Se marcharon, rodando a toda la velocidad de que eran capaces bajo el claro de luna. Incluso cuando la luna se escondía tras una nube, había la suficiente claridad como para proseguir sin luces. Avanzaron durante lo que les pareció muchos kilómetros y al fin llegaron a una alta colina.
—¿Es esto Owl's Hill? —preguntó Ana cuando se apearon para continuar el camino a pie. Era demasiado escarpado para poder subir en bicicleta.
—Sí —contestó Julián—. Eso parece, a no ser que nos hayamos equivocado. Pero no lo creo. Ahora la cuestión es ¿encontraremos la casa allí arriba o no? ¿Y cómo sabremos que se trata de Owl's Dene?
—Podríamos llamar y preguntar —propuso Ana.
Julián se rió. Aquello era muy propio de Ana.
—Puede que tengamos que hacerlo —dijo—. Pero primero vamos a inspeccionar los alrededores.
Empujaron las bicicletas sobre el camino escarpado. Estaba limitado por setos a ambos lados y se veían campos detrás de ellos. Por lo que podían apreciar, no había animales por allí: caballos, corderos o vacas.
—¡Mirad! —exclamó Ana, de repente—. Hay una casa. Por lo menos se ven unas chimeneas.
Miraron hacia donde ella les indicaba. Sí, desde luego, eran chimeneas, altas chimeneas de ladrillos que parecían muy antiguas.
—Diría que es una mansión del tiempo de Isabel I —opinó Julián. Se detuvo y miró con atención—. Debe ser una casa muy grande. Tendríamos que estar a punto de llegar a un camino o algo parecido.
Siguieron adelante empujando las bicicletas. Poco a poco, la casa apareció ante sus ojos, una especie de palacio, y, bajo la luz de la luna, parecía grande y muy bonita.
—Aquí está el portillo —dijo Julián alegremente. Se sentía ya cansado de empujar la bicicleta hacia la cima de la colina—. Está cerrado. Espero que no hayan echado el cerrojo.
Se acercaron al portillo de hierro forjado y éste se abrió lentamente. Los niños se pararon sorprendidos. ¿Por qué se abría? No para ellos, esto era seguro.
Entonces oyeron a lo lejos el ruido de un coche. ¡Claro! Por eso se abría el portillo. Pero el coche no subía por la colina, sino que bajaba por el camino del interior de la finca.
—¡Escondeos! ¡De prisa! —ordenó Julián—. No deben vernos todavía.
Se agacharon dentro de una zanja, llevando consigo sus bicicletas. El coche se aproximó lentamente al portillo. Julián se sorprendió y dio un empujoncito a Jorge.
—¿Ves? ¡Otra vez el «Bentley» negro KMF ciento dos!
—¡Qué cosa más misteriosa! —exclamó Jorge, asombrada—. ¿Qué hace corriendo por el campo a estas horas de la noche, recogiendo a hombres perdidos y transportándolos a este sitio? ¿Será esto Owl's Dene o no?
El coche pasó y desapareció en una curva de la colina. Los niños salieron de la zanja con las bicicletas, seguidos por Tim.
—Seguiremos con cuidado hasta el portillo —dijo Julián—. Ha quedado abierto. Es extraño cómo se abrió cuando llegó el coche. No he visto a nadie que lo hiciese.
Avanzaron valientemente hacia el portillo abierto.
—¡Mirad! —dijo Julián, enfocando con su faro hacia las paredes que rodeaban el jardín. Miraron y se sobrecogieron al ver el nombre que brillaba sobre una de ellas.
—Bueno, ¿así que hemos localizado Owl's Dene, después de todo?
—Sí, allí está el nombre con letras metálicas: «Owl's Dene». Lo hemos encontrado.
—¡Adelante! —dijo Julián haciendo rodar la bicicleta a través del portillo—. Entraremos e investigaremos un poco. Puede que tengamos la suerte de encontrar a Dick por alguna parte.
Atravesaron la entrada. Una vez del otro lado, Ana se aferró a Julián asustada. Apuntó, sin pronunciar palabra, detrás de ellos.
¡El portillo volvía a cerrarse! ¡Pero si no había nadie allí para manejarlo! Se cerraba silenciosa y suavemente por sí mismo. Había algo mágico en todo aquello.
—¿Quién lo mueve? —susurró Ana con voz angustiada.
—Deben hacerlo por medio de una máquina —cuchicheó Julián—. Probablemente la accionan desde la casa. Volvamos para ver si descubrimos el mecanismo.
Apoyaron sus bicicletas al borde del camino y regresaron a la entrada. Julián buscó alguna manilla para abrirla. Pero no había ninguna.
Empujó el portillo. No se movió. Era imposible abrirlo. Estaba cerrado por una especie de mecanismo automático y nada ni nadie podía abrirlo.
—¡Cáspita! —exclamó Julián, y se le adivinaba tan enfadado que los otros lo miraron con sorpresa.
—¿Qué pasa? —preguntó Jorge.
—Bueno, ¿es que no lo veis? Estamos tan prisioneros como Dick, si es que él se encuentra de verdad aquí. No podemos salir por el portillo y, si os fijáis, veréis que hay un muro muy alto que rodea la finca. Apostaría que no hay una sola brecha en todo alrededor. No podríamos salir de aquí por más que quisiéramos.
Volvieron, pensativos, a donde se hallaban sus bicicletas.
—Es mejor empujarlas un poquito por entre los árboles y esconderlas allí —opinó Julián—. Nos estorbarían demasiado. Las dejaremos aquí e iremos a husmear un poco alrededor de la casa. Espero que no haya perros.
Dejaron las bicicletas bien ocultas entre los árboles que se alzaban a un lado del ancho camino, que no estaba demasiado bien cuidado. Estaba húmedo y la hierba crecía sobre él. Se le veía limpio tan sólo por donde habían pasado las ruedas del coche.
—¿Seguiremos adelante por el camino o por fuera de él? —quiso saber Jorge.
—Mejor por fuera —dijo Julián—. Podrían descubrirnos con facilidad bajo el claro de luna si vamos por el camino.
De manera que avanzaron por el camino, amparados por las sombras de los árboles. Siguieron las curvas del largo camino hasta que la casa apareció ante sus ojos.
Era verdaderamente muy grande. Había sido construida en forma de letra E, aunque sin el rasgo de en medio. Tenía un patio delante, también cubierto por la hierba. Una baja pared, que apenas les llegaba a la rodilla, rodeaba el patio.
Había luz en una habitación del piso de arriba y en otra de la planta baja. Aparte eso, la casa aparecía a oscuras por aquel lado.
—Iremos despacio alrededor de ella —dijo Julián en voz baja—. ¡Caramba! ¿Qué es eso?
Un alarido fantasmal había resonado de pronto, sobresaltándolos. Ana, aterrada, se agarró del brazo de Julián.
Esperaron y escucharon…
Algo descendió silenciosamente y rozó el pelo de Jorge, que casi dejó escapar un chillido. Pero antes de llegar a hacerlo, el alarido se oyó de nuevo. Alargó la mano para coger a Tim, que parecía estupefacto y asustado.
—¿Qué es eso, Julián? —murmuró Jorge.
—No os preocupéis, no es nada —susurró Julián—. No es más que un búho, el grito de un búho.
—¡Dios mío! Claro que lo es —suspiró Jorge con alivio—. ¡Qué tonta soy por no haber pensado en ello! Es un búho de establo, un búho que salía de caza. Ana, ¿te has asustado?
—¡Claro que me he asustado! —respondió Ana, soltándose del brazo de Julián.
—Yo también —confesó Ricardo, cuyos dientes castañeteaban todavía de miedo—. Casi echo a correr para salvar mi vida. Lo hubiese hecho si mis piernas me hubieran obedecido, pero estaban como pegadas al suelo.
El búho chilló otra vez, un poco más lejos, y otro le contestó y un tercero se unió al concierto. Verdaderamente la noche se estaba volviendo espantosa con estos alaridos tan extraños.
—Me gustaría tener un búho marrón algún día, que llamase «to-whooo oo oo» —dijo Jorge—. Eso es un ruido bonito. Pero este alarido es horrible.
—No me extraña ya que la llamen Owl's Hill (la colina del búho). Puede que siempre haya sido un criadero de búhos.
Los cuatro niños y Tim echaron a andar alrededor de la casa, manteniéndose casi siempre bajo las sombras. La parte de atrás se hallaba también a oscuras, salvo dos largas ventanas. Las cortinas estaban echadas, pero Julián intentó espiar a través de ellas.
Encontró un sitio en donde las cortinas no se ajustaban por completo y miró hacia dentro.
—Es la cocina —comunicó a los demás—. Un sitio enorme, alumbrado por una gran lámpara de aceite. El resto de la habitación está a oscuras. Hay un gran hogar al final, con unos cuantos troncos quemándose en él.
—¿Hay alguien ahí dentro? —preguntó Jorge, intentando ver también a través de la abertura. Julián se retiró y le cedió el sitio.
—Nadie, me parece —dijo él.
Jorge soltó una exclamación tan pronto como miró al interior de la cocina. Julián la empujó a un lado para investigar él otra vez.
Un hombre entraba en aquel momento en la habitación, un tipo raro, una especie de enano, jorobado y con la cabeza un poco ladeada. Tenía cara de malo. Detrás de él entró una mujer delgada, pardusca, de aspecto desgraciado.
El hombre se dejó caer encima de una silla y empezó a llenar su pipa, mientras la mujer apartaba una tetera del fuego, la llevaba a un rincón y empezaba a llenar bolsas de agua caliente.
«Debe de ser la cocinera —pensó Julián—. ¡Qué cara de tristeza tiene la pobre! Me pregunto para qué tendrán aquí a ese hombre, una especie de criado para todo, supongo. ¡Qué cara de malo tiene!»
La mujer se dirigió con timidez al hombre sentado en la silla. Como es lógico, Julián no podía oír una palabra desde fuera. Él le contestó brutalmente, golpeando sobre el brazo de la silla al mismo tiempo. Parecía que la mujer le suplicaba algo. El enano se enfureció, cogió un atizador y la amenazó con él. Julián se quedó horrorizado. ¡Pobre mujer! No era raro que pareciese tan desgraciada si ésta era la forma en que solían tratarla.
A pesar de todo, el hombre no hizo nada con el atizador, salvo agitarlo con furia. Pronto lo depositó en su sitio y se recostó en su silla. La mujer no volvió a hablar. Siguió llenando las botellas. Julián se preguntó a quién estarían destinadas.
Contó a los demás lo que había visto. No les gustó en absoluto.
Si los de la cocina se portaban de este modo, ¿qué harían los que se encontraban en la otra parte de la casa?
Se alejaron de las ventanas de la cocina y continuaron su viaje de inspección alrededor de la casa. Llegaron a otra habitación de la planta baja, también iluminada. Pero aquí las cortinas se hallaban bien ajustadas y no había manera de mirar al interior.
Advirtieron que una ventana del piso superior tenía asimismo la luz encendida. ¿Estaría Dick en ella? Puede que lo hubiesen encerrado en el desván. ¡Cuánto les hubiese gustado saberlo!
¿Se atreverían a tirar una piedra? Discutieron si debían hacerlo o no. No parecía haber ningún medio para entrar en la casa. La puerta principal aparecía bien cerrada. Habían encontrado otra puerta en un ala del edificio, pero también estaba cerrada. Ya habían intentado abrirla. No se veía ninguna ventana abierta.
—Creo que tiraré una piedra —resolvió Julián por fin—. Si trajeron a Dick aquí, estoy casi seguro de que lo tienen ahí arriba. ¿Estás segura de que oíste a los hombres decir Owl's Dene, Ana?
—Muy segura —respondió la niña—. Tira ya la piedra, Julián. ¡Estoy tan preocupada por el pobre Dick!
Julián rebuscó una piedra por el suelo. Localizó una escondida entre el fango que había por todas partes. La balanceó en su mano y luego la lanzó hacia arriba, aunque no llegó a la ventana. Julián cogió otra. La tiró y esta vez alcanzó el cristal de la ventana. Alguien se acercó en el acto a ella.
¿Sería Dick? Trataron de verle, pero la ventana se encontraba demasiado arriba, Julián arrojó otra piedra, con la misma excelente puntería.
—Es Dick —dijo Ana—. No, creo que no lo es, después de todo. ¿No lo puedes ver tú, Julián?
Cualquiera que fuese la persona que se había acercado a la ventana, había desaparecido ya. Los niños se sintieron un poco incómodos. Suponiendo que no se tratase de Dick, suponiendo que fuese alguien más que había salido de la habitación para ir en su busca, podían correr peligro.
—Marchémonos de esta parte de la casa —susurró Julián—. Vamos por el otro lado.
Se alejaron en silencio. De súbito Ricardo dio un tirón a Julián del brazo.
—¡Mira! —exclamó—. Hay una ventana abierta. ¿No podríamos entrar por ella?