29 de Abril, 1992

29 de Abril, 1992

Querido amigo,

Me gustaría poder contarte que todo está mejorando, pero desafortunadamente no es así. Es difícil, además, porque hemos empezado las clases otra vez, y ya no puedo ir a los sitios a los que iba. Y ya no puede volver a ser como antes. Y todavía no estaba preparado para decir adiós.

Si te soy sincero, he estado evitándolo todo.

Deambulo por los pasillos del instituto y miro a la gente. Miro a los profesores y me pregunto por qué están aquí. Si les gustará su trabajo. O nosotros. Y me pregunto cómo eran de listos cuando tenían quince años. No con maldad, sino por curiosidad. Es como mirar a los estudiantes y preguntarse a quién le habrán roto el corazón ese día, y cómo puede arreglárselas además con tres exámenes y una redacción. O preguntarse quién fue el que le rompió el corazón. Y preguntarse por qué. Sobre todo porque sé que si fuera a otro instituto, aquel a quien han roto el corazón lo tendría roto por otra persona, así que, ¿por qué nos lo tomamos todo de manera tan personal? Y si yo fuera a otro instituto, nunca habría conocido a Sam ni a Patrick ni a Mary Elizabeth ni a nadie aparte de mi familia.

Te puedo contar algo que ha pasado. Estaba en el centro comercial, porque es allí donde voy últimamente. Durante las últimas dos semanas, he estado yendo cada día, intentando averiguar por qué la gente va allí. Es una especie de proyecto personal.

Había un niño pequeño. Tendría unos cuatro años. No estoy seguro. Estaba llorando muchísimo, y no paraba de llamar a su madre. Debía de haberse perdido. Entonces, vi a un chico que podría tener diecisiete años. Irá a otro instituto, porque no lo había visto antes. En cualquier caso, este chico con pinta de tipo duro, chupa de cuero, pelo largo y todo, se acercó al niño pequeño y le preguntó cómo se llamaba. El niño pequeño respondió y dejó de llorar.

Entonces, el chico se alejó con el niño pequeño.

Un minuto después, oí que el altavoz le decía a la madre que su hijo estaba en el mostrador de información. Así que fui al mostrador de información para ver lo que iba a pasar.

Supongo que la madre llevaba mucho tiempo buscando al niño pequeño, porque vino corriendo al mostrador, y cuando lo vio se echó a llorar. Lo abrazó con fuerza y le dijo que no volviera a escaparse de nuevo. Entonces, le dio las gracias al chico que los había ayudado, y este lo único que dijo fue:

—La próxima vez vigílelo mejor, joder.

Y después se alejó.

El hombre de bigote que había detrás del mostrador de información se quedó boquiabierto. La madre igual. El niño pequeño se limpió los mocos, levantó la vista hacia su mamá y dijo:

—Patatas fritas.

La madre bajó la mirada hacia el niño y asintió, y ambos se marcharon. Así que los seguí. Fueron al lugar donde están los puestos de comida y compraron patatas fritas. El niño pequeño sonrió y se puso perdido de kétchup. Y la madre seguía enjugándose las lágrimas entre calada y calada de su cigarrillo.

Yo no paraba de mirar a la madre, intentando imaginar su aspecto cuando era joven. Si estaría casada. Si su hijo habría si­do fruto de un accidente o planificado. Y si aquello cambiaba algo.

Vi a otras personas allí. Viejos sentados a solas. Chicas jóvenes con sombra de ojos azul y mandíbulas extrañas. Niños pequeños que parecían cansados. Padres con abrigos buenos que parecían todavía más cansados. Chicos trabajando detrás de los mostradores de los puestos de comida que parecían haber perdido las ganas de vivir hacía horas. Las cajas registradoras seguían abriéndose y cerrándose. La gente seguía dando dinero y recogiendo su cambio. Y todo me resultó muy inquietante.

Así que decidí buscar otro sitio adonde ir y descubrir por qué la gente va allí. Desafortunadamente, no hay muchos sitios así. No sé durante cuánto tiempo puedo seguir tirando sin un amigo. Antes podía hacerlo fácilmente, pero eso era antes de saber cómo era tener un amigo. A veces es mucho más fácil no saber las cosas y que tomar patatas fritas con tu madre sea suficiente para ti.

La única persona con la que he hablado realmente durante las últimas dos semanas ha sido Susan, la chica que solía salir a «dar una vuelta» con Michael en el colegio cuando llevaba braquets. La vi en el pasillo, rodeada de un grupo de chicos desconocidos. Estaban todos riéndose y contando chistes verdes, y Susan se esforzaba por reírse con ellos. Cuando vio que me acercaba al grupo, se puso «lívida». Fue casi como si no quisiera acordarse de cómo era doce meses atrás, y desde luego que no quería que los chicos supieran que me conocía y que antes era mi amiga. El grupo entero se quedó en silencio y clavó los ojos en mí, pero yo ni me fijé en ellos. Solo miré a Susan, y lo único que dije fue:

—¿Lo echas de menos alguna vez?

No lo dije con maldad o acusadoramente. Solo quería saber si alguien más se acordaba de Michael. Si te soy sincero, estaba muy fumado, y no podía quitarme la pregunta de la cabeza.

Susan se quedó desconcertada. No sabía qué hacer. Aquellas eran las primeras palabras que habíamos cruzado desde el final del curso pasado. Supongo que no fue justo por mi parte preguntárselo en medio de un grupo como ese, pero nunca la he vuelto a encontrar a solas, y realmente necesitaba saberlo.

Al principio, pensé que su cara de pasmo era resultado de la sorpresa, pero al no desaparecer durante un rato largo, supe que no. De pronto caí en la cuenta de que si Michael siguiera todavía por aquí, Susan probablemente ya no «saldría» con él. No porque sea una mala persona o superficial o cruel, sino porque las cosas cambian. Y los amigos se van. Y la vida no se detiene por nadie.

—Siento haberte molestado, Susan. Es que estoy pasando una mala racha. Eso es todo. Tú pásatelo bien —dije y me alejé.

—Dios, ese tío es un jodido friqui —oí que susurraba uno de los chicos cuando iba por la mitad del pasillo. Lo dijo más como el que constata un hecho que para herir, y Susan no lo rebatió. Ni siquiera sé si yo mismo lo hubiera rebatido estos días.

Con mucho cariño,

Charlie