25 de Diciembre, 1991
Querido amigo,
Estoy sentado en el antiguo dormitorio de mi padre en Ohio. Mi familia todavía está en el piso de abajo. No me siento demasiado bien. No sé qué me pasa, pero estoy empezando a asustarme. Ojalá volviéramos a casa esta noche, pero siempre nos quedamos a dormir aquí. No quiero decírselo a mi madre porque solo conseguiría preocuparla. Se lo contaría a Sam y Patrick, pero no me llamaron ayer. Y esta mañana nos fuimos de casa después de abrir los regalos. Quizá llamaran por la tarde. Espero que no lo hicieran, porque no estaba allí. Espero que no te importe que te lo esté contando. Es que no sé qué otra cosa hacer. Siempre me pongo triste cuando me pasa esto, y deseo que Michael estuviera aquí. Y deseo que mi tía Helen estuviera aquí. Echo de menos a mi tía Helen cuando estoy así. Leer tampoco está sirviendo de ayuda. No sé. Estoy pensando demasiado rápido. Rapidísimo. Como anoche.
Estuvimos viendo en familia ¡Qué bello es vivir!, que es una película muy bonita. Y en lo único que podía pensar era en que la película debería ir sobre el tío Billy. George Bailey fue un hombre importante en su pueblo. Gracias a él, un montón de gente consiguió salir de los barrios pobres. Salvó el pueblo y, cuando su padre murió, fue el único que pudo hacerse cargo de todo. Quería vivir una aventura, pero se quedó allí y sacrificó sus sueños por el bien de la comunidad. Y, entonces, cuando aquello lo entristeció, fue a suicidarse. Iba a morir porque el dinero de su seguro de vida habría ayudado a su familia. Y entonces un ángel bajó del cielo y le enseñó cómo sería la vida si él no hubiera nacido. Cómo habría sufrido todo el pueblo. Y cómo su mujer se habría convertido en una «solterona». Y, este año, mi hermana ni siquiera abrió la boca sobre lo pasado de moda que ha quedado eso. Un año sí y otro no hace un comentario sobre cómo Mary se ganaba la vida trabajando y que solo por el hecho de no haberse casado no significa que su vida no haya merecido la pena. Pero este año no dijo nada. No sé por qué. Pensé que podía tener algo que ver con su novio secreto. O quizá con lo que ocurrió en el coche de camino a la casa de la abuela. Yo hubiera querido que la película tratara sobre el tío Billy porque bebe mucho y es gordo y perdió todo su dinero. Quería que el ángel bajara del cielo y nos enseñara que la vida del tío Billy tenía sentido. Creí que me haría sentir mejor.
Todo empezó ayer en casa. No me gusta mi cumpleaños. No me gusta nada. Fui de compras con mi madre y mi hermana, y mi madre estaba de mal humor por las plazas de aparcamiento. Y mi hermana estaba de mal humor porque no podía comprarle un regalo a su novio secreto a escondidas de mamá y tendría que volver por su cuenta más tarde. Y yo me sentía raro. Muy raro, porque mientras dábamos vueltas por todas las tiendas, no sabía qué regalo querría mi padre que yo le hiciera. Sabía qué comprarle o regalarle a Sam y Patrick, pero no sabía qué podía comprarle o regalarle o hacerle a mi propio padre. A mi hermano le gustan los pósteres de chicas y de latas de cerveza. A mi hermana le gustan los vales para un corte de pelo. A mi madre las películas antiguas y las plantas. A mi padre solo le gusta el golf, y no es un deporte de invierno excepto en Florida, y no vivimos allí. Y ya no juega al béisbol. No le gusta ni siquiera que se lo recuerden, salvo si se pone a contar anécdotas. Yo quería saber qué comprarle a mi padre porque lo quiero. Y no lo conozco. Y a él no le gusta hablar de estas cosas.
—Bueno, ¿por qué no te juntas con tu hermana y le compráis ese jersey?
—No quiero. Quiero comprarle algo por mi cuenta. ¿Qué tipo de música le gusta?
Mi padre ya no escucha demasiada música y todo lo que le gusta lo tiene.
—¿Qué tipo de libros le gusta leer?
Mi padre ya no lee casi libros porque los escucha grabados en casetes de camino al trabajo, y los consigue gratis de la biblioteca.
¿Qué tipo de películas? ¿Qué tipo de cosa?
Mi hermana decidió comprar el jersey por su cuenta. Y se empezó a enfadar conmigo porque necesitaba tiempo para volver a la tienda y comprar el regalo para su novio secreto.
—Cómprale unas pelotas de golf y ya está, Charlie, por Dios.
—Pero es un deporte de verano.
—Mamá… ¿Puedes obligarlo a comprar algo?
—Charlie. Cálmate. No pasa nada.
Me sentía tan triste… No sabía lo que estaba pasando. Mi madre intentaba ser muy dulce porque cuando me pongo así es ella la que se esfuerza verdaderamente para que nadie pierda los estribos.
—Lo siento, mamá.
—No. No lo sientas. Quieres comprarle un buen regalo a tu padre. Es algo positivo.
—¡Mamá! —mi hermana se estaba poniendo furiosa.
Mi madre ni siquiera la miró.
—Charlie, puedes comprarle a tu padre lo que quieras. Sé que le va a encantar. Ahora, cálmate. No pasa nada.
Mi madre me llevó a cuatro tiendas distintas. En cada una de ellas mi hermana se sentó en la silla más cercana a la puerta refunfuñando. Por fin encontré la tienda perfecta. Era de películas. Y encontré un vídeo del último episodio de M.A.S.H. sin los anuncios. Y me sentí mucho mejor. Entonces, empecé a hablarle a mamá de cuando la vimos todos juntos.
—Ya lo sabe, Charlie. Estaba allí, ¿o no te acuerdas? Venga, vámonos.
Mi madre le dijo a mi hermana que no se metiera donde no la llamaban, y escuchó cómo le contaba la historia que ella ya sabía, quitando la parte sobre mi padre llorando porque ese era nuestro pequeño secreto. Mi madre incluso me dijo que cuento muy bien las cosas. Quiero mucho a mi madre. Y esta vez le dije que la quería. Y ella me dijo que ella también me quería. Y todo estuvo bien durante un rato.
Nos sentamos a la mesa para cenar, esperando a que mi padre volviera a casa del aeropuerto con mi hermano. Llegaba ya muy tarde, y mi madre empezó a preocuparse porque afuera estaba nevando mucho. E hizo que mi hermana se quedara en casa porque necesitaba ayuda con la cena. Quería que fuera muy especial, por mi hermano y por mí, porque mi hermano volvía a casa y yo cumplía años. Pero mi hermana solo quería comprarle un regalo a su novio. Estaba de un humor de perros. Se comportaba como esas chicas insoportables de las películas de los ochenta, y mi madre no paraba de decir «jovencita» al terminar cada frase.
Al final, mi padre telefoneó y dijo que, debido a la nieve, el avión de mi hermano iba a llegar con mucho retraso. Yo solo oí la parte de mi madre de la discusión.
—Pero es la cena de cumpleaños de Charlie… No, no espero que hagas nada… ¿lo perdió? Solo estoy preguntando… No he dicho que sea culpa tuya… no… No puedo hacer que no se enfríe… estará seco… ¿qué?… Pero es su favorito… bueno, ¿y qué les voy a dar de comer?… Claro que tienen hambre… ya llegáis una hora tarde… bueno, podrías haber llamado…
No sé cuánto tiempo estuvo mi madre al teléfono porque no pude quedarme en la mesa a escuchar. Me fui a leer a mi habitación. De todas formas, ya se me había pasado el hambre. Solo quería estar en un sitio tranquilo. Después de un rato, mi madre entró en mi cuarto. Dijo que papá había vuelto a llamar y que estarían en casa en treinta minutos. Me preguntó si me pasaba algo, y supe que no se refería a mi hermana, y supe que no se refería a ella y a mi padre peleándose por teléfono porque ese tipo de cosas pasan a veces. Mi madre había notado que llevaba todo el día muy triste y no creía que fuera porque mis amigos se hubieran ido, porque el día anterior parecía estar bien cuando volví de montar en trineo.
—¿Es por tu tía Helen?
Fue su forma de decirlo lo que empezó a emocionarme.
—Por favor, no te hagas esto a ti mismo, Charlie.
Pero sí lo hice. Como hago siempre por mi cumpleaños.
—Lo siento.
Mi madre no me iba a dejar hablar del tema. Sabe que dejo de escuchar y empiezo a respirar muy rápidamente. Me tapó la boca y me enjugó las lágrimas. Me calmé lo bastante para ir al piso de abajo. Y me calmé lo bastante como para alegrarme cuando mi hermano volvió a casa. Y cuando nos tomamos la cena, no estaba demasiado seca. Luego, fuimos afuera a poner luminarias, que consiste en que todos nuestros vecinos llenan de arena bolsas de papel marrón y cubren con ellas las aceras de la calle. Entonces clavamos una vela en la arena de cada bolsa y, cuando las encendemos, la calle se convierte en una especie de «pista de aterrizaje» para Papá Noel. Me encanta poner luminarias todos los años porque es precioso, y una tradición, y me distrae bastante de que sea mi cumpleaños.
Mi familia me hizo unos regalos muy buenos. Mi hermana seguía todavía enfadada conmigo, pero a pesar de todo me regaló un disco de The Smiths. Y mi hermano me dio un póster firmado por el equipo entero de fútbol. Mi padre me regaló algunos discos que mi hermana le dijo que comprara. Y mi madre me regaló libros que a ella le habían encantado cuando era joven. Uno de ellos era El guardián entre el centeno.
Empecé a leer el ejemplar de mi madre por donde había dejado el de Bill. Y no me hizo pensar en mi cumpleaños. Lo único que pensé fue en que pronto me voy a examinar para sacarme el carné de conducir. Era algo bastante bueno en lo que pensar. Y entonces pensé en mis clases de conducir del semestre pasado.
El señor Smith, que es bajito y huele raro, no nos dejaba a ninguno poner la radio mientras conducíamos. Había también dos de segundo año de instituto, un chico y una chica. Solían tocarse las piernas a escondidas en el asiento de atrás cuando era mi turno. Y luego estaba yo. Ojalá tuviera un montón de anécdotas que contar sobre las clases de conducir. Bueno, está lo de esas películas sobre accidentes mortales en la autopista. Y también los oficiales de policía que venían a darnos charlas. Y es verdad que fue divertido conseguir mi permiso de conductor en prácticas, pero mis padres dijeron que no quieren que conduzca hasta que no haya más remedio, por lo caro que es el seguro. Y sería incapaz de pedirle a Sam que me dejara conducir su camioneta. Simplemente, no podría.
Este tipo de cosas hicieron que me tranquilizara la noche de mi cumpleaños.
A la mañana siguiente, la Navidad empezó bien. A papá le gustó un montón su vídeo de M.A.S.H., lo que me hizo mucha ilusión, sobre todo porque contó su propia versión de aquella noche en que la vimos. Omitió la parte de cuando se fue a llorar, pero me guiñó un ojo para que supiera que se acordaba. Incluso el viaje de dos horas hasta Ohio no estuvo nada mal durante la primera media hora, aunque tuviera que sentarme encima del bulto del asiento trasero, porque mi padre no paraba de hacer preguntas sobre la universidad y mi hermano no paraba de hablar. Está saliendo con una de esas animadoras que hacen volteretas en el aire durante los partidos de fútbol. Se llama Kelly. Mi padre estaba muy interesado en el tema. Mi hermana hizo algún comentario sobre lo estúpido y machista que es ser animadora, y mi hermano le dijo que cerrara la boca. Kelly se estaba especializando en Filosofía. Le pregunté a mi hermano si Kelly tenía una belleza poco convencional.
—No, tiene belleza de tía buena.
Y mi hermana empezó a hablar de que el aspecto de una mujer no es lo más importante. Yo estuve de acuerdo con ella, pero entonces mi hermano empezó a decir que mi hermana no era más que una «tortillera con mala leche». Entonces, mi madre le dijo a mi hermano que no utilizara ese vocabulario delante de mí, lo que resultó extraño, teniendo en cuenta que probablemente yo sea el único de la familia que tiene un amigo gay. Quizá no, pero sí soy el que habla de ello. No estoy seguro. Independientemente, mi padre preguntó cómo se habían conocido mi hermano y Kelly.
Mi hermano y Kelly se habían conocido en un restaurante llamado Ye Olde College Inn o algo así, en Penn State. Al parecer, tienen un famoso postre llamado grilled stickies. Bueno, pues Kelly estaba con sus compañeras de hermandad, y estaban a punto de irse, cuando a Kelly se le cayó un libro justo delante de mi hermano y siguió caminando. Mi hermano dijo que aunque Kelly lo niega, está seguro de que dejó caer el libro a propósito. Las hojas de los árboles estaban en todo su esplendor cuando la alcanzó, enfrente de una sala de juegos. Al menos, así nos lo contó. Pasaron el resto de la tarde jugando a videojuegos antiguos como el Donkey Kong y sintiendo nostalgia, descripción que me pareció triste y dulce a la vez. Le pregunté a mi hermano si Kelly bebía chocolate.
—¿Estás colocado?
Y de nuevo mi madre le pidió a mi hermano que no usara ese vocabulario delante de mí, y otra vez resultó extraño, porque creo que soy la única persona de la familia que ha estado colocado alguna vez. Quizá también mi hermano. No estoy seguro. Lo que está claro es que mi hermana no. Aunque pensándolo bien, quizá toda mi familia se haya colocado, pero no le contamos esas cosas a los demás.
Mi hermana pasó los diez minutos siguientes criticando el sistema griego de las hermandades universitarias. Estuvo contando historias de «novatadas» y de chicos que incluso habían muerto. Después contó que había oído que cierta hermandad femenina hacía que las nuevas se pusieran de pie en ropa interior mientras iban enmarcando en círculos su «grasa» con un rotulador de color rojo. Cuando llegó a este punto, mi hermano ya estaba harto de mi hermana.
—¡Gilipolleces!
Todavía no puedo creer que mi hermano dijera eso en el coche y que ni mi padre ni mi madre dijeran nada. Supongo que, como ahora está en la universidad, no pasa nada. A mi hermana le dio igual el taco. Continuó insistiendo:
—No son gilipolleces. Lo he oído.
—¡Cuidado con esa boca, jovencita! —dijo mi padre desde el asiento delantero.
—¿Ah, sí? ¿Dónde lo has oído? —preguntó mi hermano.
—Lo oí en la National Public Radio —dijo mi hermana.
—¡Ay, Dios mío! —mi hermano tiene una risa muy fuerte.
—Pues sí, lo oí.
Mis padres parecía que estaban viendo un partido de tenis a través del parabrisas, porque no paraban de sacudir la cabeza de un lado a otro. No dijeron nada. No volvieron la vista. Debería señalar, sin embargo, que mi padre empezó a subir lentamente el volumen de la música navideña de la radio hasta que fue ensordecedora.
—No dices más que idioteces y mentiras. Además, ¿cómo ibas a saber tú nada, de todas formas? No has estado en la universidad. Kelly no tuvo que pasar por nada parecido.
—Ya, claro… Como que te lo iba a contar.
—Sí… Lo haría. No tenemos secretos.
—Oh, eres un tío tan sensible y moderno…
Quería que dejaran de pelearse porque me estaba empezando a enfadar, así que le hice otra pregunta a mi hermano.
—¿Habláis de libros y de temas intelectuales?
—Gracias por preguntar, Charlie. Sí. La verdad es que sí lo hacemos. El libro favorito de Kelly resulta que es Walden, de Henry David Thoreau. Y resulta que Kelly ha dicho que el movimiento trascendentalista sigue siendo relevante hoy en día.
—Ohhh. Esas son palabras mayores… —mi hermana sabe poner los ojos en blanco mejor que nadie.
—Perdona, ¿alguien hablaba contigo? Estaba hablando con mi hermano pequeño sobre mi novia. Kelly dice que espera que un buen candidato demócrata desafíe a George Bush. Kelly dice que, si eso ocurre, espera que por fin aprueben la reforma educativa. Así es. La reforma educativa de la que siempre estás cacareando. Hasta las animadoras piensan en esas cosas. Y además, son capaces de pasárselo bien mientras tanto.
Mi hermana se cruzó de brazos y empezó a silbar. Pero mi hermano estaba demasiado embalado como para detenerse. Me di cuenta de que el cuello de mi padre se estaba poniendo muy rojo.
—Pero hay otra diferencia entre tú y ella. Ya ves… Kelly cree tanto en los derechos de las mujeres que nunca permitiría que un tío le levantara la mano. Creo que no puedo decir lo mismo de ti.
Juro por Dios que estuvimos a punto de matarnos. Mi padre pisó el freno con tanta fuerza que mi hermano casi salió despedido del asiento. Cuando el olor a quemado de los neumáticos empezó a disiparse, mi padre respiró hondo y se dio la vuelta. Primero se volvió hacia mi hermano. No dijo ni una palabra. Solo lo miró fijamente.
Mi hermano miró a mi padre como si fuera un ciervo que mis primos hubieran acorralado. Después de dos largos segundos, mi hermano se volvió hacia mi hermana. Creo que de verdad lo lamentaba, por cómo le salieron las palabras.
—Lo siento, ¿vale? En serio. Vamos. Para de llorar.
Mi hermana estaba llorando tan desconsoladamente que daba miedo. Entonces mi padre se volvió hacia mi hermana. De nuevo, no dijo ni una palabra. Solo chasqueó los dedos para distraerla de su llanto. Ella lo miró. Se desconcertó al principio, porque la mirada de papá no era reconfortante. Pero entonces bajó la vista, se encogió de hombros y se volvió hacia mi hermano.
—Siento lo que he dicho sobre Kelly. Parece maja.
Entonces, mi padre se volvió hacia mi madre. Y mi madre se volvió hacia nosotros.
—Vuestro padre y yo no queremos más peleas. Y menos en la casa familiar. ¿Comprendido?
Mis padres a veces hacen muy buen equipo. Es increíble contemplarlo. Mis hermanos asintieron y bajaron la mirada. Después, mi padre se volvió hacia mí.
—¿Charlie?
—¿Sí, señor?
Es importante decir «señor» en esos momentos. Y si alguna vez te llaman por tu nombre y apellidos, más vale que andes con cuidado. Hazme caso.
—Charlie, me gustaría que condujeras tú el resto del camino hasta la casa de mi madre.
Todo el mundo en el coche sabía que aquella probablemente fuera la peor idea que mi padre había tenido en toda su vida. Pero nadie lo discutió. Salió del coche en medio de la carretera. Se sentó en el asiento de atrás entre mis hermanos. Yo me subí al asiento delantero, calé el coche dos veces y me puse el cinturón de seguridad. Conduje el resto del camino. No he sudado tanto desde que hacía deporte, y eso que hacía frío.
La familia de mi padre es un poco como la de mi madre. Mi hermano dijo una vez que parecían los mismos primos con diferentes nombres. La gran diferencia es mi abuela. La quiero mucho. Todo el mundo quiere a mi abuela. Nos estaba esperando en el camino de entrada, como siempre. Siempre sabe cuando alguien llega.
—¿Está conduciendo Charlie?
—Ayer cumplió dieciséis años.
—Oh.
Mi abuela es muy vieja, y no recuerda mucho las cosas, pero hace las galletas más deliciosas del mundo. Cuando yo era pequeño, teníamos a la madre de mi madre, que siempre tenía caramelos, y a la madre de mi padre, que siempre tenía galletas. Mi madre me dijo que cuando yo era pequeño las llamaba «Abuela Caramelo» y «Abuela Galleta». También llamaba a la corteza que bordea la pizza «los huesos de la pizza». No sé por qué te cuento esto.
Mi primer recuerdo supongo que es de la primera vez que fui consciente de que estaba vivo. Mi madre y mi tía Helen me llevaron al zoo. Creo que tenía tres años. No recuerdo esa parte. En cualquier caso, estábamos contemplando dos vacas. Una vaca madre y su ternerito. Y no tenían mucho espacio para pasear. Bueno, pues el ternerito estaba andando justo debajo de su madre y la mamá vaca le «plantó un pino» en la cabeza al ternero. Me pareció lo más gracioso que había visto en el mundo, y me estuve riendo de aquello durante tres horas. Al principio, mi madre y la tía Helen se rieron un poco, también, porque se alegraban de que yo me riera. Al parecer, yo no hablaba prácticamente nada cuando era pequeño, y cada vez que me comportaba de forma normal les daba una alegría. Pero cuando ya llevaba tres horas, intentaron hacer que parara, aunque con ello solo consiguieron hacerme reír más. No creo que fueran realmente tres horas, pero parecía que había pasado mucho tiempo. Todavía sigo pensando en eso de vez en cuando. Parece un principio bastante «prometedor».
Después de los abrazos y los apretones de manos, entramos en la casa de mi abuela, y todo el lado paterno de la familia estaba allí. El tío abuelo Phil con su dentadura postiza y mi tía Rebecca, que es la hermana de mi padre. Mamá nos dijo que la tía Rebecca se acababa de divorciar otra vez, así que mejor que no mencionáramos nada. Yo solo pensaba en las galletas, pero la abuela no las había hecho este año porque tenía mal la cadera.
Así que todos nos sentamos y vimos la televisión, y mis primos y mi hermano hablaron de fútbol. Y mi tío abuelo Phil bebió. Y nos comimos la cena. Y tuve que sentarme en la mesa de los niños porque en la familia de mi padre hay más primos que en la de mi madre.
Los niños pequeños hablan de las cosas más raras. De verdad.
Después de cenar es cuando vimos ¡Qué bello es vivir!, y yo empecé a ponerme cada vez más triste. Mientras subía las escaleras hacia la antigua habitación de mi padre y miraba las viejas fotografías, empecé a pensar que hubo un tiempo en el que no eran recuerdos. Que alguien hizo realmente la fotografía, y la gente que aparecía en ella acababa de comer o algo así.
El primer marido de mi abuela murió en Corea. Mi padre y mi tía Rebecca eran muy pequeños. Y mi abuela se mudó con sus dos hijos a vivir con su hermano, mi tío abuelo Phil.
Al final, unos años después, mi abuela estaba muy triste porque tenía dos hijos pequeños y estaba cansada de servir mesas todo el rato. Entonces, un día, estaba en la cafetería donde trabajaba y un camionero le pidió una cita. Mi abuela era muy, muy guapa, al estilo de las viejas fotografías. Salieron juntos durante un tiempo. Y al final se casaron. Resultó ser una persona terrible. Pegaba a mi padre todo el rato. Y pegaba a mi tía Rebecca todo el rato. Y pegaba muchísimo a mi abuela. Todo el rato. Y mi abuela no podía hacer nada al respecto, supongo, porque esto siguió así durante siete años.
Por fin acabó cuando mi tío abuelo Phil vio los cardenales de mi tía Rebecca y por fin le sonsacó la verdad. Entonces, se reunió con unos cuantos amigos de la fábrica y buscaron al segundo marido de mi abuela en un bar. Y le dieron una paliza tremenda. A mi tío abuelo Phil le encanta contar la historia cuando mi abuela no está cerca. La historia siempre cambia, pero lo principal sigue siendo igual. El tipo murió cuatro días después en el hospital.
Todavía no sé cómo se libró de la cárcel el tío Phil por hacer lo que hizo. Se lo pregunté una vez a mi padre, y dijo que la gente del vecindario entendía que algunas cosas no tenían nada que ver con la policía. Dijo que si alguien tocaba a una hermana o a una madre, tendría que pagar por ello, y todo el mundo haría la vista gorda.
Es una lástima que aquello durara siete años, porque mi tía Rebecca sufrió la misma clase de maridos. En cambio, su experiencia fue distinta porque los vecindarios cambian. Mi tío abuelo Phil era demasiado viejo, y mi padre había dejado su ciudad natal. Ella tuvo que conseguir órdenes de alejamiento.
Pienso en cómo serán en el futuro mis tres primos, los hijos de la tía Rebecca. Una chica y dos chicos. Me da pena, también, porque creo que la chica probablemente acabe como mi tía Rebecca, y uno de los chicos probablemente acabe como su padre. El otro puede acabar como mi padre, porque es bueno con los deportes y tiene un padre distinto del de sus hermanos. Mi padre habla mucho con él, y le enseña cómo lanzar y batear una pelota de béisbol. Yo solía ponerme celoso cuando era pequeño, pero ya no lo hago, porque mi hermano dijo que mi primo es el único de su familia que tiene una oportunidad. Necesita a mi padre. Supongo que ahora lo comprendo.
La antigua habitación de mi padre está prácticamente como la dejó, aunque más descolorida. En un escritorio hay un globo terráqueo que ha dado muchas vueltas. Y viejos pósteres de jugadores de béisbol. Y recortes de prensa de cuando mi padre ganó el gran partido estando en segundo año de instituto. No sé por qué, pero entiendo perfectamente por qué mi padre tuvo que salir de esta casa. Cuando supo que mi abuela nunca encontraría otro hombre porque había dejado de confiar en los demás, y que nunca buscaría otra cosa porque no sabía cómo hacerlo. Y cuando vio que su hermana empezaba a traer a casa versiones más jóvenes de su padrastro como novios. Simplemente, no podía quedarse.
Me tumbé en su antigua cama y miré por la ventana al árbol, que probablemente fuera mucho más bajo cuando mi padre lo miraba. Y pude sentir lo que él sintió la noche en la que se dio cuenta de que si no se iba, no tendría una vida propia. Sería la vida de ellos. Por lo menos, así nos lo contó. Quizá por esa razón la familia de mi padre ve la misma película todos los años. Tiene bastante lógica. Tal vez debería mencionar que mi padre nunca llora al final.
No sé si mi abuela o la tía Rebecca llegarán a perdonar realmente a mi padre por haberlas dejado. Solo mi tío abuelo Phil lo entendió. Siempre es raro ver cómo cambia mi padre cuando está con su madre y su hermana. Se siente mal todo el rato, y su hermana y él siempre dan un paseo a solas. Una vez miré por la ventana y vi cómo mi padre le daba dinero.
Me pregunto lo que dice mi tía Rebecca en el coche de camino a casa. Me pregunto lo que piensan sus hijos. Me pregunto si hablan de nosotros. Me pregunto si miran a mi familia y se preguntan quién tiene una oportunidad. Apuesto que sí.
Con mucho cariño,
Charlie