A la mañana siguiente salió de casa con un talante mucho más decaído. «Aquel guiso debía haberme alertado de que ella tenía algún funesto mensaje que transmitir», murmuraba mientras se dirigía a la Escuela. Y el anuncio de Eva, a saber, que había encontrado una inquilina para el piso de arriba, había sido realmente funesto. Wilt había estado alerta a esa posibilidad desde el momento mismo de comprar la casa, pero los entusiasmos inmediatos de Eva —por la jardinería, las hierbas, las guarderías progresistas para las cuatrillizas, la redecoración de la casa y el diseño de la cocina fundamental— habían aplazado cualquier decisión acerca del piso de arriba. Wilt tuvo la esperanza de que el asunto se olvidara. Ahora que ella había dispuesto de las habitaciones sin siquiera molestarse en decírselo, Wilt se sentía muy ofendido. Peor aún, ella le había entontecido con el señuelo de aquel espléndido estofado. Cuando Eva se ponía a cocinar lo hacía bien, y Wilt se acabó su segunda ración y una botella de su mejor borgoña antes de que ella le anunciase este último desastre. A Wilt le había costado varios segundos lograr concentrarse en el problema.
—¿Has hecho qué? —dijo.
—Se lo he cedido a una joven alemana muy agradable —dijo Eva—. Va a pagar quince libras a la semana y promete hacer muy poco ruido. Ni siquiera te darás cuenta de su presencia.
—Maldita sea. Claro que me daré cuenta. Tendrá amantes que se pasearán arriba y abajo por las escaleras en lasciva procesión todas las noches, y la casa apestará a sauerkraut.
—No, señor. Hay un extractor en la cocinita de arriba y ella puede tener amigos, siempre que se comporten correctamente. —¡Correctamente! Enséñame a un noviete que se comporte correctamente y yo te enseñaré un camello con cuatro jorobas…
—Se llaman dromedarios —dijo Eva, utilizando la táctica de la información embrollada que usualmente distraía a Wilt y le obligaba a corregirla. Pero, sin embargo, Wilt estaba ya demasiado distraído para molestarse.
—No, no se llaman dromedarios. Se llaman jodidos extraños, y por una vez estoy empleando la palabra jodidos con propiedad. Y si piensas que tengo la intención de pasarme las noches escuchando desde la cama a algún rudo latino probar su virilidad mediante la imitación del Popocatepetl en erupción sobre un colchón de muelles, a pocos metros sobre mi cabeza…
—Un Dunlopillo —dijo Eva—. Nunca te enteras de las cosas.
—Oh, sí que me entero —rugió Wilt—. Sabía que esto estaba preparándose desde el momento mismo en que tu maldita tía tuvo que morirse y dejarte una herencia, y tú tuviste que comprar este hotel en miniatura. Ya sabía yo que tendrías que convertirlo en una estúpida comuna.
—No es una comuna, y de todos modos Mavis asegura que la familia extensa era una de las buenas cosas de antaño.
—Desde luego, Mavis no debe de ignorar nada sobre las familias extensas. Patrick no hace más que extender la suya en las casas de los demás.
—Mavis le ha lanzado un ultimátum —dijo Eva—. No va a aguantar eso más tiempo.
—Y yo te estoy lanzando un ultimátum a ti —dijo Wilt—. Un chirrido de muelles, una bocanada de porro, un rasgueo de guitarra, una risita en las escaleras, y yo voy a extender esta familia buscándome un hogar en la ciudad hasta que Miss Schickelgruber se haya largado.
—Su nombre no es Schickeloquesea, es Müller, Irmgard Müller.
—Ése era también el nombre de uno de los más temibles Obergruppenfiibrer de Hitler. Lo que estoy diciendo es…
—Lo que te pasa es que estás celoso —dijo Eva—. Si fueras un hombre de verdad y no hubieras tenido problemas sexuales a causa de tus padres, no te pondrías de esa manera por lo que otras personas hacen.
Wilt la contempló tristemente. Siempre que Eva quería apabullarle, lanzaba una ofensiva sexual. Wilt se retiró a la cama, derrotado. Las discusiones sobre sus deficiencias sexuales tendían a acabar con la obligación de demostrar a Eva su error de manera práctica, y, después de aquel estofado, no se sentía con fuerzas.
Tampoco se sentía con muchas fuerzas a la mañana siguiente, cuando llegó a la Escuela. Las cuatrillizas habían librado su usual guerra fraticida acerca de quién iba a ponerse qué ropa antes de que fuesen arrastradas a la guardería, y había aparecido otra carta de Lord Longford en el Times pidiendo la puesta en libertad de Myra Hindley, la asesina de los Moors, sobre la base de que ahora estaba completamente reformada y era una cristiana convencida y una ciudadana socialmente valiosa. «En ese caso, podría probar su calidad social y su caridad cristiana quedándose en la cárcel para ayudar a sus compañeras convictas», había sido la furiosa reacción de Wilt. Las otras noticias eran igual de deprimentes. La inflación subía de nuevo. La libra bajaba. El gas del Mar del Norte se agotaría en cinco años. El mundo era el mismo inmundo revoltijo de siempre y, por si fuera poco, ahora tenía que escuchar al doctor Mayfield glorificar las virtudes del Curso Avanzado de Inglés para Extranjeros durante varias horas intolerablemente aburridas, antes de lidiar con las quejas de sus colegas de Estudios Liberales sobre la forma en que había confeccionado el horario.
Una de las peores cosas del cargo de director de los Estudios Liberales era que tenía que pasar gran parte de sus vacaciones de verano asignando clases a las aulas y profesores a las clases, y cuando había terminado y derrotado al director de Arte, que quería el Aula 607 para sus Estudios del Natural mientras Wilt la necesitaba para Carne III, todavía tenía que afrontar la bronca del comienzo de curso y reajustar el horario, ya que Mrs. Fyfe no podía encargarse el martes a las dos de DMT I porque su esposo… En estas ocasiones era cuando Wilt añoraba no seguir explicando El señor de las moscas a los instaladores de gas, en lugar de dirigir el departamento. Pero su sueldo era bueno, los impuestos sobre Willington Road eran exorbitantes y durante el resto del año podría pasar la mayor parte de tiempo sentado en su oficina, soñando.
También podía asistir a la mayor parte de las reuniones del comité en estado de coma, pero la que presidía el doctor Mayfield era la única excepción. Wilt tenía que permanecer despierto para impedir que Mayfield le cargara con varias lecciones más en su ausencia relativa. Además, el doctor Board querría comenzar el curso con una bronca.
Así fue. Mayfield no había hecho más que comenzar a señalar la necesidad de un currículum más orientado a los estudiantes con especial énfasis en la información socioeconómica cuando intervino el doctor Board.
—Hay que joderse —dijo—. El trabajo de mi departamento consiste en enseñar a estudiantes ingleses a hablar alemán, francés, español e italiano, y no en explicar los orígenes de sus propias lenguas a todo un lote de extranjeros, y en cuanto a la información socioeconómica, sugiero que el doctor Mayfield tiene sus prioridades equivocadas. Si tuviéramos que guiarnos por los árabes que tuve el año pasado, económicamente estaban informados al máximo acerca del poder adquisitivo del petróleo y, en cambio, socialmente estaban tan atrasados que harían falta trescientos años de cursos para persuadir a esos maricones de que lapidar mujeres infieles no es lo mismo que jugar al cricket. Quizá si tuviéramos trescientos años…
—Doctor Board, esta reunión es la que va a durar trescientos años si continúa usted interrumpiendo —dijo el subdirector—. Ahora, si el doctor Mayfield quisiera continuar…
El director de Desarrollo Académico continuó durante otra hora, y estaba dispuesto a continuar la mañana entera cuando el director de Ingeniería objetó.
—Observo que varios miembros de mi personal tienen asignadas lecciones sobre Realizaciones de la Ingeniería Británica en el siglo XIX. Me gustaría informar al doctor Mayfield y a esta asamblea que los miembros de mi departamento son ingenieros, no historiadores, y francamente no veo razón alguna por la que se les exija dar lecciones sobre temas fuera de su área.
—Bravo, bravo —dijo el doctor Board.
—Es más, me gustaría que se me informara por qué se pone tanto énfasis en un curso para extranjeros, a expensas de nuestros estudiantes británicos.
—Creo que puedo contestar a eso —dijo el subdirector—. Gracias a las restricciones que nos han impuesto las autoridades locales, nos hemos visto forzados a subvencionar nuestros cursos gratuitos y a los miembros de nuestro personal por medio de la ampliación al sector de extranjeros, en el que los estudiantes pagan sustanciosas matrículas. Si quieren conocer las cifras de los beneficios que obtuvimos el año pasado…
Pero nadie aprovechó la invitación. Incluso el doctor Board se quedó momentáneamente silencioso.
—Hasta el momento en que la situación económica mejore —continuó el subdirector—, muchos profesores sólo conservarán su trabajo porque estamos haciendo este curso. Es más, podríamos ampliar el Inglés Avanzado para Extranjeros a un curso con diploma aprobado por el Ministerio. Creo que estarán de acuerdo conmigo en que cualquier cosa que aumente nuestras oportunidades de convertirnos en Politécnico será ventajosa para todos —el subdirector se interrumpió y miró a su alrededor, pero nadie dijo una palabra—. En ese caso, lo único que queda por hacer es que el doctor Mayfield asigne las nuevas materias a los distintos directores de departamento.
El doctor Mayfield distribuyó unas listas fotocopiadas. Wilt estudió su nueva tarea y comprobó que incluía el Desarrollo de las Actitudes Sociales Progresistas y Liberales en la Sociedad Inglesa, de 1968 a 1978, y estaba a punto de protestar cuando el director de Zoología se le adelantó.
—Veo aquí que se me asigna la Producción Animal y la Agricultura, con especial referencia a la Cría Intensiva de Cerdos, Gallinas y Ganado.
—El tema tiene valor ecológico…
—Y está orientado a los estudiantes —dijo el doctor Board—. Educación en Batería, o posiblemente Cría del Cerdo mediante Evaluación Continua. Quizá incluso podríamos dar un curso sobre Preparación del Estiércol.
—Oh, no —dijo Wilt con un estremecimiento. El doctor Board lo contempló con interés.
—¿Su fantástica esposa? —preguntó.
Wilt asintió dolorosamente.
—Sí, ha comenzado con eso…
—Si solamente pudiera volver a mi objeción original en lugar de escuchar los problemas matrimoniales de Wilt —dijo el director de Zoología—. Quisiera dejar absolutamente claro desde ahora que no estoy cualificado para enseñar Producción Animal. Soy un zoólogo y no un granjero, y lo que sé sobre cría de ganado es cero.
—Debemos ampliar nuestros conocimientos —dijo el doctor Board—; después de todo, si vamos a adquirir el dudoso privilegio de autodenominarnos Politécnico, deberíamos anteponer el Colegio a nuestros intereses personales.
—Quizá usted no ha visto lo que tiene que enseñar, Board —continuó el de Zoología—. Influencias Seménticas…, ¿no debería decir Semánticas, Mayfield?
—Debe de ser un error de mecanografía —dijo Mayfield—. Sí, debería decir Influencias Semánticas sobre las Teorías Sociológicas Actuales. La bibliografía incluye a Wittgenstein, Chomsky y Wilkes…
—A mí no me incluye —dijo Board—. Pueden ustedes borrarme de la lista. No me importa descender al nivel de escuela primaria, pero no pienso desfigurar a Wittgenstein ni a Chomsky en beneficio de nadie.
—Bueno, pues entonces no me diga a mí que tengo que ampliar mis conocimientos —dijo el director de Zoología—. Yo no entro en un aula llena de musulmanes a explicar, ni siquiera con mi limitado conocimiento del tema, las ventajas de la cría de cerdos en el Golfo Pérsico.
—Caballeros, aunque reconozco que son necesarias una o dos correcciones de menor cuantía a los títulos de los cursos, creo que podrían imprimirse…
—Suprimirse, más bien —dijo el doctor Board.
El subdirector ignoró su interrupción:
—Y lo más importante es mantener los cursos en su formato presente, pero presentarlos a un nivel adecuado a los estudiantes en cada caso.
—De todos modos, no pienso mencionar a los cerdos —dijo el de Zoología.
—No tiene por qué hacerlo. Puede usted dar una serie de charlas elementales sobre plantas —dijo el subdirector, agotado.
—Estupendo, ¿y puede decirme alguien, en nombre de Dios, cómo puedo yo dar una charla elemental sobre Wittgenstein? El año pasado tuve a un iraquí que no era capaz de deletrear su propio nombre, así que ya me dirán qué va a hacer el pobre tipo con Wittgenstein —dijo el doctor Board.
—Y si me permiten introducir un nuevo tema —dijo, bastante tímidamente, un profesor del departamento de Inglés—, creo que vamos a tener algo así como un problema de comunicación con los dieciocho japoneses y el joven del Tíbet.
—Oh, ciertamente —dijo el doctor Mayfield—, un problema de comunicación. Podríamos también añadir una o dos conferencias sobre Discurso Intercomunicacional. Es el tipo de tema que puede llamar la atención del Consejo de los Premios Académicos Nacionales.
—Puede que les llame la atención a ellos, pero a mí no —dijo Board—. Siempre he dicho que son la vergüenza del mundo académico.
—Sí, ya le hemos oído extenderse sobre ese tema —dijo el subdirector—. Y ahora volvamos a los japoneses y al joven tibetano. Dijo usted tibetano, ¿no?
—Bueno, eso dije, pero no puedo estar demasiado seguro —respondió el profesor de Inglés—. A eso me refería cuando hablaba de un problema de comunicación. Ese alumno no habla una palabra de inglés, y mi tibetano no es precisamente fluido. Lo mismo sucede con los japoneses.
El subdirector miró a su alrededor:
—¿Supongo que es mucho esperar que alguien aquí tenga una ligera idea de japonés?
—Yo sé un poco —dijo el director de Arte—, pero no tengo la menor intención de servirme de él. Si se hubiera pasado usted cuatro años en un campo de prisioneros de guerra nipón, la última cosa que querría en su vida es tener que volver a hablar con esos bastardos. Mi sistema digestivo todavía no se ha repuesto.
—En lugar de eso quizá podría ser usted el tutor de los estudiantes chinos. El Tibet es parte de China ahora, y si le ponemos junto a las cuatro chicas de Hong Kong…
—Podríamos anunciar diplomas «lléveselo puesto» —dijo el doctor Board, y provocó otra acre discusión que duró hasta la hora de comer.
Wilt volvió a su oficina para encontrarse con que Mrs. Fyfe no podía ocuparse de los Mecánicos Técnicos de los martes a las dos porque su esposo… Era exactamente lo que Wilt había previsto. El curso de la Escuela había comenzado como siempre. Continuó con la misma tónica penosa los siguientes cuatro días. Wilt asistió a reuniones acerca de la Colaboración Interdepartamental: dio un seminario a profesores en formación de la escuela normal local sobre El Significado de los Estudios Liberales, lo cual, en su opinión, era una contradicción en los términos; recibió una conferencia del sargento de la Brigada de Estupefacientes sobre reconocimiento de plantas de marihuana y adicción a la heroína, y finalmente se las arregló para colocar a Mrs. Fyfe en el Aula 29 los lunes a las 10 de la mañana, con Pan II, y durante todo ese tiempo le estuvo dando vueltas al tema de Eva y su maldita inquilina.
Mientras Wilt estaba ocupado, aunque sin pasión, en la Escuela, Eva ponía en marcha sus planes de manera implacable. Miss Müller llegó dos mañanas después y se instaló discretamente en el piso; tan discretamente que a Wilt le costó otros dos días darse cuenta de que estaba allí, y sólo porque la entrega de nueve botellas de leche donde antes solía haber ocho le puso sobre la pista. Wilt no dijo nada, pero esperó al primer indicio de animación en el piso de arriba para lanzar su contraofensiva de quejas.
Pero Miss Müller hizo honor a la promesa de Eva. Era extraordinariamente silenciosa, llegaba sin molestar cuando Wilt todavía estaba en la Escuela, y se marchaba por la mañana después que él hubiese comenzado su paseo diario. Pasados quince días comenzó a pensar que sus peores temores no estaban justificados. En cualquier caso, tenía que preparar sus lecciones para los estudiantes extranjeros, y el trimestre había comenzado por fin. La cuestión de la inquilina se diluía mientras trataba de pensar qué demonios decirles a los súbditos del Imperio de Mayfield, como lo llamaba el doctor Board, acerca de las Actividades Sociales Progresistas en la Sociedad Inglesa desde 1688. Si los instaladores de gas representaban un índice de ello, había habido una recesión, y no un desarrollo progresivo. Los hijos de puta se habían graduado en apalear homosexuales.