Nadie podía contestar a la sorprendida pregunta de Ana. Los chicos permanecían perplejos, contemplando el cofre. Era, en verdad, un alijo muy extraño. Recordaron las otras cosas que había en el barco naufragado, como las latas de comida. Había en la pequeña isla Kirrin unas cosas extrañas para el contrabando.
—Es fantástico —dijo Dick al final—. Pensar que habíamos creído que todo se aclararía cuando abriéramos el cofre y ha sucedido todo lo contrario: el misterio es más profundo ahora.
En aquel momento se dejaron oír las voces de los padres de Edgar llamando a su hijo. Pero Edgar no se atrevía a contestarles. La nariz de Tim estaba apoyada contra una de sus piernas. Podía ser mordido en cualquier momento. Tim gruñía de vez en cuando para recordarle a Edgar que todavía estaba allí.
—¿Sabes algo del barco que hacía señales la última noche? —preguntó Julián volviéndose a Edgar.
El muchacho movió la cabeza.
—No he oído nada de señales —dijo—. Sólo oí a mi madre decir que esperaba que esta noche llegase el Vagabundo, pero yo no sé qué es lo que quiso decir.
—¿El Vagabundo? —dijo Jorge al punto—. ¿Qué es eso? ¿Una persona, un barco, o qué?
—No lo sé —repuso Edgar—. Si me hubiera atrevido a preguntarlo me hubiera llevado un buen sopapo en la oreja. Averiguadlo vosotros.
—Lo averiguaremos —dijo Julián—. Vigilaremos esta noche por si aparece el Vagabundo. Gracias por la información.
Los chicos pasaron buena parte del día sin hacer nada y algo aburridos, todos menos Ana, que tenía muchas cosas que arreglar otra vez. ¡Realmente la cueva parecía mucho más una casa de verdad cuando hubo terminado! Puso los cobertores sobre las camas y las alfombras en el suelo. ¡La cueva tenía un aspecto de lo mejor!
A Edgar no le permitieron salir de la cueva y Tim no lo dejaba ni un momento. Se pasó mucho rato durmiendo, mostrando a las claras que el miedo a las vacas le había impedido pegar ojo durante la última noche.
Los otros discutían sus planes en voz baja. Decidieron hacer guardia encima de la cueva de dos en dos aquella noche. Querían saber lo que iba a ocurrir. Si el Vagabundo llegaba, harían rápidamente nuevos planes.
El sol se puso. Llegó la noche y la oscuridad se cernió sobre el mar. Edgar roncaba sonoramente después de haber tomado una buena ración de sardinas para cenar, con bocadillos de carne de buey, albaricoques y leche. Ana y Dick fueron a hacer la primera guardia. Eran poco más de las diez y media.
A las doce y media Julián y Jorge treparon por la nudosa cuerda y se reunieron con los otros dos. No tenían nada que contar. Volvieron al interior de la cueva, se metieron en sus confortables camas y se pusieron a dormir. Edgar estaba roncando en su rincón y Tim le vigilaba.
Julián y Jorge miraron hacia el mar, intentando encontrar algún barco. Había salido la luna aquella noche y el paisaje no era del todo oscuro. De pronto oyeron hablar en voz baja y pudieron ver dos oscuras figuras bajo las rocas.
—Los dos Stick —susurró Julián—. Yendo otra vez al barco hundido, supongo.
Se oyó un ruido de remos y los chicos vieron un bote avanzando por el agua. Al mismo tiempo Jorge cogió por el brazo fuertemente a Julián señalando a un punto del mar. Una luz estaba encendida a bastante distancia, desde un barco que los chicos apenas podían distinguir. Entonces una nube cubrió la luna y no pudieron ver nada durante algún tiempo.
Aguardaron jadeantes. ¿Se trataría aquella sombra del barco del Vagabundo? ¿O el Vagabundo era el dueño? ¿Estaban los contrabandistas trabajando aquella noche?
—¡Hay otro bote que se acerca, fíjate! —exclamó Jorge—. Debe de venir de aquel barco que hay a lo lejos. Ahora que la luna ha salido otra vez podrás verlo. Se está acercando al barco hundido. Supongo que allí tendrán su lugar de reunión.
Entonces, muy irritantemente, la luna desapareció otra vez sobre una nube, y estuvo oculta tanto tiempo que los chicos no podían contener su impaciencia. Al final volvió a salir y a iluminar el agua.
—Ambos botes están alejándose del barco ahora —dijo Julián excitadamente—. Se ve que han tenido ya su reunión y han traído las cosas de contrabando, supongo, y el otro, el bote de los Stick, vuelve a la isla con el alijo. Seguiremos a los Stick cuando regresen y veremos dónde guardan el alijo.
Durante un rato el bote de los Stick fue acercándose a la costa. Los chicos no pudieron ver nada entonces, pero luego vieron de pronto a los Stick camino del castillo. El señor Stick llevaba al hombro lo que parecía un gran paquete. No pudieron ver si la señora Stick llevaba también algo.
Los Stick llegaron al patio del castillo y se dirigieron a la entrada de los sótanos.
—Van a guardar allí el alijo —susurró Julián a Jorge. Los chicos estaban ahora observando desde detrás de una tapia cercana—. Volvamos a la cueva y contémosles a los otros lo que hemos visto. Tenemos que hacer nuevos planes. Tenemos que rescatar el alijo e ir al pueblo para contárselo a la policía.
En aquel momento un grito rompió el silencio de la noche. Era un alarido terrible, que asustó en gran manera a los chicos.
No tenían la menor idea de dónde procedía.
—¡Rápidos! ¡Puede haber sido Ana! —gritó Julián. Los dos corrieron a más no poder hacia el agujero del techo de la cueva y se introdujeron en ésta descendiendo por la cuerda. Julián miró por todo el rededor ansiosamente. ¿Qué podía haberle ocurrido a Ana para hacerla gritar de esa manera?
Pero Ana estaba apaciblemente dormida en su cama, lo mismo que Dick. Edgar seguía roncando y Tim vigilándole con los ojos verdes muy abiertos.
—Es fantástico —dijo Julián, todavía sobrecogido—. Es una cosa terriblemente extraña. ¿Quién ha gritado de esa manera? No puede haber sido Ana, porque si lo hubiera hecho habría despertado a los otros.
—Bien. ¿Quién ha gritado, entonces? —preguntó Jorge sintiéndose algo asustada—. ¿No parece algo sobrenatural, Julián? No me gusta. Era alguien que estaba horrorizado por algo. Pero ¿quién podrá ser?
Despertaron a Dick y a Ana y les contaron lo del extraño grito. Ana estaba sobrecogida. Dick quedó muy interesado al enterarse de que dos botes se habían dirigido al barco naufragado, y que los Stick habían regresado con un alijo o algo parecido y lo habían guardado en los sótanos.
—¡Tenemos que arreglárnoslas para sacarlo de allí! —dijo, muy animado—. Nos divertiremos de lo lindo.
—¿Por qué pensasteis que era yo la que gritaba? —preguntó Ana—. ¿Es que parecía el grito de una niña?
—Sí. Sonó como los gritos que tú das cuando te damos un susto de repente —dijo Julián—. Era el grito de una niña, no de un muchacho.
—Es extraño —dijo Ana. Se metió otra vez en la cama; y Jorge lo hizo a su lado.
—Oh, Ana —dijo Jorge, disgustada—, has llenado la cama de muñecas y ese oso de felpa está también aquí. ¡Realmente, eres una criatura!
—No, no lo soy —dijo Ana—. Las muñecas y el oso de felpa sí que son criaturas que están asustadas y se sienten muy solas porque no están con su amita. Por eso las he metido en la cama. Estoy segura que a la niña le gustará.
—¡La niña! —dijo Julián despacio—. Nos ha parecido oír esta noche el grito de una niña, y muñecas. ¿Qué relación puede tener todo esto?
Hubo un silencio. Luego Ana habló excitadamente.
—¡Ya sé! ¡Las cosas de contrabando son una niña! Ellos han raptado a una niña y ésas son sus muñecas, que han robado junto con los vestidos para que ella se entretenga jugando y pueda también vestirse cuando haga falta. La niña está aquí, en la isla, y vosotros oísteis su grito de horror cuando los Stick la metían en los sótanos.
—Bien, creo que Ana ha dado en el clavo —dijo Julián—. ¡Inteligente que es! Pienso que tienes razón. No son contrabandistas los que están usando la isla, ¡son secuestradores!
—¿Qué son secuestradores? —preguntó Ana.
—Gente que raptan niños o personas mayores y las ocultan en cualquier sitio hasta que una gran cantidad de dinero es pagada por ellos —explicó Julián—. Esa cantidad se llama rescate. Hasta que el rescate es pagado, el prisionero permanece en poder de los secuestradores.
—Bien, eso es lo que ha ocurrido aquí entonces —dijo Dick—. ¡Apuesto a que eso es! Se ve que han raptado a una niña rica y la han llevado al barco naufragado para que la recojan los Stick. ¡Malvada gente!
—Y oímos el grito de la niñita justo cuando la metían en los sótanos —dijo Jorge—. Julián, tenemos que rescatarla.
—Sí desde luego. No tenemos miedo. La rescataremos.
Edgar se despertó y se unió a la conversación de pronto.
—¿De qué estáis hablando? —dijo—. ¿Rescatar a quién?
—Nada que te interese —dijo Julián.
Jorge lo zarandeó y le susurró:
—Lo que esperamos nosotros es que la madre del querido Edgar esté tan trastornada por la pérdida de su hijito como la madre de la niña —dijo.
—Mañana encontraremos a la niña y la rescataremos —dijo Julián—. Supongo que los Stick la tendrán bien vigilada, pero ya veréis cómo encontraremos la manera.
—Estoy cansada ahora —dijo Jorge echándose en la cama—. Vamos a dormir. Si nos acostamos temprano, nos despertaremos descansados y frescos. Oh, Ana, pon esas muñecas en su sitio. No voy a dormir con tres de ellas.
Ana cogió las muñecas y el oso y los sacó de la cama.
—No os preocupéis —oyó Jorge que decía—. Yo cuidaré de vosotros hasta que volváis con vuestra amita. Dormid tranquilos.
Pronto estuvieron todos dormidos. Todos menos Tim, que tenía siempre un ojo abierto. No había necesidad de poner a nadie de guardia si estaba con ellos Tim. Era el mejor guardián que podía haber.