TRIS
La reunión de emergencia del consejo es más de lo mismo: confirmación de que soltarán los virus sobre las ciudades esta noche, debates sobre los aviones que se emplearán y a qué hora. David y yo intercambiamos palabras amistosas cuando termina la reunión, y después me largo al hotel mientras los demás todavía beben café.
Tobias me lleva al patio interior, cerca del dormitorio, y pasamos allí un buen rato, hablando y besándonos mientras observamos las plantas más raras. Son las cosas que hace la gente normal: salir juntos, hablar de cosas sin importancia, reír… Hemos tenido muy pocos momentos como este. Casi todo nuestro tiempo en pareja lo hemos pasado huyendo de amenazas o corriendo hacia ellas. Sin embargo, puedo vislumbrar un momento en el futuro en el que no tengamos que seguir haciéndolo. Reiniciaremos a la gente del complejo y trabajaremos juntos para reconstruir este lugar. A lo mejor entonces logramos descubrir si se nos dan tan bien los momentos de tranquilidad como los de acción.
Estoy deseándolo.
Por fin llega el momento de que se vaya Tobias. Me subo al escalón más alto del patio y él se coloca en el más bajo para que estemos a la misma altura.
—No me gusta la idea de dejarte sola esta noche —dice—. No me gusta dejarte sola con algo tan gordo.
—¿Qué pasa? ¿Crees que no seré capaz de manejarlo? —pregunto, a la defensiva.
—Obviamente, no es por eso —me asegura, y me toca la cara para después apoyar su frente en la mía—. Es que no quiero que tengas que encargarte de eso tú sola.
—Y yo no quiero que tengas que enfrentarte solo a la familia de Uriah —respondo en voz baja—, pero creo que debemos hacerlo así, por separado. Me alegro de poder estar con Caleb antes de… Ya sabes. Me vendrá bien no tener que preocuparme también por ti.
—Sí —dice, y cierra los ojos—. Estoy deseando que llegue mañana: yo habré vuelto, tú habrás terminado lo que vas a hacer y decidiremos juntos el siguiente paso.
—Te aviso de que en ese paso va a haber mucho de esto —respondo, y lo beso con ganas en los labios.
Sus manos pasan de mis mejillas a mis hombros, y de ahí van bajando poco a poco por mi espalda. Sus dedos descubren el borde de mi camiseta y se meten por debajo, cálidos e insistentes.
Soy consciente de todo a la vez, de la presión de su boca, del sabor de su beso, de la textura de su piel, de la luz naranja que brilla al otro lado de mis párpados cerrados y del olor a verde, a naturaleza viva en el aire. Cuando me aparto y él abre los ojos, me fijo en todos sus detalles: en la chispa azul claro de su ojo izquierdo, en el azul oscuro que me hace sentir segura en su interior, como si soñara.
—Te quiero.
—Yo también te quiero —responde—. Nos vemos pronto.
Me besa de nuevo, dulcemente, y sale del patio. Me quedo quieta bajo el rayo de luz hasta que el sol desaparece.
Ha llegado el momento de ir con mi hermano.