INTRODUCCIÓN
por Ursula K. Le Guin

LA GENTE NO SUELE CREERME cuando digo que al escribir Un mago de Terramar no tenía ningún plan más allá de ese libro. Pero es cierto. Lo sé, en la primera página del primer libro se dice que Ged va a ser un famoso mago con canciones y poemas épicos sobre él, y un señor de los dragones, y Archimago de Terramar… todo lo cual parece prometer más secuelas; pero solo lo puse para que el lector supiera que éste era un mundo donde la magia era poderosa, donde había dragones, el mundo de la fantasía. Es mejor dejar esas cosas claras al principio. También lo escribí para que el lector (y yo misma) estuviera seguro de que ese chico tan poco prometedor tenía futuro.

En ese momento no tenía ni idea de qué era un señor de dragones o un Archimago. Sonaban bien. Ya averiguaría después qué significaba eso, cuando lo necesitara.

En ese libro mi trabajo era volver a reunir al joven Ged con su Sombra. Podría haberlo dejado en ese momento, listo para lanzar su brillante carrera. Ahí es donde muchos otros libros sobre gente joven se detienen, al fin y al cabo. La mayoría de novelas sobre cómo las personas se enamoran no cuentan nada sobre el matrimonio, y la mayoría de novelas sobre cómo crecen y maduran no hablan de los adultos.

Así que cuando escribí las últimas palabras del libro («… anterior a los días en que consiguió atravesar el Paso del Dragón, o rescató de las Tumbas de Atuan el Anillo de Erreth-Akbe para llevarlo de vuelta a Havnor, o volvió al fin a Roke, como Archimago de todas las islas del mundo».) lo que tenía en mente no era un avance de la secuela, sino simplemente un final evocador y resonante para la historia que había contado.

Sin embargo…

A veces un escritor se escribe un mensaje a sí mismo, para ser leído cuando empieza a comprender.

Tras Un mago… escribí la novela de ciencia ficción La mano izquierda de la oscuridad. Tras terminar con ella pensé «¿Y ahora qué?», y eché un vistazo por mi mente. Allí estaba Ged y su mundo, Terramar, brillante y vivo, listo para ser explorado en más profundidad. Y estaba esa interesante frase sobre recuperar un anillo de las Tumbas de Atuan… Atuan era una isla karga. No había pensado mucho sobre los kargos. Un pueblo muy distinto de los archipelágicos. Bárbaros de piel blanca, piratas, gente poco fiable. Pero si fueras un kargo, ¿quién podrías ser? ¿En quién confiarías? ¿Dónde vivirías? ¿Cómo era Atuan?

Entonces llegó el mayor y más inesperado impulso para el libro: un viaje por carretera por el sureste de Oregon, nuestra primera visita a Harney County, una zona alta y solitaria de montañas y grandes llanuras de artemisa, con cielos puros, largas distancias y silencio. Al volver de allí, tras dos agotadores días de conducir por caminos polvorientos con nuestros tres hijos, supe que mi novela transcurriría en ese desierto. En el coche, cuando no estábamos jugando al «Veo veo» o cantando «Un elefante se balanceaba…», comencé a soñar mi historia. Esa tierra me la había regalado, por lo cual le estaré siempre agradecida.

LA RAZÓN POR LA QUE LA GENTE no cree que no hubiera planeado una trilogía desde el principio es que en estos días la fantasía sufre de trilogitis endémica (o la variante aún más grave de esta enfermedad, la saguitis incurable). El Señor de los Anillos de Tolkien es el mayor responsable de esta epidemia, puesto que sus seis libros se publicaron en tres volúmenes, una trilogía. Supongo que Terramar también tiene parte de culpa, pues al final también acabó extendiéndose en seis volúmenes. Pero cuando comencé Las tumbas de Atuan, la veía, al menos tal y como yo lo recuerdo, nada más que como una secuela.

Y como un cambio de sexo. Ged tomaría parte en ella, pero la persona cuya historia iba a tratar sería una chica. Una chica que vivía lejos de las ciudades del Archipiélago, en una remota tierra desértica. Una chica que no podía tener ambiciones de poder ni encontrar el entrenamiento para usarlo, a diferencia del joven Ged, sino que el poder le había sido impuesto. Una chica cuyo nombre no le fue dado por un amable maestro, sino arrebatado por un ejecutor enmascarado.

El chico Ged, al ofrecérsele la sabiduría, la rechaza por su propio orgullo y terquedad; la chica Tenar, tras serle dado el poder arbitrario de una diosa, no la enseñan nada sobre como vivir su vida como un ser humano.

Mientras escribía la historia en 1969, no conocía a ningún otro héroe femenino en la fantasía heroica desde aquéllos de las obras de Ariosto y Tasso en el Renacimiento. Hoy en día hay muchas, aunque dudo sobre algunas de ellas. Las mujeres guerreras de la fantasía épica actual —espadachinas despiadadas sin responsabilidades domésticas o sexuales que galopan masacrando a los tipos malos— se me parecen más a chicos en cuerpos de mujer con armaduras de hombre que a verdaderas mujeres.

Siendo así, cuando escribí el libro necesité más imaginación de la que tenía para crear un personaje femenino que, ofreciéndosele un gran poder, pudiera aceptarlo como su derecho y deber. Esa clase de situación no me parecía plausible. Pero como estaba escribiendo sobre personas que en la mayoría de sociedades nunca se les ha ofrecido demasiado poder —mujeres— me pareció perfectamente plausible colocar a mi heroína en una situación que la condujera a cuestionarse la naturaleza y el valor del propio poder.

La palabra «poder» tiene dos significados diferentes. Está el «poder de»: la firmeza, la destreza, la habilidad, el arte, el dominio de un oficio, la autoridad del conocimiento. Y está el «poder sobre»: el gobierno, el dominio, la supremacía, la fuerza, el control de esclavos, la autoridad sobre otros.

A Ged le ofrecieron ambos tipos de poder. A Tenar solo se le ofreció uno de ellos.

La fantasía heroica nos llega desde un mundo arcaico. Aún no había pensado demasiado sobre ese arcaísmo. Mi historia tenía lugar en la antigua jerarquía social, con una estructura de poder piramidal, probablemente de origen militar, en donde las órdenes son dadas desde arriba, con una sola figura en la cima. Éste es el mundo del «poder sobre», en el cual las mujeres han estado siempre en la parte baja.

En esa clase de mundo podría colocar una chica en el corazón de mi historia, pero no podría darle la libertad de un hombre, o sus mismas oportunidades. No podría ser un héroe en el sentido de un héroe de cuento. ¿Ni siquiera en una fantasía? No. Porque para mi la fantasía no es pensar ingenuamente, sino un modo de reflejar y reflexionar sobre la realidad. Al fin y al cabo, incluso en una democracia, en la segunda década del siglo XXI, tras cuarenta años de lucha feminista, la realidad es que vivimos en una estructura de poder jerárquica diseñada, y aún dominada, por hombres. En 1969 esa realidad parecía casi indestructible.

Así que le di a Tenar «poder sobre» —un dominio casi divino— pero fue un regalo del que poco bien podría salir. El lado oscuro del mundo era lo que ella tendría que aprender, así como Ged tuvo que aprender sobre la oscuridad de su propio corazón.

EN UN MAGO DE TERRAMAR hay pistas de que los kargos no practican la magia, considerándola algo malvado, pero que tienen un contacto más cercano con las Antiguas Potestades de la Tierra que el pueblo de Ged. En el Archipiélago, la magia fuerte y activa pertenece casi en exclusiva a los hombres, mientras que se desconfía de unas desentrenadas brujas. Y a las Antiguas Potestades se las describe habitualmente del mismo modo en que un misógino describiría a las mujeres: oscuras, tenebrosas, débiles y traicioneras.

En Las tumbas de Atuan, las Antiguas Potestades, los Sin Nombre, aparecen como misteriosos, ominosos y sin embargo inactivos. Arha/Tenar es su sacerdotisa, la más grande de todas las sacerdotisas, a quien el mismo Dios-Rey se supone que debe obedecer. ¿Pero cuál es su reino? Una prisión en el desierto. Mujeres custodiadas por eunucos. Tumbas ancestrales, un templo ruinoso, un trono vacío. Un temible laberinto subterráneo donde se abandona a los prisioneros para morir de hambre o sed, que sólo ella puede atravesar, donde la luz nunca debe penetrar. Ella gobierna un reino oscuro, vacío e inútil. Su propio poder la mantiene prisionera.

Éste no es el consuelo inocente que muchas novelas de la época ofrecían a las adolescentes. Es una imagen muy cruda de lo que una chica puede esperar. La vida de Arha es aburrida, sin posibilidad de cambio, sin ninguna experiencia agradable excepto la del eunuco Manan. El tercer capítulo tal vez sea el pasaje más cruel y desesperanzado de todos los libros de Terramar. Al consentir la muerte de «sus» prisioneros, Arha se cierra la puerta de la prisión sobre si misma. Toda su vida vivirá en una trampa.

Sólo logra escapar cuando Ged se convierte en su prisionero. Por primera vez ella ejerce su «poder de», su libertad de elección. Escoge dejarle vivir. Así que se da la posibilidad de ver que, si puede liberarlo a él, también puede liberarse a si misma.

Algunas personas han leído la historia como un apoyo a la idea de que una mujer necesita a un hombre para lograr cualquier cosa (algunos asintieron con aprobación, otros aullaron y abuchearon). Es cierto que Arha/Tenar satisfaría mejor el ideal feminista si hubiera hecho todo por si misma. Pero, tal y como yo lo veía y había establecido en la novela, la verdad era que no hubiera podido. Mi imaginación no me ofrecía un escenario en el cual hubiera sido posible, pues mi corazón me decía de forma incontrovertible que ninguno de los sexos hubiera llegado muy lejos sin el otro. Por tanto, en mi historia, ni el hombre ni la mujer pueden liberarse sin el otro. No en esa trampa. Cada uno tiene que pedir la ayuda del otro y aprender a confiar y depender del otro. Una larga lección y un nuevo conocimiento para estas dos almas fuertes, tercas y solitarias.

Han pasado cuarenta años desde que escribí este libro. Al volverlo a leer me pregunto sobre muchos de sus elementos. Fue el primer libro que escribí con una mujer como auténtico personaje central. El personaje de Tenar y los sucesos de la historia vinieron de muy dentro de mí, tan profundos que la imaginería subterránea y laberíntica, así como cierta cualidad volcánica, no me debería sorprender. Pero esa oscuridad, esa crueldad, ese resentimiento… Después de todo, podría simplemente haberles dejado marchar… ¿por qué destruí completamente el Lugar de las Tumbas con un terremoto? Es algo así como un suicidio, los Sin Nombre aniquilando su templo en un vasto espasmo de rabia. Tal vez era toda esa primitiva idea odiosa de lo femenino entendido como algo oscuro, ciego, débil y malvado lo que vi siendo demolido en pedazos, implosionando y colapsando en escombros en una tierra desierta. Y me alegré de verlo caer. Todavía me alegro.

Años después, en los últimos tres libros de Terramar, cuando pude continuar la historia de Tenar y empecé a pensar de nuevo sobre las Antiguas Potestades de la Tierra, la naturaleza de la magia y la historia de Terramar, tanto Tenar como yo pudimos ver todos esos asuntos bajo una luz distinta, bajo un cielo más amplio y amable.