Jorge se había marchado con una idea fija en la cabeza. ¡Tenía que descubrir algo sobre ese misterioso túnel! Determinó atravesar los páramos hasta el depósito de Kilty e investigar por esa parte.
¡Incluso podía ser que se arriesgase a volver a través del mismo túnel!
Pronto llegó al depósito de Olly. Desde la colina descubrió a Sam Pata de Palo trajinando junto a su cabaña. Bajó para hablarle. Él no la vio ni la oyó venir. Dio un respingo, asustado, cuando ella lo llamó.
Se volvió mirándola con ferocidad.
—¡Fuera de aquí! —gritó—. Os he dicho, niños, que no aparecierais por aquí. ¿Pretendéis acaso que pierda mi empleo?
—¿Quién le ordenó que nos echara? —preguntó Jorge, sorprendida de que alguien se hubiera enterado de su visita al depósito.
—Él —respondió el viejo. Se frotó los párpados y observó cuidadosamente a Jorge con sus miopes ojos—. Se me rompieron los lentes —dijo.
—¿Quién es «él», la persona que le dijo que nos echase? —preguntó la niña.
Pero el viejo pareció sufrir de pronto uno de sus bruscos cambios de humor. Se agachó y cogió un palo grande. Estaba a punto de tirárselo, cuando Tim soltó un ladrido y un gruñido amenazadores.
Sam dejó caer el brazo.
—Fuera de aquí, tú —repitió—. No querrás que un pobre viejo como yo tenga preocupaciones, ¿verdad?
Sin insistir más, Jorge se marchó. Decidió tomar el sendero que conducía hasta el túnel y echar una mirada a su interior. Sin embargo, cuando llegó allí, no había nada digno de verse. No sentía deseos de entrar sola en la negra boca del túnel, así que siguió por el sendero que Julián había tomado la noche anterior.
A medio camino se separó de él para indagar qué sería un extraño bulto que sobresalía entre los brezos.
Escarbó entre ellos y debajo encontró algo duro. Lo empujó, sin lograr que cediese. Tim, en la creencia de que su ama estaba cavando en busca de conejos, acudió solícito en su ayuda.
Se arrastró por entre los brezos y, de repente, dejó escapar un aullido de pánico y desapareció.
Jorge gritó:
—¡Tim! ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde estás?
Experimentó un gran alivio cuando oyó un ladrido que provenía de algún sitio por allá abajo. ¿En dónde estaría? Lo llamó otra vez y Tim respondió con un nuevo ladrido. Jorge apartó a tirones las matas de brezos y de pronto descubrió lo que era aquel bulto tan extraño. Era un respiradero del viejo túnel, un agujero por donde escapaba el humo en la época en que los trenes pasaban por allí. Había sido barrado con hierro, pero las barras se habían oxidado y caído con el tiempo. Y el brezo había crecido por encima, obturándolo.
—¡Oh, Tim! Debes de haberte caído por el respiradero —exclamó Jorge con ansiedad—. Me parece que no estás muy abajo. Espera un poco y veré lo que puedo hacer. ¡Si por lo menos los otros estuvieran aquí para ayudarme…!
Mas como no estaban, tuvo que hacerlo todo por sí misma. Intentó separar las barras rotas. Le llevó mucho tiempo. Al fin consiguió ponerlas al descubierto y ver dónde había caído Tim.
Éste la animaba de vez en cuando con pequeños ladridos, como si dijera: «Todo va bien. No te preocupes. Puedo esperar. No me he hecho daño».
Jorge tuvo que sentarse y tomar un descanso después de tanto esfuerzo. Se sentía hambrienta. Sin embargo, se prometió que no comería hasta que hubiera localizado de algún modo a Tim y pudiera enviarle algo. Pronto empezó otra vez a su tarea.
Fue descolgándose a través del orificio de entrada. El esfuerzo resultaba muy penoso y tenía miedo de que las oxidadas barras de hierro se rompieran bajo su peso. Por suerte no se partieron. Una vez debajo del respiradero, descubrió algunos escalones, construidos con grandes agujas de hierro empotradas y que sobresalían hacia afuera. Algunos de ellos conservaban aún peldaños atravesados. Evidentemente, aquello había sido en algún tiempo una escalera que iba hasta el orificio del respiradero. Muchos de los peldaños habían desaparecido, pero las agujas de metal que los habían sostenido se mantenían todavía en la pared de ladrillos del viejo y redondo respiradero.
Oyó que Tim emitía un pequeño ladrido. Ya estaba muy cerca de ella.
Descendió por el enorme agujero con infinitas precauciones. Su pie tocó el cuerpo del perro. Había ido a parar sobre una colección de barras de hierro, las cuales pertenecían en parte a la vieja escalera de hierro. Se habían despegado de ella y habían formado como una tosca pista de aterrizaje que retuvo al perro en su caída.
—Tim —se lamentó Jorge, horrorizada—. ¿Cómo voy a sacarte de aquí? Este agujero va directo al túnel.
No era posible sacar a Tim del agujero. No podría subir la escalera de hierro, sobre todo habiendo perdido tantos peldaños. Igualmente era imposible bajarlo.
—¡Oh, Tim! —exclamó Jorge, en tono desesperado—. ¿Por qué tendré tan mal carácter? Si no hubiese perdido el control no me habría separado de los otros para hacer las exploraciones por mi cuenta. Ten cuidado no te caigas, Tim. Te romperías las patas.
Tim no tenía la menor intención de caerse. Estaba asustado. No obstante, había observado que su curiosa pista de aterrizaje aguantaba firme. Permanecía muy silencioso.
—Oye, Tim —dijo Jorge, al fin—. Lo único que me veo capaz de planear es intentar seguir bajando como pueda para comprobar si el túnel está muy lejos. Tiene que haber alguien por ahí para ayudarnos… ¡Qué tonta soy! No puede ser. Pero tengo que encontrar una cuerda o algo así. ¡Si pudiera ayudarte a bajar…! ¡Oh, querido Tim, qué pesadilla tan horrible!
Le dio una animosa palmada y empezó a tantear el hierro con los pies. Más abajo no faltaba ya ningún peldaño y era fácil descolgarse hasta allí. Pronto se encontró en el mismo túnel.
Llevaba la linterna consigo y la encendió. Estuvo a punto de dejar escapar un grito de horror.
¡Le había faltado muy poco para tropezar con un silencioso tren! ¡Casi podía tocar la máquina! Sí… podía ser… ¡el tren fantasma!
Jorge se detuvo respirando agitada.
Parecía muy viejo y pasado de moda. La máquina era más pequeña de lo normal y también los vagones. La chimenea semejaba más alta y las ruedas por completo diferentes a las de los trenes corrientes. Jorge se detuvo ante el silencioso tren, con la linterna encendida y la cabeza atontada. Realmente, no sabía qué hacer.
¡Debía de ser el tren fantasma! Había salido de ese túnel la noche anterior y había vuelto a penetrar en él. No había completado el recorrido hasta el depósito de Kilty, porque Julián lo estaba vigilando y juraba que no había salido por allí. No, se había limitado a llegar hasta la mitad del túnel y se había quedado allí, esperando la noche para empezar a correr de nuevo.
Jorge sintió que un escalofrío le recorría de pies a cabeza. Ese tren aparentaba tener años y años. ¿Quién lo conducía por la noche? ¿Lo manejarían hombres de verdad, o corría sin conductor, recordando sus viejos tiempos e itinerarios? No, eso era estúpido. Los trenes no podían pensar ni recordar. Jorge se balanceó sobre sus pies.
En aquel momento, el pobre Tim perdió el equilibrio sobre las barras de hierro. Se había asomado para oír mejor a su ama. Y sus patas habían resbalado. Ahora se estaba cayendo respiradero abajo.
Se pegó un soberbio golpe.
Chocó contra parte de la escalera y esto frenó su caída por un momento. Pero en seguida volvió a iniciar el descenso. Se encogió cuanto pudo, intentando sujetarse a algo para salvarse.
Jorge lo oyó caer y ladrar y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Se quedó tan paralizada del susto que no fue capaz de moverse. Permanecía inmóvil en la parte baja del respiradero como una estatua, sin atreverse ni a respirar.
Tim cayó rebotando a su lado y soltó un gruñido. En un momento, Jorge estuvo arrodillada a su lado.
—¡Tim! ¿Estás herido? ¿Estás vivo? ¡Oh, Tim, por favor, dime algo!
—¡Buf! —respondió Tim, y se levantó más bien inseguro sobre sus cuatro patas.
¡Había ido a parar sobre una pila del más suave hollín! El humo de muchos trenes lo había ido depositando sobre las paredes del respiradero y con el tiempo había resbalado hasta formar un montón al pie. Tim había caído a plomo en medio de él y casi se había enterrado. Se sacudió y el hollín voló hasta Jorge. Ella no lo sabía y no trató de protegerse. Se abrazó al perro, y su cara, sus manos y sus vestidos quedaron tan negros como el carbón. Tanteó a su alrededor y encontró el suave montón que había impedido que Tim se hiciese daño.
—¡Es hollín! Yo bajé por el otro lado del respiradero y no me había enterado de que estaba aquí. ¡Oh, Tim, qué suerte has tenido! Pensé que te habías matado o por lo menos que te habías hecho mucho daño.
Tim le lamió la nariz, llena de hollín, y no le gustó su sabor. Jorge se levantó. No le gustaba la idea de escalar otra vez aquel horrible respiradero. Y, de todos modos, Tim no podía hacerlo. La única solución que les cabía era caminar por el interior del túnel hasta encontrar la salida. No se había atrevido ni a imaginárselo antes, por si acaso se topaba con el tren fantasma, pero, puesto que éste se hallaba a buen recaudo a su lado, no había temor alguno por esta parte. Ella había estado tan angustiada por su perro que lo había olvidado por completo.
Tim se acercó a la máquina y olfateó sus ruedas. De repente, se coló de un salto dentro de la cabina. El espectáculo de la osadía de Tim al hacer aquello liberó a su ama de todo el miedo que había sentido. Si Tim no temía saltar al tren fantasma, es que no existían motivos para asustarse.
Decidió, por lo tanto, examinar los vagones. Había cuatro, todos ellos cubiertos. Alumbrando con su linterna, se subió al que tenía más cerca, empujando a Tim hacia atrás. Esperaba encontrarlo vacío, descargado hacía años y años por unos olvidados ferroviarios.
¡Pero estaba repleto de cajas! Jorge se quedó sorprendida. ¿Por qué un tren fantasma había de llevar cajas en su interior? Iluminó una con su linterna y la apagó a toda prisa. ¡Había oído un ruido en el túnel! Se agachó en el vagón, colocó su mano sobre el collar de Tim y escuchó. Tim también escuchaba, con el pelo del cuello erizado.
Se produjo un chirrido y después un golpe. Brilló una luz y el túnel quedó de súbito tan iluminado como el mismo día.
La luz procedía de una gran lámpara, situada a un lado del túnel. Jorge atisbo cautelosa desde un agujero del vagón. Pensó que aquel sitio debía de ser donde el túnel se bifurcaba. Un ramal se dirigía hacia el depósito de Kilty. ¿Pero era seguro que el otro estaba tapiado? Jorge siguió las vías con los ojos. Una continuaba en dirección al depósito de Kilty y la otra iba a dar en línea recta a un gran muro, construido atravesando el segundo túnel, el que en otros tiempos había llevado hasta el depósito de Rocker.
«Sí, está tapiado, exactamente como el viejo le aseguró a Julián», se dijo Jorge para sí. Y entonces recibió el susto más grande de su vida. Tuvo que apoyarse en la pared del vagón, sin alcanzar apenas a creer lo que veían sus ojos.
¡El muro se estaba moviendo! Ante sus propios ojos, una gran parte de él se deslizó desde el centro de la pared hacia atrás, hasta que una abertura de forma extraña apareció en el grueso muro. Jorge jadeó. ¿Qué significaba todo aquello? Un hombre pasó por la abertura. Jorge estaba segura de haberlo visto antes en alguna parte. Se subió a la máquina del tren y se metió en la cabina.
Empezaron a brotar desde allí toda clase de sonidos. ¿Qué estaría haciendo aquel hombre? ¿Preparaba el fuego para que se pusiese en movimiento? Jorge no osaba intentar asomarse. No cesaba de temblar y Tim se apretó contra ella con objeto de confortarla.
Una nueva serie de ruidos, ruidos de vapor, siguieron a los primeros. El hombre debía de estar poniendo en marcha la máquina. Salía humo de la chimenea, más ruidos y algunos silbidos y chirridos.
De repente se le ocurrió que el hombre podía tener la intención de trasladar la máquina a través de la pequeña abertura en el muro de ladrillos. Entonces, suponiendo que volviese a cerrarlo, Jorge se hallaría prisionera ¡Permanecería escondida en el vagón, detrás de esa pared, y no podría escapar!
«Tengo que salir de aquí antes de que sea demasiado tarde —pensó Jorge llena de pánico—. ¡Sólo me queda la esperanza de que ese hombre no me vea!»
Mas en el momento en que iba a intentarlo, la máquina inició un ruidoso chuc-chuc y empezó a moverse hacia atrás. Corrió por las vías un pequeño trecho, luego cambió la dirección hasta que sus ruedas se encontraron sobre las vías que llegaban al segundo túnel, cuya pequeña abertura se veía ya claramente.
La niña no se atrevía a saltar del tren en marcha. Se agachó asustada cuando la máquina se dirigió a toda velocidad al agujero de la pared, que se extendía delante de ella, a través del otro túnel. ¡El agujero se ajustaba muy bien a las dimensiones del tren! Debía de haberse hecho a propósito, pensaba Jorge en tanto lo atravesaban.
El tren siguió en línea recta y salió a otro túnel, iluminado también por una luz brillante. Jorge atisbo el exterior a través del agujero. ¡Aquello era más que un túnel! Parecía un vasto sótano, que se ensanchaba a cada lado del túnel. Unos cuantos hombres holgazaneaban aquí y allá. ¿Quiénes eran y qué estaban haciendo con aquel viejo tren?
Se oyó un ruido extraño a su espalda. ¡El agujero de la pared de ladrillos se cerraba! Ahora no había ya modo de salir de allí.
«Es como el “Ábrete, Sésamo” de Alí Baba y los Cuarenta Ladrones —pensó Jorge—. ¡Y, como Alí Baba, estoy en la cueva y no conozco el modo de salir de aquí! ¡Gracias a Dios que Tim está conmigo!»
El tren se había detenido. Detrás de él quedaba el espeso muro y Jorge descubrió delante de ella otro semejante. El túnel había sido tapiado en dos sitios y en medio se había excavado aquella extraordinaria caverna o lo que fuese. Jorge se devanó los sesos sobre la utilidad de un sitio tan extraño, pero no le encontró ni pies ni cabeza.
—Bueno, ¿qué dirían los otros si supieran que tú y yo estamos en el tren fantasma metidos en un escondite donde nadie en el mundo nos puede encontrar? —susurró Jorge a su perro—. ¿Qué podemos hacer, Tim?
Tim meneó la cola dubitativo. No entendía nada de todo aquello. Deseaba echarse un rato para meditar sobre las cosas que sucedían allí.
—Esperaremos hasta que los hombres se hayan ido, Tim —murmuró Jorge—. Es decir, si se van. Entonces saldremos y veremos si conseguimos manejar esa entrada de «Ábrete, Sésamo» y fugarnos. Será mejor que le contemos al señor Luffy todo esto. Aquí hay algo muy extraño y misterioso y tú y yo hemos ido a parar de cabeza en medio.