Durante los tres días siguientes, Wilt no fue a trabajar. Vagó por la casa, se sentó en el pabellón del jardín y especuló acerca de la naturaleza de un mundo en el cual el Progreso con P mayúscula estaba en conflicto con el Caos, y el hombre con h minúscula estaba en desacuerdo continuo con la Naturaleza. En opinión de Wilt, una de las grandes paradojas de la vida era que Eva, que siempre estaba acusándole de ser cínico y antiprogresista, hubiera sucumbido tan fácilmente a la recesiva llamada de la naturaleza en forma de montones de estiércol, retretes orgánicos, tejidos caseros y cualquier cosa que oliera a primitivo, mientras que al mismo tiempo mantenía un inconmovible optimismo ante el futuro. Para Wilt sólo existía el eterno presente, una sucesión de momentos que se movían no tanto hacia adelante como acumulándose detrás de ese presente a modo de reputación. Y si en el pasado su reputación había sufrido algunos golpes bajos, esta última desgracia ya se había acumulado a su leyenda. Los variados chismorreos de Mavis Mottram se habían esparcido por los suburbios decentes de Ipford, adquiriendo mayor crédito y otros atributos adicionales a cada nueva versión. Cuando la historia llegó a oídos de los Braintree, ya incluía la película del cocodrilo, pasando por la Escuela, Blighte-Smythe y Mrs. Chatterway, y el rumor afirmaba que Wilt había estado a punto de ser detenido por conducta indecente con un caimán de circo que sólo había logrado preservar su virginidad mordiéndole el miembro.
—Es típico de esta maldita ciudad —dijo Peter Braintree a su esposa Betty, cuando ésta llegó a casa con la última versión—. Henry sólo se ha ausentado unos días de la Escuela y radio macuto ya está haciendo correr las mentiras más demenciales.
—Cuando el río suena… —dijo Betty—. No hay humo…
—Es que un cretino malintencionado ha sumado dos y dos y le ha dado el brillante resultado de cincuenta y nueve. Hay un tipo llamado Bilger en Estudios Liberales que hizo una película en la que el personaje principal es un cocodrilo víctima de una violación. Punto primero. Henry tiene que dar al Comité de Educación alguna explicación que impida que la numerosa prole del camarada Bilger tenga que abandonar el colegio privado porque papá está en el paro. Punto segundo. El punto tercero es que Wilt se puso enfermo al día siguiente…
—No es eso lo que dice Rowena Braintree. Es del dominio público que el pene de Henry ha sido brutalizado.
—¿Dónde?
—¿Dónde, qué?
—¿Dónde es del domino público?
—En la guardería. Las cuatrillizas han estado informando de los progresos de la pilila de su papá diariamente.
—Fantástico —dijo Braintree—, por fin el dominio público lo aclara todo. Las serviciales hijas de Henry no sabrían distinguir un pene de un hueso de caña. Eva se encarga de ello. Puede que sea partidaria del modo de vida autosuficiente, pero eso no incluye el sexo. Sobre todo después del asunto aquel de los Pringsheim[5], y no me imagino a Henry en el papel de exhibicionista. Más bien es incluso remilgado.
—No en lo que se refiere al lenguaje —dijo Betty.
—Su utilización de «jodido» como adjetivo es una simple consecuencia de dar clase a los aprendices. En general, esos tipos lo utilizan en sus frases como una especie de guión. Si me escucharas con más atención lo oirías un promedio de veinte veces al día. Como te estaba diciendo, sea cual sea su problema, Henry no es obseso de los cocodrilos. De todos modos, me pasaré por allí esta noche a ver qué sucede.
Pero cuando llegó a Willington Road aquella noche, no había señales de Wilt. Varios coches estaban aparcados en el camino de entrada, entre ellos un Aston-Martin que parecía fuera de lugar al lado del Ford metano de los Nye y del abollado Mini de Mavis Mottram. Braintree se abrió camino por entre la carrera de obstáculos que formaban en el hall la ropa y los juguetes desperdigados de las cuatrillizas, y encontró a Eva en el invernadero presidiendo lo que parecía ser un comité sobre los problemas del Tercer Mundo.
—El asunto que parece haber sido subestimado es que la medicina maranga tiene un importante papel que desempeñar como alternativa a los tratamientos occidentales basados en drogas obtenidas químicamente —estaba diciendo Roberta Smott mientras Braintree permanecía indeciso tras la protección de las judías emparradas—. Creo que no deberíamos olvidar que ayudando a los maraganes también nos ayudamos a nosotros mismos a largo plazo.
Braintree retrocedió de puntillas en el momento en que John Nye se lanzaba a un apasionado alegato en favor de la preservación de los métodos agrícolas maraganes y particularmente del uso de los excrementos humanos como fertilizante.
—Ello tiene todas las ventajas naturales de…
Braintree se deslizó hacia la puerta de la cocina, pasó junto al Receptáculo de la Fertilidad o cubo del estiércol y atravesó el huerto biodinámico hasta la glorieta, donde encontró a Wilt emboscado tras una cascada de hierbas secas. Estaba reclinado en una tumbona y llevaba puesto algo que se parecía sospechosamente a una mosquitera de muselina.
—En realidad es un vestido de embarazada de Eva —dijo cuando Braintree le preguntó—. En su momento ha hecho las veces de tienda de indios, de sábana interior para el saco de dormir gigante y de dosel para el retrete del camping. Lo he rescatado de la montaña de ropa con la que Eva quiere atosigar a su poblado ecuatorial.
—Me preguntaba cuál sería el objeto de la reunión. ¿Es una especie de colaboración con la UNICEF?
—Estás pasado de moda. Eva es de la Unicef alternativa. Socorro Personal para los Pueblos Primitivos. Abreviadamente, SOPAPP. Tú adoptas una tribu de África o Nueva Guinea, y luego la inundas de abrigos que serian hasta demasiado calurosos aquí un día de viento en febrero; escribes cartas al curandero local preguntándole su opinión sobre las hierbas como remedio para los sabañones o, mejor todavía, para los casos de congelación, y normalmente hermanas Willington Road y la Brigada Ipford de la Liga Chovinista Antimachista con una comunidad caníbal que practica la circuncisión femenina mediante un trozo de pedernal oxidado.
—No sabía yo que se podían circuncidar hembras, y de todos modos el pedernal está pasado de moda —dijo Braintree.
—También los clítoris en Maranga están pasados de moda —dijo Wilt—. He tratado de decírselo a Eva pero ya sabes cómo es. El buen salvaje es el último grito, y por todas partes se extiende el culto a la naturaleza. Si los Nye pudieran, importarían cobras para eliminar las ratas del centro de Londres.
—Cuando pasé por allí estaba hablando de las heces humanas como sustituto de los fertilizantes. Ese hombre es un fanático anal.
—Religioso —dijo Wilt—. Te juro que cantan Más cerca de Ti, mi Mierda, antes de tomar la comunión de hierbas en el montón de estiércol, todos los domingos por la mañana.
—Pasando a un terreno íntimo —dijo Braintree—, ¿qué es exactamente lo que te pasa?
—Preferiría no hablar de ello —dijo Wilt.
—De acuerdo, ¿pero a qué viene el… esto… el hábito premamá?
—A que no tiene ninguno de los inconvenientes de los pantalones —dijo Wilt—. Hay abismos de sufrimiento que tú todavía no has sondeado, y utilizo esta palabra con conocimiento de causa.
—¿Cuál, sufrimiento?
—No, sondear —dijo Wilt—. Si no hubiera sido por toda la cerveza que bebimos la otra noche no estaría ahora en este horrible estado.
—Ya veo que no estás bebiendo como siempre tu cerveza casera.
—Ya no bebo nada en grandes cantidades. Es más, me estoy racionando a un dedal cada cuatro horas con la esperanza de sudarlo en lugar de orinar hojas de afeitar.
Braintree sonrió.
—Entonces hay algo de cierto en el rumor —dijo.
—No estoy al corriente del rumor —dijo Wilt—, pero la descripción es de lo más exacta. Son precisamente hojas de afeitar.
—Bueno, te gustará saber que los chismosos piensan dar una medalla al cocodrilo que te mordió. Esa es la versión que está circulando.
—Déjalo —dijo Wilt—. Nada más alejado de la realidad.
—Jesús, no habrás cogido la sífilis o algo así de repugnante, ¿verdad?
—Desgraciadamente, no. Tengo entendido que el tratamiento moderno de la sífilis es relativamente indoloro. Mi estado no lo es. Y he recibido toda la cantidad de tratamiento que me siento capaz de soportar. Hay mucha gente en esta ciudad a la que asesinaría con gran placer.
—¡Vaya! —dijo Braintree—, realmente suena horrible.
—Lo es —dijo Wilt—, y todo ello alcanzó el nadir de lo espantoso esta mañana a las cuatro, cuando ese pequeño monstruo de Emmeline trepó a la cama y se apoyó en mi fosa séptica. Ya es malo ser una manguera humana, pero despertar de madrugada para encontrarse orinando hacía dentro es una experiencia que arroja una nueva y terrible luz sobre la condición humana. ¿Has tenido alguna vez, literalmente, una polución nocturna pero a la inversa?
—Desde luego que no —dijo Braintree, estremeciéndose.
—Pues yo sí —dijo Wilt—, y puedo decirte que eso destruye los escasos sentimientos paternales de cualquier padre. Si no hubiera sido por las convulsiones que me lo impedían, habría cometido un cuatricidio en el acto. En lugar de eso, he añadido varios tomos al infame vocabulario de Emmeline y Miss Müller debe de tener la impresión de que la vida sexual inglesa es en extremo sadomasoquista. Dios sabe lo que debió de pensar del escándalo que armamos anoche.
—¿Y qué tal está estos días nuestra Inspiración? ¿Es aún la Musa? —preguntó Braintree.
—Mi inspiración está evasiva. Totalmente evasiva. Ya supondrás que en mi estado actual intento no hacerme notar demasiado.
—No me sorprende, si andas por ahí con trajes de embarazada. Eso bastaría para alucinar a cualquiera.
—Bueno, yo también estoy intrigado —dijo Wilt—. No acabo de comprender a esa mujer. ¿Sabes que tiene circulando por la casa a una serie de jóvenes opulentos?
—Eso explica lo del Aston-Martin —dijo Braintree—. Me preguntaba quién habría heredado una fortuna.
—Sí, pero eso no explica lo de la peluca.
—¿Qué peluca?
—El coche pertenece a cierto casanova mexicano. Lleva un bigote a lo Pancho Villa, Chanel número lo que sea y, lo peor de todo, una peluca. Le he observado de cerca con los gemelos. Se la quita cuando llega arriba.
Wilt alargó los gemelos a Braintree y le indicó el ático.
—No veo nada. Las persianas venecianas están bajadas —dijo Braintree tras un minuto de observación.
—Bueno, pues te aseguro que lleva una peluca y me gustaría saber por qué.
—Probablemente porque es calvo. Eso es lo más corriente.
—Precisamente por eso me intriga. Lotario Zapata no es calvo. Tiene una buena mata de pelo y, sin embargo, cuando llega arriba se quita la peluca.
—¿Qué tipo de peluca?
—Oh, una cosa negra y despeinada —dijo Wilt—. Debajo es rubio. Tienes que admitir que es raro.
—¿Por qué no se lo preguntas a tu Irmgard? Quizá tiene debilidad por los hombres rubios con peluca.
Pero Wilt sacudió la cabeza.
—En primer lugar porque ella sale de casa antes de que yo me levante y esté relativamente presentable, y en segundo lugar porque mi instinto de conservación me dice que cualquier cosa que conduzca a un estímulo sexual podría tener para mí las consecuencias más horrendas e irreversibles. No, prefiero especular a distancia.
—Muy prudente —dijo Braintree—, no quiero ni pensar lo que Eva haría si supiera que estás apasionadamente enamorado de la chica au pair.
—Si las cosas que ha llegado a hacer por razones menos importantes nos sirven de referencia… —dijo Wilt, y ahí lo dejó.
—¿Algún mensaje para la Escuela? —preguntó Braintree.
—Sí —dijo Wilt—. Diles tan sólo que volveré a estar en circulación… Dios santo, qué palabra… cuando pueda sentirme a salvo de riesgos técnicos.
—Dudo que entiendan lo que quieres decir.
—No espero que lo hagan. He salido de esta ordalía con la firme convicción de que lo último que se creerían es la verdad. Es mucho más seguro mentir, en este mundo vil. Diles simplemente que tengo un virus. Nadie sabe lo que es un virus, pero abarca una multitud de enfermedades.
Braintree se volvió a casa dejando a Wilt sumido en negros pensamientos acerca de la verdad. En un mundo ateo, crédulo, violento y aleatorio, ésa era la única piedra de toque que había poseído, y su única arma. Pero como todas sus armas tenía doble filo y, según sus recientes experiencias, servía tanto para herirle a él como para iluminar a los demás. Era algo que más valía guardar para uno mismo, una verdad personal, probablemente sin ningún sentido a la larga, pero que al menos le proporcionaba una autonomía moral más efectiva que los intentos prácticos de Eva en el jardín con el mismo objetivo. Una vez que hubo condenado el interés de Eva por el mundo y el SOPAPP, Wilt reflexionó sobre estos hallazgos y se acusó a sí mismo de quietismo y pasividad frente a un mundo pobre y subalimentado. Puede que las iniciativas de Eva no fuesen más que compensaciones para una conciencia liberal, pero por ello ayudaban a ser conscientes y servían de ejemplo a las cuatrillizas, cosa que su propia apatía rehusaba. En alguna parte debía de haber un término medio entre la caridad que comienza por uno mismo y el mejorar la ración de millones de hambrientos. Wilt no tenía ni puñetera idea de dónde se encontraba ese justo medio. Desde luego, no se podía encontrar en cretinos doctrinarios como Bilger. Hasta John y Bertha Nye trataban de hacer un mundo mejor y no de destruir el malo. ¿Y qué era lo que hacía él, Henry Wilt? Nada. O más bien, convertirse en voyeur, quejica y adicto a la cerveza sin haber hecho nada que valiera la pena mencionar. Como para demostrar que por lo menos tenía el valor de su aspecto, Wilt salió de la glorieta y volvió a la casa de forma que resultara bien visible desde el invernadero, con el único resultado de descubrir que la reunión había terminado y que Eva estaba acostando a las cuatrillizas.
Cuando ella bajó las escaleras, se encontró a Wilt sentado a la mesa de la cocina pelando judías.
—Aún ocurren milagros —dijo ella—. Después de todos estos años te encuentro en la cocina ayudando. ¿No estarás enfermo o algo?
—No lo estaba —dijo Wilt—, pero ahora que lo mencionas…
—No te vayas. Hay algo que quiero hablar contigo.
—¿Qué? —dijo Wilt, deteniéndose en el umbral de la puerta.
—Arriba —dijo Eva, levantando los ojos al techo significativamente.
—¿Arriba?
—Ya sabes lo que quiero decir —dijo Eva aún más circunspecta.
—No —dijo Wilt—; al menos, no creo que lo sepa, y a juzgar por tu tono de voz no quiero saberlo. Si crees por un momento que soy mecánicamente capaz de…
—No me refiero a nosotros. Me refiero a ellos.
—¿A ellos?
—A Miss Müller y sus amigos.
—Ah, a ellos —dijo Wilt, y se sentó de nuevo—. ¿Qué pasa con ellos?
—Tienes que haberlo oído —dijo Eva.
—¿Oír qué? —dijo Wilt.
—Oh, ya sabes el qué. No te hagas el difícil.
—Señor —dijo Wilt—, ya estamos de nuevo con el lenguaje de la ratita que barría la escalerita. Si te refieres a si mi subconsciente ha captado que copulan de vez en cuando, ¿por qué no decirlo con claridad?
—Es en las niñas en quien estoy pensando —dijo Eva—. No estoy segura de que sea bueno para ellas vivir en un ambiente dónde eso que acabas de nombrar ocurre tan a menudo.
—Si no fuera así, ellas no estarían aquí. Y además tus primitivas amistades por correspondencia son muy dadas al tiqui-tiqui, para usar una expresión que despiste adecuadamente a Josephine. Ella normalmente va derecho al grano y dice…
—Henry —dijo Eva con tono de advertencia.
—Bueno, pues lo hace. Frecuentemente. Ayer mismo le oí decirle a Penelope que le dieran…
—No quiero oírlo —dijo Eva.
—Yo tampoco quería, si vamos a eso —dijo Wilt—, pero es un hecho que la generación más joven madura mucho más rápidamente que nosotros en palabras y en obras. Cuando yo tenía diez años, todavía pensaba que joder era algo que papá hacía con un martillo cuando se daba en el pulgar en lugar de en el clavo. Ahora, a los cuatro años ya es normal hablar de…
—Eso no viene al caso —dijo Eva—. El lenguaje de tu padre dejaba mucho que desear.
—Al menos en el caso de mi padre no era más que su lenguaje. En el del tuyo era toda la persona. La de veces que me he preguntado cómo tu madre tuvo ánimos suficientes para…
—Henry Wilt, no metas a mi familia en esto. Quiero saber lo que piensas que debemos hacer respecto a Miss Müller.
—¿Por qué me lo preguntas a mí? Tú fuiste quien la invitó a venirse a vivir. No me lo consultaste. Y es bien cierto que yo no quería a esa maldita mujer aquí. Ahora que ha resultado ser una especie de fanática sexual internacional, según tú, y que puede contagiar a las niñas una ninfomanía precoz, quieres arrastrarme a…
—Lo único que quiero es tu opinión —dijo Eva.
—Entonces, escucha —dijo Wilt—. Dile que se vaya al diablo.
—Pero ahí está el inconveniente. Ha dado un mes de alquiler por adelantado. Todavía no lo he ingresado en el banco, pero aun así…
—Bueno, pues devuélveselo, por amor de Dios. Si no quieres ver a esa gente, échala a la calle.
—Es que, la verdad, no parece muy hospitalario —dijo Eva—. Quiero decir que es extranjera y está lejos de su casa.
—No lo suficiente de la mía —dijo Wilt—, y todos sus novios parecen ser hijos de Creso. Puede largarse con ellos o al Claridge. Mi consejo es que le devuelvas su dinero y la eches.
Y Wilt se dirigió al salón y se sentó a ver la televisión hasta que la cena estuvo preparada.
En la cocina, Eva tomó una decisión. Mavis Mottram se había equivocado de nuevo. Henry no estaba en absoluto interesado por la Müller y Eva podía entregar el dinero al SOPAPP. Así que no había necesidad de pedirle a la inquilina que se fuera. Quizá simplemente sugiriéndole que se oían los ruidos a través del techo… En cualquier caso, era agradable saber que Henry no había hecho nada sucio. Lo cual sólo venía a demostrar que no debía hacer caso de lo que decía Mavis. Henry era un buen esposo a pesar de sus extrañas maneras. Fue una Eva feliz la que aquella noche llamó a Henry a cenar.