16 de Junio, 1992
Querido amigo,
Acabo de volver a casa en autobús. Hoy ha sido mi último día de clase. Y ha llovido. Cuando voy en autobús, normalmente me siento en la mitad, porque he oído que sentarte delante es de empollones y sentarte detrás es de macarras, y todo esto me pone nervioso. No sé cómo llaman a los «macarras» en otros institutos.
En cualquier caso, hoy he decidido sentarme delante con las piernas sobre el asiento entero. Estaba medio recostado con la espalda en la ventana. Lo he hecho para poder mirar al resto de la gente del autobús. Me alegro de que los autobuses escolares no tengan cinturones de seguridad, o si no, no habría podido hacerlo.
Lo único que noté es lo cambiados que estaban todos. Cuando éramos pequeños, solíamos cantar canciones en el autobús de vuelta a casa el último día de curso. La canción favorita era una de Pink Floyd, lo descubrí más tarde, llamada Another Brick in the Wall, Part II. Pero había otra canción que nos gustaba todavía más porque acababa con un taco. Era así:
No más lápices / no más libros / no más miradas sucias de profesores / cuando el profesor toque la campana / tirad los libros y corred como cabrones.
Cuando terminábamos, mirábamos al conductor durante un segundo lleno de tensión. Entonces, nos echábamos todos a reír porque sabíamos que podíamos meternos en un lío por haber dicho una palabrota, pero al ser tantos evitaríamos cualquier castigo. Éramos demasiado pequeños para saber que al conductor le daba igual nuestra canción. Que lo único que quería era irse a casa después del trabajo. Y quizá dormir la mona de lo que había bebido en la comida. En aquella época daba igual. Los empollones y los macarras estaban unidos.
Mi hermano volvió a casa el sábado por la noche. Y estaba incluso más cambiado que los chicos del autobús escolar en comparación con el principio de curso. ¡Tiene barba! ¡Me alegré tanto! También sonríe diferente y es más «caballeroso». Todos nos sentamos a cenar, y le hicimos preguntas sobre la universidad. Papá le preguntó por el fútbol. Mamá le preguntó por las clases. Yo le pregunté por todas las anécdotas divertidas. Mi hermana le hizo preguntas nerviosas sobre cómo es «de verdad» la universidad y si ganaría «siete kilos de novata». No sé lo que significa, pero supongo que se refiere a lo que engordas.
Esperaba que mi hermano se pusiera a hablar y hablar de sí mismo durante un rato largo. Solía hacerlo cada vez que había un partido importante en el instituto, o el baile de graduación, o algo. Pero parecía mucho más interesado en cómo estábamos nosotros, especialmente mi hermana con su graduación.
Así que mientras todos hablaban, de pronto me acordé del presentador de las noticias de deportes y de lo que había dicho sobre mi hermano. Me emocioné un montón. Y se lo conté a toda mi familia. Y esto fue lo que pasó como consecuencia.
Mi padre dijo:
—¡Oye! ¡Fíjate en eso!
Mi hermano dijo:
—¿En serio?
Yo dije:
—Sí. Estuve hablando con él.
Mi hermano dijo:
—¿Dijo algo bueno?
Mi padre dijo:
—Cualquier noticia ya es buena noticia.
No sé de dónde saca mi padre estas cosas. Mi hermano insistió:
—¿Qué dijo?
Yo dije:
—Bueno, creo que dijo que los equipos universitarios presionan mucho a los estudiantes de sus equipos —mi hermano asintió—. Pero dijo que eso forja el carácter. Y dijo que Penn State tenía un ojo buenísimo con sus fichajes. Y te mencionó.
Mi padre repitió:
—¡Oye! ¡Fíjate en eso!
Mi hermano dijo:
—¿En serio?
Yo dije:
—Sí. Estuve hablando con él.
Mi hermano dijo:
—¿Cuándo hablaste con él?
Dije:
—Hace un par de semanas.
Y entonces me quedé helado porque de pronto recordé el resto. El hecho de que conocí a ese hombre en el parque de noche. Y que le di uno de mis cigarrillos. Y el hecho de que estuviera intentando ligar conmigo. Me quedé ahí sentado, esperando a que cambiaran de tema. Pero no lo hicieron.
—¿Dónde lo conociste, cariño? —preguntó mi madre.
Del silencio que se hizo en la habitación se podía oír el vuelo de una mosca. E intenté imitar lo mejor posible mi cara de cuando no puedo recordar algo. Y esto es lo que me pasaba por la cabeza: «Bueno… vino al instituto a dar una charla en clase… no… mi hermana sabría que es mentira… lo conocí en el Big Boy… estaba con su familia… no… mi padre me echaría la bronca por molestar al “pobre hombre”… lo dijo en un telediario… pero he dicho que estuve hablando con él… espera…».
—En el parque. Fui con Patrick —dije.
Mi padre dijo:
—¿Estaba allí con su familia? ¿Molestaste al pobre hombre?
—No. Estaba solo.
Aquello fue suficiente para mi padre y para todos los demás, y ni siquiera tuve que mentir. Afortunadamente, la atención se desvió de mí cuando mi madre dijo lo que siempre le gusta decir cuando estamos todos juntos celebrando algo.
—¿A quién le apetece un helado?
Nos apetecía a todos excepto a mi hermana. Creo que está preocupada por los «siete kilos de novata».
La mañana siguiente empezó temprano. Todavía no había tenido noticias de Patrick ni de Sam ni de nadie, pero supe que los vería en la graduación, así que intenté no preocuparme demasiado. Todos mis familiares, incluidos los del lado paterno de Ohio, vinieron a casa alrededor de las diez. Las dos familias en realidad no se caen nada bien, salvo los primos más jóvenes, porque somos unos ingenuos.
Hicimos un gran brunch con champán, e igual que el año pasado por la graduación de mi hermano, mi madre le dio a su padre (mi abuelo) zumo de manzana espumoso en vez de champán porque no quería que se emborrachara y montara una escenita. Y él dijo lo mismo que había dicho el año pasado:
—Este champán es bueno.
No creo que notara la diferencia, porque es bebedor de cerveza. A veces, de whisky.
Alrededor de las doce y media, el brunch ya había acabado. Los primos fueron los que condujeron, porque los adultos estaban todavía algo borrachos para conducir hasta la graduación. Excepto mi padre, que había estado demasiado ocupado grabándolos a todos con una cámara que había alquilado en el videoclub.
—¿Por qué comprar una cámara cuando solo la necesitas tres veces al año?
En fin, mi hermana, mi hermano, mi padre, mi madre y yo, cada uno tuvimos que ir en un coche distinto para asegurarnos de que nadie se perdía. Yo fui con todos mis primos de Ohio, que enseguida sacaron un porro y lo empezaron a pasar. No fumé nada porque no tenía ganas, y dijeron lo que siempre dicen:
—Charlie, eres un gallina.
Bueno, todos los coches estacionaron en el aparcamiento, y salimos. Y mi hermana le chilló a mi primo Mike por bajar la ventanilla mientras conducía y despeinarla.
—Estaba fumando un cigarrillo —fue su respuesta.
—¿No podías esperar diez minutos? —fue la de mi hermana.
—Es que la canción era genial —fue su última palabra.
Entonces, mientras mi padre sacaba la videocámara del maletero y mi hermano hablaba con algunas de las chicas que se graduaban, que eran un año mayores y «atractivas», mi hermana fue a buscar a mi madre para sostenerle el bolso. Lo increíble del bolso de mi madre es que necesites lo que necesites, sea cuando sea, lo tiene. Cuando yo era pequeño, solía llamarlo el «botiquín de primeros auxilios», porque aquello era todo lo que necesitábamos entonces. Sigo sin averiguar cómo lo hace.
Después de retocarse, mi hermana siguió la senda de birretes de graduación hasta el campo de fútbol, y todos nos abrimos paso hasta las gradas. Yo me senté entre mi madre y mi hermano, ya que mi padre se había ido a buscar el mejor ángulo para la cámara. Y mi madre estuvo todo el rato haciendo callar a mi abuelo, que no dejaba de hablar de la cantidad de negros que había en el instituto.
Como no podía hacerle parar, mencionó mi historia sobre el presentador de deportes del telediario hablando de mi hermano. Esto hizo que mi abuelo llamara a mi hermano para que se acercase a hablar del tema. Fue muy inteligente por parte de mi madre, porque mi hermano es la única persona que puede conseguir que mi abuelo deje de montar un numerito, ya que no se muerde la lengua. Después de la anécdota, esto fue lo que pasó:
—¡Dios mío! Mira esas gradas. Cuánta gente negra…
Mi hermano le cortó.
—Vale, abuelo. Vamos a hacer un trato. Si nos avergüenzas otra vez, voy a llevarte en coche de vuelta a la residencia y no verás nunca a tu nieta dar un discurso —mi hermano es muy duro de pelar.
—Pero entonces tú tampoco verás el discurso, señor importante… —mi abuelo también es muy duro de pelar.
—Sí, pero mi padre lo está grabando todo. Y puedo arreglármelas para conseguir ver la cinta, y tú no. ¿Verdad?
Mi abuelo tiene una sonrisa muy rara. Sobre todo cuando es otro el que gana. No dijo nada más sobre el tema. Solo empezó a hablar de fútbol y ni siquiera mencionó que mi hermano jugaba en un equipo con chicos negros. No te imaginas lo mal que lo pasamos el año pasado, ya que mi hermano estaba en el campo graduándose en vez de en las gradas parándole los pies al abuelo.
Mientras hablaban de fútbol, estuve buscando a Patrick y Sam, pero lo único que pude ver fueron birretes de graduación en la distancia. Cuando empezó la música, los birretes empezaron a marchar hacia las sillas plegables que habían colocado en el campo. Fue entonces cuando por fin vi a Sam andando detrás de Patrick. Fue un alivio. No te podría decir si la vi feliz o triste, pero me bastó verla y saber que estaba allí.
Cuando todos los chicos se sentaron en las sillas, paró la música. Y el director Small se levantó y dio un discurso sobre lo maravillosa que había sido esa promoción. Mencionó algunos logros que había conseguido el instituto, e hizo hincapié en que necesitaban ayuda en la venta de pasteles del Día de la Comunidad para recaudar fondos para una nueva aula de informática. Luego presentó a la presidenta de la promoción, que dio un discurso. No sé lo que hacen los presidentes de promoción, pero la chica dio un discurso muy bueno.
Entonces llegó el momento de que los cinco alumnos más destacados hicieran su discurso. Esa es la tradición del instituto. Mi hermana era la segunda de su clase, así que dio el cuarto discurso. El mejor estudiante va siempre al final. Entonces, el director Small y el subdirector, que Patrick jura que es gay, entregaron los diplomas.
Los primeros tres discursos fueron muy parecidos. Todos citaban canciones pop que tenían algo que ver con el futuro. Y durante los discursos, me fijé en las manos de mi madre. Las apretaba cada vez con más fuerza.
Cuando anunciaron el nombre de mi hermana, mi madre estalló en un aplauso. Fue realmente fantástico ver a mi hermana subir al estrado, porque mi hermano fue algo así como el número 223 de su promoción y, por consiguiente, no llegó a dar un discurso. Y quizá no sea objetivo, pero cuando mi hermana citó una canción pop y habló del futuro, sonó genial. Le eché una mirada a mi hermano, y él me la echó a mí. Y los dos sonreímos. Entonces, miramos a mi madre, y estaba hundida en un silencioso mar de lágrimas, así que mi hermano y yo le agarramos una mano cada uno. Nos miró y sonrió y lloró con más ganas. Entonces, ambos apoyamos la cabeza en sus hombros, como un abrazo lateral, lo que le hizo llorar todavía más. O quizá hicimos que llorara todavía más. No estoy seguro. Pero nos dio un pequeño apretón en las manos y dijo «mis niños», muy suavemente, y volvió a llorar. Quiero tanto a mi madre… No me importa si es cursi decirlo. Creo que en mi próximo cumpleaños voy a comprarle un regalo. Creo que esa debería ser la tradición. El hijo recibe regalos de todo el mundo y él compra uno para su madre, ya que ella también estuvo allí. Creo que sería bonito.
Cuando mi hermana terminó su discurso, todos aplaudimos y gritamos, pero nadie aplaudió ni gritó más fuerte que mi abuelo. Nadie.
No recuerdo lo que dijo el mejor de la promoción, salvo que citó a Henry David Thoreau en vez de una canción pop.
Entonces, el director Small se puso de pie en el estrado y pidió a todos que se abstuvieran de aplaudir hasta que se hubieran leído todos los nombres y entregado todos los diplomas. Debería mencionar que esto tampoco funcionó el año pasado.
Así que vi a mi hermana recoger su diploma y a mi madre llorar otra vez. Y luego vi a Mary Elizabeth. Y a Alice. Y a Patrick. Y a Sam. Fue un día genial. Incluso cuando vi a Brad. No me molestó.
Todos nos encontramos con mi hermana en el aparcamiento, y el primero que la abrazó fue mi abuelo. Es un hombre muy orgulloso a su manera. Todos dijeron cuánto les había gustado el discurso de mi hermana, incluso si no era cierto. Entonces, vimos a mi padre atravesar el aparcamiento llevando triunfalmente la videocámara por encima de su cabeza. No creo que nadie le diera un abrazo más largo a mi hermana que mi padre. Yo miré alrededor buscando a Sam y Patrick, pero no pude encontrarlos por ninguna parte.
En el camino de vuelta a casa para la fiesta, mis primos de Ohio encendieron otro porro. Esta vez, le di un tiro, pero me siguieron llamando gallina. No sé por qué. A lo mejor es que los primos de Ohio es lo que hacen. Eso y contar chistes.
—¿Qué tiene treinta y dos piernas y un diente?
—¿Qué? —preguntamos todos.
—Una cola del paro en el oeste de Virginia.
Cosas así.
Cuando llegamos a casa, mis primos de Ohio fueron directos a por las bebidas, porque las graduaciones parecen ser la única ocasión en la que todos pueden beber. Por lo menos así fue el año pasado y este. Me pregunto cómo será mi graduación. Parece que queda muy lejos.
Bueno, mi hermana pasó la primera hora de la fiesta abriendo todos los regalos, y su sonrisa crecía con cada cheque, jersey o billete de cincuenta dólares. Nadie es rico en nuestra familia, pero parece que todo el mundo ahorra lo bastante para este tipo de eventos, y todos fingimos ser ricos por un día.
Los únicos que no le dimos a mi hermana dinero o un jersey fuimos mi hermano y yo. Mi hermano le prometió llevarla un día a comprar cosas para cuando se vaya a la universidad, como jabón, que pagaría él, y yo le compré una casita de piedra tallada a mano y pintada en Inglaterra. Le dije que quería regalarle algo que hiciera que se sintiera como en casa incluso después de irse. Mi hermana me dio un beso en la mejilla por el detalle.
Pero lo mejor de la fiesta fue cuando mi madre se acercó a mí y me dijo que tenía una llamada. Fui al teléfono.
—¿Diga?
—¿Charlie?
—¡Sam!
—¿Cuándo vas a venir? —preguntó.
—¡Ahora! —dije.
Entonces, mi padre, que se estaba bebiendo un whisky sour, gruñó:
—Tú no vas a ir a ningún sitio hasta que tus familiares se vayan. ¿Me oyes?
—Esto… Sam… tengo que esperar hasta que mis familiares se vayan —dije.
—Vale… Estaremos aquí hasta las siete. Después te llamaré desde dondequiera que estemos —Sam sonaba verdaderamente feliz.
—Vale, Sam. ¡Enhorabuena!
—Gracias, Charlie. Adiós.
—Adiós.
Colgué el teléfono.
Te lo juro, creí que mis familiares no se iban a ir nunca. Cada anécdota que contaban. Cada rollito de salchicha que se comían. Cada fotografía que miraban, y cada vez que oía decir «cuando eras así de alto» con el gesto correspondiente, era como si el reloj se parara. No es que me molestaran las anécdotas, porque no era así. Y los rollitos de salchicha la verdad es que estaban muy buenos. Pero quería ver a Sam.
Alrededor de las 21:30 todos estaban saciados y sobrios. A las 21:45 se acabaron los abrazos. A las 21:50 la puerta de la casa estaba ya despejada de coches. Mi padre me dio veinte dólares y las llaves de su Oldsmobile, diciendo:
—Gracias por quedarte. Significaba mucho para mí y para la familia.
Estaba achispado, pero lo decía de verdad. Sam me había dicho que iba a una discoteca del centro. Así que cargué en el maletero los regalos para todos, me monté en el coche y me alejé conduciendo.
El túnel que lleva al centro de la ciudad tiene algo especial. De noche, es magnífico. Simplemente magnífico. Empiezas a un lado de la montaña, y está oscuro, y la radio está a todo volumen. Al entrar en el túnel, el viento desaparece y las luces del techo te hacen entornar los ojos. Cuando te adaptas a las luces, puedes ver a lo lejos el otro lado mientras el sonido de la radio se atenúa hasta desparecer porque las ondas no llegan hasta allí. Entonces, estás en medio del túnel, y todo se transforma en un sueño tranquilo. Aunque ves cómo se acerca la salida, parece que tardas muchísimo en llegar. Y por fin, cuando ya pensabas que nunca llegarías, ves la salida justo delante de ti. Y la radio vuelve con más potencia de la que recordabas. Y el viento te está esperando. Y sales volando del túnel para llegar al puente. Y ahí está. La ciudad. Un millón de luces y edificios y todo parece tan emocionante como la primera vez que la viste. Es verdaderamente una gran entrada en escena.
Después de pasar alrededor de media hora dando vueltas por la discoteca, por fin vi a Mary Elizabeth con Peter. Ambos estaban bebiendo whisky sour, que Peter había comprado porque es mayor y le habían sellado la mano. Le di la enhorabuena a Mary Elizabeth y le pregunté dónde estaba todo el mundo. Me dijo que Alice se estaba colocando en el baño de chicas, y que Sam y Patrick estaban bailando en la pista. Dijo que me sentara hasta que volvieran, porque no sabía exactamente dónde estaban. Así que me senté y escuché a Peter discutir con Mary Elizabeth sobre los candidatos demócratas. De nuevo, me pareció que el reloj se paraba. Necesitaba tanto ver a Sam…
Después de tres canciones más o menos, Sam y Patrick volvieron, completamente bañados de sudor.
—¡Charlie!
Me levanté, y nos abrazamos todos como si no nos hubiéramos visto en meses. Teniendo en cuenta todo lo que había pasado, supongo que es normal. Después de soltarnos, Patrick se tiró sobre Peter y Mary Elizabeth como si fueran un sofá. Luego le quitó a Mary Elizabeth el whisky de la mano y se lo bebió.
—¡Eh, imbécil! —fue su respuesta.
Creo que estaba borracho, aunque no ha estado bebiendo últimamente, pero Patrick hace también ese tipo de cosas sobrio, así que nunca se sabe.
Entonces fue cuando Sam me agarró la mano.
—¡Me encanta esta canción!
Me llevó a la pista de baile. Y empezó a bailar. Y empecé a bailar. Era una canción rápida, así que no lo hice muy bien, pero no pareció importarle. Solo bailábamos, y eso era suficiente. La canción terminó, y luego vino una lenta. Me miró. Yo la miré. Entonces, me tomó de las manos y me atrajo hacia sí para bailar lento. Tampoco sé muy bien cómo bailar una lenta, pero sí sé balancearme.
Su susurro olía a zumo de arándanos y vodka.
—Te he estado buscando hoy en el aparcamiento.
Deseé que el mío todavía oliera a pasta de dientes.
—Yo también te he estado buscando a ti.
Después nos quedamos callados durante el resto de la canción. Me agarró un poco más fuerte. Yo la agarré un poco más fuerte a ella. Y seguimos bailando. Fue el único momento en todo el día en el que realmente quise que el reloj se parara. Y estar así durante mucho tiempo.
Después de la discoteca, volvimos al apartamento de Peter, y le entregué a todos sus regalos de graduación. Le di a Alice un libro de cine sobre La noche de los muertos vivientes, que le gustó, y le di a Mary Elizabeth una cinta de Mi vida como un perro con subtítulos, que le encantó.
Luego, le di a Patrick y a Sam sus regalos. Hasta los había envuelto de forma especial. Había utilizado la sección de tiras cómicas del dominical, porque es a color. Patrick destrozó el papel para abrir el suyo. Sam no lo rompió. Solo despegó la cinta adhesiva. Y ambos miraron lo que había en el interior de cada caja.
Le había regalado a Patrick En el camino, El almuerzo desnudo, El extranjero, A este lado del paraíso, Peter Pan y Una paz solo nuestra.
Le había regalado a Sam Matar un ruiseñor, El guardián entre el centeno, El Gran Gatsby, Hamlet, Walden y El manantial.
Debajo de los libros había una tarjeta que escribí utilizando la máquina que me compró Sam. Las tarjetas decían que aquellos eran mis ejemplares de todos mis libros favoritos y que quería que Sam y Patrick los tuvieran porque eran mis dos personas favoritas del mundo entero.
Cuando ambos levantaron la vista de la lectura, se quedaron callados. Nadie sonrió ni lloró ni hizo nada. Nos quedamos sencillamente allí, con el alma al descubierto, mirándonos mutuamente. Sabían que decía en serio lo que había escrito en las tarjetas. Y yo sabía que significaba mucho para ellos.
—¿Qué dicen las tarjetas? —preguntó Mary Elizabeth.
—¿Te importa, Charlie? —preguntó Patrick.
Negué con la cabeza, y ambos leyeron sus tarjetas mientras iba a llenar mi taza de café con vino tinto.
Cuando volví, todos me miraron, y les dije:
—Os voy a echar mucho de menos. Espero que os lo paséis fenomenal en la universidad.
Y, después, empecé a llorar porque de repente me di cuenta de que se iban a ir todos. Creo que Peter piensa que soy un poco raro. Entonces, Sam se levantó y me llevó a la cocina, diciéndome por el camino que todo estaba «bien». Cuando llegamos a la cocina, ya me había calmado un poco.
Sam dijo:
—¿Sabes que me voy dentro de una semana, Charlie?
—Sí. Lo sé.
—No empieces a llorar otra vez.
—Vale.
—Quiero que me escuches.
—Vale.
—Me da mucho miedo estar sola en la universidad.
—¿De verdad? —pregunté. Nunca me lo había planteado.
—Igual que tú tienes miedo de estar solo aquí.
—Ajá —asentí.
—Así que te propongo un trato. Cuando me agobien demasiado las cosas en la universidad, te llamaré, y tú me llamarás cuando te agobien demasiado las cosas aquí.
—¿Podemos escribirnos cartas?
—Claro que sí —dijo.
Entonces me eché a llorar otra vez. A veces soy una auténtica montaña rusa. Pero Sam tuvo paciencia.
—Charlie, voy a volver al final del verano, pero antes de pensar en eso, vamos a disfrutar nuestra última semana juntos. Todos nosotros. ¿Vale?
Asentí y me tranquilicé.
Pasamos el resto de la noche bebiendo y escuchando música como siempre, pero esta vez era en casa de Peter, y fue mejor que en la de Craig, la verdad, porque la colección de discos de Peter es mejor. Fue cerca de la una de la madrugada cuando se me ocurrió de repente.
—¡Oh, Dios mío! —dije.
—¿Qué pasa, Charlie?
—¡Mañana tengo clase!
No creo que pudiera haberles hecho reír más fuerte.
Peter me llevó a la cocina para hacer café y así despejarme para conducir a casa. Me tomé alrededor de ocho tazas seguidas y estuve listo para conducir en unos veinte minutos. El problema fue que, cuando llegué a casa, estaba tan despierto por el café que no me pude dormir. Para cuando llegué al instituto, estaba que me moría. Afortunadamente habían terminado los exámenes, y lo único que hicimos en todo el día fue ver documentales educativos. Creo que nunca he dormido mejor. Me alegré, también, porque el instituto es muy solitario sin ellos.
Hoy ha sido distinto porque no he dormido y no conseguí ver a Sam ni a Patrick anoche porque tuvieron una cena especial con sus padres. Y mi hermano tenía una cita con una de las chicas «atractivas» de la ceremonia de graduación. Mi hermana estaba ocupada con su novio. Y mis padres estaban todavía cansados de la fiesta de graduación.
Hoy, prácticamente casi todos los profesores han dejado que los alumnos estemos sin hacer nada y charlemos después de entregar nuestros libros de texto. Sinceramente, no conocía a nadie, excepto quizá a Susan, pero después de aquella vez en el pasillo, me ha estado evitando más que nunca. Así que la verdad es que no hablé. La única clase que estuvo bien fue la de Bill porque tuve la oportunidad de hablar con él. Fue difícil despedirme de él cuando terminó la clase, pero dijo que no era una despedida. Podía llamarlo cada vez que quisiera durante el verano si quería hablar o pedirle libros, y eso hizo que me sintiera un poco mejor.
Un chico con los dientes torcidos llamado Leonard me llamó «pelota» en el pasillo después de la clase de Bill, pero me dio igual porque creo que no había entendido nada.
Me comí el almuerzo fuera, sentado en un banco donde todos solíamos fumar. Después me comí un bollo de chocolate y encendí un cigarrillo como deseando que alguien me pidiera uno, pero nadie lo hizo.
Cuando terminó la última clase, todo el mundo estaba celebrándolo y haciendo planes para el verano. Y todo el mundo vaciaba sus taquillas tirando trabajos viejos y notas y libros al suelo del pasillo. Cuando llegué a mi taquilla, vi al chico flacucho que había tenido la taquilla contigua a la mía durante todo el año. Nunca había hablado realmente con él.
Me aclaré la garganta y dije:
—Hola. Soy Charlie.
Lo único que dijo fue:
—Lo sé.
Después, cerró la puerta de su taquilla y se alejó.
Así que abrí mi taquilla, puse todos los trabajos viejos y las cosas en mi mochila, y caminé por el pasillo sobre los desechos de libros y trabajos y notas hasta salir al aparcamiento. Entonces me monté en el autobús. Y entonces te escribí esta carta.
La verdad es que me alegro de que el curso haya terminado. Quiero pasar mucho tiempo con todos antes de que se vayan. Sobre todo con Sam.
Por cierto, he acabado sacando todo sobresalientes en el curso entero. Mi madre estaba muy orgullosa y ha puesto mis notas en la nevera.
Con mucho cariño,
Charlie