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Anthony Fairhaven acomodó su cuerpo delgado y musculoso en la silla, se cubrió una parte de los muslos con una servilleta grande de hilo y examinó el desayuno que tenía delante. Aun siendo minúsculo, estaba dispuesto con esmero excesivo sobre el damasco blanco y terso: una taza de té de porcelana, dos galletas de soda y jalea real. Se bebió de un trago todo el té, y mordisqueó una galleta con la mente en blanco. Después se limpió los labios e hizo un gesto escueto a la criada para que le trajera el periódico.

El sol entraba a raudales por la curvada pared de cristal de su salita para el desayuno. Desde su privilegiado observatorio en lo más alto de la Metropolitan Tower, todo Manhattan se postraba a sus pies sembrado de chispas de luz matinal, y de guiños rosados y dorados de ventanas: su personal Nuevo Mundo, esperando a verle reivindicar su destino manifiesto. Muy abajo, el rectángulo oscuro de Central Park parecía un agujero de sepulturero en plena gran ciudad. La luz empezaba a lamer tímidamente las copas de los árboles, y las sombras de los edificios de la Quinta Avenida, barras paralelas, aherrojaban el parque.

Oyó ruido de papel, el de la criada poniéndole delante el New York Times y el Wall Street Journal. Recién planchados, como insistía en que estuvieran. Cogió el Times, de tacto seco y crujiente, y al desplegarlo acudió a su nariz el cálido olor a tinta impresa. Propinó una ligera sacudida a sus páginas a fin de desprenderlas, y abordó la lectura de los titulares de portada. Conversaciones de paz en Oriente Medio, debates entre los candidatos a la alcaldía, terremoto en Indonesia… Echó un vistazo bajo el pliegue.

Y se quedó unos segundos sin respiración.

EL DESCUBRIMIENTO DE UNA CARTA ARROJA LUZ SOBRE UNOS ASESINATOS DEL SIGLO XIX

William Smithback

Parpadeó, respiró honda y prolongadamente y empezó a leer.

NUEVA YORK, 8 de octubre. En el archivo del Museo de Historia Natural ha aparecido una carta que podría contribuir a esclarecer el truculento hallazgo del osario descubierto la semana pasada en la parte baja de Manhattan.

Los obreros que trabajaban en la construcción de un rascacielos residencial en la esquina de las calles Henry y Catherine desenterraron un túnel subterráneo que contenía los restos de treinta y seis jóvenes de ambos sexos. Los despojos habían sido emparedados en una docena de nichos, pertenecientes, al parecer, a un túnel de mediados del siglo XIX que servía de carbonera. El análisis forense preliminar permitió descubrir que las víctimas habían sido diseccionadas, o sometidas a autopsia, y posteriormente descuartizadas. La datación preliminar del yacimiento, llevada a cabo por la arqueóloga del Museo de Historia Natural de Nueva York Nora Kelly, indicó que los asesinatos se habían producido entre 1872 y 1881, intervalo en que el solar estuvo ocupado por la sede de tres plantas de un museo privado que recibía el nombre de «Gabinete de Producciones y Curiosidades Naturales J. C. Shottum». El gabinete se quemó en 1881, y Shottum murió en el incendio.

En posteriores investigaciones, la doctora Kelly encontró la carta, escrita por el propio Shottum. Redactada poco antes de su fallecimiento, explica cómo descubrió los experimentos médicos de un inquilino suyo, el taxonomista y químico Enoch Leng. En la carta, Shottum asegura que Leng llevaba a cabo experimentos quirúrgicos con seres humanos vivos, con el objetivo de prolongarse la vida. Al parecer, una parte de los experimentos consistía en la extracción quirúrgica de la parte inferior de la columna vertebral de un ser humano vivo. Shottum adjuntó a la carta varias citas del diario en el que Leng consignaba en detalle sus experimentos. El New York Times ha obtenido una copia de la carta.

Si se confirma que los restos pertenecen a personas asesinadas, se trataría del mayor asesinato en serie de la historia de Nueva York, y es posible que de Estados Unidos. En 1888, el asesino en serie más famoso de Inglaterra, Jack el Destripador, asesinó a siete mujeres en el barrio londinense de Whitechapel. Se sabe que Jeffrey Dahmer, célebre asesino en serie norteamericano, mató como mínimo a diecisiete personas.

Los restos humanos fueron trasladados al instituto forense, y no se ha permitido su examen. El túnel subterráneo fue destruido por la empresa constructora del rascacielos, Moegen-Fairhaven, en el transcurso de las actividades normales de construcción. Según Mary Hill, portavoz del alcalde Edward Montefiori, el yacimiento no está afectado por la ley de conservación arqueológica e histórica de Nueva York. Reproducimos sus declaraciones: «Es la escena de un crimen antiguo, y tiene poco interés arqueológico. No cumplía los requisitos que se exponen en la ley, y no hay que darle más vueltas. No teníamos base para paralizar las obras». Su opinión, sin embargo, no es compartida por algunos miembros de la Comisión para la Conservación del Patrimonio, que, según se nos informa, han solicitado que se constituya una comisión para analizar el hallazgo.

Del solar se ha conservado una prenda, un vestido de mujer que la doctora Kelly llevó a examinar al museo. La doctora encontró un papel cosido en el forro; podría tratarse de una nota de autoidentificación, cuya autora, una joven, parece haber sido consciente de que le quedaba poco tiempo de vida: «Me yamo [sic] Mary Greene de 19 años bibo [sic] en la caye [sic] Watter [sic] 19».

El FBI se ha interesado por el caso, como atestigua la presencia en el solar del agente especial Pendergast, de la delegación de Nueva Orleans. Tanto la delegación de Nueva York como la de Nueva Orleans se han abstenido de hacer comentarios. Pese a no haberse hecho públicas las características exactas de su misión, se sabe que el agente especial Pendergast es uno de los agentes especiales de mayor rango de la región sur, con experiencia en varios casos importantes de Nueva York. En cuanto al departamento de policía de esta última ciudad, no se muestra muy interesado por un crimen con más de un siglo de antigüedad. El capitán Sherwood Custer, en cuyo distrito han aparecido los cadáveres, opina que se trata de un caso de interés prioritariamente histórico. «El asesino ya está muerto, y seguro que los cómplices, si los hubo, también. Se lo dejamos a los historiadores. Nosotros seguiremos empleando nuestros recursos en la prevención de los delitos del siglo XXI».

Tras el descubrimiento de la carta, el Museo de Historia Natural de Nueva York ha retirado del archivo la colección del gabinete Shottum. Según Roger Brisbane, vicedirector primero del museo, el traslado «forma parte de un proceso de conservación que se programó hace mucho tiempo. Se trata de una coincidencia, sin nada que ver con la noticia». Para futuras preguntas, remitió a Harry Medoker, del departamento de relaciones públicas del museo, pero el señor Medoker ha dejado sin respuesta varias llamadas telefónicas del Times.

El artículo seguía en una página interior, donde el reportero, con detalle y fruición, enumeraba una serie de características de los viejos crímenes. Fairhaven leyó el artículo de cabo a rabo y volvió a empezar por la primera página. Las hojas secas del Times le crujieron un poco en los dedos, sonido que tuvo su eco en el temblor de las hojas secas de los árboles que había en el balcón, enmacetados.

Lentamente, dejó el periódico y volvió a contemplar la ciudad. Al otro lado del parque se veía el Museo de Historia Natural, con sus torres de granito y sus tejados cobrizos reflejando la luz recién amanecida. Hizo otro gesto con el dedo, y le trajeron la segunda taza de té, que contempló unos instantes antes de engullir su contenido. Otro movimiento dactilar le dio acceso a un teléfono.

Sabía mucho del negocio inmobiliario, de relaciones públicas y de política neoyorquina. Sabía, también, que aquel artículo podía tener consecuencias desastrosas, y que exigía medidas rotundas e inmediatas.

Tras una pausa, empleada en decidir la identidad del destinatario de la primera llamada, marcó el número privado del alcalde, que se sabía de memoria.