15 de Noviembre, 1991
Querido amigo,
Están empezando a llegar el frío y las heladas. El agradable tiempo de otoño prácticamente ha desaparecido. Lo bueno es que se acercan las vacaciones, que ahora me gustan todavía más porque mi hermano volverá pronto a casa. ¡Quizá incluso en Acción de Gracias! Al menos espero que lo haga por mi madre.
Mi hermano lleva sin telefonear a casa unas cuantas semanas ya, y mi madre no habla más que de sus notas y de si dormirá, y de lo que comerá, y mi padre siempre dice lo mismo:
—Eso no le va a hacer daño.
Personalmente, me gusta pensar que mi hermano está teniendo una experiencia universitaria como las de las películas. No me refiero al tipo de películas sobre las grandes fiestas de las hermandades estudiantiles. Más bien a una película en la que el chico conoce a una chica inteligente que suele llevar suéter y bebe chocolate. Hablan de libros y de temas intelectuales y se besan bajo la lluvia. Creo que algo así le vendría muy bien, sobre todo si la chica tuviera una belleza nada convencional. Esas son las mejores, me parece a mí. Personalmente encuentro raras a las «supermodelos». No sé por qué.
Mi hermano, por otro lado, tiene pósteres de «supermodelos» y coches y cerveza y cosas así en las paredes de su dormitorio. Supongo que su habitación en la residencia de estudiantes probablemente también tenga ese aspecto, añadiéndole el suelo sucio. Mi hermano siempre ha odiado hacer su cama, pero mantenía el armario de la ropa muy ordenado. Quién lo diría.
El caso es que, cuando mi hermano llama a casa, no cuenta mucho. Habla un poco de sus clases, pero principalmente del equipo de fútbol. Hay un montón de interés en el equipo porque son muy buenos y tienen jugadores con mucho potencial. Mi hermano dijo que uno de los chicos probablemente será millonario algún día, pero que es «más bruto que un arado». Supongo que eso es ser bastante bruto.
Mi hermano me contó una anécdota en la que estaba todo el equipo sentado en círculo en el vestuario, comentando lo que había que hacer para jugar al fútbol en la universidad. Al final acabaron hablando de la puntuación de las pruebas de Selectividad, que yo todavía no he hecho.
Y un tipo dijo:
—Yo he sacado un 4.
Y mi hermano dijo:
—¿En qué examen?
Y el chico dijo:
—¿Ehhh?
Y el equipo entero se echó a reír.
Siempre he querido estar en un equipo así. No estoy muy seguro de por qué, pero siempre me ha parecido que sería divertido tener «días de gloria». Luego tendría historias que contar a mis hijos y a los amigotes con los que jugara al golf. Supongo que podría hablar sobre Punk Rocky y mis vueltas a casa caminando desde el instituto y cosas así. Quizás estos sean mis días de gloria y ni siquiera me esté dando cuenta porque no hay en ellos una pelota.
Yo solía hacer deporte cuando era más pequeño y, de hecho, era muy bueno, pero el problema es que me provocaba demasiada agresividad, así que los médicos le dijeron a mi madre que tendría que dejarlo.
Mi padre tuvo una vez días de gloria. He visto fotos de él cuando era joven. Era un hombre muy guapo. No sé expresarlo de otra manera. Era como son siempre las fotos antiguas. Las fotos antiguas parece que son muy toscas y juveniles, y la gente de las fotos siempre parece mucho más feliz que tú.
Mi madre está preciosa en las fotos antiguas. De hecho, está más guapa que nadie, salvando tal vez a Sam. A veces miro a mis padres ahora y me pregunto qué les habrá pasado que los haya hecho ser tal y como son. Y entonces me pregunto qué le pasará a mi hermana cuando su novio termine el doctorado en Derecho. Y cómo será la cara de mi hermano en un cromo de fútbol, o cómo será si nunca aparece en un cromo. Mi padre jugó al béisbol universitario durante dos años, pero tuvo que dejarlo cuando mamá se quedó embarazada de mi hermano. Fue entonces cuando él empezó a trabajar en la oficina. Sinceramente, no sé lo que hace mi padre.
A veces nos cuenta una anécdota. Es una historia buenísima. Tiene que ver con el campeonato estatal de béisbol de cuando él iba al instituto. Estaban en la parte baja de la novena entrada, y había un jugador en la primera base. Hubo dos outs y el equipo de mi padre estaba perdiendo por una carrera. Mi padre era más joven que la mayoría del equipo del instituto, porque estaba solo en el segundo año de instituto, y creo que el equipo pensaba que iba a echar a perder el partido. Tenía muchísima presión. Estaba nerviosísimo. Y muy asustado. Pero, después de unos cuantos lanzamientos, dijo que empezó a sentirse «en su elemento». Cuando el pitcher levantó el brazo y lanzó la siguiente bola, sabía exactamente adónde iba a ir. La golpeó más fuerte que ninguna otra bola en toda su vida. E hizo un home run, y su equipo ganó el campeonato estatal. Lo mejor de esta historia es que, por mucho que mi padre la cuente, nunca cambia. Él no es de los que exageran.
A veces pienso en todo esto cuando estoy viendo un partido de fútbol con Patrick y Sam. Contemplo el campo y pienso en el chico que acaba de hacer el touchdown. Creo que estos son los días de gloria de ese chico, y que ese momento se convertirá en una historia algún día, porque todos los que logran touchdowns y home runs acabarán siendo los padres de alguien. Y cuando sus hijos miren su foto en el anuario escolar, pensarán que su padre era tosco y guapo, y que parecía mucho más feliz que ellos.
Solo espero acordarme de decirles a mis hijos que ellos son tan felices como yo parezco en mis viejas fotografías. Y espero que me crean.
Con mucho cariño,
Charlie