22 de Junio, 1992
Querido amigo,
La noche antes de que Sam se fuera ha hecho que toda la semana se me haya quedado borrosa. Sam estaba histérica porque no solo necesitaba pasar tiempo con nosotros, sino que se tenía que preparar para marcharse. Ir de compras. Hacer maletas. Cosas así.
Cada noche, nos juntábamos todos después de que Sam se hubiera despedido de algún tío suyo o hubiera tenido otra comida con su madre o hubiera comprado más cosas para la universidad. Estaba asustada, y hasta que no se tomaba un sorbito de lo que fuese que estuviéramos bebiendo o una calada de lo que fuera que estuviésemos fumando, no se tranquilizaba y volvía a ser la misma Sam.
Lo único que realmente ayudó a Sam a pasar la semana fue su comida con Craig. Dijo que quería verlo para «cerrar» de alguna manera esa historia, y supongo que tuvo bastante suerte al hacerlo, porque Craig fue tan comprensivo como para decirle que había hecho bien al cortar con él. Y que era una persona especial. Y que lo sentía y le deseaba mucha suerte. Es curioso qué momentos elige la gente para ser generosa.
Lo mejor fue que Sam dijo que no le había preguntado por las chicas con las que podría estar saliendo, aunque quería saberlo. No sentía rencor. Aunque estaba triste. Pero era una tristeza optimista. El tipo de tristeza que solo requiere el paso del tiempo.
La noche antes de marcharse, estuvimos todos allí en la casa de Sam y Patrick. Bob, Alice, Mary Elizabeth (sin Peter) y yo. Nos sentamos en la alfombra de la sala «de juegos», recordando cosas. «¿Te acuerdas del espectáculo en el que Patrick hizo esto… o te acuerdas de cuando Bob hizo aquello… o Charlie… o Mary Elizabeth… o Alice… o Sam…?».
Las bromas privadas ya no eran bromas. Se habían convertido en historias. Nadie sacó a relucir los nombres prohibidos ni los momentos malos. Y nadie se entristecía mientras pudiéramos retrasar el día siguiente con más nostalgia.
Después de un rato, Mary Elizabeth, Bob y Alice se fueron, diciendo que volverían por la mañana para ver cómo Sam se iba. Así que solo quedamos Patrick, Sam y yo. Ahí sentados. Sin hablar apenas. Hasta que empezamos nuestro propio «te acuerdas de cuando». «¿Te acuerdas de cuando Charlie se acercó a nosotros por primera vez en el partido de fútbol… y te acuerdas de cuando Charlie desinfló las ruedas a Dave en el baile de antiguos alumnos… y te acuerdas del poema… y de la cinta de varios… y Punk Rocky a color… y te acuerdas cuando todos nos sentimos infinitos…?».
Después de decir aquello, todos nos quedamos callados y tristes. Durante el silencio, recordé una cosa que no le he contado a nadie. Un día que íbamos andando. Solo nosotros tres. Y yo estaba en medio. No me acuerdo de adónde íbamos o de dónde veníamos. Ni siquiera recuerdo en qué estación del año fue. Solo recuerdo caminar entre ellos y sentir por primera vez que formaba parte de algo.
Finalmente, Patrick se levantó.
—Estoy cansado, chicos. Buenas noches.
Entonces nos desordenó el pelo y subió a su habitación. Sam se volvió hacia mí.
—Charlie, tengo que meter en la maleta algunas cosas. ¿Te quedarías conmigo un rato?
Asentí, y subimos las escaleras.
Cuando entramos en su habitación, me di cuenta de lo que había cambiado desde la noche en la que Sam me besó. Había quitado las fotos de la pared, y las cómodas estaban vacías, y todo estaba en un gran montón encima de la cama. Me dije a mí mismo que no iba a llorar pasara lo que pasase porque no quería que Sam sintiera más pánico todavía.
Así que solo la observé hacer la maleta, e intenté fijarme en el mayor número de detalles posible. Su pelo largo y sus muñecas finas y sus ojos verdes. Quería recordarlo todo. Especialmente el sonido de su voz.
Sam me habló de muchas cosas, intentando distraerse. Habló del largo viaje en carretera que tenía que hacer al día siguiente, y de que sus padres habían alquilado una furgoneta. Se preguntaba cómo serían sus clases y cómo sería eventualmente su carrera. Dijo que no quería unirse a ninguna hermandad femenina pero que tenía ganas de ver los partidos de fútbol. Se estaba poniendo cada vez más y más triste. Por fin, se volvió:
—¿Por qué no me pediste salir cuando ocurrió todo lo de Craig?
Me quedé ahí, en el sitio. No sabía qué decir. Lo dijo en voz baja.
—Charlie… después de aquello con Mary Elizabeth en la fiesta y nuestro baile en la discoteca y todo…
No sabía qué decir. Sinceramente, no tenía ni idea.
—De acuerdo, Charlie… Te lo pondré más fácil. Cuando pasó todo lo de Craig, ¿qué pensaste? —quería saberlo de verdad.
Dije:
—Bueno, pensé un montón de cosas. Pero sobre todo pensé que el que estuvieras triste era mucho más importante para mí que el que Craig hubiera dejado de ser tu novio. Y si eso significaba que nunca podría pensar en ti de esa manera, siempre que tú fueras feliz, estaría bien. Ahí fue cuando me di cuenta de que te quería de verdad.
Ella se sentó en el suelo conmigo. Habló en voz baja:
—Charlie, ¿no lo pillas? Yo no puedo sentirlo. Es encantador y todo eso, pero a veces es como si ni siquiera estuvieras ahí. Es genial que puedas escuchar y ser un paño de lágrimas para alguien, pero ¿y si ese alguien no necesita un paño de lágrimas? ¿Y si necesita los brazos o algo así? No puedes quedarte ahí sentado y poner las vidas de todos los demás por delante de la tuya y pensar que eso cuenta como amor. Sencillamente, no puedes. Tienes que hacer cosas.
—¿Como qué? —pregunté. Tenía la boca seca.
—No lo sé. Como agarrarles las manos cuando llega la canción lenta, para variar. O ser el que le pide salir a alguien. O decirle a la gente lo que necesitas. O lo que quieres. Como en la pista de baile, ¿querías besarme?
—Sí —dije.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —me preguntó muy seria.
—Porque pensaba que tú no querías que lo hiciera.
—¿Por qué lo pensabas?
—Por lo que dijiste.
—¿Por lo que te dije hace nueve meses? ¿Cuando te dije que no pensaras en mí de esa manera?
Asentí.
—Charlie, también te dije que no le dijeras a Mary Elizabeth que era guapa. Y que le hicieras muchas preguntas y que no la interrumpieras. Ahora está con un tío que hace justo lo contrario. Y funciona porque así es Peter realmente. Está siendo él mismo. Y actúa.
—Pero a mí no me gustaba Mary Elizabeth.
—Charlie, no me estás entendiendo. Lo que quiero decir es que no creo que hubieras hecho las cosas de otra forma aunque te hubiera gustado Mary Elizabeth. Por ejemplo, puedes acudir al rescate de Patrick y pegar a dos tipos que están intentando pegarle a él, pero ¿y cuando Patrick se hace daño a sí mismo? ¿Como cuando fuisteis a ese parque? ¿O cuando te besaba? ¿Querías que te besara?
Negué con la cabeza.
—¿Entonces por qué le dejaste?
—Solo intentaba ser su amigo —dije.
—Pero no lo fuiste, Charlie. En esos momentos no estuviste siendo su amigo en absoluto. Porque no fuiste sincero con él.
Me quedé sentado muy quieto. Miré al suelo. No dije nada. Muy incómodo.
—Charlie, te dije que no pensaras en mí de esa manera hace nueve meses por lo que te estoy diciendo ahora. No a causa de Craig. No porque no pensara que fueras genial. Es solo que no quiero ser el amor platónico de nadie. Si le gusto a alguien, quiero que sea mi verdadero yo la que le guste, no la que piense que soy. Y no quiero que se lo guarde. Quiero que me lo demuestre, para poder sentirlo también. Quiero que sea capaz de hacer lo que quiera hacer estando conmigo. Y si hace algo que no me gusta, se lo diré.
Sam estaba empezando a llorar un poco. Pero no estaba triste.
—¿Sabes que le echaba la culpa a Craig por no dejarme hacer cosas? ¿Sabes lo tonta que me siento ahora por eso? Quizá él no me animaba de verdad a hacerlas, pero tampoco me prohibió nada. Aunque, después de un tiempo, yo no hacía cosas porque no quería que cambiara la idea que él tenía de mí. Lo que quiero decir es que no fui sincera. Así que, ¿por qué me iba a importar si me quería o no, cuando ni siquiera llegó a conocerme de verdad?
Levanté la vista hacia ella. Había parado de llorar.
—Bueno, mañana me voy. Y no voy a dejar que me vuelva a pasar eso con nadie. Voy a hacer lo que quiera hacer. Voy a ser quien soy en realidad. Y voy a averiguar qué soy. Pero ahora mismo estoy aquí contigo. Y quiero saber dónde estás, qué necesitas, y qué quieres hacer.
Esperó pacientemente mi respuesta. Pero, después de todo lo que había dicho, me imaginé que debía hacer sencillamente lo que me apetecía hacer. Sin pensarlo. Sin decirlo en voz alta. Y si no le gustaba, que me lo dijera. Y podíamos continuar haciendo las maletas.
Así que la besé. Y ella me devolvió el beso. Y nos tendimos en el suelo y seguimos besándonos. Y fue dulce. Y gemimos en voz baja. Y nos quedamos en silencio. Y quietos. Subimos a la cama y nos tumbamos sobre todas las cosas que no estaban en las maletas. Y nos tocamos mutuamente sobre la ropa de cintura para arriba. Y después bajo la ropa. Y después sin ropa. Y fue precioso. Ella era preciosa. Tomó mi mano y la deslizó bajo sus pantalones. Y la toqué. Y no me lo podía creer. Era como si todo tuviera sentido. Hasta que metió la mano bajo mis pantalones, y me tocó.
Entonces fue cuando la detuve.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Te he hecho daño?
Negué con la cabeza. De hecho, me había gustado. No sabía qué pasaba.
—Lo siento. No pretendía…
—No. No lo sientas —dije.
—Pero me siento mal —dijo.
—Por favor, no te sientas mal. Ha sido muy bonito —dije. Estaba empezando a enfadarme de verdad.
—¿No estás preparado? —preguntó.
Asentí. Pero no era eso. No sabía lo que era.
—No pasa nada si no estás preparado —dijo. Estaba siendo muy amable conmigo, pero yo me sentía fatal.
—Charlie, ¿quieres irte a casa? —preguntó.
Supongo que asentí porque me ayudó a vestirme. Y después se puso la camisa. Y quise darme cabezazos contra la pared por ser tan infantil. Porque amaba a Sam. Y estábamos juntos. Y lo estaba arruinando todo. Arruinándolo, sin más. Fatal. Me sentía fatal.
Me llevó afuera.
—¿Necesitas que te lleve a casa? —me preguntó. Tenía el coche de mi padre. No estaba borracho. Sam parecía muy preocupada.
—No, gracias.
—Charlie, no te voy a dejar conducir así.
—Lo siento. Caminaré entonces —dije.
—Son las dos de la mañana. Te voy a llevar a casa.
Fue a otra habitación a recoger las llaves del coche. Yo me quedé en el vestíbulo. Quería morirme.
—Estás pálido como un fantasma, Charlie. ¿Quieres agua?
—No. No lo sé —empecé a llorar con ganas.
—Mira. Túmbate aquí en el sofá —dijo.
Me tumbó en el sofá. Trajo un paño húmedo y me lo puso en la frente.
—Puedes dormir aquí esta noche. ¿Vale?
—Vale.
—Pero cálmate. Respira hondo.
Hice lo que me dijo. Y justo antes de quedarme dormido, dije algo.
—No puedo volver a hacerlo. Lo siento —dije.
—No pasa nada, Charlie. Duérmete —dijo Sam.
Pero yo ya no hablaba con Sam. Estaba hablando con otra persona.
Cuando me quedé dormido, tuve este sueño. Mis hermanos y yo estábamos viendo la televisión con mi tía Helen. Todo iba a cámara lenta. El sonido era espeso. Y ella estaba haciendo lo que hacía Sam. Entonces fue cuando me desperté. Y no sabía qué diablos pasaba. Sam y Patrick estaban mirándome desde arriba. Patrick me preguntó si quería desayunar. Supongo que asentí. Nos fuimos y comimos. Sam todavía parecía preocupada. Patrick parecía normal. Tomamos huevos con beicon con sus padres, y todo el mundo habló de trivialidades. No sé por qué te estoy contando lo de los huevos con beicon. No es importante. No es nada importante. Mary Elizabeth y todos los demás vinieron a la casa, y mientras la madre de Sam estaba ocupada comprobando las cosas por segunda vez, todos salimos al camino de entrada. Los padres de Sam y Patrick se metieron en la furgoneta. Patrick estaba en el asiento del conductor de la camioneta de Sam, diciéndoles a todos que los vería en un par de días. Entonces Sam fue abrazando y despidiéndose de cada uno. Como volvería a pasar unos días en casa hacia el final del verano, era más un hasta luego que un adiós.
Yo fui el último. Sam se me acercó y me dio un abrazo largo. Al final, me susurró al oído. Dijo un montón de cosas maravillosas sobre cómo no pasaba nada porque no estuviera preparado la noche anterior y cómo me iba a echar de menos y cómo deseaba que me cuidara mucho mientras ella no estaba.
—Eres mi mejor amiga —fue lo único que pude decir para corresponderla.
Sonrió y me besó en la mejilla, y fue como si, por un momento, la parte negativa de la noche anterior desapareciera. Pero a mí me seguía pareciendo un adiós más que un hasta luego. El caso es que no lloré. No sabía lo que sentía.
Al final, Sam se subió a su camioneta y Patrick la puso en marcha. Y sonaba una canción buenísima. Y todos sonrieron. Incluso yo. Aunque yo ya no estaba allí.
Hasta que dejé de ver los coches en la distancia, no regresé, y las cosas empezaron a ponerse feas de nuevo. Pero esta vez, mucho peor. Mary Elizabeth y todos estaban llorando, y me preguntaron si quería ir al Big Boy o hacer algo. Les dije que no. Gracias. Necesitaba irme a casa.
—¿Estás bien, Charlie? —me preguntó Mary Elizabeth. Supongo que estaba empezando a tener mala cara otra vez, porque parecía preocupada.
—Estoy bien. Solo estoy cansado —mentí.
Me subí al coche de mi padre y me alejé. Y era como si escuchara las canciones de la radio, pero la radio no estaba encendida. Y cuando llegué al camino de entrada de mi casa, creo que me olvidé de apagar el coche. Fui directamente al sofá del salón donde está la tele. Y era como si viera los programas de televisión, pero la televisión no estaba encendida.
No sé qué me pasa. Es como si lo único que pudiera hacer es seguir escribiendo estos disparates para no derrumbarme. Sam se ha ido. Y Patrick no volverá a casa en unos días. Y es que me es imposible hablar con Mary Elizabeth, ni con mi hermano, ni con nadie de mi familia. Excepto tal vez con mi tía Helen. Pero ella no está. Y aunque estuviera, no creo que pudiera hablar tampoco con ella. Porque estoy empezando a sospechar que lo que soñé sobre ella anoche era cierto. Y que, después de todo, las preguntas de mi psiquiatra no eran raras.
No sé lo que debo hacer ahora. Conozco gente que lo tiene mucho peor que yo. Lo sé, pero me está asfixiando de todas formas, y no puedo dejar de pensar que el niño pequeño que comía patatas fritas con su mamá en el centro comercial va a crecer y pegar a mi hermana. Haría cualquier cosa por no pensarlo. Sé que estoy pensando demasiado rápido otra vez, y que está todo en mi cabeza como el trance, pero ahí está, y no se irá. No puedo parar de verlo, y él sigue pegando a mi hermana, y no va a parar, y quiero que pare porque en verdad no quiere hacerlo, pero es que no me escucha y no sé qué hacer.
Lo siento, pero tengo que parar de escribir ahora esta carta.
Aunque antes quería darte las gracias por ser una de esas personas que escucha y comprende y no intenta acostarse con la gente aun pudiendo hacerlo. Lo digo en serio, y siento haberte hecho pasar por todo esto cuando ni siquiera sabes quién soy, y nunca nos hemos conocido en persona, y no puedo decirte quién soy porque prometí guardar todos aquellos pequeños secretos. Es solo que no quiero que pienses que escogí tu nombre al azar en la guía telefónica. Me moriría si pensaras eso. Así que por favor, créeme si te digo que me sentí fatal cuando Michael murió, y que vi a una chica en clase, que no se dio cuenta de que yo estaba allí delante, y que estuvo hablándole mucho de ti a una amiga suya. Y aunque no te conocía, sentí como que sí, porque me pareciste una buena persona. El tipo de persona a la que no le importaría recibir cartas de un chaval de instituto. El tipo de persona que comprendería que son mejor que un diario porque en ellas hay comunión, y un diario puede ser descubierto. Pero no quiero que te preocupes por mí, o que pienses que me has conocido, ni que sigas perdiendo el tiempo. Siento mucho haberte hecho perder el tiempo porque la verdad es que significas mucho para mí y espero que seas muy feliz en la vida porque de verdad creo que lo mereces. De verdad lo creo. Espero que tú también lo pienses. Bueno, pues ya está. Adiós.
Con mucho cariño,
Charlie