Capítulo 14

Julián encontró el sendero por casualidad y avanzó por él lo más rápidamente que le fue posible. Empleó su linterna, pues no sentía el menor temor de tropezarse con nadie en aquel solitario camino, máxime por la noche. El sendero aparecía oculto por completo por la hierba. Sin embargo, logró seguirlo con cierta facilidad e incluso pudo correr a ratos.

«Si ese tren fantasma se demora, como hizo la otra vez, unos veinte minutos en el depósito, dispondré del tiempo justo para alcanzar el otro lado del túnel —jadeó Julián—. Estaré en el depósito de Kilty antes de que aparezca».

El camino le pareció muy largo. De pronto, el sendero comenzó a descender. Julián alcanzó a ver lo que parecía ser un depósito ferroviario. A la luz de las estrellas aparecieron algunas moles, que debían ser grandes cobertizos o algo parecido.

Recordó lo que el viejo mozo de estación había dicho. El depósito de Kilty aún era empleado para algo que no fue capaz de determinar. Claro que cabía la posibilidad de que hubiesen quitado las vías. Pudiera ser, incluso, que el túnel hubiera sido tapado. Se deslizó a gran velocidad sendero abajo y llegó a lo que en otro tiempo había sido un depósito ferroviario. Tal como había vislumbrado desde lo alto, grandes construcciones se alzaban a cada lado. Julián pensó que debían de haberse utilizado como lugares de trabajo. Encendió la linterna y la apagó muy de prisa. El pequeño relámpago sirvió, sin embargo, para mostrarle lo que estaba buscando: dos pares de rieles. Eran viejos y herrumbrosos, pero sabía que conducían al túnel. Los siguió en silencio, caminando en dirección a la negra boca. No consiguió ver el interior. Encendió de nuevo la linterna y la apagó en el acto. Sí, las vías continuaban hasta dentro del túnel. Julián se detuvo y se preguntó qué haría a continuación.

«Me adentraré un trecho por el túnel y comprobaré si se halla tapiado por algún sitio», pensó. Así lo hizo, marchando entre el par de vías. Encendió su linterna, seguro de que nadie vería la luz y le detendría, preguntándole lo que estaba haciendo allí a aquellas horas de la noche.

El túnel se ensanchó de repente. Delante de él se abría un enorme boquete que desaparecía en la más profunda oscuridad. Seguramente no debía de estar tapiado. Julián descubrió un pequeño nicho practicado en la mampostería del túnel y decidió esconderse. Era uno de los nichos hechos por los trabajadores para guarecerse cuando pasaban los trenes en los viejos tiempos. Julián se metió en el sucio agujero y aguardó. Echó una mirada a la esfera luminosa de su reloj. Había necesitado treinta minutos para llegar hasta allí. Lo más probable era que el tren hiciese su aparición en pocos minutos. Tendría que permanecer muy quieto y muy callado. No podía evitar un intenso deseo de que Dick se encontrara allí con él.

¡Tenía tanto miedo, acechando en la oscuridad a un misterioso tren fantasma que aparentemente no pertenecía a nadie y que no cesaba de ir de un lado para otro…!

Esperó y esperó. Una vez creyó oír un rugido a lo lejos en el interior del túnel y contuvo la respiración, seguro de que el tren se aproximaba. Pero no llegó. Esperó media hora más y el tren no había aparecido todavía. ¿Qué le habría pasado?

«Esperaré otros diez minutos y después me iré —decidió Julián—. ¡Ya está bien de aguantar escondido en un sucio y negro túnel esperando a un tren que no viene! ¿Habrá decidido quedarse en el depósito de Olly toda la noche?»

Al cabo de diez minutos se levantó. Abandonó el túnel, se dirigió al depósito de Kilty y tomó por el sendero a través de los páramos. Se apresuró, ansioso de reunirse con Dick al otro extremo del túnel. ¡Seguramente estaría esperando a que Julián volviese! Dick estaba allí, cansado e impaciente. Cuando vio una rápida señal luminosa de la linterna de Julián, contestó con la suya.

—¡Has tardado siglos! —le reprochó Dick—. ¿Qué te ocurrió? Hace años que el tren se marchó por el túnel. No estuvo en el depósito más de veinte minutos.

—¿Que se marchó por el túnel? —exclamó Julián—. ¡Bravo! ¿Se marchó de verdad? Bueno. ¿Pues sabes una cosa? ¡No salió por el otro lado! Estuve años esperando. Ni siquiera lo oí, aunque una vez se escuchó un rugido muy atenuado. O puede que lo haya imaginado.

Los chicos quedaron en silencio, perplejos y confusos. ¿Qué clase de tren era ese que salía resoplando de un túnel en lo más oscuro de la noche y se volvía a meter en él, pero que no aparecía por el otro lado?

—¿Tú crees que ese segundo túnel de que nos habló el mozo de estación estaría obstruido de verdad? —preguntó Julián al fin—. Si no fuera así, el tren podría desviarse por él, naturalmente.

—Sí, ésa es la única solución, si el tren es real y no fantasma —asintió Dick—. Bueno, no podemos ir a explorar esos túneles ahora. Será mejor hacerlo durante el día. ¡Ya tengo bastante por esta noche!

Julián opinaba lo mismo. En silencio, los dos muchachos volvieron al camping.

Estaban tan cansados que se olvidaron por completo de la cuerda que atravesaba la entrada de su tienda y no se cuidaron de salvar el obstáculo. Se metieron en los sacos de dormir, satisfechos de poder descansar.

La cuerda propinó un fuerte tirón al dedo de Jorge, a través de un agujero que ésta había hecho en su saco. La niña se despertó sobresaltada. Tim estaba despierto. Había oído regresar a los muchachos. Lamió a Jorge cuando ésta se incorporó.

Jorge no se había desvestido del todo. Se liberó a toda prisa de su saco de dormir y salió de la tienda. ¡Ahora atraparía a los dos chicos escapándose a escondidas y los seguiría!

Pero no había ni rastro de ellos, no se oía un ruido por ningún sitio. Se deslizó en silencio hacia su tienda. Ambos muchachos aparecían sumidos en un profundo sueño, cansados de sus correrías de medianoche. Julián roncaba un poco y Dick respiraba tan hondo que Jorge podía oírlos desde donde estaba agachada.

Se sentía muy asombrada. Alguien le había tirado del dedo, de modo que tenía que haber tocado aquella cuerda. Después de permanecer a la escucha durante algunos minutos, se levantó y se volvió a la cama. Por la mañana, tuvo ocasión de enfurecerse una vez más al relatarle Julián y Dick su aventura nocturna. Jorge apenas podía creer que se hubieran ido otra vez sin ella y que lo hubieran conseguido sin tocar la cuerda. Dick observó la cara de Jorge y no pudo evitar echarse a reír.

—Lo siento. Descubrimos tu truquito y lo esquivamos al marcharnos, pero hubiéramos sido unos bienaventurados si no lo hubiésemos olvidado en el regreso. Tuvimos que darte un tremendo estirón, ¿no es cierto? Supuse que habías atado la otra punta de la cuerda a tu dedo gordo.

Jorge le miró como si desease tirarle a la cabeza todos los cacharros del desayuno. Por fortuna para todos, Jock apareció en aquel momento. No lucía su acostumbrada y radiante sonrisa, sino que parecía más bien fastidiado.

—Hola, Jock —le invitó Julián—. Llegas a tiempo de tomar algo de desayuno. Siéntate y quédate un poco con nosotros.

—No puedo —respondió Jock—. No dispongo más que de unos minutos. Oíd, tengo que irme a pasar con la hermana de mi padrastro dos semanas. ¿No es un pícaro? ¡Dos semanas! Ya os habréis ido cuando vuelva, ¿verdad?

—Claro. Pero, Jock, ¿por qué tienes que irte? —exclamó Dick, sorprendido—. ¿Han tenido alguna pelea tus padres?

—No lo sé. Mamá no ha querido decírmelo, pero parece muy feliz. Mi padrastro está de un humor espantoso. Mi opinión es que quieren que me vaya fuera por alguna razón. No conozco muy bien a la hermana de mi padrastro. Sólo la vi una vez. Lo único que puedo deciros es que es espantosa.

—Bueno, ¿y por qué no vienes aquí y te quedas con nosotros, si lo que quieren es quitársete de encima? —preguntó Julián, preocupado por su amigo.

—¡Qué buena idea! —dijo.

—Aplastante —asintió Dick—. Bueno, no sé qué es lo que te detiene. Si quieren librarse de ti, no importa adónde vayas a vivir. Nos encantaría tenerte aquí.

—¡Estupendo! Vendré —prometió Jock—. No diré una palabra a mi padrastro. Sólo confiaré a mamá el secreto. Pensaba que me pusiese en camino hoy mismo, pero me negué hasta que os viese a vosotros. No creo que se enfade conmigo y espero que arreglará las cosas con la hermana de mi padrastro.

La cara de Jock volvió a iluminarse. Las de los chicos resplandecieron también. Incluso la de Jorge. Tim expresó su júbilo meneando el rabo.

Sería estupendo tener a Jock, y, ¡qué cantidad de cosas tenían para contarle!

Se marchó a comunicar las buenas noticias a su madre, mientras sus amigos fregaban la vajilla. Una vez que Jock hubo desaparecido, Jorge volvió a ponerse furiosa recordando la faena de los muchachos.

Cuando empezaron a discutir lo que había sucedido la noche anterior, se negó rotundamente a escuchar.

—No voy a molestarme nunca más por vuestros estúpidos trenes fantasma —dijo—. No me dejasteis unirme a vosotros cuando quise y ahora no pienso tomarme el menor interés en el asunto.

Y se marchó con Tim sin aclarar adónde iba.

—Bueno, dejemos que haga lo que le parezca —exclamó Julián, exasperado—. ¿Qué espera que hagamos? ¿Irle detrás y asegurarle que la próxima vez la dejaremos venir con nosotros?

—Habíamos decidido ir de día —le recordó Dick—. Entonces no hay ningún inconveniente en que nos acompañe. Si Ana se niega a venir con nosotros, no supondría ninguna preocupación dejarla sola durante el día.

—Tienes razón —confirmó Julián—. Será mejor que la llamemos y se lo digamos.

Pero entonces Jorge se hallaba ya demasiado lejos para poder oírlos.

—Ha cogido bocadillos —dijo Ana—. Al parecer, piensa estar fuera todo el día. ¿No es estúpido?

Jock volvió al cabo de un rato con dos mantas, un jersey y más comida.

—Me costó mucho trabajo convencer a mamá —le explicó—, pero dijo que sí, al final. Aunque se hubiese negado, me las habría arreglado para venir de todos modos. Mi padrastro no va a tener ocasión de pegarme nunca más por rencor. Se ha creído que es un deporte. Nunca imaginé que algún día pudiese acampar con vosotros. Si no tenéis sitio para mí en vuestra tienda, Julián, puedo dormir fuera sobre los brezos.

—Hay sitio de sobra —aseguró Julián—. ¡Hola, señor Luffy! ¡Se ha levantado temprano!

El señor Luffy se acercó y echó una mirada a Jock.

—¡Ah! ¿Éste es vuestro amigo de la granja? ¿Cómo estás? ¿Piensas pasar unos cuantos días con nosotros? Lo digo porque veo que has venido cargado de mantas.

—Sí, Jock ha venido a pasar un tiempo con nosotros —respondió Julián por él—. Mire toda la comida que ha traído. Bastante como para aguantar un cerco.

—Verdaderamente. Bien, me voy a preparar algunos de mis ejemplares. ¿Qué vais a hacer vosotros?

—Nos quedaremos por aquí más o menos hasta la hora de comer —dijo Julián—. Entonces iremos a dar una vuelta.

El profesor regresó a su tienda y, al poco, pudieron oír como silbaba al empezar su trabajo. De repente, Jock se levantó sobresaltado y pareció alarmarse.

—¿Qué ocurre? —preguntó Dick. Entonces oyó lo mismo que Jock había oído. Un silbido penetrante resonaba agudo un poco más abajo.

—Es él silbido de mi padrastro —respondió Jock, tembloroso—. Me está llamando. Mamá debe de haberle confesado la verdad o quizá descubrió por su cuenta que yo había venido aquí.

—¡Rápido! Escapemos de prisa y escondámonos —propuso Ana—. Si no te encuentra no podrá llevarte consigo. ¡Ven! Puede ser que se canse de buscarte y se vaya.

Nadie pudo exponer una idea mejor y, naturalmente, nadie sentía el menor interés por enfrentarse con un señor Andrews furioso. Salieron disparados colina abajo y se metieron por donde el brezo aparecía más alto y espeso. Se introdujeron en él y se echaron, escondiéndose entre las ramas altas.

Pronto se oyó la voz del señor Andrews llamando a su hijastro en vano. Al no recibir respuesta, se acercó a la tienda del profesor.

Este, sorprendido por los gritos, asomó la cabeza por la abertura de la tienda a fin de enterarse de lo que ocurría.

No le gustó el aspecto del personaje que permanecía ante ella.

—¿Dónde está Jock? —preguntó el señor Andrews, encarándose con él.

—Si quiere que le confiese la verdad, no lo sé.

—Tiene que volver —protestó el otro, rabioso—. No quiero tenerlo vagabundeando por ahí con esos críos.

—¿Qué es lo que han hecho? —inquirió el señor Luffy—. Le aseguro que yo los encuentro muy bien educados y que se comportan muy bien.

El señor Andrews examinó a su interlocutor y lo catalogó como un viejo tonto e inocente, que probablemente le ayudaría a obligar a Jock a que regresase si le hablaba con amabilidad.

—Pues mire —explicó—. No sé quién es usted, pero deduzco que es un amigo de los niños. Si estoy en lo cierto, es mejor que le advierta que están corriendo un grave peligro.

—¿De verdad? ¿Y de qué modo? —preguntó el señor Luffy con suavidad, sin creer una palabra de lo que estaba oyendo.

—Hay sitios peligrosos por estos parajes. Muy peligrosos. Los conozco. Y esos niños han estado rondando por allí. Y si Jock se junta con ellos, empezará a hacer lo mismo. No quiero que se meta en líos. Destrozará el corazón de su madre.

—Claro —afirmó el señor Luffy.

—Bien. ¿Tendría la bondad de convencerlo y enviarlo a casa? Ese depósito del tren es el sitio peor. La gente dice que pasan por allí unos trenes fantasma. No me gustaría que Jock se mezclase en algo semejante.

—Claro —repitió el profesor, contemplando silenciosamente a su oponente—. Parece que está usted muy interesado por ese depósito del tren.

—¿Quién, yo? ¡Oh, no, en absoluto! —protestó—. Nunca me he acercado siquiera a ese sitio tan horrible. No me causaría el menor placer tropezar con el tren fantasma. ¡Saldría corriendo por espacio de un kilómetro! Es sólo que no quiero que Jock se meta en ningún peligro. Le estaría muy agradecido si se lo dijera así y lo mandara a casa, cuando vuelvan de dondequiera que estén.

—Claro —dijo por tercera vez el señor Luffy con rostro impasible.

El señor Andrews miró la dulce cara del señor Luffy y sintió unos súbitos deseos de abofetearle.

—Claro, claro, claro, ¿no sabe usted decir otra cosa? —gruñó.

Se volvió y se retiró sin despedirse. Cuando ya hacía un rato que se había marchado y sólo era un puntito a lo lejos, el señor Luffy gritó sonoramente.

—¡Se ha ido! Por favor, mandadme a Jock aquí para que pueda decirle… esto… unas cuantas palabritas.

Los niños salieron de su escondite entre los brezos. Jock se dirigió hacia el profesor con rebelde expresión.

—Sólo quería decirte —dijo el señor Luffy— que entiendo muy bien por qué deseas estar lo más lejos posible de tu padrastro y que considero que no es asunto mío el lugar al que te hayas ido, para mantenerte apartado de él.

Jock hizo una mueca.

—Muchísimas gracias —suspiró aliviado—. Pensé que pretendía obligarme a regresar a casa. —Se abalanzó hacia los otros—. Todo va bien —dijo—. Voy a quedarme. Oíd, ¿por qué no vamos a explorar ese túnel después de comer? ¡Tenemos que encontrar sin falta ese tren fantasma!

—Buena idea —asintió Julián—. ¿Iremos? ¡Pobre Jorge! También se perderá esta aventura.