CAPÍTULO VEINTINUEVE

TOBIAS

Me pican las muñecas por culpa de la brida de plástico con la que me las ha sujetado el guardia. Me toco la mandíbula con la punta de los dedos para ver si la tengo manchada de sangre.

—¿Estás bien? —me pregunta Reggie.

Asiento con la cabeza, ya que he sufrido heridas peores. He recibido golpes más fuertes que este, cuando el soldado me estrelló la culata del fusil en la mandíbula mientras me detenía, mirándome con rabia.

Mary y Rafi están sentados a unos cuantos metros, Rafi con un puñado de gasas para contener la sangre del brazo. Una guardia colocada entre ellos y nosotros nos mantiene separados. Al volverme hacia ellos, Rafi me mira a los ojos y asiente con la cabeza, como diciendo: «Bien hecho».

Si lo he hecho bien, ¿por qué me siento tan mal?

—Mira —me dice Reggie, moviéndose para acercarse más—, Nita y la gente de la periferia van a asumir toda la culpa. No pasará nada.

Asiento de nuevo, no muy convencido. Teníamos un plan de emergencia para nuestra probable detención, y no me preocupa que tenga éxito o no. Lo que me preocupa es lo que están tardando en ocuparse de nosotros y lo informal que ha sido todo. Hemos estado sentados en este pasillo vacío desde que atraparon a los invasores, hace más de media hora, y nadie se ha acercado a contarnos lo que nos va a pasar ni a preguntarnos nada. Ni siquiera he visto todavía a Nita.

Noto un sabor amargo en la boca. No sé qué hemos hecho, pero parece haberlos alterado mucho, y no sé de nada que altere tanto a la gente como la pérdida de vidas.

¿De cuántas de esas muertes soy responsable por haber participado en esto?

—Nita me dijo que iban a robar el suero de la memoria —le digo a Reggie, temiendo mirarlo—. ¿Era verdad?

Reggie mira al guardia, que está a pocos metros. Ya nos han gritado una vez por hablar.

Pero conozco la respuesta.

—No era verdad, ¿no? —insisto.

Tris tenía razón: Nita mentía.

—¡Eh! —grita la guardia, acercándose para meter el cañón del fusil entre los dos—. Apartaos, las conversaciones no están permitidas.

Reggie se mueve hacia la derecha y mira a los ojos a la guardia.

—¿Qué está pasando? —pregunto—. ¿Qué ha pasado?

—Claro, como si no lo supieras —responde ella—. Mantén la boca cerrada.

La observo alejarse, y entonces veo a una chica rubia bajita aparecer al final del pasillo: Tris. Tiene la cabeza vendada y manchas de sangre con forma de dedos en la ropa. Lleva un trozo de papel apretado en el puño.

—¡Eh! —le dice la guardia—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Shelly —la interrumpe el otro guardia, que se ha acercado corriendo—, tranquila, es la chica que ha salvado a David.

La chica que ha salvado a David… ¿de qué exactamente?

—Ah —dice Shelly, bajando el arma—. Bueno, la pregunta sigue siendo válida.

—Me pidieron que os trajera noticias —dice Tris, y le da a Shelly el trozo de papel—. David está en reanimación. Vivirá, pero no saben cuándo volverá a caminar. La mayor parte de los demás heridos está siendo atendida.

El amargor que noto en la boca se acentúa: David no puede caminar. Y lo que han estado haciendo todo este tiempo es encargarse de los heridos. Toda esta destrucción, ¿para qué? Ni siquiera lo sé, no conozco la verdad.

¿Qué he hecho?

—¿Tienen un recuento de víctimas? —pregunta Shelly.

—Todavía no.

—Gracias por informarnos.

—Verás —responde Tris, cambiando el peso de pie—, necesito hablar con él.

Me señala con la cabeza.

—La verdad es que no podemos… —empieza a contestar Shelly.

—Solo un segundo, lo prometo. Por favor.

—Déjala, ¿qué daño va a hacer? —dice el otro guardia.

—Vale, te doy dos minutos.

Ella me señala otra vez con la cabeza, y yo uso la pared para apoyarme y ponerme de pie, con las manos todavía atadas frente a mí. Tris se acerca, pero no demasiado; el espacio y sus brazos cruzados forman una barrera entre nosotros, casi tan infranqueable como una pared. Tris mira a algún punto al sur de mis ojos.

—Tris…

—¿Quieres saber lo que han hecho tus amigos? —me pregunta con voz temblorosa, y yo no cometo el error de pensar que es por las lágrimas. No, es por la rabia—. No iban a por el suero de la memoria, sino a por veneno, a por el suero de la muerte. Para matar a un puñado de gente importante del Gobierno y empezar una guerra.

Bajo la mirada a mis manos, a las baldosas, a las puntas de sus zapatos. Una guerra.

—No sabía…

—Yo tenía razón. Tenía razón y no me escuchaste. Otra vez —dice ella en voz baja.

Me mira a los ojos y descubro que no deseo ese contacto visual que antes ansiaba, porque me destroza, pedazo a pedazo.

—Uriah estaba justo al lado de una de las bombas que detonaron para distraernos —sigue diciendo—. Está inconsciente y no saben si despertará.

Es extraño cómo una palabra, una frase, una oración puede convertirse en un puñetazo en la cabeza.

—¿Qué?

Solo veo la cara de Uriah cuando cayó en la red después de la Ceremonia de la Elección, su sonrisa atolondrada cuando Zeke y yo lo sacamos de la plataforma de la red. O lo recuerdo sentado en el salón de tatuajes, apartando la oreja para que Tori pudiera dibujarle una serpiente en la piel. ¿Que Uriah quizá no despierte? ¿Que Uriah puede desaparecer para siempre?

Y lo prometí. Le prometí a Zeke que cuidaría de él, le prometí…

—Es uno de los últimos amigos que me quedan —dice Tris con la voz rota—. No sé si seré capaz de volver a mirarte del mismo modo.

Se aleja y oigo la voz de Shelly ordenándome que me siente, pero parece una voz muy lejana. Caigo de rodillas, con las muñecas sobre las piernas. Intento encontrar el modo de escapar de esto, del horror de lo que he hecho, pero no hay ninguna lógica sofisticada que me libere; no hay salida.

Me tapo la cara con las manos e intento no pensar, intento no imaginarme nada de nada.

La luz que cuelga de la sala de interrogatorios se refleja en el centro de la mesa formando un círculo borroso. Mantengo la vista fija en ese círculo mientras recito la historia que me enseñó Nita, una historia que está tan cerca de la verdad que no me cuesta contarla. Cuando termino, el hombre que la registra escribe mi última frase en su pantalla y el cristal se ilumina con las letras que tocan sus dedos. Después, la mujer que actúa en nombre de David (Angela) dice:

—Entonces ¿desconocías la razón por la que Juanita te pidió que desactivaras el sistema de seguridad?

—Sí —respondo, y es cierto. No conocía la razón real, solo una mentira.

A los demás los someten al suero de la verdad, pero a mí no. La anomalía genética que me hace ser consciente de las simulaciones también indica que podría ser resistente a los sueros, así que mi testimonio con el suero de la verdad podría no resultar fiable. Mientras mi historia coincida con la de los demás, supondrán que es cierta. No saben que hace unas horas todos nos inoculamos contra el suero. El informante GP de Nita se lo había pasado hace meses.

—Entonces ¿cómo te convenció para hacerlo?

—Somos amigos. Ella es… era uno de los únicos amigos que tengo aquí. Me pidió que confiara en ella y me dijo que era por una buena causa, así que lo hice.

—¿Y qué opinas de la situación actual?

—Nunca me había arrepentido tanto de nada —contesto, mirándola al fin.

Los ojos relucientes y duros de Angela se ablandan un poco.

—Bueno, tu historia concuerda con la de los demás —dice, asintiendo—. Teniendo en cuenta que eres nuevo en la comunidad, que no conocías el plan de los atacantes y tu deficiencia genética, hemos decidido ser indulgentes. Tu sentencia es libertad condicional: harás trabajos para la comunidad y vigilaremos tu buen comportamiento durante un año. No se te permitirá entrar en ningún laboratorio o sala privada. No abandonarás los confines de este complejo sin permiso. Te pondrás en contacto una vez al mes con tu agente de la condicional, que te será asignado al final de este procedimiento. ¿Entiendes los términos?

Con las palabras «deficiencia genética» todavía en la cabeza, asiento y respondo:

—Sí.

—Entonces, hemos acabado. Puedes irte.

Se levanta, echando la silla atrás. El secretario también se pone de pie y guarda la pantalla en su bolsa. Angela toca la mesa para que la mire de nuevo.

—No seas demasiado duro contigo mismo —me dice—. Eres muy joven, ¿sabes?

No creo que mi juventud sea una excusa, pero acepto su intento de ser amable sin ponerle objeciones.

—¿Puedo preguntar qué le va a pasar a Nita?

Angela aprieta los labios.

—Cuando se recupere de sus graves heridas, la trasladaremos a nuestra prisión, donde pasará el resto de su vida.

—¿No la ejecutarán?

—No, no creemos en la pena de muerte en el caso de las personas genéticamente defectuosas —responde Angela mientras se dirige a la puerta—. Al fin y al cabo, no podemos esperar que tengan el mismo comportamiento que las de genes puros.

Esboza una sonrisa triste y sale de la habitación sin cerrar la puerta. Me quedo en mi asiento unos segundos, asimilando el escozor que me dejan sus palabras. Quería pensar que estaban equivocados conmigo, que no era más defectuoso que los demás, pero ¿cómo puede ser cierto si mis acciones han enviado a Uriah al hospital, Tris ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos y tanta gente ha acabado muerta?

Me tapo la cara y aprieto los dientes mientras lloro, soportando la ola de desesperación como si fuera un puño que me golpea. Cuando me levanto para marcharme, me duele la mandíbula, y los puños de mi camisa, que he usado para secarme las mejillas, están mojados.