18 de Abril, 1992

18 de Abril, 1992

Querido amigo,

He armado un lío tremendo. De verdad. Me siento fatal. Patrick dijo que lo mejor que podía hacer era alejarme durante unos días.

Todo empezó el lunes pasado. Mary Elizabeth vino al instituto con un libro de poemas de un famoso poeta llamado E. E. Cummings. La razón de que trajera ese libro era que había visto una película que hablaba de un poema que compara las manos de una mujer con flores y lluvia. Le pareció que era tan bonito que salió de casa y compró el libro. Lo ha leído un montón de veces desde entonces, y dijo que quería que yo tuviera mi propio ejemplar. No el ejemplar que ella había comprado, sino uno nuevo.

Durante todo el día me estuvo pidiendo que le enseñara a todo el mundo el libro.

Sé que debería haber estado agradecido porque fue un detalle. Pero no me sentía agradecido. No me sentía agradecido en absoluto. No me malinterpretes. Fingí que lo estaba. Pero no lo estaba. Si te soy sincero, me estaba empezando a enfadar. Quizá si me hubiera dado el ejemplar que se había comprado para ella, habría sido distinto. O quizá si solo me hubiera escrito a mano el poema que le gusta sobre la lluvia en un papel bonito. Y, desde luego, si no me hubiera hecho enseñarle el libro a todos nuestros conocidos.

Tal vez debería haber sido sincero entonces, pero no me pareció el momento apropiado.

Cuando salí del instituto ese día, no volví a casa porque de verdad que no podía hablar con ella por teléfono, y mi madre no tiene demasiada habilidad mintiendo en este tipo de cosas. Así que, en su lugar, fui caminando hacia la zona donde están todas las tiendas y videoclubs. Fui directamente a la librería. Y cuando la señora detrás del mostrador me preguntó si necesitaba ayuda, abrí la bolsa y devolví el libro que Mary Elizabeth me había comprado. No hice nada con el dinero. Solo me lo guardé en el bolsillo.

Mientras volvía andando a casa, no podía dejar de pensar en lo horrible que era lo que acababa de hacer, y empecé a llorar. Cuando llegué a la puerta principal, estaba llorando tanto que mi hermana dejó de ver la televisión para hablar conmigo. Después de contarle lo que había hecho, me llevó en coche de vuelta a la librería porque yo no estaba en condiciones para conducir, y recuperé el libro, con lo que me sentí un poco mejor.

Cuando Mary Elizabeth me preguntó por teléfono aquella noche dónde había estado todo el día, le dije que había ido a la librería con mi hermana. Y cuando me preguntó si le había comprado algo bonito, dije que sí. Ni siquiera se me ocurrió que lo estuviera preguntando en serio, pero dije que sí de todas formas. Tan mal me sentía por haber intentado devolver su libro. Pasé la siguiente hora al teléfono escuchando su charla sobre el libro. Después, nos dimos las buenas noches. Después, bajé las escaleras para preguntarle a mi hermana si podía llevarme de nuevo a la librería para poder comprarle a Mary Elizabeth algo bonito. Mi hermana me dijo que condujera yo mismo. Y que debería empezar a ser sincero con Mary Elizabeth sobre mis sentimientos. Quizá debiera haberlo hecho entonces, pero no me parecía el momento apropiado.

Al día siguiente, en el instituto, le di a Mary Elizabeth el regalo que fui a comprar en coche. Era un ejemplar nuevo de Matar un ruiseñor. Lo primero que dijo Mary Elizabeth fue:

—Qué original.

Me tuve que recordar a mí mismo que no lo decía con maldad. No se estaba burlando de mí. No estaba comparando. O criticando. Y en realidad, no lo hacía. Créeme. Así que le conté que Bill me suele dar libros especiales para leer fuera de clase y que Matar un ruiseñor fue el primero. Y lo especial que era para mí. Entonces dijo:

—Gracias. Qué mono.

Pero entonces empezó a explicarme que se lo había leído tres años antes y que pensaba que estaba «sobrevalorado» y que lo habían convertido en una película en blanco y negro con actores famosos como Gregory Peck y Robert Duvall, y que ganó un premio de la Academia por el guion. Yo me tragué mis sentimientos después de aquello.

Salí del instituto, di un paseo y no volví a casa hasta la una de la madrugada. Cuando le expliqué a mi padre por qué, me dijo que me portara como un hombre.

Al día siguiente en el instituto, cuando Mary Elizabeth me preguntó dónde había estado el día anterior, le dije que había comprado un paquete de cigarrillos, ido al Big Boy y pasado el resto del día leyendo el libro de E. E. Cummings y comiendo sándwiches dobles. Sabía que no me arriesgaba diciendo eso porque ella nunca me haría preguntas sobre el libro. Y tenía razón. Después de haberse despachado sobre el tema la otra vez, no creo que necesite leerlo por mí mismo jamás. Ni aunque quisiera.

Estoy seguro de que debería haberme sincerado entonces, pero si te digo la verdad, me estaba enfureciendo tanto como cuando hacía deporte, y aquello empezaba a asustarme.

Afortunadamente, las vacaciones de Semana Santa empezaron el viernes, y relajaron un poco las cosas. Bill me dio Ham­let para leer durante las fiestas. Dijo que necesitaría tener tiempo libre para concentrarme de verdad en la obra. Supongo que no tengo que decirte quién la escribió. El único consejo que me dio fue que pensara en el protagonista desde el punto de vista de otros protagonistas de libros que he leído hasta ahora. Me dijo que no perdiera el tiempo pensando en «lo barroco del lenguaje».

Bueno, ayer, Viernes Santo, tuvimos un espectáculo especial de The Rocky Horror Picture Show. Lo que lo hizo especial fue el hecho de que todo el mundo sabía que empezaban las vacaciones de Semana Santa, y un montón de chicos llevaban todavía los trajes y vestidos de misa. Me recordó los Miércoles de Ceniza del colegio, cuando los niños llegaban con huellas en la frente. Siempre le daba un toque de emoción.

Después del espectáculo, Craig nos invitó a todos a su apartamento para beber vino y escuchar el Álbum Blanco. Después de que terminara el disco, Patrick sugirió que jugáramos todos a Verdado Atrevimiento, un juego que le encanta cuando tiene «el puntillo».

¿Adivinas quién escogió atrevimiento a verdad durante toda la noche? Yo. No quería decirle la verdad a Mary Elizabeth a causa de un juego.

Salió bastante bien durante gran parte de la noche. Las pruebas eran cosas como «bebe una cerveza del tirón». Pero entonces, Patrick me lo puso difícil. Ni siquiera creo que supiera lo que estaba haciendo, aunque lo hizo de todas formas.

—Besa en los labios a la chica más guapa de la habitación.

Fue entonces cuando decidí ser sincero. Echando la vista atrás, probablemente no podría haber elegido un momento peor.

Se hizo el silencio en cuanto me levanté (ya que Mary Elizabeth estaba sentada justo a mi lado). Para cuando me hube arrodillado delante de Sam y la besé, el silencio era ya insoportable. No fue un beso romántico. Fue amistoso, como cuando hice de Rocky y ella de Janet. Pero daba igual.

Podría decir que fueron el vino o la cerveza que me tuve que beber del tirón. También podría decir que se me había olvidado el momento en que Mary Elizabeth me preguntó si me parecía guapa. Pero estaría mintiendo. Lo cierto es que, cuando Patrick me retó, supe que si besaba a Mary Elizabeth les estaría mintiendo a todos. Incluyendo a Sam. Incluyendo a Patrick. Incluyendo a Mary Elizabeth. Y ya no podía seguir haciéndolo. Ni siquiera como parte de un juego.

Después del silencio, Patrick hizo lo que pudo para salvar la noche. Lo primero que dijo fue:

—Vaya, ¡menuda situación!

Pero no funcionó. Mary Elizabeth salió precipitadamente de la habitación y entró en el baño. Patrick me dijo luego que no quería que nadie la viese llorar. Sam la siguió, pero antes de abandonar del todo la habitación, se volvió hacia mí y dijo con tono serio y sombrío:

—¿A ti qué coño te pasa?

Fue la expresión de su cara al decirlo. Y cuánto lo sentía. Hizo que, de pronto, todo pareciera tal y como realmente era. Me sentí fatal. Sencillamente fatal. Patrick se levantó inmediatamente y me sacó del apartamento de Craig. Fuimos a la calle, y lo único de lo que fui consciente fue del frío. Dije que debería volver y disculparme. Patrick dijo:

—No. Yo recogeré nuestros abrigos. Quédate aquí.

Cuando Patrick me dejó fuera, empecé a llorar. Era un llanto real y de pánico, y no podía pararlo. Cuando Patrick volvió, dije, llorando a mares:

—En serio creo que debería disculparme.

Patrick negó con la cabeza.

—Créeme. No es buena idea volver ahí dentro.

Entonces sacudió las llaves del coche delante de mi cara y dijo:

—Vamos. Te llevaré a casa.

En el coche, le conté a Patrick todo lo que había estado pasando. Sobre el disco. Y el libro. Y Matar un ruiseñor. Y cómo Mary Elizabeth nunca me hacía preguntas. Y lo único que dijo Patrick fue:

—Qué pena que no seas gay —aquello me hizo parar un poco de llorar—. Aunque pensándolo bien, si fueras gay, nunca saldría contigo. Eres un desastre —aquello me hizo reír un poco—. Y yo que pensaba que Brad estaba pirado. ¡Dios mío!

Aquello me hizo reír mucho más. Entonces puso la radio y me llevó de vuelta a casa a través de los túneles. Cuando me dejó en casa, Patrick me dijo que lo mejor que podía hacer era mantenerme alejado unos días. Creo que ya te lo he dicho. Dijo que, cuando supiera algo más, me llamaría.

—Gracias, Patrick.

—No hay de qué.

Y entonces dije:

—¿Sabes, Patrick? Si fuera gay, querría salir contigo.

No sé por qué lo dije, pero me pareció que tenía que hacerlo.

Patrick se limitó a sonreír haciéndose el chulo y dijo:

—Faltaría más.

Después arrancó el coche y se fue a toda pastilla.

Cuando me tumbé en la cama esa noche puse el disco de Billie Holiday y empecé a leer el libro de poemas de E. E. Cummings. Después de leer el poema que compara las manos de la mujer con flores y lluvia, dejé el libro y fui a la ventana. Miré fijamente mi reflejo y los árboles detrás de él durante un rato largo. Sin pensar en nada. Sin sentir nada. Sin oír el disco. Durante horas.

Es verdad que me está pasando algo. Y no sé lo que es.

Con mucho cariño,

Charlie