Capítulo 2

Los chicos se quedaron mirando con asombro el excitado y enrojecido rostro de Jorge. Entusiasmado, Dick aporreó el suelo con los puños.

—¡Una idea fantástica! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?

—¡Una carreta para nosotros! ¡Parece demasiado hermoso para ser verdad! —dijo Ana. También su rostro se había cubierto de carmín y sus ojos brillaban de emoción.

—¡Un momento!… Os voy a proponer algo que nunca hemos hecho hasta ahora —exclamó Julián, preguntándose en su interior si sería realmente factible—. Resultaría algo grandioso si pudiéramos acampar en las colinas donde está el lago de que habló ese chico. Podríamos bañarnos allí y, quizá, llegar a hacemos amigos de la gente del circo. Siempre he deseado conocer la vida de los circos.

—¡Caramba, Julián, esa idea es aún mejor! —dijo Jorge, frotándose las manos de satisfacción—. A mí me gustó ese chico, Nobby, ¿y a vosotros?

—También —contestaron a coro.

—El que no me ha hecho gracia ha sido su tío —prosiguió Dick—. Me parece una mala pieza. Apuesto a que no le permite a Nobby salirse de la raya, ni hacer nada por su cuenta sin que le haya sido ordenado.

—Julián, ¿crees que papá y mamá nos dejarán ir a acampar por nuestra cuenta? —preguntó Ana con interés—. Me parece la idea más maravillosa que hemos tenido en la vida.

—Bueno, por lo pronto podemos preguntar y ya veremos. Yo tengo edad suficiente para cuidar de todos.

—¡Bah! —protestó Jorge—. No me hace falta niñera, gracias. Y de todos modos, si necesitamos a alguien que nos cuide, Tim puede encargarse de ello. Estoy segura de que los mayores se alegrarán de verse libres de nosotros por una o dos semanas. Siempre piensan que las vacaciones de verano duran demasiado.

—Nos llevaremos a Dobby para que tire del remolque —exclamó Ana de súbito, mirando al prado en el que el viejo caballo se espantaba pacientemente las moscas con su larga cola—. ¡A Dobby le encantará!… Siempre he pensado que debía sentirse muy solitario en ese prado. El pobre sólo sale cuando se lo prestamos a alguien.

—Claro que sí. Dobby vendrá con nosotros —dijo Dick—. Será estupendo. ¿De dónde podríamos sacar el remolque? ¿Son fáciles de alquilar?

—Ni idea —respondió Julián—. Conocí a un chaval en la escuela… ¿No te acuerdas de él, Dick, aquel grandullón que se llamaba Perry? Todas las vacaciones se iba en un remolque con su familia. Me dijo que los alquilaban. Podría enterarme por él dónde los conseguían.

—Papá lo sabrá —intervino Ana—, o, si no, mamá. Los mayores siempre saben esas cosas. A mí me gustaría una carreta grande y bonita, azul y roja, con una pequeña chimenea y ventanas a cada lado, una puerta detrás y una escalerilla para entrar y…

Los otros la interrumpieron para exponer sus propias ideas. Pronto se encontraron hablando todo al tiempo sobre el asunto, de una forma tan ruidosa que no oyeron acercarse a alguien, que se detuvo a su lado riendo al observar su agitación.

—¡Guau! —saludó Tim con gran cortesía. Era el único que en aquellos momentos conservaba la serenidad suficiente para advertir lo que ocurría a su alrededor. Los niños alzaron los ojos al oír su ladrido.

—¡Ah, hola, madre! —dijo Julián—. Has llegado en el momento preciso. Queremos contarte una idea que hemos tenido.

La madre se sentó sonriendo.

—Parecéis muy excitados —dijo—. ¿Qué pasa?

—Mamá —empezó Ana antes de que alguien pudiera meter baza—. Hemos decidido que nos gustaría pasar las vacaciones en un remolque nosotros solos. ¿Nos dejaréis, mamá? ¡Sería tan divertido!

—¿Vosotros solos? —contestó la madre con un gesto dubitativo—. No sé qué deciros…

—Julián puede cuidar de nosotros —dijo Ana.

—Y Tim también —apuntó Jorge en el acto.

Tim golpeó en el suelo con el rabo. Desde luego que podría cuidarlo. ¿Acaso no lo había hecho durante años y compartiendo todas sus aventuras? Su rabo se meneó acompasadamente.

—Tendré que discutirlo con papá contestó su madre—. No pongáis esa cara de desilusión. No puedo decidir una cosa así por mi cuenta y a toda prisa. De todas maneras, puede que nos venga bien, porque sé que papá tiene que ir al Norte una temporada y le gustaría llevarme. Creo que la idea de un poco de camping para vosotros no le parecerá desacertada. Hablaré con él esta noche.

—Podríamos llevamos a Dobby para que tirase del remolque, ¿verdad, mamá? —preguntó Ana con los ojos brillantes—. Se sentirá muy feliz con nosotros… ¡Lleva una vida tan aburrida ahora…!

—Ya veremos, ya veremos —respondió su madre levantándose—. Ahora será mejor que entréis a lavaros. Es casi la hora del té. Tienes unos pelos horribles, Ana. ¿Qué has estado haciendo? ¿Andar con la cabeza en lugar de los pies?

Todos corrieron adentro para dirigirse al cuarto de baño, claramente animados. Mamá no había dicho «no». E incluso pensó que podría convenirles. ¡Qué ilusión! Marcharse solos en un carromato, haciéndose su propia comida y lavado, teniendo por compañía a Dobby y también a Tim. Desde luego, la idea era en verdad maravillosa.

Aquella noche, el padre de los niños regresó tarde a casa, lo que constituía un verdadero fastidio, pues nadie se veía ya capaz de esperar mucho tiempo para saber si podían ir o no. Todos se hallaban en la cama cuando llegó, excepto Julián. Cuando al fin éste se determinó a acostarse, todavía no había noticia alguna.

Se asomó al dormitorio de las niñas para explicarles:

—Papá ha venido cansado y está cenando un poco. Mamá no quiere molestarle, por lo visto, hasta que se encuentre mejor. Así que hasta mañana, nada. ¡Mala pata!

Las niñas refunfuñaron. ¿Cómo iban a lograr dormirse con las deliciosas imágenes de los carromatos flotando ante sus ojos y sin saber si podrían o no llevarlas a cabo?

—¡Sopla! —exclamó Jorge—. Tardaré un siglo en dormirme. ¡Quítate de mis pies, Tim! ¡Pues sí que estoy de humor para tenerte encima!

Por la mañana esperaban a los cuatro niños buenas noticias. Por una vez acudieron puntuales para desayunar, y Julián exploró con ansiedad el rostro de su madre. Ella le sonrió, asintiendo.

—Sí, ya lo hemos hablado —dijo—. Papá dice que no le parece mal. Cree que os sentará bien desfogaros un poco. Pero tendréis que llevar dos remolques. Una sola carreta no servirá para albergaros a los cuatro y a Tim.

—Pero, mamá, Dobby no puede tirar de los dos remolques—objetó Ana.

—Pediremos prestado otro caballo, ¿verdad, madre? —preguntó Julián—. ¡Un millón de gracias, papá, por decir que sí! ¡Eres un as!

—¡Y de primera clase! —corroboró Dick.

—¡Es un genio! —afirmó Jorge, arañando sin darse cuenta a Tim en su excitación—. ¿Cuándo podemos irnos, mañana?

—Imposible, mujer —replicó Julián—. Primero debemos conseguir las carretas, pedir el caballo y hacer el equipaje… ¡Un montón de cosas!

—Saldréis la semana que viene, cuando vuestra madre y yo nos marchemos al Norte —decidió el padre—. Es el mejor momento para todos. Además, de este modo, la cocinera disfrutará también de unas vacaciones.

—Tendréis que mandarnos una postal todos los días, para que sepamos dónde estáis o cómo os va.

—¡Ay, qué cosa más emocionante! —exclamó Ana—. Mamá, se me han quitado las ganas de desayunar.

—Si la sola idea de ir te produce tanto efecto, creo que será mejor que te quedes en casa —replicó maliciosa su madre.

Aterrada, Ana se quedó inmóvil un momento. Luego, a toda prisa, empezó a engullir su plato de cereales. Pronto advirtió que recobraba el apetito. ¡Parecía demasiado hermoso para ser verdad! Tendrían dos remolques y dos caballos. A lo mejor incluso dormirían en literas y guisarían al aire libre y…

—Quedan por completo a tu cargo, ¿entendido, Julián? —decía el padre del muchacho en aquel momento—. Ya tienes edad suficiente para tener sentido de la responsabilidad. Los otros tendrían que darse cuenta de esto y aceptar lo que tú dispongas.

—De acuerdo, papá —respondió Julián, rebosante de orgullo—. Yo me ocuparé de que todo marche bien.

—¡Eres un sol, Tim! —exclamó Ana—. Te obedeceré siempre. Bueno, y también a Julián.

—No seas tonta —dijo Dick, dando unas palmaditas al perro—. Estoy seguro de que no nos dejarían ir sin él. Es el más maravilloso de los guardianes.

—Desde luego que no os permitiríamos marchar sin él —confirmó la madre—. Sabiéndoos con él tendremos la seguridad de que os encontraréis bien.

La situación era de lo más emocionante. Cuando los chiquillos terminaron de desayunarse, salieron a discutir entre sí los preparativos.

—Como os dije ayer, yo voto por que subamos a las colinas de las que habló aquel chico, esas que tienen un lago al fondo, y acampemos allí —dijo Julián—. Así tendríamos compañía. ¡Y qué compañía más divertida!

—No debemos instalarnos demasiado cerca del circo. A lo mejor no les hace gracia tener extraños a su alrededor. De todas maneras, nos quedaremos lo bastante próximos para ver pasear al elefante y entrenarse a los perros…

—Y haremos amistad con Nobby, ¿verdad? —preguntó Ana con vivacidad—. A mí me ha resultado simpático, pero no quiero tener nada que ver con su tío. ¡Es el colmo que un hombre de tan mal genio trabaje como payaso principal de un circo!, ¿no os parece?

—No sé cuándo ni de dónde conseguirá mamá los remolques —comentó Julián—. ¡La que se va a armar cuando los veamos aparecer!

—Vamos a contárselo a Dobby —propuso Ana—. Seguramente se alegrará de saberlo.

—¡Eres una mocosa! —respondió Jorge en tono desdeñoso—. No entenderá ni una palabra de lo que le digas.

No obstante, siguió a su prima y pronto Dobby escuchaba todo lo referente al maravilloso plan de vacaciones. ¡Hiiiii!… De modo que, en lo que a él concernía, ¡también estaba contento!

—Y Tim también nos cuidará —intervino Jorge—. Es tan responsable como pueda serlo Julián.