21 de Diciembre, 1991

21 de Diciembre, 1991

Querido amigo,

Guau. Guau. Puedo contártelo con pelos y señales si quieres. Estábamos todos sentados en la casa de Sam y Patrick, que nunca había visto antes. Es una casa elegante. Muy limpia. Y estábamos dándonos los últimos regalos. Las luces de fuera estaban encendidas, y nevaba, y parecía mágico. Como si estuviéramos en otro lugar. Como si estuviéramos en un lugar mejor.

Era la primera vez que veía a los padres de Sam y Patrick. Son muy agradables. La madre de Sam es muy guapa y cuenta unos chistes buenísimos. Sam dijo que antes había sido actriz, cuando era más joven. El padre de Patrick es muy alto y da buenos apretones de mano. También es muy buen cocinero. Muchos padres te hacen sentir incomodísimo cuando los conoces. Pero los de Sam y Patrick no. Fueron muy simpáticos durante toda la cena y, cuando acabó, se fueron para que pudiéramos tener nuestra fiesta. Ni siquiera se pasaron a echarnos un ojo ni nada. Ni una sola vez. Simplemente nos dejaron creer que era nuestra casa. Así que decidimos tener la fiesta en la sala «de juegos», que no tiene juegos, sino una gran alfombra.

Cuando revelé que yo era el Amigo Invisible de Patrick, todos se rieron porque ya lo sabían, y Patrick hizo una gran actuación fingiendo sorpresa, que fue algo muy bonito por su parte. Después, todos preguntaron qué era mi último regalo, y les dije que era un poema que había leído hacía tiempo. Era un poema que Michael había copiado para mí. Y lo he leído mil veces desde entonces porque no sé quién lo ha escrito. No sé si alguna vez formó parte de un libro o si lo dieron en alguna clase. Y no sé qué edad tenía esa persona. Pero sé que quiero conocerlo o conocerla. Quiero saber que esa persona está bien.

Así que todos me pidieron que me levantara y leyera el poema. Y no me corté porque estábamos intentando comportarnos como adultos y bebíamos brandy. Y yo estaba agitado. Todavía estoy algo agitado, pero tengo que contártelo ya. Entonces, me levanté y, justo antes de leer el poema, les pedí a todos que si sabían quién lo había escrito que por favor me lo dijeran.

Cuando acabé de leer el poema, todo el mundo se quedó en silencio. Un silencio muy triste. Pero lo increíble fue que no era una tristeza mala, para nada. Solo algo que hizo que todos miraran a los demás a su alrededor y supieran que estaban allí. Sam y Patrick me miraron a mí. Y yo los miré a ellos. Y creo que ellos comprendían. Nada en concreto, en realidad. Simplemente, comprendían. Y creo que es todo lo que puedes llegar a pedirle a un amigo.

Entonces fue cuando Patrick puso la segunda cara de la cinta que hice para él y les sirvió a todos otra copa de brandy. Supongo que parecíamos un poco tontos bebiéndolo, pero no nos sentíamos tontos. Eso os lo puedo asegurar.

Mientras sonaban las canciones, Mary Elizabeth se levantó. Pero no llevaba una chaqueta en la mano. Resultó que no era para nada mi Amigo Invisible. Era el Amigo Invisible de la otra chica con tatuaje y piercing en el ombligo, cuyo nombre verdadero es Alice. Le regaló un esmalte de uñas negro al que Alice ya le había echado el ojo. Y Alice se lo agradeció mucho. Yo me quedé allí, mirando por la habitación. Buscando la chaqueta. Sin saber quién podía tenerla.

La siguiente en levantarse fue Sam, y le dio a Bob una pipa de marihuana hecha a mano por los indios americanos que parecía bastante oportuna.

Hubo más regalos de la gente. Y hubo más abrazos. Y por fin, llegó el final. No quedaba nadie excepto Patrick. Y se levantó y se fue andando a la cocina.

—¿Alguien quiere más patatas fritas?

Todos querían. Y salió con tres tubos de Pringles y una chaqueta. Y se acercó a mí. Y dijo que todos los grandes escritores solían ir siempre con traje.

Así que me puse la chaqueta, aunque no sentía que realmente lo mereciera, ya que lo único que escribo son redacciones para Bill, pero fue un regalo precioso, y todos aplaudieron igualmente. Sam y Patrick estuvieron de acuerdo en que estaba guapo. Mary Elizabeth sonrió. Yo creo que ha sido la primera vez en mi vida que me he visto «bien». ¿Sabes a lo que me refiero? Esa sensación agradable que sientes cuando miras en el espejo y tienes el pelo bien por primera vez en tu vida… No creo que debiéramos darle tanta importancia al peso, a los músculos y al día que tenemos el pelo bien, pero cuando ocurre, es agradable. Y tanto que lo es.

El resto de la noche fue muy especial. Ya que un montón de gente se iba con sus familias a lugares como Florida e Indiana, todos intercambiamos regalos con aquellos para los que no éramos Amigos Invisibles.

Bob le dio a Patrick tres gramos y medio de marihuana con una postal navideña. Incluso la envolvió en papel de regalo. Mary Elizabeth le regaló a Sam unos pendientes. Alice igual. Y Sam también les regaló pendientes a ellas. Creo que es algo muy de chicas. Tengo que reconocer que me dio un poco de pena porque aparte de Sam y Patrick nadie me hizo ningún regalo. Supongo que no somos muy íntimos, así que es lógico. Pero, aun así, me dio un poco de pena.

Y, entonces, llegó mi turno. Le regalé a Bob un tubito de plástico para hacer pompas de jabón porque me parecía que encajaba con su personalidad. Supongo que acerté.

—Es total —fue lo único que dijo.

Se pasó el resto de la noche soplando pompas hacia el techo.

La siguiente fue Alice. Le regalé un libro de Anne Rice porque siempre está hablando de ella. Y me miró como si no pudiese creer que yo supiera que le encantaba Anne Rice. Supongo que no era consciente de cuánto habla o de cuánto escucho yo. Pero me lo agradeció igualmente. Después vi­no Mary Elizabeth. Le di cuarenta dólares dentro de una tarjeta. La tarjeta decía algo muy sencillo: «Para gastarlos en imprimir a color Punk Rocky la próxima vez».

Y se quedó mirándome con cara rara. Entonces, todos empezaron a mirarme con cara rara salvo Sam y Patrick. Creo que empezaron a sentirse mal por no haberme regalado nada. Pero no me parece que debieran hacerlo, porque no creo que ese sea el sentido, verdaderamente. Mary Elizabeth se limitó a sonreír, y dijo «gracias», y después apartó los ojos de los míos.

Por último llegó Sam. Había estado pensando en su regalo durante mucho tiempo. Creo que pensé en su regalo la primera vez que la miré de verdad. No cuando la conocí o la miré, sino la primera vez que la miré verdaderamente, no sé si me entiendes. Lo acompañaba una tarjeta.

Dentro de la tarjeta le decía a Sam que el regalo que le hacía me lo había dado mi tía Helen. Era un viejo disco de 45 rpm que tenía la canción Something de los Beatles. Solía escucharla todo el rato cuando era pequeño y pensaba en las cosas de los mayores. Me iba a la ventana de mi dormitorio y contemplaba fijamente mi reflejo en el cristal y los árboles detrás de él y escuchaba la canción durante horas. Decidí entonces que cuando conociera a una persona que me pareciera tan bonita como la canción se la regalaría. Y no me refería a bonita en el exterior. Me refería a bonita en todos los sentidos. Por eso se la daba a Sam.

Sam me miró emocionada. Y me abrazó. Y yo cerré los ojos porque no quería sentir nada que no fueran sus brazos. Y ella me besó en la mejilla y susurró para que nadie pudiera oírlo:

—Te quiero.

Sabía que lo decía como amiga, pero no me importó porque era la tercera vez desde que mi tía Helen había muerto que se lo oía a alguien. Las otras dos veces había sido mi madre.

Después de aquello no podía creer que Sam realmente tuviera un regalo para mí, porque de verdad que aquel «te quiero» me lo pareció. Pero sí que tenía un regalo para mí. Y por primera vez, algo así de bueno me hizo sonreír y no llorar. Supongo que Sam y Patrick fueron a la misma tienda de segunda mano, porque sus regalos iban juntos. Me llevó a su habitación y me puso delante de su tocador, que estaba cubierto por una funda de almohada de colores alegres. Levantó la funda y ahí estaba yo, de pie con mi traje de segunda mano, mirando una máquina de escribir antigua con una cinta de tinta nueva. Dentro de la máquina había una hoja blanca de papel.

En esa hoja blanca de papel, Sam tecleó: «Escribe sobre mí alguna vez». Y yo respondí, de pie allí mismo, en su habitación. Escribí simplemente: «Lo haré».

Y me alegré de que esas fueran las dos primeras palabras que había escrito en la nueva máquina de escribir antigua que me había regalado Sam. Nos sentamos allí en silencio durante un momento y ella sonrió. Y yo volví a la máquina de escribir y escribí algo:

—Yo también te quiero.

Y Sam miró el papel, y me miró a mí.

—Charlie… ¿has besado alguna vez a una chica?

Sacudí la cabeza negativamente. Todo estaba en silencio.

—¿Ni siquiera cuando eras pequeño?

Volví a negar con la cabeza. Y ella puso una cara muy triste.

Me contó la primera vez que la besaron. Me dijo que fue uno de los amigos de su padre. Ella tenía siete años. Y no le había hablado a nadie del tema salvo a Mary Elizabeth y después a Patrick, hacía un año. Y empezó a llorar. Y dijo algo que no olvidaré. Nunca.

—Sé que sabes que me gusta Craig. Y sé que te dije que no pensaras en mí de esa manera. Y sé que no podemos estar juntos. Pero quiero olvidar todo eso durante un minuto. ¿Vale?

—Vale.

—Quiero asegurarme de que la primera persona que besas te quiere. ¿Vale?

—Vale.

Entonces se echó a llorar con más fuerza. Y yo también, porque cuando oigo cosas así no puedo evitarlo.

—Solo quiero estar segura de eso. ¿Vale?

—Vale.

Y me besó. Fue el tipo de beso del que nunca podría hablar en voz alta a mis amigos. Fue el tipo de beso que me hizo saber que nunca había sido tan feliz en toda mi vida.

Una vez en una hoja amarilla de papel con rayas verdes

escribió un poema

Y lo llamó «Chops»

porque así se llamaba su perro

Y de eso trataba todo

Y su profesor le puso un sobresaliente

y una estrella dorada

Y su madre lo colgó en la puerta de la cocina

y se lo leyó a sus tías

Ese fue el año en el que el Padre Tracy

llevó a todos los niños al zoo

Y les dejó cantar en el autobús

Y su hermana pequeña nació

con las uñas de los pies diminutas y sin pelo

Y su madre y su padre se besaban mucho

Y la niña de la vuelta de la esquina le envió una

tarjeta de San Valentín firmada con una fila de X

y él tuvo que preguntarle a su padre qué significaban las X

Y su padre siempre lo arropaba en la cama por la noche

Y siempre estaba ahí para hacerlo

Una vez en una hoja blanca de papel con rayas azules

escribió un poema

Y lo llamó «Otoño»

porque así se llamaba la estación

Y de eso trataba todo

Y su profesor le puso un sobresaliente

y le pidió que escribiera con más claridad

Y su madre nunca lo colgó en la puerta de la cocina

porque estaba recién pintada

Y los niños le dijeron

que el Padre Tracy fumaba puros

Y dejaba colillas en los bancos de la iglesia

Y a veces las quemaduras hacían agujeros

Ese fue el año en que a su hermana le pusieron gafas

con cristales gruesos y montura negra

Y la niña de la vuelta de la esquina se rio

cuando él le pidió que fuera a ver a Papá Noel

Y los niños le dijeron por qué

su madre y su padre se besaban mucho

Y su padre nunca lo arropaba en la cama por la noche

Y su padre se enfadó

cuando se lo pidió llorando

Una vez en un papel arrancado de su cuaderno

escribió un poema

Y lo llamó «Inocencia: una duda»

porque esa duda tenía sobre su chica

Y de eso trataba todo

Y su profesor le puso un sobresaliente

y lo miró fijamente de forma extraña

Y su madre nunca lo colgó en la puerta de la cocina

porque él nunca se lo enseñó

Ese fue el año en el que murió el Padre Tracy

Y olvidó cómo

era el final del credo

Y sorprendió a su hermana

enrollándose con uno en el porche trasero

Y su madre y su padre nunca se besaban

ni siquiera se hablaban

Y la chica de la vuelta de la esquina

llevaba demasiado maquillaje

Que le hacía toser cuando la besaba

pero la besaba de todas formas

porque tenía que hacerlo

Y a las tres de la madrugada se metió él mismo en la cama

mientras su padre roncaba profundamente

Por eso en el dorso de una bolsa de papel marrón

intentó escribir otro poema

Y lo llamó «Absolutamente nada»

Porque de eso trataba todo en realidad

Y se dio a sí mismo un sobresaliente

y un corte en cada una de sus malditas muñecas

Y lo colgó en la puerta del baño

porque esta vez no creyó

que pudiera llegar a la cocina.

Ese fue el poema que leí para Patrick. Nadie sabía quién lo había escrito, pero Bob dijo que lo había oído antes, y había oído que era la nota de suicidio de un chico. Espero que no lo fuera, porque entonces no sé si me gusta el final.

Con mucho cariño,

Charlie