—Querida mía, no necesito ninguna explicación ni quiero oírla —dijo Melanie enérgicamente, al tiempo que ponía un dedo sobre los labios de Scarlett, deteniendo sus palabras—. Te insultas a ti misma, a Ashley y a mí, sólo con suponer que haya necesidad de una explicación entre nosotros. ¡Pero si los tres hemos sido como soldados que han luchado juntos contra el mundo entero durante años! ¡Me avergüenza que puedas pensar que comadreos absurdos pueden separarnos! ¿Crees que puedo pensar que tú y mi Ashley…? ¡Qué ocurrencia! ¿No comprendes que te conozco mucho mejor que nadie en el mundo te conoce? ¿Crees que he olvidado todas las cosas que has hecho por Ashley, y por Beau, y por mí?… Todo, desde salvar mi vida hasta impedir que muriéramos de inanición. ¿Crees que puedo olvidarme de ti haciendo aquellos duros surcos detrás del caballo del yanqui, con los pies casi desnudos y las manos llenas de ampollas, sencillamente para que el bebé y yo tuviéramos qué comer, y al mismo tiempo creer de ti cosas tan horribles? No quiero que me digas ni una sola palabra, Scarlett. Ni una sola.
—Pero…
Scarlett balbuceó y se detuvo.
Hacía una hora que Rhett, con Bonnie y con Prissy, había salido de la ciudad, y el abandono se había unido a la ira y a la vergüenza. El recuerdo de lo de Ashley y la defensa de Melanie eran más de lo que podía soportar. Si Melanie hubiera dado crédito a India y a Archie, si la hubiera echado de la reunión o, sencillamente, si la hubiera recibido con frialdad, entonces podría haber mantenido la cabeza erguida y haber luchado con todas las espadas de su panoplia. Pero ahora, con Melanie que se colocaba entre ella y la ruina social, que se interponía como una fina y brillante hoja, con confianza y ardor en sus ojos, no cabía honradamente más que confesar toda la verdad. Sí, decirlo todo, desde el lejano comienzo en el porche de Tara.
Se sentía impulsada por una conciencia que, aunque largo tiempo dormida, aún podía despertar, una estricta conciencia católica. «Confiesa tus pecados y haz penitencia de ellos con dolor y contrición», le había dicho Ellen un millar de veces. Y, en aquella crisis, la educación religiosa que Ellen le había dado parecía volver a ella y apoderarse de su alma. Confesaría, sí, absolutamente todo, cada palabra, cada mirada, aquellas pocas caricias, y entonces Dios aliviaría su dolor y le daría la paz. Y, como penitencia, la vista del rostro de Melanie, cambiando del profundo cariño y confianza al horror incrédulo y a la repulsión. ¡Oh, sería una penitencia demasiado terrible tener que vivir el resto de su vida recordando la expresión de Melanie, sabiendo que Melanie conocía toda la bajeza, la mezquindad, la deslealtad, la hipocresía que había en ella!
En otros tiempos, la idea de lanzar, insultante,, la verdad al rostro de Melanie y gozar viendo derrumbarse su paraíso había sido una idea que la llenaba de felicidad, y le parecía que tal satisfacción podía compensar todo cuanto ese gesto pudiese hacerle perder. Pero ahora todo había cambiado por completo, y no había nada más allá de sus deseos. ¿Cómo había cambiado así? No lo sabía. Era demasiado grande el tumulto de ideas opuestas que luchaban en su mente, para poder discernir. Scarlett sólo se daba cuenta de que así como un día había deseado que su madre continuara creyéndola buena y de corazón puro, así ahora deseaba apasionadamente conservar la elevada opinión que de ella tenía Melanie. Sólo sabía que no le importaba lo que el mundo pensara de ella, ni lo que Ashley o Rhett pensasen; pero Melanie debía seguir considerándola exactamente como siempre la había considerado.
La espantaba decir a Melanie la verdad; pero uno de sus honrados instintos se despertó, un instinto que no le permitía presentarse con falsos colores ante la mujer que había luchado por ella. Por eso aquella mañana, en cuanto Rhett y Bonnie salieron de casa, había corrido a la de Melanie.
Pero a las primeras palabras atropelladas: «Melanie, tengo que explicarte lo del otro día», Melanie la había interrumpido imperiosa. Scarlett, mirando avergonzada los negros ojos que lanzaban destellos de amor y de ira, comprendió, con el corazón destrozado, que no poseería nunca la paz y la tranquilidad que siguen a una buena confesión. Melanie, de una vez para siempre, había deshecho el plan de conducta que Scarlett había trazado. Con una de las más sanas emociones que sintiera jamás, comprendió Scarlett que aliviar su torturado corazón sería un rasgo del más refinado egoísmo. Descargaría su corazón echando la carga sobre el de una persona inocente y confiada. Tenía con Melanie una deuda por la lealtad con que la había defendido, y esa deuda sólo podía pagarla con el silencio. ¡Qué cruel pago hubiera sido destrozar la vida de Melanie haciéndole saber que su marido no le era fiel y que su amiga más querida era la culpable de ello!
«No puedo decírselo —pensó con desconsuelo—. Nunca, aunque la conciencia me mate.» Recordó entonces la observación de Rhett en su borrachera: «No puede concebir el deshonor en alguien a quien ama… ¡Que ésa sea tu cruz!».
Sí, ésa sería su cruz hasta que muriese: el guardar con ella tan terrible silencio, llevar el cilicio de la vergüenza, sentir sus pinchazos a cada mirada cariñosa, a cada gesto que Melanie hiciese a través de los años; dominar para siempre el impulso de gritarle: «No seas tan buena, no luches por mí; no lo merezco».
«Si no fuera tan loca, tan cariñosa, tan confiada, tan inocente, esto no sería tan duro —pensaba desesperada—. He soportado muchas cargas, pero ésta va a ser la más pesada, la más amarga que he llevado jamás.»
Melanie estaba sentada delante de ella en una sillita baja; con los pies apoyados en una butaca, tan altos, que sus rodillas sobresalían; una postura infantil, que ndse hubiera permitido de no estar dominada por la ira hasta el punto de olvidar las conveniencias. Estaba zurciendo un gran desgarrón en una prenda y manejaba la brillante aguja tan furiosamente como manejaría la espada en un duelo.
Si hubiera sido Scarlett la que estuviera poseída de semejante indignación, habría pateado y rugido como Geraíd en sus mejores días, poniendo a Dios por testigo de la duplicidad y villanía de los hombres y balbuciendo juramentos de sangrienta venganza. Pero sólo con el movimiento de la reluciente aguja y el fruncimiento de las cejas demostraba Melanie que estaba hirviendo interiormente. Su voz era fría y las palabras salían con trabajo de sus labios como le ocurría usualmente. Pero las palabras que pronunciaba eran extrañas a Melanie, que rara vez emitía una opinión y nunca una observación malévola. Scarlett se dio cuenta de repente de que los Wilkes y los Hamilton eran capaces de furias iguales o mayores que las que caracterizaban a los O’Hara.
—Estoy ya terriblemente harta de oír a la gente criticarte, querida mía —dijo Melanie—, y ésta es la última gota, y voy a tomar una determinación. Todo esto ocurre porque todo el mundo te tiene envidia por lo elegante que eres y el éxito que tienes. Has triunfado donde hasta muchos hombres habrían fracasado. Ahora, no te incomodes conmigo, querida, por decirte esto: yo nunca he pensado que eres poco femenina, como dice mucha gente, porque eso no es verdad. La gente no te entiende porque no puede soportar que una mujer sea inteligente; pero tu inteligencia y tú éxito no dan derecho a la gente para decir que tú y Ashley… ¡Estrellas del cielo!
La suave vehemencia de esta última y extraña exclamación hubiera pasado inadvertida en otros labios. Pero en los de Melanie hizo que Scarlett la mirase, asustada ante una exaltación tan sin precedentes.
—¡Y venirme a mí con las asquerosas mentiras que han inventado… Archie, India y la señora Elsing! ¿Cómo se atrevieron? Desde luego, la señora Elsing no vino. Claro que no, no tuvo ese valor. Pero siempre te ha odiado, querida, porque eres mucho más admirada que Fanny. ¡Y la molestó tanto que no encomendases a Hugh la dirección de la serrería! Tuviste mucha razón al no encomendársela. Es un tonto y un inútil.
Así habló Melanie del compañero de su infancia, del adorador de varios años.
—Me indigno conmigo misma al pensar en Archie; no debía haber dado cobijo a semejante bandido. Todo el mundo me lo decía, pero yo no quería hacer caso. No te puede ver por lo de los presidiarios. Pero ¿quién es él para criticarte? ¡Un asesino, y asesino de una mujer además! ¡Y, después de todo lo que yo he hecho por él, viene y me dice!… No hubiera sentido ni pizca que. Ashley le hubiera pegado un tiro. Pero lo despaché con una buena"… Puedo asegurártelo. Ya se ha marchado de la ciudad. Y, en cuanto a India, ¡qué ser tan vil! Querida mía, la primera vez que os vi juntas a las dos, no pude menos de notar que te tenía envidia y que te odiaba porque tú eres incomparablemente más bonita que ella y tenías muchos más adoradores. Y te odiaba sobre todo a causa de Stuart Tarleton, y ha cavilado tanto con lo de Stuart Tarleton, que… bueno, siento mucho decirlo tratándose de la hermana de Ashley, pero yo creo que tanto pensar en él le ha atacado a la cabeza. No cabe explicar de otro modo su acción… Le he dicho que no vuelva a poner los pies en esta casa y, que si la oigo repetir tan vil insinuación, yo la…, yo la llamaré mentirosa delante de todo el mundo.
Melanie se detuvo y repentinamente la ira se borró de su rostro dando paso al dolor. Tenía la apasionada lealtad de clan peculiar de los georgianos, y la idea de una riña de familia le destrozaba el corazón. Pero Scarlett era para ella la más querida. Continuó:
—Siempre ha estado celosa de ti porque yo te quería más que a ella. Nunca volverá a poner los pies en esta casa, y yo no volveré a ponerlos en ninguna en que se la reciba. Ashley está de acuerdo conmigo, y eso que le desgarra el corazón al pensar que su misma hermana es capaz de decir semejante…
Al oír el nombre de Ashley, los destrozados nervios de Scarlett cedieron y rompió a llorar desconsoladamente. ¿No podría dejar nunca de herirlo en lo más íntimo? Su único pensamiento había sido hacerlo feliz y darle tranquilidad, y parecía que se proponía hacerle daño a cada momento. Había destrozado su vida, rebajado su orgullo y su respeto de sí mismo, arruinado esa paz interior y esa tranquilidad que se basan en la integridad. Y ahora lo había separado de la hermana a quien tanto amaba. Para salvar la reputación de ella y la felicidad de su esposo, India había tenido que ser sacrificada, había que hacerla pasar por una mentirosa, por una solterona celosa medio chiflada. India, que tenía razón en todas las sospechas que había sentido siempre y en todas las palabras acusadoras que había pronunciado. Siempre que Ashley mirase los ojos de India, vería brillar en ellos la verdad, el reproche y el frío desdén que tan bien sabían expresar los ojos de los Wilkes. Sabiendo que Ashley apreciaba en más el honor que la vida, Scarlett comprendió cómo estaría sufriendo. Él, como Scarlett, se veía obligado a guarecerse bajo las faldas de Melanie. Aunque Scarlett reconocía la necesidad de esto y comprendía que la culpa de esta posición falsa era principalmente suya, sin embargo, sin embargo…, mujer al fin, pensaba que hubiera respetado más a Ashley si hubiera matado a Archie y hubiese reconocido toda la culpa ante Melanie y ante el mundo. Comprendía que no era leal, pero se sentía demasiado desgraciada para pararse en esos detalles. Algunas de las insultantes y despreciativas palabras de Rhett se presentaban a su memoria y se preguntaba si verdaderamente Ashley había desempeñado un papel muy varonil en la comedia… Y, por primera vez, algo del resplandor en que lo había rodeado el día en que se enamoró de él empezó a palidecer imperceptiblemente. La mancha de vergüenza y culpabilidad que la había manchado a ella le salpicaba también a él. Resueltamente trató de desechar esta idea, pero sólo consiguió llorar con más desconsuelo.
—¡No llores, no llores! —gritó Melanie, dejando caer la labor, echándose en el sofá y atrayendo la cabeza de Scarlett sobre sus hombros—. No debía haberte hablado de esto y disgustado de este modo. Comprendo el terrible efecto que esto te producirá, y nunca jamás volveremos a mencionarlo. No, ni entre nosotros ni a los demás. Será como si nada hubiese ocurrido; pero —añadió con amargura— les enseñaré a India y a la señora Elsing lo que son las cosas. No vayan a creer que se pueden lanzar calumnias sobre mi marido y mi cuñada. Voy a arreglar las cosas de tal modo que ninguna de las dos se atreverá a volver a levantar la cabeza en Atlanta. Y quien las reciba o les dé crédito será mi enemigo.
Scarlett, pensando tristemente en el porvenir, comprendió que suya era la culpa de una enemistad que dividiría a la ciudad y a la familia durante generaciones.
Melanie cumplió su palabra. Nunca más mencionó tal asunto ni a Scarlett ni a Ashley. No lo volvió a discutir absolutamente con nadie. Adoptaba un aire de fría indiferencia que se cambiaba rápidamente en glacial dignidad si alguien se atrevía a hacer la menor alusión al asunto. Durante las semanas que siguieron a la fiesta, cuando Rhett había desaparecido misteriosamente y la ciudad estaba en un estado de frenética chismografía, excitación y partidismo, ella no concedía cuartel a los detractores de Scarlett, ya fuesen sus antiguos amigos o de su misma sangre. No hablaba, obraba.
Se pegó a Scarlett como una lapa. La obligaba a ir al almacén y al depósito de maderas todas las mañanas, como había acostumbrado siempre a hacerlo, y generalmente la acompañaba. Se empeñó en que Scarlett saliera en coche todas las tardes, aunque Scarlett no quería exponerse a la curiosa mirada de sus conciudadanos. Y Melanie se sentaba en el coche a su lado. Melanie hacía sus visitas al atardecer en su compañía, introduciéndola a la fuerza en salones en los que hacía más de dos años que no había puesto los pies. Y Melanie, con su tranquilo: «quien bien quiere a Juan bien quiere a su can», la imponía, obligando a dirigirle la palabra a las estupefactas señoras a quienes iban a visitar.
Durante aquellas tardes hacía ir temprano a Scarlett y se quedaban hasta que los últimos visitantes se iban, privando de aquel modo a las señoras del placer de quitarles el pellejo al volver la espalda. Estas visitas eran un tormento para Scarlett, pero no se atrevía a negarse a ir con Melanie. La desesperaba sentarse entre mujeres que sabía se estaban preguntando si efectivamente había sido sorprendida en adulterio. Tenía el convencimiento de que esas mujeres no le hubieran dirigido la palabra de no ser porque querían a Melanie y deseaban ante todo conservar su amistad. Pero Scarlett sabía que habiéndola recibido en su casa una vez no podían ya negarle el saludo.
El modo con que Scarlett era recibida no dejaba dudas de que muy pocas personas basaban su defensa en su integridad personal. «No pondría por ella la mano en el fuego», era lo que se traslucía en la actitud de la gente. Scarlett se había creado demasiados enemigos para encontrar ahora muchos defensores. Demasiados corazones habían, sido heridos por las palabras y los actos de Scarlett para preocuparse de si este escándalo la hería a ella o no. Pero todo el mundo se preocupaba de si podía herir a Melanie o a India, y la tormenta se cernía en torno de ellas más que de Scarlett, teniendo como centro una sola pregunta: «¿Ha mentido India?».
Los que se pusieron del lado de Melanie se basaban en el hecho de que Melanie en aquellos días no se separaba de Scarlett. ¿Podría una mujer de los altos principios morales de Melanie defender la causa de una mujer culpable, y más aún si esa mujer era culpable con su propio marido? De ningún modo. India era una solterona neurasténica que odiaba a Scarlett y la calumniaba, e inducía a Archie y la señora Elsing a creer sus mentiras.
Pero decían los partidarios de India: «Si Scarlett no es culpable, ¿dónde está el capitán Butler? ¿Por qué no está aquí, al lado de su esposa, prestándole el apoyo de su presencia?» Era una pregunta que no tenía contestación, y cuando, pasadas algunas semanas, corrió el rumor de que Scarlett estaba encinta, el grupo de los partidarios de India movió la cabeza con satisfacción. El niño no podía ser del capitán Butler, decían. Durante demasiado tiempo, el hecho de su separación había sido del dominio público. Hacía demasiado tiempo que la ciudad se sentía escandalizada por las alcobas individuales.
Y, así, el chismorreo continuaba, dividiendo a la ciudad, separando también el compacto clan de los Hamilton, Wilkes, Burr, Whilman y Winfield que siempre había estado tan unido. Todos, aun dentro de la familia, se habían visto obligados a adoptar un partido. No había terreno neutral. Melanie con fría dignidad e India con terrible amargura, se ocuparon de que así fuese. Pero, fuera cual fuera el partido adoptado por los parientes, todos guardaban rencor a Scarlett por haber sido causante de aquella ruptura familiar. Nadie creía que ella fuese digna de tal discordia. Y, cualquiera que fuese el partido adoptado, todos lamentaban que India hubiera tomado sobre sí el lavar la ropa sucia de la familia tan en público y hubiese envuelto a Ashley en escándalo tan degradante. Pero, ahora que ya había hablado, muchos acudieron en su defensa y tomaron partido contra Scarlett, mientras otros que querían demasiado a Melanie permanecieron con ella y Scarlett.
Medio Atlanta era familia, o presumía serlo, de Melanie y de India. Las ramificaciones de primos carnales y primos políticos, los parentescos más remotos, tan intrincados que nadie que no fuera georgiano sería capaz de desenmarañarlos, había constituido siempre una tribu muy unida, que presentaba una irrompible falange de invencibles escudos en tiempo de adversidad, sin importarles cuál pudiera ser la opinión personal sobre la conducta de algunos de sus individuos. A excepción de la pelea entre tía Pitty y tío Henry, que había dado ocasión a las risas de la familia durante muchos años, nunca se rompieron sus relaciones. Eran gente tranquila, reservada y no dada a la amable crítica que caracterizaba a tantas familias de Atlanta.
Pero ahora estaban divididas en dos bandos, y la ciudad podía ver a primos en quinto y sexto grado tomar partido en el más grande escándalo que había presenciado jamás. Esto creó grandes dificultades y puso a prueba el tacto y la indulgencia de la otra mitad de la ciudad, porque la ruptura de India con Melanie causó rupturas en casi todas las organizaciones sociales. Los Amigos de Talía, el Círculo del Ropero para las Viudas y Huérfanos de la Confederación, la Asociación para el Embellecimiento de las Tumbas de los Gloriosos Caídos, el Círculo Musical de las Noches de Sábado, la Sociedad de Damas para Cotillones Nocturnos, la Biblioteca de la Juventud, se veían divididos. Lo mismo ocurrió en cuatro iglesias con sus Sociedades de Damas para el Auxilio a las Misiones. Tenían que evitar con sumo cuidado el poner miembros de distintos partidos en el mismo comité.
En sus tardes de recepción, las señoras de Atlanta se pasaban las horas de cuatro a seis angustiadas por el miedo a que a Melanie y a Scarlett se les ocurriese llegar cuando India y su partido se encontraban en sus salones.
De toda la familia, la pobre tía Pitty fue la que más tuvo que sufrir. Pitty, que no deseaba otra cosa sino vivir tranquila rodeada del afecto de sus parientes, hubiera querido en esta ocasión encender una vela a Dios y otra al diablo. Pero ni Dios ni el diablo se lo permitían.
India vivía con tía Pitty, y si Pitty tomaba partido por Melanie, como lo estaba deseando, India se marcharía. Y si India se marchaba, ¿qué iba a hacer la pobre tía Pitty? Era incapaz de vivir sola. Tendría que buscar una persona extraña que viviese con ella, o tendría que cerrar su casa e irse a vivir con Scarlett. Pitty se daba cuenta de que al capitán Butler no le gustaría demasiado esa combinación. O bien tendría que irse a vivir con Melanie y dormir en el cuartito de Beau.
Pitty no sentía extraordinario cariño por India, que la intimidaba con su aspecto frío y altanero y sus convicciones apasionadas. Pero gracias a ella le resultaba posible conservar su agradable modo de vivir, y Pitty siempre se sentía impulsada más por consideraciones personales que por convicciones morales. Y por eso India se quedó.
Pero la presencia de India en la casa hizo de Pitty un pararrayos, pues tanto Scarlett como Melanie tomaron esto como una declaración de que abrazaba el partido de India. Scarlett se negó terminantemente a contribuir con su dinero al sostenimiento de la casa de tía Pitty mientras India permaneciese bajo su techo. Ashley enviaba dinero a India semana tras semana; pero, semana tras semana, India, altanera y silenciosa, lo devolvía, con gran consternación de la anciana señora. Las finanzas hubieran marchado deplorablemente en la casa de ladrillo rojo sin la intervención de tío Henry; y a Pitty la humillaba tomar dinero de él.
Pitty quería a Melanie más que a nadie en el mundo, excepto a sí misma, y ahora Melanie se comportaba como una extraña fría y cortés. Aunque realmente vivía en la parte trasera de la casa de Pitty, nunca más volvió a pasar por su portal como acostumbraba hacerlo una docena de veces al día. Pitty fue a verla y lloró y protestó de su afecto y adhesión; pero Melanie rehusó siempre tratar del asunto y nunca le devolvió la visita.
Pitty sabía muy bien todo lo que le debía a Scarlett. Desde luego, en aquellos terribles días que siguieron a la guerra, cuando Pitty se encontró en la alternativa de ir con su hermano Henry o morirse de hambre, Scarlett le había conservado la casa, la había alimentado, la había vestido y la había puesto en situación de poder presentarse con la cabeza erguida ante la sociedad de Atlanta de que se había casado y marchado a vivir a su casa, había sido la generosidad personificada. ¡Y aquel terrible y fascinador capitán Butler! Muchas veces, después que él había estado con Scarlett a hacerle alguna visita, Pitty encontraba carteritas rellenas de billetes encima de su consola, o pañuelos de encaje con las puntas anudadas sobre alguna moneda de oro, dentro de su costurero. Rhett siempre juraba que no sabía nada de aquello, y la acusaba de hipocresía al ocultar un secreto adorador, tal vez el abuelo Merriwether.
Sí; Pitty debía cariño a Melanie y gratitud a Scarlett. ¿Y qué le debía a India? Nada, excepto que su presencia evitaba que tuviese que romper el agradable curso de su vida y tomar decisiones. Todo esto era muy desesperante, y Pitty, que en toda su vida no había tomado una determinación, dejó que las cosas continuaran como estaban, y así se pasaba la vida vertiendo desconsoladoras lágrimas.
En resumidas cuentas: algunas personas creían de todo corazón en la inocencia de Scarlett, no a causa de sus méritos personales, sino porque Melanie creía en ella. Otras tenían reservas mentales, pero eran corteses con Scarlett y la visitaban, porque querían a Melanie y deseaban conservar su cariño. Los partidarios de India le hacían una ligera inclinación de cabeza y algunos le negaron por completo el saludo. Estos últimos eran francamente insultantes; pero Scarlett comprendía que, a no ser por la conducta de Melanie y su rápida acción, toda la ciudad se hubiera declarado contra ella, aislándola en absoluto.