutos antes de subir y me ha cogido completamente desprevenida. Una mujer guapa con ropa elegante y una mirada fría.

Ha venido a comunicarme que sustituía a Martin Vanger como la representante de Henrik en la junta directiva. Se ha mostrado educada y amable y me ha asegurado que el Grupo Vanger no tiene intención de dar marcha atrás al acuerdo, sino todo lo contrario: que la familia apoya completamente el compromiso que Henrik tiene para con la revista. Me ha pedido que le enseñe la redacción y se ha interesado por saber cómo estaba viviendo yo la situación.

Le he dicho la verdad: que me siento como si no estuviera pisando suelo firme, que me has prohibido ir a visitarte a Sandhamn y que ignoro en qué estás trabajando; que lo único que sé es que piensas asestarle un buen golpe a Wennerström. (Supongo que podía contárselo; al fin y al cabo, está en nuestra junta directiva.) Arqueó una ceja, sonrió y me preguntó si dudaba de que fueras capaz de hacerlo. ¿Qué contestas a una cosa así? Le dije que estaría infinitamente más tranquila si supiera lo que se está tramando. Bueno, claro que me fío de ti. Pero es que me sacas de quicio.

Le he preguntado si ella sabía lo que te traes entre manos. Me ha contestado que no, pero me ha dicho que le has dado la impresión de ser una persona de notables recursos, altamente perspicaz e imaginativa. (Ésas fueron literalmente sus palabras.)

También le he dicho que tenía entendido que algo muy dramático había ocurrido en Hedestad y que me estaba volviendo loca de curiosidad con toda la historia de Harriet Vanger. En resumen, que me sentía como una idiota. Ella me ha contestado con otra pregunta: si tú realmente no me habías comentado nada. Me ha soltado que sabe que tú y yo tenemos una relación especial y que, sin duda, me lo contarás en cuanto puedas. Luego me ha preguntado si podía confiar en mí. ¿Qué podía responderle? Ella está en la junta directiva de Millennium y tú me has abandonado sin dejarme nada con lo que negociar.

Luego dijo algo raro. Me pidió que yo no os juzgara ni a ti ni a ella con demasiada acritud. Dijo que tenía una deuda de gratitud contigo y que le gustaría mucho que nosotras también pudiéramos ser amigas. Después prometió contarme la historia en cuanto se presentara la oportunidad, si tú no eras capaz. Se ha despedido de mí hace apenas media hora y me ha dejado bastante aturdida. Me ha caído bien, pero no sé si puedo fiarme de ella. Erika.

P.S. Te echo de menos. Me da la sensación de que algo terrible ocurrió en Hedestad. Christer dice que tienes una marca rara —¿de estrangulamiento?— en el cuello.

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:

Hola, Ricky. La historia de Harriet es tan desgraciada y tan triste que no te la puedes ni imaginar. Me parece estupendo que te la cuente ella misma. Apenas soy capaz de pensar en ello.

En espera de eso, te garantizo que puedes confiar en Harriet Vanger. Ella decía la verdad cuando hablaba de su deuda conmigo; y créeme: nunca hará nada para dañar a Millennium. Hazte su amiga si te cae bien. Y si no, no lo hagas. Sea como fuere, se merece un respeto. Se trata de una mujer que lleva una pesada carga a sus espaldas y siento una gran simpatía por ella. M.

Al día siguiente Mikael recibió otro correo.

De ‹harriet.vanger@vangerindustries.com› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:

Hola, Mikael. Llevo varias semanas intentando encontrar un momento para ponerme en contacto contigo, pero las horas no me cunden. Desapareciste tan apresuradamente de Hedeby que no tuve ocasión de despedirme.

Todo este tiempo que llevo en Suecia, lleno de duro trabajo, he estado bastante aturdida. En las empresas Vanger reina el caos más absoluto y tanto Henrik como yo hemos trabajado con gran empeño intentando poner orden en los negocios. Ayer visité Millennium; entro como la representante de Henrik en la junta. Henrik me ha puesto al día de tu situación y la de la revista.

Espero que aceptes que entre de esa manera. Si no me quieres a mí (ni a nadie más de la familia) en la junta directiva, te entenderé, pero te aseguro que haré todo lo posible para ayudar a Millennium. Tengo una gran deuda contigo y te garantizo que mis intenciones al respecto siempre serán las mejores.

He conocido a tu amiga Erika Berger. No sé muy bien qué impresión le habré causado y me ha sorprendido que no le hayas contado lo que ocurrió. Me gustaría mucho ser tu amiga, si es que aguantas a alguien de la familia Vanger de ahora en adelante. Saludos cordiales. Harriet.

P.S. Me he enterado por Erika de que piensas atacar a Wennerström de nuevo. Dirch Frode me ha contado cómo te engañó Henrik. No sé qué decir. Lo siento. Si hay algo que yo pueda hacer, dímelo, por favor.

De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹harriet.vanger@vangerindustries.com›:

Hola, Harriet. Es cierto que desaparecí muy precipitadamente de Hedeby. Ahora estoy trabajando en aquello a lo que realmente debería haberme dedicado este año. Tendrás información con la suficiente antelación antes de que el texto vaya a imprenta, pero me atrevo a decir que el problema de este último año pronto se habrá acabado.

Espero que tú y Erika seáis amigas, y claro que no tengo inconveniente en que formes parte de la junta de Millennium. Le contaré a Erika lo que pasó. Pero ahora mismo no tengo ni fuerzas ni tiempo; antes de hacerlo quiero dejar reposar el tema un poco más.

Estaremos en contacto. Saludos. Mikael.

Lisbeth no le prestó mucha atención a lo que Mikael estaba escribiendo. Levantó la mirada del libro cuando él dijo algo que, al principio, ella no comprendió.

—Perdón. Estoy pensando en voz alta. He dicho que esto es muy fuerte.

—¿Qué es lo que es fuerte?

—Wennerström mantuvo una relación con una camarera de veintidós años a la que dejó embarazada. ¿No has leído su correspondencia con el abogado?

—Por favor, Mikael. Tienes diez años de correspondencia, de correos electrónicos, de acuerdos, de documentos de viajes y de Dios sabe qué en ese disco duro. No estoy tan fascinada por Wennerström como para leerme sus gigabytes de chorradas. He leído una pequeña parte, más que nada para satisfacer mi curiosidad; lo suficiente para constatar que se trata de un gánster.

—Vale. Bueno, la dejó embarazada en 1997. Cuando ella le pidió una compensación, el abogado contrató a alguien para convencerla de que abortara. Supongo que la intención era ofrecerle una suma de dinero, pero la chica no estaba interesada. Entonces la persuasión se hizo de la siguiente manera: el matón le metió la cabeza en una bañera llena de agua hasta que ella accedió a dejar en paz a Wennerström. Y todo esto se lo escribe a Wennerström el idiota del abogado en un correo electrónico; encriptado, es cierto, pero de todos modos… Bueno, no es que el nivel de inteligencia de esta gentuza me sorprenda demasiado.

—¿Qué pasó con la chica?

—Abortó. Para satisfacción de Wennerström.

Lisbeth Salander no dijo nada en diez minutos. De repente sus ojos se ennegrecieron.

—Otro hombre que odia a las mujeres —murmuró finalmente. Mikael no la oyó.

Ella cogió los CDs y dedicó los siguientes días a leer detenidamente el correo electrónico de Wennerström, así como otros documentos. Mientras Mikael seguía trabajando, Lisbeth estaba sentada en la cama con su PowerBook en las rodillas, reflexionando sobre el extraño imperio de Wennerström.

Se le había ocurrido una peculiar idea que no conseguía quitarse de la cabeza; más que nada se preguntaba por qué no había pensado en ello antes.

Una mañana, a finales de octubre, Mikael imprimió una página y luego apagó el ordenador ya a las once de la mañana. Sin pronunciar palabra, subió al dormitorio y le entregó a Lisbeth un buen tocho de papeles. Acto seguido, se durmió. Ella le despertó por la tarde para darle sus opiniones sobre el texto.

Poco después de las dos de la madrugada, Mikael hizo una última copia de seguridad de su reportaje.

Al día siguiente, cerró los postigos de la casita y le echó la llave a la puerta. Las vacaciones de Lisbeth se habían acabado. Se fueron juntos a Estocolmo.

Antes de llegar a Estocolmo, Mikael tenía que tratar con Lisbeth un tema bastante delicado. Lo sacó en el ferry de Waxholm, cuando estaban tomando café en vasos de papel.

—Tenemos que ponernos de acuerdo sobre lo que le voy a contar a Erika. Si no puedo explicarle cómo he conseguido el material, se negará a publicarlo.

Erika Berger. La amante de toda la vida y la redactora jefe de Mikael. Lisbeth no la conocía y tampoco estaba segura de quererlo hacer; le parecía una interferencia poco definida, aunque molesta, en su vida.

—¿Qué sabe ella de mí?

—Nada —suspiró Mikael—; llevo todo el verano evitándola. No soy capaz de contarle lo que pasó en Hedestad porque me da una tremenda vergüenza. Se siente enormemente frustrada por la parquedad de mis informaciones. Sabe, por supuesto, que he estado en Sandhamn escribiendo este texto, pero ignora su contenido.

—Mmm.

—Se lo daré dentro de un par de horas. Entonces, me hará un interrogatorio en tercer grado. No sé qué decirle.

—¿Qué quieres decirle?

—Quiero contarle la verdad.

Una arruga apareció en el entrecejo de Lisbeth.

—Lisbeth, Erika y yo discutimos casi siempre. En cierto modo forma parte de nuestra manera de entendernos. Pero nos tenemos una confianza absoluta. Es totalmente fiable. Tú eres una fuente y ella moriría antes de descubrirte.

—¿A cuántos más tendrás que contárselo?

—A nadie más. Esto me lo llevaré a la tumba; y Erika hará lo mismo. Pero si me dices que no, no le revelaré tu secreto. Lo que no pienso hacer es mentirle e inventarme una fuente que no existe.

Lisbeth reflexionó durante todo el trayecto hasta que atracaron en el muelle delante del Grand Hotel. «Análisis de consecuencias». Al final, a regañadientes, aceptó ser presentada a Erika. Mikael encendió el móvil y llamó.

Erika Berger recibió la llamada en plena comida de negocios con Malin Eriksson, candidata al puesto de secretaria de redacción. Malin tenía veintinueve años y llevaba cinco haciendo sustituciones y suplencias. Nunca había tenido un empleo fijo y estaba empezando a dudar si lo tendría alguna vez. La oferta de trabajo no había sido publicada; un viejo conocido de Erika había recomendado a Malin. Erika la llamó el mismo día en que terminó su última suplencia para saber si estaba interesada en solicitar un puesto en Millennium.

—Se trata de una suplencia de tres meses —dijo Erika—, pero si funciona bien, puede llegar a ser algo fijo.

—Se rumorea que Millennium va a cerrar dentro de poco.

Erika Berger sonrió.

—No deberías hacer caso a los rumores.

—Ese Dahlman al que voy a sustituir… —Malin Eriksson dudó— va a una revista que es propiedad de Hans-Erik Wennerström…

Erika asintió con la cabeza.

—A nadie del gremio se le habrá escapado que estamos en conflicto con Wennerström. No les tiene mucha simpatía a los empleados de Millennium.

—Así que si acepto el puesto, yo también perteneceré a ese grupo.

—Es bastante probable, sí.

—Pero Dahlman ha conseguido un puesto en Finansmagasinet Monopol.

—Podríamos decir que es la manera que Wennerström tiene de compensar ciertos servicios que Dahlman le ha prestado. ¿Sigues interesada?

Malin Eriksson meditó la respuesta un instante. Luego asintió con la cabeza.

—¿Cuándo quieres que empiece?

Fue en ese preciso momento cuando Mikael Blomkvist llamó e interrumpió la entrevista.

Erika usó sus propias llaves para abrir la puerta del apartamento de Mikael. Era la primera vez que se veían cara a cara desde aquella breve visita a la redacción a finales de junio. Ella entró en el salón y encontró en el sofá a una chica de una delgadez anoréxica, vestida con una desgastada chupa de cuero y con los pies encima de la mesa. Al principio pensó que la joven tendría unos quince años, pero eso fue antes de ver sus ojos. Seguía observando aquella aparición cuando Mikael irrumpió con una cafetera y unas pastas.

Mikael y Erika se examinaron.

—Perdóname por haber pasado de ti de esta manera —dijo Mikael.

Erika inclinó la cabeza a un lado. Algo había cambiado en Mikael. Lo veía demacrado, más delgado de lo que recordaba. Sus ojos se mostraban avergonzados y por un breve instante él evitó su mirada. Erika le observó el cuello. Tenía marcada una línea roja leve, aunque claramente perceptible.

—Te he estado esquivando. Es una historia muy larga y no me siento muy orgulloso de mi papel. Pero luego lo hablamos… Ahora te quiero presentar a esta joven. Erika, Lisbeth Salander. Lisbeth, ésta es Erika Berger, la redactora jefe de Millennium y mi mejor amiga.

Lisbeth examinó la ropa elegante y el aplomo con el que Erika Berger actuaba, y decidió, cuando todavía no habían pasado ni unos diez segundos, que no resultaría probable que Erika se convirtiera en su mejor amiga.

La reunión duró cinco horas. Erika hizo dos llamadas para cancelar otras citas. Dedicó una hora a leer partes del manuscrito que Mikael puso en sus manos. Tenía mil preguntas y se dio cuenta de que le llevaría semanas dar respuesta a todas ellas. Lo importante era aquel texto que finalmente dejó de lado. Si tan sólo una pequeña parte de esas afirmaciones fuese verdadera, la situación habría cambiado por completo.

Erika miró a Mikael. Nunca había dudado de que se trataba de una persona sincera, pero durante un breve segundo sintió vértigo y se preguntó si el caso Wennerström no le habría trastornado, si el reportaje no habría sido más que un producto de su imaginación. En ese instante, Mikael se presentó con dos cajas de documentos impresos. Erika palideció. Quería saber, naturalmente, cómo había conseguido todo aquel material.

Hizo falta un buen rato para convencerla de que aquella curiosa chica que seguía sin pronunciar una sola palabra tenía acceso libre al ordenador de Hans-Erik Wennerström. Y no sólo a ése, también había entrado en varios de los ordenadores de sus abogados y colaboradores más cercanos.

La reacción espontánea de Erika fue decir que no podían usar el material por haberlo conseguido a través de una intrusión informática ilegal. Pero claro que podían. Mikael señaló que no estaban obligados a dar cuenta de cómo se habían hecho con el material. Podrían haber contado perfectamente con una fuente que hubiera accedido al ordenador de Wennerström y que hubiera copiado su disco duro a unos cuantos CDs.

Al final, Erika fue consciente del arma que tenían en las manos. Se sentía agotada y le quedaban muchas preguntas, pero no sabía por dónde empezar. Acabó por dejarse caer contra el respaldo del sofá e hizo un resignado gesto con los brazos.

—Mikael, ¿qué pasó en Hedestad?

Lisbeth Salander levantó la mirada de inmediato. Mikael permaneció callado durante mucho tiempo. Contestó con otra pregunta.

—¿Qué tal te llevas con Harriet Vanger?

—Bien. Creo. La he visto dos veces. La semana pasada Christer y yo subimos a Hedestad para una reunión. Nos emborrachamos con vino.

—¿Y cómo salió la reunión?

—Ella mantiene su palabra.

—Ricky, sé que te sientes frustrada porque te he estado evitando y porque me he inventado excusas para no explicarte nada. Tú y yo nunca hemos tenido secretos el uno para el otro y de repente hay seis meses de mi vida que yo… no soy capaz de contarte.

Erika cruzó su mirada con la de Mikael. Lo conocía como nadie, pero lo que leía en sus ojos era algo que no había visto jamás. Parecía implorarle. Le suplicaba que no le preguntara. Ella abrió la boca y lo contempló desamparada. Lisbeth Salander observaba su silenciosa conversación con una mirada neutra. No se metió.

—¿Tan terrible ha sido?

—Peor aún. Le temía a esta conversación. Prometo contarte lo ocurrido, pero es que he dedicado meses a reprimir mis sentimientos mientras Wennerström acaparaba todo mi interés… y todavía no estoy completamente preparado. Preferiría que Harriet te lo contara en mi lugar.

—¿Qué es esa marca que llevas alrededor del cuello?

—Lisbeth me salvó la vida allí arriba. Si ella no hubiese aparecido, yo estaría muerto.

Los ojos de Erika se abrieron de par en par. Miró a la chica de la chupa de cuero.

—Y ahora tienes que redactar un acuerdo con ella; es nuestra fuente.

Erika Berger permaneció callada un buen rato mientras lo meditaba. Luego hizo algo que dejó perplejo a Mikael, que fue un shock para Lisbeth y que incluso a ella misma le asombró. Durante todo el tiempo que llevaba sentada en el sofá de Mikael había sentido la mirada de Lisbeth. Una taciturna chica con vibraciones hostiles.

Erika se levantó, bordeó la mesa y abrazó a Lisbeth Salander. Lisbeth se defendió como una lombriz a la que estaban a punto de clavar en el anzuelo.