—¡Verdaderamente, Quintín, eres una persona muy difícil de manejar! —se lamentó tía Fanny dirigiéndose a su marido.
Los cuatro niños, sentados a la mesa, tomaban su desayuno en silencio, interesándose por lo que oían. ¿Qué había hecho el tío Quintín esta vez? Julián guiñó un ojo a Dick y Ana le dio una patadita a Jorge por debajo de la mesa ¿Se enfadaría el tío Quintín como lo hacía con tanta frecuencia?
Sostenía una carta en la mano, que su mujer acababa de devolverle después de haberla leído. Aquella carta había originado la discusión. Tío Quintín frunció el entrecejo, mas, al fin, decidió no encolerizarse. En lugar de ello habló con bastante suavidad.
—Bien, querida Fanny, ¿cómo crees que puedo recordar con toda exactitud cuándo llegan las vacaciones de los niños y si les corresponde pasarlas con nosotros o con tu hermana? Sabes que debo preocuparme por mi trabajo científico y, en este momento, se trata de algo muy importante. ¡No puedo pasarme la vida pendiente de cuándo se terminan o empiezan las clases!
—Por lo menos podrías preguntármelo —exclamó tía Fanny, exasperada—. ¿Cómo has podido olvidar que habíamos decidido invitar a Julián, Dick y Ana para las vacaciones de Pascua, porque disfrutan mucho de Kirrin en esta época del año? Dijiste que te arreglarías para ir a dar tus conferencias después de las vacaciones y no a la mitad de ellas.
—Es que terminaron muy tarde —dijo tío Quintín—. No pensé ni imaginé qué sucedería así.
—Bueno. Pero tú sabías que las Pascuas venían retrasadas este año, así que forzosamente tenían que terminar tarde —rechazó tía Fanny suspirando.
—A papá no se le ocurre pensar en esas cosas —intervino Jorge—. ¿Qué pasa, mamá? ¿Es que papá quiere irse en la mitad de nuestras vacaciones, o qué?
—En efecto —asintió tía Fanny, y alargó la mano para coger otra vez la carta—. Veamos. Tendrá que irse dentro de dos días y, con toda seguridad, me veré forzada a acompañarle. No puedo dejaros solos aquí, niños, sin nadie más en la casa. Si Juana no estuviese enferma, no habría problema, pero no volverá antes de una o dos semanas.
Juana era la cocinera. Todos los niños la querían mucho y sintieron sobremanera no encontrarla allí al llegar para las vacaciones.
—Nos cuidaremos nosotros mismos —facilitó Dick—. ¡Ana es bastante buena cocinera!
—Y yo puedo ayudarla también —añadió Jorge.
Su verdadero nombre era Jorgina, aunque todo el mundo la llamaba Jorge. Su madre sonrió.
—Bueno, Jorge, la última vez que cociste un huevo, lo dejaste dentro de la cacerola hasta que se secó. No creo que a los demás les guste tu manera de cocinar.
—Es que me olvidé de que el huevo estaba allí —protestó la niña—. Fui a buscar el reloj para calcular el tiempo y por el camino me acordé de que Tim no había cenado y…
—Sí, ya lo sabemos —respondió su madre riéndose—. Tim cenó, no faltaba más. ¡Y tu padre hubo de marcharse sin desayunar!
—¡Guau! —ladró Tim bajo la mesa al oír su nombre. Lamió el pie de su ama para recordarle que se encontraba allí.
—Bien, volvamos a nuestro asunto —interrumpió el tío Quintín impacientándose—. No hay duda de que he de ir a esas conferencias. Tengo que leer allí unos papeles importantes. No necesitas venir conmigo, Fanny. Te quedarás y cuidarás de los niños.
—No es preciso que se quede —dijo Jorge—. Podemos hacer algo que deseábamos mucho, pero que habíamos pensado dejar para las vacaciones del verano.
—¡Oh, sí! —asintió Ana en el acto—. ¡Hagámoslo!
—Sí, a mí también me gustaría —corroboró Dick.
—Y bien, ¿de qué se trata? —preguntó tía Fanny—. No comprendo nada. Si es algo peligroso, no os lo permitiré. Así que decidme en seguida en qué consiste vuestro plan.
—¿Y cuándo hemos hecho nosotros algo peligroso? —gritó Jorge.
—Muchas veces —respondió imperturbable su madre—. Y ahora, ¿cuál es ese plan?
—No es nada del otro mundo —dijo Julián—. Únicamente que da la casualidad que nuestras bicis están en excelente estado, tía Fanny, y ya sabes que nos han regalado dos tiendas pequeñas por Navidad. Así que hemos pensado que sería divertido irnos con nuestras bicis, llevándonos también las tiendas, y explorar un poco el campo.
—El tiempo está fantástico y podríamos divertirnos mucho —añadió Dick—. Al fin y al cabo, supongo que, al regalárnoslas, esperaríais que empleásemos las tiendas, tía Fanny. Ésta es nuestra oportunidad.
—Me imaginaba que las utilizaríais en el jardín o en la playa —dijo tía Fanny—. La última vez que fuisteis a acampar iba el señor Luffy con vosotros para cuidaros. No creo que me guste demasiado la idea de que os vayáis solos con vuestras tiendas.
—Pero, Fanny, si Julián no es capaz de cuidar a los otros es que posee un temple muy débil —intervino su marido con impaciencia—. ¡Déjalos ir! Apostaría a que Julián logrará tenerlos a raya y devolverlos a casa sanos y salvos.
—Gracias, tío —exclamó Julián, que no estaba acostumbrado a recibir cumplidos de su tío Quintín. Miró a los otros niños y sonrió—. Claro que me resultaría fácil manejar este pequeño grupo, a pesar de que Ana se pone, a veces, muy pesada.
Ana abrió la boca, indignada. Era la más pequeña y, verdaderamente, la más obediente de todos. Captó la sonrisa de Julián. Estaba claro que hablaba en broma. Le devolvió la sonrisa.
—Prometo portarme bien —dijo con un tono inocente a tío Quintín. Éste se mostró sorprendido.
—Yo creía que Jorge era la única difícil de… —empezó a decir, mas se detuvo al notar la mirada de advertencia de su mujer. Cierto que su hija era difícil, pero el hecho de resaltarlo no favorecería las cosas.
—Quintín, no sabes jamás cuándo Julián habla en broma, ¿verdad? —dijo su mujer—. Bueno, si crees de verdad que Julián se puede encargar de ellos y que debemos dejarlos hacer una excursión en bicicleta con sus nuevas tiendas…
—¡Hurra! Entonces, está decidido —chilló Jorge, y empezó a golpear llena de excitación la espalda de Dick—. Nos vamos mañana, nos…
—¡Jorge! No es necesario chillar y golpear así —la amonestó su madre—. Sabes que a tu padre no le gusta y además has excitado a Tim también. Échate, Tim. ¡Mira cómo corre alrededor de la habitación como un loco!
Tío Quintín se levantó para marcharse. Le molestaba que las comidas acabasen en una especie de pantomima. Tropezó con el acalorado Tim y estuvo a punto de caerse. Con alivio, se alejó de la habitación. ¡Qué jaleo de casa cuando los cuatro críos y el perro estaban en ella!
—¡Ay!, tía Fanny, ¿podemos de verdad marcharnos mañana? —preguntó Ana, con los ojos brillantes de alegría—. El tiempo es tan maravilloso en abril, casi tan caliente como en julio. Me parece que no necesitaremos llevarnos vestidos gruesos.
—Si eso es lo que pretendéis, ya podéis ir abandonando la idea —dijo tía Fanny, con firmeza—. Hoy ha amanecido caliente y soleado, pero no se puede fiar uno de que en el mes de abril haya dos días seguidos iguales. Puede llover a cántaros mañana y nevar al siguiente. Tendré que entregaros algún dinero para que os alojéis en un hotel las noches en que haga mal tiempo.
Los cuatro niños resolvieron de inmediato que el tiempo no estaría nunca lo bastante malo para eso.
—¡Cielo santo! ¿Verdad que será divertido? —exclamó Dick—. Nos compraremos nuestra comida y la comeremos cuando nos apetezca. Elegiremos dónde dormir cada noche y montaremos allí nuestras tiendas. Podremos ir en bici hasta medianoche si hay claro de luna y si nos da la gana.
—¡Oooh! Ir en bici con claro de luna… Jamás lo he hecho —dijo Ana—. Eso me suena fantástico.
—Bien, es una suerte que se os haya ocurrido algo que os guste hacer durante nuestra ausencia —comentó tía Fanny—. ¡Dios mío! A pesar de los años que llevo casada con Quintín, todavía es capaz de organizar todo este lío sin que yo me dé cuenta. Bueno, bueno, manos a la obra y a decidir lo que os vais a llevar.
De repente, el más mínimo detalle se convirtió en un excitante problema. Los cuatro niños corrieron a cumplir con sus tareas matinales, que consistían en hacer las camas y poner orden en sus habitaciones, chillando con todas sus fuerzas.
—¡Caramba! ¿Quién hubiese pensado que mañana estaríamos solos? —dijo Dick amontonando de cualquier manera las sábanas y las mantas.
—¡Dick! Yo arreglaré tu cama —gritó Ana, horrorizada al ver con qué rapidez la estaba haciendo—. ¡No puedes hacerla de esa forma!
—¿Cómo que no puedo? —gritó Dick—. Espera y verás. Y lo que es más, haré la de Julián de la misma manera. Así que ya puedes marcharte y dedicarte a la tuya, Ana. Dobla las esquinas, arregla la almohada, acaricia el edredón. Haz lo que quieras con tu propia cama, pero déjame a mí arreglar la mía a mi manera. Cuando nos vayamos con nuestras bicis, ya no querrás preocuparte de las camas. Enrollarás tu saco de dormir y se acabó.
Mientras hablaba había terminado su tarea, colocando la colcha completamente torcida y poniendo su pijama bajo la almohada. Ana se rió y marchó a arreglar la suya. Se sentía muy excitada. Ante sus ojos se extendía un panorama de días soleados repletos de lugares raros, bosques desconocidos, grandes y pequeñas colinas, riachuelos parlanchines, comidas al borde del camino, paseos en bicicleta bajo el claro de luna. ¿Era eso lo que Dick había querido decir? ¡Una excursión llena de magia!
Se mantuvieron muy atareados durante todo el día, recogiendo en las mochilas todo aquello que pensaban necesitar, plegando las tiendas hasta hacerlas lo más pequeñas posible para atarlas al portaequipajes, buscando en la despensa comida para llevarse y recogiendo los mapas precisos para guiarse en su excursión.
Tim sabía muy bien que se hallaban a punto de marchar y estaba seguro de que él también iría con ellos. Así que estaba tan excitado como los propios niños, ladrando y moviendo la cola, y sin cesar un instante de meterse entre los pies de los demás. Pero a nadie le importaba. Tim era uno de ellos, uno de los cinco. Sabía hacer de todo menos hablar y no podían siquiera pensar en ir a cualquier sitio sin el querido, sin el viejo Tim.
—Espero que Tim alcanzará a seguiros cuando montéis en las bicis durante muchos kilómetros seguidos dijo tía Fanny a Julián.
—¡Dios mío! Claro que sí —respondió Julián—. A él no le importa lo lejos que vayamos. Espero que no te quedarás preocupada por nosotros, tía Fanny. Sabes lo buen guardián que es Tim.
—Sí, lo sé —contestó su tía—. No os hubiese dejado marchar si no fuese por él. Es tan bueno como cualquier persona mayor para cuidar de vosotros.
—¡Guau! ¡Guau! —aprobó Tim.
—Dice que es tan bueno como dos personas mayores juntas, mamá —dijo Jorge, y el perro aporreó el suelo con su rabo.
—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! —hizo ahora. Lo que venía a querer decir: «No dos, sino tres».