23 de Noviembre, 1991

23 de Noviembre, 1991

Querido amigo,

¿Te gustan los días de fiesta con tu familia? No me refiero solo a tus padres, sino a tus tíos y primos. A mí, personalmente, sí. Por muchas razones.

Primero, estoy muy interesado y fascinado por cómo se quieren los unos a los otros, pero en realidad a ninguno le gustan los demás. Segundo, las peleas siempre son iguales.

Normalmente empiezan cuando el padre de mi madre (mi abuelo) se acaba la tercera copa. Es entonces cuando se le suelta la lengua. Normalmente mi abuelo solo se queja de los negros que se mudan a su antiguo barrio, y entonces mi hermana se enfada con él, y mi abuelo le dice que ella no sabe de lo que habla porque vive en las afueras. Y entonces se queja de que nadie lo visita en la residencia. Y al final empieza a hablar de todos los secretos familiares, como cuando el primo tal le hizo un «bombo» a aquella camarera del Big Boy. Probablemente debería mencionar que mi abuelo no oye muy bien, así que dice todas estas cosas en voz muy alta.

Mi hermana intenta discutir con él, pero nunca gana. No cabe duda de que mi abuelo es más cabezota que ella. Mi madre normalmente ayuda a su tía a preparar la comida, que mi abuelo siempre dice que está «demasiado seca» incluso aunque sea sopa. Y entonces la tía de mi madre se echa a llorar y se encierra en el cuarto de baño.

Hay solo un baño en la casa de mi tía abuela, así que esto se convierte en un problema cuando la cerveza empieza a hacer efecto sobre mis primos. Se quedan de pie en la puerta, retorcidos sobre la vejiga, y llaman durante algunos minutos hasta que casi convencen a mi tía abuela de que salga, pero entonces mi abuelo la insulta y el ciclo empieza otra vez. Con la excepción de una fiesta en la que mi abuelo se quedó grogui justo después de cenar, mis primos siempre tienen que ir al baño afuera en los arbustos. Si miras por las ventanas como yo, puedes verlos, y parece como si estuvieran en una de sus excursiones de caza. Siento muchísima lástima por mis primas y mis otras tías abuelas, por­que no tienen la opción de los arbustos, y menos cuando hace frío.

Debería mencionar que mi padre en general se limita a sentarse en silencio absoluto y beber. Mi padre no es un gran bebedor, para nada, pero cuando tiene que pasar tiempo con la familia de mi madre se pone «ciego», como dice mi primo Tommy. En el fondo, creo que mi padre preferiría pasar las fiestas con su familia en Ohio. De esa forma no tendría que estar cerca de mi abuelo. No le gusta demasiado mi abuelo, pero no dice nada sobre el tema. Ni siquiera al volver a casa. Simplemente no cree que le corresponda hablar de ello.

Conforme va llegando el final de la noche, mi abuelo suele estar demasiado borracho para hacer nada. Mi padre y mi hermano y mis primos lo llevan al coche de la persona que esté menos enfadada con él. Siempre ha sido mi trabajo abrirles las puertas durante el camino. Mi abuelo está muy gordo.

Me acuerdo de que hubo una época en la que mi hermano llevaba en coche a mi abuelo hasta la residencia, y yo los acompañaba. Mi hermano siempre ha comprendido a mi abuelo. Rara vez se enfada con él a no ser que mi abuelo diga algo ma­lo sobre mi madre o mi hermana, o monte un numerito. Me acuerdo de que nevaba mucho y todo estaba muy silencioso. Casi apacible. Y mi abuelo se calmó y empezó una conversación totalmente distinta.

Nos contó que cuando tenía dieciséis años tuvo que dejar el colegio porque su padre murió y alguien tenía que mantener a la familia. Nos habló de la época en la que tenía que ir a la fábrica tres veces al día para ver si había algún trabajo para él. Y nos habló del frío que hacía. Y del hambre que pasaba porque siempre se aseguraba de que su familia comiera antes que él. Cosas que nunca entenderemos porque somos muy afortunados. Entonces, nos habló de sus hijas, mi madre y la tía Helen:

—Sé lo que tu madre piensa de mí. Y Helen también. Hubo una época… fui a la fábrica… no había trabajo… ninguno… Volví a casa a las dos de la mañana… bien cabreado… tu abuela me enseñó sus boletines de notas… Habían sacado solo un suficiente… y eran chicas listas. Así que fui a su habitación y les di una buena paliza para que entraran en vereda… y cuando terminé y estaban llorando, levanté sus boletines y dije… «Es la última vez que pasa esto». Ella todavía habla de aquello… vuestra madre… pero ¿sabéis una cosa?… aquella fue la última vez… fueron a la universidad… las dos. Me hubiera gustado haber podido enviarlas yo… Siempre quise hacerlo… Espero que Helen lo entendiera. Creo que vuestra madre lo hizo… en el fondo… es una buena mujer… deberíais estar orgullosos de ella.

Cuando se lo contamos a mi madre se puso triste porque él nunca le había dicho esas cosas. Jamás. Ni siquiera cuando la llevó al altar.

Pero este día de Acción de Gracias ha sido diferente. Mi hermano había jugado un partido de fútbol, que trajimos en un vídeo para que lo vieran todos mis familiares. La familia entera estaba reunida delante de la tele, incluso mis tías abuelas, que nunca ven el fútbol. Jamás olvidaré la expresión en sus caras cuando mi hermano salió al campo. Fue una mezcla de todo. Uno de mis primos trabaja en una gasolinera. Y otro primo ha estado dos años sin trabajar desde que tuvo un accidente en la mano. Y mi otro primo ha estado queriendo volver a la universidad durante siete años. Y mi padre dijo una vez que tenían envidia de mi hermano porque había tenido una oportunidad en la vida y la estaba aprovechando.

Pero en el instante en el que mi hermano salió al campo, aquello quedó olvidado y todos se enorgullecieron. Hubo un momento en que mi hermano hizo una jugada buenísima en el tercer down y todos lo aplaudimos aunque algunos de nosotros ya habíamos visto el partido. Levanté la mirada hacia mi padre, y estaba sonriendo. Miré a mi madre, y sonreía, aunque estaba nerviosa por si mi hermano se hacía daño, cosa rara porque era una grabación de un partido antiguo y sabía que no se había hecho daño. Mis tías abuelas y mis primos y sus hijos y todo el mundo sonreía también. Hasta mi hermana. Solo había dos personas que no sonreían. Mi abuelo y yo.

Mi abuelo estaba llorando con esa especie de llanto que es callado y secreto. Esa especie de llanto que solo yo percibí. Pensé en él yendo a la habitación de mi madre cuando era pequeña y dándole una paliza y levantando su boletín de notas y diciendo que era la última vez que traían malos resultados. Y ahora creo que quizá se refiriera a mi hermano mayor. O a mi hermana. O a mí. Que quería asegurarse de que él había sido el último que trabajaría en una fábrica.

No sé si es bueno o malo. No sé si es mejor que tus hijos sean felices y no vayan a la universidad. No sé si es mejor tener una buena relación con tu hija o asegurarte de que tenga una vida mejor que la tuya. La verdad es que no lo sé. Me quedé en silencio y lo contemplé.

Cuando el partido acabó y terminamos de cenar, todos dijeron las razones por las que daban gracias. Muchas tuvieron que ver con mi hermano o con la familia o con los hijos o con Dios. Y todos lo decían en serio, pasara lo que pasara al día siguiente. Cuando llegó mi turno pensé en ello un montón porque era la primera vez que me sentaba en la mesa grande con todos los mayores, ya que mi hermano no estaba ahí para tomar su sitio.

—Doy gracias porque mi hermano haya jugado al fútbol en la televisión y porque hoy no ha habido peleas.

La mayoría de la gente en la mesa pareció incomodarse. Algunos incluso enfadarse.

Mi padre puso cara de saber que yo tenía razón, pero no quiso decir nada porque no era su familia. Mi madre se pu­so nerviosa por lo que iba a hacer su padre. Solo una persona en la mesa dijo algo. Fue mi tía abuela, la que normalmente se encierra en el baño.

—Amén.

Y, de alguna manera, aquello lo arregló todo.

Cuando nos preparábamos para irnos, me acerqué a mi abuelo y le di un abrazo y un beso en la mejilla. Se limpió la huella de mis labios con la palma de la mano y me fulminó con la mirada. No le gusta que los chicos de la familia lo toquen. Pero a pesar de todo, me alegro mucho de haberlo hecho, por si acaso se muere. Nunca di ese paso con mi tía Helen.

Con mucho cariño,

Charlie