54

Ya otra vez en su habitación, Scarlett se dejó caer en la cama, sin preocuparse de su vestido de moaré ni del manojo de rosas. Durante un rato permaneció sin moverse, pensando: «¡Haber estado entre Melanie y Ashley recibiendo a los invitados! ¡Qué horror! ¡Preferiría enfrentarme de nuevo con el ejército de Sherman a repetir aquella comedia!»

Después de un rato se levantó de la cama y nerviosamente comenzó a moverse por la habitación de acá para allá, tirando por todas partes sus ropas.

Vino la reacción por el esfuerzo realizado y empezó a temblar. Las horquillas se escurrían entre sus dedos y hacían un ruidillo al caer al suelo, mientras Scarlett intentaba dar a su pelo los acostumbrados cepillazos; se golpeaba con la madera del cepillo haciéndose daño en las sienes. Una docena de veces se acercó de puntillas a la puerta, espiando los ruidos del piso bajo. Pero todo permanecía en silencio como en el fondo de un pozo.

Rhett la había mandado a casa en el coche en cuanto terminó la fiesta, y ella había dado gracias a Dios por el respiro. Rhett no había vuelto aún. Gracias a Dios, no había vuelto. No podría presentarse delante de él, esta noche, asustada, avergonzada, temblando. Pero ¿dónde estaría? Probablemente en casa de aquella mujer. Por primera vez, Scarlett se alegró de que existiese semejante persona, Bella Watling. Se alegró de que existiese otra casa que la suya que cobijase a Rhett, hasta que su humor, irritado y sanguinario, se hubiese calmado. Estaba muy mal alegrarse de que su marido estuviera en casa de una prostituta, pero no podía remediarlo. Casi se alegraría de que se hubiese muerto, si eso significaba que no tendría que verlo esta noche.

Mañana… Bueno, mañana sería otro día. Mañana pensaría alguna disculpa, alguna réplica mordaz, algún medio de hacer a Rhett culpable. Mañana el recuerdo de aquella noche espantosa no la acosaría hasta hacerla temblar. Mañana no se sentiría tan obsesionada por el recuerdo del rostro de Ashley, de su malparado orgullo y de su vergüenza, vergüenza de que ella tenía la culpa, vergüenza por lo que él no había buscado. ¡Cómo la odiaría ahora su amado, su honrado Ashley, pensando que lo había afrentado! Claro que la odiaría ahora, ahora que los había salvado el indignante gesto de Melanie y el cariño y confianza que había en su voz cuando cruzó el brillante parquet, para enlazar su brazo con el de Scarlett y hacer frente a la multitud curiosa, maligna, disimuladamente hostil. ¡Qué inteligentemente había evitado Melanie el escándalo, conservando a Scarlett a su lado durante toda la espantosa noche! La gente había estado algo fría, algo extraña, pero cortés.

¡Oh, la ignominia de todo esto! Sentirse resguardada, tras las faldas de Melanie, de los que la odiaban, que la habrían hecho trizas con sus murmuraciones. ¡Verse protegida por la confianza ciega de Melanie! Precisamente de Melanie.

Scarlett se estremeció de frío al pensarlo. Necesitaba beber un trago, unos cuantos tragos, antes de poder acostarse con esperanza de dormir. Se echó una bata sobre el camisón y salió rápidamente al vestíbulo, haciendo mucho ruido con las chinelas sin tacones. Estaba a mitad de las escaleras cuando miró hacia la puerta cerrada del comedor y vio que por debajo de ella aparecía una estrecha raya de luz. Su corazón se paralizó un momento. ¿Estaría la luz encendida cuando llegó a casa y no se habría dado cuenta por hallarse demasiado trastornada? ¿O sería que Rhett había vuelto a casa? Podía haber vuelto sin hacer ruido, por la puerta de la cocina. Si Rhett estuviera en casa, se volvería a su cuarto de puntillas sin el brandy, a pesar de lo mucho que lo necesitaba. Así no tendría que presentarse delante de él; una vez en su cuarto estaría segura, porque podía cerrar la puerta con llave.

Estaba inclinada, quitándose las chinelas para poder volverse sin hacer ruido, cuando la puerta del comedor se abrió bruscamente y apareció Rhett, destacándose su silueta contra la luz del candelabro colocado detrás de él. Parecía más voluminoso, más corpulento que le había parecido nunca; una mole negra, terrible, sin rostro, que vacilaba ligeramente sobre sus pies.

—Por favor, ven acá, señora Butler —dijo, y su voz era algo pastosa.

Estaba borracho, y se le notaba, y ella jamás hasta entonces había visto que, bebiera lo que bebiera, se le notase la embriaguez. Se detuvo indecisa, sin decir nada, mientras el brazo de él hacía un ademán imperioso.

—Ven aquí, condenada —dijo rudamente.

Debía de estar muy borracho, pensó Scarlett, con el corazón terriblemente agitado. Generalmente, cuanto más bebía, más corteses eran sus maneras; se volvía más sarcástico, sus palabras eran más mordaces, pero las maneras que las acompañaban eran muy exquisitas, demasiado exquisitas.

«No debo dejarle ver que tengo miedo a enfrentarme con él», pensó. Y, ciñéndose la bata y cerrándola hasta la garganta, bajó con la cabeza alta y haciendo mucho ruido con las chinelas.

Él se hizo a un lado y se inclinó profundamente con un sarcasmo que la obligó a retroceder. Vio que Rhett estaba sin chaqueta, con la corbata deshecha y colgando a cada lado del abierto cueÜo. La camisa, desabrochada, mostraba la espesa maraña del vello de su pecho. El cabello alborotado y los ojos sanguinolentos. Una vela ardía en la mesa, débil chispa de luz, que dibujaba monstruosas sombras en la habitación de altos techos y daba a los macizos aparadores el aspecto de bestias acurrucadas en la penumbra. Sobre la mesa, en la bandeja de plata, las botellas rodeadas de vasos.

—Siéntate —dijo cortésmente, entrando en el comedor detrás de su esposa.

Ahora la invadió un miedo de una especie distinta; un miedo que dejaba pequeño al que había sentido al tener que presentarse delante de él. Rhett miraba y hablaba y obraba como un extraño. Era un Rhett grosero que ella nunca había visto. Nunca, en ningún momento, ni en los de mayor intimidad, se había mostrado más despreocupado. Aun en sus enfados era suave y burlón, y el whisky usualmente servía para acentuar esas cualidades. Al principio la molestaba y, había intentado turbar esa despreocupación; pronto había llegado a aceptarla como algo muy conveniente. Durante años había pensado que nada le importaba gran cosa; que consideraba todo en la vida, incluyéndola a ella, como una diversión. Pero, al enfrentarse con él a través de la mesa, comprendió con temor que la sobrecogió que, por fin, había algo que le importaba, que le importaba muchísimo.

—No hay razón para que no eches un trago, aunque yo sea lo suficientemente mal educado para estar en casa —dijo—. ¿Quieres que te lo sirva?

—No quería beber —repuso ella muy digna—. Oí ruido y vine…

—No oíste nada. No hubieras bajado de presumir que yo estaba en casa. Estaba aquí sentado y te he estado oyendo pasear arriba y abajo por tu habitación. Debes de tener gran necesidad de beber una copa. Tómala.

—No quiero.

Él cogió la botella y sirvió un vaso lleno.

—Tómala —dijo, poniéndoselo en la mano—. Estás temblando. ¡Oh, no hagas remilgos! Sé que bebes a escondidas y que bebes mucho. Algunas veces he estado tentado de decirte que dejases tu fingimiento de sobriedad y bebieses francamente si te gustaba. ¿Crees que me importa un bledo que te guste el brandy?

Scarlett cogió el vaso chorreante, maldiciendo en silencio a su marido. Leía en ella como en un libro. Siempre había leído en ella, y era el único hombre en el mundo a quien hubiera querido ocultar sus verdaderos pensamientos.

Ella levantó el vaso y bebió el contenido con un brusco movimiento del brazo, sin doblar la muñeca, como hacía Gerald cuando bebía su whisky. Lo bebió antes de pensar la práctica que demostraba y lo poco propio de una dama que era el ademán. Él no perdió el detalle y sonrió con ironía.

—Siéntate y hagamos unos cuantos agradables comentarios sobre la elegante recepción a que hemos asistido.

—Estás borracho —dijo Scarlett fríamente—, y yo me voy a la cama.

—Estoy muy borracho y tengo la intención de estar más borracho todavía antes de que acabe la noche. Pero tú no te vas a ir a la cama; todavía no. Siéntate.

Su voz tenía un resto de su frío acento; pero bajo las palabras se podía notar la violencia que luchaba por subir a la superficie, violencia tan cruel como el chasquido de un látigo. Ella vaciló un momento, pero Rhett se colocó a su lado, cogiéndola del brazo con garra que hería. La retorció un poco y Scarlett se sentó rápidamente con un grito de dolor. Ahora tenía miedo, más miedo que había tenido en su vida. Cuando él se inclinó sobre ella, pudo ver que su rostro era de un rojo oscuro y que su mirada brillaba con terrible fulgor. Había algo que ella no podía reconocer, que no podía comprender, algo más hondo que ira, más fuerte que dolor, algo que la dominaba, hasta que sus ojos se pusieron rojos como carbones ardientes. La miró durante un rato tan largo que la mirada de ella, desafiadora, tuvo que ceder, y entonces él se dejó caer en una silla y se sirvió otro vaso. Scarlett reflexionó rápidamente, intentando trazarse una línea de defensa. Pero, hasta que él hablase, no podía saber qué decir, porque no sabía exactamente de qué la iba a acusar.

Él bebió despacio, mirándola a través del vaso; y ella dominó sus nervios tratando de no temblar. Por un momento, el rostro de Rhett no varió de expresión, pero, por fin, se echó a reír, sin dejar de mirarla, y, al oírle, ella no pudo reprimir un temblor.

—Fue una comedia divertidísima la de esta noche, ¿verdad?

Scarlett no contestó, retorciendo sus dedos en el deseo de dominar su miedo.

—Una comedia divertidísima, sin una falla. Todo el pueblo reunido para lanzar la piedra a la mujer perdida, el marido engañado al lado de su mujer, como debe estar un caballero, la mujer engañada adelantándose con espíritu cristiano y extendiendo la sombra de su reputación inmaculada sobre todo ello, y el amante…

—Por favor…

—No hay favor. Esta noche, no. Es demasiado divertido. Y el amante con el aspecto de un condenado y deseando haberse muerto. ¿Qué efecto hace, querida mía, el ver a la mujer odiada defenderle a uno y cubrir misericordiosamente sus culpas? Siéntate.

Scarlett se sentó.

—No la aprecias ni una pizca más por eso. Me imagino que te preguntas si está enterada de todo sobre Ashley y tú; que te preguntas por qué hizo eso si lo sabe. Si lo hizo sencillamente por no quedar ella en ridículo. Y piensas que ha sido una loca al hacerlo, aunque así haya salvado tu propio pellejo, pero…

—No quiero escuchar.

—Ya lo creo que me escucharás. Y voy a decirte esto para aliviar tu tormento. Melanie es una loca, pero no del estilo que tú te imaginas. Estaba claro que alguien se lo había dicho, pero ella no lo creyó. Aunque lo viera, no lo creería. Es demasiado honrada para concebir la deshonra en alguien a quien ama. Yo no sé qué mentira le diría a Ashley Wilkes, pero pudo ser de lo más torpe, porque Melanie quiere a Ashley y te quiere a ti. Te aseguro que no puedo comprender por qué te quiere a ti, pero te quiere. Ése será uno de tus suplicios.

—Si no estuvieses tan borracho y tan insultante, te lo explicaría todo —dijo Scarlett, recobrando cierta dignidad—. Pero ahora…

—No tengo ningún interés en oír tus explicaciones. Sé la verdad mejor que tú. ¡Por Dios, si te levantas de esa silla una vez más…! Y lo que encuentro más divertido en toda la comedia de esta noche es el hecho de que, mientras me has estado negando tan virtuosamente las dulzuras de tu lecho, a causa de mis muchos pecados, has estado pecando en tu corazón con Ashley Wilkes. Pecando en tu corazón. Es una bonita frase. ¿Verdad? Hay frases bonitas en este libro. ¿No es cierto?

¿Qué libro? ¿Qué libro? La imaginación de Scarlett corría como loca, mientras lanzaba miradas frenéticas por la habitación, observando lo mate que resultaba la plata maciza con aquella luz, lo terriblemente oscuros que estaban los rincones.

—Y me negabas esas dulzuras, porque mis groseros ardores eran demasiado para tu refinamiento, porque no querías más hijos. ¡Qué daño me hace eso, corazón mío! ¡Qué daño me hace! Así, yo me marché y encontré agradables compensaciones y te dejé entregada a tus refinamientos. Y tú pasaste todo ese tiempo persiguiendo al sufrido señor Wilkes. ¡Maldito sea! ¿Qué le atormenta? ¿No puede ser fiel a su mujer con su mente e infiel con su cuerpo? A ti no te importaría tener hijos de él, ¿verdad?…, y hacerlos pasar por míos.

Scarlett se puso en pie dando un grito, y Rhett se acercó a ella, riendo con la risa suave que le helaba la sangre. La obligó a sentarse y se inclinó sobre ella.

—Mira mis manos, querida —dijo, moviéndolas ante sus ojos—. Podría hacerte pedazos con ellas sin ningún trabajo y lo haría si con eso pudiese arrancarte a Ashley de la imaginación. Pero no lo conseguiría. Y por eso estoy pensando: verás cómo voy a arrancártelo. Voy a poner mis manos así a cada lado de tu cabeza y te voy a aplastar el cráneo entre ellas como si fuese una nuez, y así te lo sacaré.

Rhett cogió con sus manos la cabeza de Scarlett por debajo del rizado cabello y duramente la obligó a volver hacia él el rostro. Ella estaba mirando la cara de un extraño, un extraño, borracho, de voz pastosa. Nunca había carecido de valor animal y frente al peligro sintió de nuevo que corría por sus venas, que enderezaba su busto y daba vida a sus ojos.

—¡Loco borracho! —dijo—. ¡No me toques!

Con gran sorpresa vio que él la soltaba y sentándose en el borde de la mesa se servía otro vaso de brandy.

—Siempre he admirado tu sangre fría, querida, pero nunca como ahora, que estás acorralada.

Ella se ciñó más la bata. ¡Oh, si pudiese por lo menos llegar a su cuarto y cerrar la puerta con llave y quedarse sola! No tenía más remedio que dominar a aquel Rhett desconocido, que obligarle a dejarla. Se levantó de prisa aunque le temblaban las rodillas, se cruzó la bata y se echó atrás el pelo que le caía sobre la cara.

—No estoy acorralada —dijo, valiente—. Tú no me acorralarás ni me asustarás nunca, Rhett Butler. No eres más que una bestia borracha, y has pasado tanto tiempo con malas mujeres, que no puedes comprender otra cosa que no sea maldad. No puedes entendernos ni a Ashley ni a mí. Has vivido en el cieno demasiado tiempo para conocer nada más. Estás celoso de algo que no puedes comprender. Buenas noches.

Se volvió rápidamente, dirigiéndose hacia la puerta, pero una carcajada la obligó a detenerse. Lo miró y entonces él cruzó la habitación, tambaleándose, hasta llegar a su lado. ¡Dios santo, si pudiese dejar de reírse de aquel modo! ¿Qué había digno de risa en todo aquello? Cuando Rhett llegaba a su lado ella estaba de espaldas a la puerta. Él apoyó pesadamente las manos sobre sus hombros y la apretó contra la pared.

—No te rías así.

—Me río porque me das lástima.

—¿Lástima de mí? Ten lástima de ti mismo.

—¡Sí, Dios mío! Me da lástima de ti, loca querida. Te duele, ¿verdad? No puedes soportar ni la risa ni la lástima. ¿No es así?

Cesó de reír, apoyándose con tanta fuerza sobre sus hombros que le hizo daño. Su rostro cambió de expresión y se inclinó tan cerca de Scarlett que el fuerte olor del whisky obligó a ésta a volver la cabeza.

—Estoy celoso —dijo—. ¿Y por qué no? Sí, es verdad. Estoy celoso de Ashley Wilkes. ¿Por qué no? No trates de hablar y de explicar. Ya sé que físicamente me has sido fiel. ¿No era eso lo que me querías decir? ¡Oh, lo he sabido todo el tiempo, todos estos años! ¿Que cómo lo sabía? ¡Oh, bien conozco a Ashley Wilkes y su educación! Sé que es honrado y un caballero. Y eso, querida mía, es más de lo que podría decir de ti o de mí, en este asunto. Ni soy caballero, ni tú eres una señora, ni tenemos honor, ¿verdad? Por eso prosperamos como árboles verdes.

—Déjame marchar. No voy a quedarme aquí para que me insultes.

—No te insulto; estoy ponderando tus virtudes físicas. Y no me has engañado un solo momento. ¿Tú crees que los hombres son tan locos, Scarlett? No debías rebajar la fuerza y la inteligencia de tu antagonista. Yo no soy idiota. ¿Crees que no sé que has estado en mis brazos intentando hacerte la ilusión de que estabas en los de Ashley Wilkes?

Los ojos de ella se abrieron desmesuradamente y el miedo y el asombro se dibujaron en su rostro.

—Agradable cosa en verdad, aunque algo fantástica. Como el estar tres en un lecho en que sólo deben estar dos.

Rhett se encogió ligeramente de hombros, hipó y rió burlonamente.

—¡Oh, sí, me has sido fiel porque Ashley no te ha querido! Pero yo no le hubiera negado tu cuerpo. Sé lo poco que valen los cuerpos, especialmente los de las mujeres. Pero le negaría tu corazón y tu querida, dura y obstinada alma. Él no quiere tu alma, el muy idiota, y yo no quiero tu cuerpo. Puedo comprar los cuerpos de mujeres que quiera, y baratos. Pero quiero tu corazón y tu alma, y nunca los tendré. Lo mismo que tú no tendrás nunca la mente de Ashley. Y por eso es por lo que te compadezco.

Aun a través del miedo y del asombro, el sarcasmo de Rhett la hirió.

—¿Compadecerme… a mí?

—Sí, te compadezco porque eres muy chiquilla, Scarlett. Una chiquilla encaprichada con la luna. ¿Qué haría una chiquilla con la luna si la consiguiese? ¿Y qué harías tú con Ashley? Sí, me das lástima, me da lástima ver que tiras la felicidad con ambas manos e intentas alcanzar algo que nunca te hará feliz. Me das lástima porque eres tan loca que no sabes que no puede haber felicidad más que cuando se juntan los que se parecen. Si yo me muriese, si Melanie se muriese y tuvieras, por fin, a tu honrado amante, ¿crees que ibas a ser feliz con él? ¡Cielos! ¡No! ¡Nunca lo conocerías, nunca sabrías lo que estaba pensando, nunca lo comprenderías, como no comprendes la música, la poesía, ni nada que no sea dólares y centavos! He aquí por qué, esposa de mi alma, nosotros hubiéramos podido ser perfectamente felices si hubieras puesto en ello el menor interés; porque nos parecemos tanto. Los dos somos unos bribones, Scarlett, y nada se nos pone por delante cuando queremos algo. Hubiéramos podido ser felices, Scarlett, porque yo te quiero y te conozco hasta la médula de los huesos, de un modo que Ashley no podrá conocerte nunca… Y te despreciaría si te conociera. Pero no; te pasarás la vida suspirando por un hombre a quien no puedes comprender. Y yo, vida mía, seguiré suspirando por las prostitutas. Y me atrevo a decir que acertaremos más que muchos matrimonios.

La soltó de repente y volvió con pasos vacilantes hacia la botella. Por un momento, Scarlett permaneció como si hubiera echado raíces, barajando los pensamientos en su mente tan rápidamente, que no podía detenerse en ninguno de eEos lo bastante para examinarlos. Rhett había dicho que la quería. ¿Lo pensaba realmente? ¿O era sencillamente que estaba borracho? ¿O bien sería una de sus horribles burlas? Corrió como una flecha hasta el oscuro vestíbulo. ¡Oh, si pudiese llegar a su cuarto! Se torció el tobillo y la chinela casi se le salió; cuando se detuvo para quitársela de un puntapié, Rhett, corriendo silencioso como un indio, había llegado a su lado en la oscuridad. Sintió sobre su cara su aliento cálido y sus manos la rodearon rudamente, por debajo de la bata, en contacto con su piel desnuda.

—Me echaste fuera de tu alcoba, mientras le dabas caza. ¡Por Dios, que ésta es la noche en que va a haber dos en mi cama!

La balanceó en sus brazos y echó a correr con ella escaleras arriba. Le apretaba la cabeza contra su pecho; Scarlett percibía el latir como de martillazos de su corazón. Le hizo daño y ella gritó ahogadamente, asustada. Él subía en la profunda oscuridad sin detenerse, y ella estaba loca de terror. Era un loco desconocido, y los rodeaban unas tinieblas que ella también desconocía, más negras que la muerte. Parecía que la muerte la llevase entre los brazos, lastimándola. Scarlett chilló, ahogada contra él, y él, deteniéndose rápidamente en el descansillo y volviéndola, se inclinó y la besó tan salvajemente, que borró de su mente todo, excepto la oscuridad en la cual se hundía y los labios que oprimían los suyos… Rhett temblaba cual si lo sacudiese un fuerte viento, y sus labios, corriéndose desde los labios de ella adonde la bata se había soltado de su cuerpo, cayeron sobre su suave carne. Murmuraba cosas que ella no podía oír, sus labios evocaban sensaciones que nunca había experimentado. Ella era oscuridad y él era oscuridad, y no habían sido nunca nada hasta aquel momento; sólo oscuridad, y los labios de él sobre ella. Scarlett intentó hablar, pero la boca de Rhett estaba de nuevo en la suya. De repente, sintió un estremecimiento salvaje, como nunca lo había sentido, alegría, miedo, excitación, rendición a los brazos que eran demasiado fuertes, a los labios demasiado magulladores, al destino demasiado arrollador. Por primera vez en su vida sentía a alguien más fuerte que ella, alguien a quien no podía dominar ni romper, alguien que la estaba dominando, con quien no podía jugar. Sin saber cómo, sus brazos rodearon el cuello de Rhett y sus labios temblorosos buscaron los de él, mientras ambos subían, subían en la oscuridad, una oscuridad que era suave, acariciadora y envolvente.

Cuando Scarlett se despertó a la mañana siguiente, Rhett se había marchado y, a no ser por la almohada arrugada que ella tenía a su lado, hubiera podido creer los acontecimientos de la pasada noche un sueño salvaje y absurdo. Al recordarlos se puso como la grana y, cubriéndose con las ropas de la cama, permaneció bañada por la luz del sol, procurando analizar las impresiones que se mezclaban en su mente.

Dos cosas resultaban evidentes. Había vivido durante años con Rhett, dormido con él, comido con él, disputado con él, dado a luz a su hija y, a pesar de todo, aún no lo conocía. El hombre que la había llevado en sus brazos escaleras arriba, en la oscuridad, era un extraño cuya existencia ni siquiera había sospechado. Y ahora, aunque intentaba odiarlo, indignarse, no lo conseguía. La había humillado e insultado, había abusado de ella brutalmente durante toda una noche salvaje y loca, y ella lo había soportado con alegría.

¡Oh, debía avergonzarse, debía estremecerse al simple recuerdo de la cálida, enervante oscuridad! Una dama, una verdadera dama, no podría nunca levantar la cabeza después de una noche semejante. Pero más fuerte que la vergüenza era el recuerdo de la locura, del éxtasis de la rendición. Por primera vez en su vida se había sentido poseída, había sentido una pasión tan avasalladora y primitiva como el miedo que experimentara el día que huyó de Atlanta, tan enloquecedoramente dulce como el odio frío con que había matado al yanqui.

Rhett la amaba. Al menos había dicho que la amaba. ¿Y cómo iba a poder dudarlo ahora? ¡Qué extraño y asombroso, y qué increíble que la amase ese salvaje extraño, con el cual había vivido tan fríamente! No estaba muy segura del efecto que le producía tan revelación, pero cuando se le ocurrió la idea se echó a reír de repente a carcajadas. ¡Así que él la quería y era suyo por fin! Casi había olvidado su anterior deseo de entregarle su amor, de modo que pudiera tener el látigo levantado sobre aquella insolente cabeza negra. Ahora volvió aquel deseo, produciéndole gran satisfacción. Por una noche, él la había tenido a su merced; pero ahora ella conocía el punto vulnerable de su armadura. De ahora en adelante lo llevaría por donde quisiese. Durante mucho tiempo ella se había dolido bajo sus burlas, pero ahora lo tenía a él en una situación donde podía hacerle saltar a través de cualquier aro que se le antojase. Cuando pensó en volverlo a ver de nuevo cara a cara, a plena luz, se sintió dominada por un azoramiento y una nerviosidad que envolvían un excitante placer.

«Estoy nerviosa como una novia —pensó— y por culpa de Rhett.» Y ante esa idea empezó a reír como loca.

Pero Rhett no vino a comer ni ocupó su sitio en la mesa a la hora de la cena. Pasó la noche, una noche larguísima en la que lo esperó despierta hasta el alba, con los oídos en tensión, para oír su llave en la cerradura. Pero Rhett no volvió. Cuando transcurrió el segundo día sin saber ni una palabra de él, sintióse frenética de desesperación y de miedo. Pasó por el Banco, pero no estaba allí. Fue al almacén y estuvo muy severa con todo el mundo. Cada vez que la puerta se abría para dar paso a un cliente, miraba, temblando, con la esperanza de que fuese Rhett. Fue al depósito de madera y estuvo impertinente con Hugh, hasta que éste, para librarse de ella, se escondió detrás de una de las pilas de madera. Pero Rhett tampoco fue a buscarla allí.

No podía humillarse a preguntar a los amigos si lo habían visto. No podía hacer indagaciones entre los criados para averiguar noticias suyas, aunque se daba cuenta de que estaban enterados de algo que ella desconocía. Los negros lo sabían siempre todo. Mamita, durante aquellos dos días, estaba casi siempre silenciosa, miraba a Scarlett con el rabillo del ojo, pero no decía nada. Transcurrida la segunda noche, Scarlett decidió acudir a la policía; tal vez le hubiese ocurrido algún accidente. Quién sabe si el caballo lo había tirado y estaría abandonado en el fondo de una zanja. Acaso… —¡oh, qué pensamiento tan horrible!— acaso estaría muerto…

A la mañana siguiente, cuando, acabado el desayuno, estaba en su habitación poniéndose el sombrero, oyó en la escalera pasos ligeros, y, loca de alegría, se dejó caer en el lecho. Rhett entró en la alcoba; iba recién afeitado, bien cortado el pelo, arreglado, y no estaba borracho, pero tenía los ojos inyectados en sangre y el rostro congestionado por la bebida. La saludó con la mano y le dijo:

—¡Hola!

¿Cómo podía un hombre presentarse diciendo: «¡Hola!», después de haberse pasado dos días sin aparecer por casa ni dar la menor explicación? ¿Cómo podía estar tan tranquilo tras el recuerdo de una noche como la que habían pasado? No podía, no podía, a menos que… El terrible pensamiento se apoderó de su mente… A menos que noches como aquélla fuesen una cosa corriente para él. Durante un rato no fue capaz de hablar; olvidó todos los remilgos y sonrisas con que había pensado recibirlo. Rhett ni siquiera se acercó a ella para darle su acostumbrado beso, sino que se quedó mirándola con una mueca, en la mano el cigarrillo que estaba fumando.

—¿Dónde has estado? —No me digas que no lo sabes. Estoy seguro de que a estas horas toda la ciudad está enterada. Tal vez todos lo sepan menos tú. Ya sabes el viejo adagio: la mujer es siempre la última que se entera.

—¿Qué quieres decir?

—Yo creí que después de haber estado la policía anteanoche en casa de Bella.

—Bella… Esa mujer… ¿Has estado con…?

—Naturalmente. ¿En qué otro sitio podía estar? Espero que no habrás estado preocupada por culpa mía.

—Fuiste de mí a… ¡Oh!

—Vamos, vamos, Scarlett, no juegues a la mujer engañada. Hace mucho tiempo que debías estar enterada de lo de Bella.

—Fuiste de mí a ella, después, después…

—¡Oh, eso…!

Hizo un gesto de despreocupación.

—Se me había olvidado. ¡Mis excusas por mi conducta la última vez que nos vimos! Estaba muy bebido, como seguramente sabes. Y me sacaron de quicio tus innumerables encantos. No creo necesario enumerarlos.

De repente, a Scarlett la acometieron deseos de echarse a llorar, de tenderse en la cama y sollozar interminablemente. Rhett no había cambiado, nada había cambiado, y ella había sido una estúpida, una idiota, ana candida, dejándose engañar, creyéndose que él la quería. Todo había sido una de sus repugnantes bromas de borracho. La había cogido y había abusado de eÜa estando borracho, exactamente igual que hubiera hecho con cualquier mujer de casa de Bella. Y ahora volvía insultante, sardónico, inaccesible. Devoró sus lágrimas y se rehízo. Él no debía saber nunca, nunca, lo que ella había llegado a pensar. ¡Cómo se reiría si lo supiese! No, no lo sabría jamás. Lo miró de repente y sorprendió la vieja expresión tan desconcertante. Era una expresión expectante, aguda, ansiosa, como si dependiera de sus palabras, como si esperase que fueran lo que él deseaba. ¡Como que iba a ser tan tonta para decirle algo de que pudiera reírse! ¡De ningún modo! Enarcó las oscuras cejas en un gesto frío.

—Claro que siempre había sospechado lo que eran tus relaciones con esa persona.

—¿Sospechado nada más? ¿Por qué no preguntármelo y satisfacer tu curiosidad? Te lo hubiera dicho: he vivido con ella siempre desde el día en que Ashley Wilkes y tú decidisteis que debíamos tener habitaciones aparte.

—¿Tienes el descaro de estar ahí y alardear conmigo, tu mujer, de que…

—¡Oh! Ahórrame tu indignación. Nunca te ha importado un ardite lo que yo hiciera, siempre que pagara las cuentas. Y sabes de sobra que últimamente no he sido ningún ángel. Y en cuanto a lo de ser mi mujer… no has sido gran cosa mi mujer desde que llegó Bonnie. ¿No es verdad? No ha sido un negocio excelente para mí, Scarlett. Bella ha sido mucho mejor inversión.

—¿Inversión? ¿Quieres decir que le has dado…

—Que la he instalado; es la expresión correcta, creo yo. Bella es una gran mujer. Yo deseaba que llegase a ser algo, y lo único que necesitaba era dinero para montar un negocio propio. Ya sabes los milagros que una mujer puede hacer con algo de dinero. Si no, fíjate lo que has hecho tú.

—¿Vas a compararme?

—Quiero decir que las dos sois mujeres de cabeza privilegiada para los negocios y ambas habéis tenido éxito. Bella te lleva ventaja, pues es un ser de buen corazón y buenos instintos…

—¡Sal inmediatamente de aquí!

Él se apoyó contra la puerta, levantando burlonamente las cejas. ¿Cómo podía insultarla de aquel modo?, pensó Scarlett, llena de rabia y de dolor. Se desviaba de su camino por el placer de herirla y humillarla. Y ella se estremeció pensando en cómo había deseado que volviera a casa, mientras él estaba bebiendo y vociferando con la policía en un prostíbulo.

—Sal de esta habitación y no vuelvas a poner los pies en ella. Ya te lo había dicho una vez antes y no has sido lo bastante caballero para comprenderlo. De ahora en adelante cerraré con llave.

—No te molestes.

—Cerraré con llave. Después de lo que hiciste la otra noche… tan borracho, tan repugnante…

—Vamos, querida; no tan repugnante, seguramente.

—Vete.

—No te molestes, ya me voy. Y te prometo que no volveré a molestarte. Esto es el final. Y ahora se me ocurre que si mi infame conducta es para ti imposible de soportar, me avendré al divorcio. Sencillamente, dame a Bonnie y no pondré ningún obstáculo.

—No tengo la intención de deshacer la familia con un divorcio.

—Buena prisa te darías a deshacerla si Melanie hubiese muerto. ¿Verdad? Me da vértigos el pensar lo de prisa que te divorciarías en ese caso.

—¿Quieres marcharte?

—Sí, me voy. Es precisamente para decírtelo para lo que he vuelto a casa. Me voy a Charleston y a Nueva Orleáns y… Bueno, una excursión bastante larga. Me marcho hoy.

—¡Oh!

—Y me llevo a Bonnie. Dile a esa loca de Prissy que arregle sus cosas. Me llevo a Prissy también.

—Nunca te llevarás a mi hija de esta casa.

—Es mi hija también, señora Butler. Me figuro que no te opondrás a que lleve a mi hija a Charleston a ver a su abuela.

—¡Al diablo su abuela! ¿Crees que voy a dejar que te lleves a esa criatura, cuando te emborracharás todas las noches y lo más probable es que la lleves a casas como la de Bella Watling?…

Él tiró violentamente el cigarrillo, que humeó sobre la alfombra, mientras el olor de la lana quemada se agarraba a la garganta. En un instante estuvo al otro lado de la habitación junto a Scarlett, con el rostro ensombrecido por la ira.

—Si fueras hombre, te retorcería el pescuezo para castigarte por esas palabras. Como no lo eres, lo único que puedo hacer es obligarte a cerrar la boca. Crees que no quiero a Bonnie, que la voy a Uevar donde… ¡A mi hija! ¡Santo Dios! Estás loca. ¡Y presumir tú de madre ejemplar! ¡Pero si una gata es mejor madre que tú! ¿Qué has hecho tú nunca por tus hijos? Wade y Ella te tienen verdadero pánico, y si no fuera por Melanie no sabrían lo que significa cariño y afecto. Pero a Bonnie, a mi Bonnie, ¿crees que no soy capaz de cuidarla mucho mejor que tú? ¿Crees que te voy a dejar que la intimides y destroces su carácter como has hecho con Wade y con Ella? ¡Cielos! ¡De ningún modo! Tenla preparada y lista para que me la lleve dentro de una hora, o te advierto que lo que ocurrió la otra noche sería gloria comparado con lo que ocurriría ahora. Siempre he pensado que una buena tunda con un látigo de cochero te haría un bien enorme.

Giró sobre sus talones antes de que ella pudiera hablar y salió de la habitación rápidamente. Le oyó atravesar el vestíbulo hacia el cuarto de los niños y abrir la puerta. Se escuchó una alegre algarabía de voces infantiles y la de Bonnie que dominaba la de Ella.

—Papaíto, ¿dónde has estado?

—Cazando conejos para envolver a mi Bonnie con su piel. Dale un beso a tu novio, Bonnie, y tú también, Ella.