Una semana después, en el hotel Mirasierra Suites de Madrid, Philip tenía una reunión y posteriormente una comida de negocios. Desde su ruptura con Marta procuraba no ir a Madrid. Se escabullía siempre que podía y prefería enviar su avión para que sus clientes viajaran a Londres, a tener que desplazarse él. Pero aquella reunión era importante y tras mucho demorarla finalmente asistió.
Durante aquellos meses su humor no había mejorado. Prefería estar inmerso en el trabajo y en sus viajes al extranjero a estar ocioso en su casa. Un lugar donde todo, por extraño que pareciese, le recordaba a ella. De pronto, su vida había dejado de tener aliciente. Las mujeres, esas con las que durante años se lo pasó bien, le parecían sosas y aburridas. Ir a casa de su padre era un martirio. Ver allí a Lola y saber que ella tenía contacto con Marta solo le hacía querer verla, y apenas soportaba ver juntos a Karen y Marc. Dos personas que no hacían más que mirarse a los ojos y darse besos continuamente.
Una vez finalizada la reunión, donde todo salió a las mil maravillas, los ejecutivos pasaron a uno de los salones. Mientras comían hablaban de trabajo. Sobre las cinco pudo coger su coche y marcharse a su casa de la Moraleja. Su personal de servicio, Simona y José, al verle, le saludaron con una sonrisa y rápidamente se desvivieron por atenderle. Tras subir a su habitación y quitarse el traje, se puso ropa de deporte. Bajó a la sala destinada a gimnasio y durante un buen rato corrió sobre la cinta andadora. En ese tiempo se había dado cuenta que lo mejor para caer agotado en la cama era el deporte. Algo que ocupaba últimamente su poco tiempo libre. La puerta del gimnasio se abrió y José le anunció:
—Señor, una señorita en la puerta pregunta por usted.
Sudando como un cosaco Philip paró la cinta y tras agacharse para tomar fuerzas preguntó:
—¿Una señorita?
—Sí, me dijo que su nombre era Vanesa Rodríguez.
Al oír aquello a Philip se le tensaron los músculos de todo el cuerpo. Solo conocía una Vanesa Rodríguez y precisamente era la penúltima persona que deseaba ver. Cogiendo una toalla se limpió el sudor de la frente y el cuello y tras pensar en la muchacha dijo a José:
—Pásala a mi despacho. Enseguida iré.
Una vez se quedó solo en el gimnasio Philip maldijo. ¿Qué hacía esa maldita muchacha allí? Pero atraído por la curiosidad, finalmente y sin ducharse fue hasta su despacho donde al entrar se encontró a la muchacha mirando por la ventana.
Cuando Vanesa oyó cerrar la puerta del despacho se giró y se encontró con Philip. Aquel hombre de mirada impenetrable y con el que apenas había cruzado más de dos palabras. No por él, sino por ella y su horrible comportamiento. Se asombró al verle vestido de aquella manera tan deportiva. Se fijó en sus fuertes hombros y le pareció más grande y alto que nunca. Eso la intimidó.
Con gesto duro Philip se puso frente a ella y preguntó:
—¿Qué quieres, Vanesa?
La muchacha intentó hablar, pero de pronto su boca se quedó paralizada. Durante días había planeado aquel instante. Lo que le diría y lo que necesitaba que él supiera. Pero llegado el momento se asustó y apenas podía respirar.
Philip al ver como aquella se retorcía las manos intuyó que estaba nerviosa. ¿Debería él sentir piedad por ella cuando aquella mocosa nunca la tuvo con él? No. Definitivamente no, pensó con resignación. Pero al ver que la muchacha tragaba saliva con intención de hablar la miró y escuchó.
—Primero de todo, quiero pedirle a usted disculpas por aparecer así de pronto en su casa, pero creo que se lo debo a mi madre.
—¿Tu madre? ¿Ella sabe que estás aquí? —preguntó sorprendido.
—Uf, no… no. Si lo supiera estoy segura de que me castigaría para el resto de mis días. De hecho, cuando se lo cuente creo que lo hará, si antes no me mata.
Al escucharla hablar con aquella franqueza Philip quiso sonreír. Cuánto había añorado esa frescura al hablar. Era la primera vez que escuchaba a la muchacha bromear. Hasta el momento, de ella solo había obtenido malas contestaciones y en especial malas miradas. Y aquello, inexplicablemente, le gustó.
Desconcertado por aquella inesperada visita Philip le indicó a la cría que se sentara en uno de los butacones. Él, aún con la toalla alrededor del cuello, se apoyó en su mesa de caoba y tras clavar sus azulados ojos en ella habló.
—Muy bien Vanesa. Una vez roto el hielo te pido que me llames de tú. Y, por favor, aclárame qué te ha traído a mi casa.
Al escuchar aquello la muchacha quiso llorar, pero tragándose el nudo de emociones que se formó en su garganta dijo mirándole directamente a los ojos:
—Yo soy la culpable de todo lo que ha pasado entre mi madre y tú. Creé un malentendido para que rompieras con ella y…
—No, Vanesa —dijo Philip sentándose tras su mesa—. Lo que ha ocurrido entre nosotros es algo entre adultos. Tú no tienes nada que ver en ello.
—Eso no es verdad —aclaró con los ojos llenos de lágrimas—. Yo fui la que te cogió el teléfono la noche que llamaste cuando regresabas de China. Mi madre estaba paseando a Feo y yo me aproveché de tu confusión y te dije algo que no era verdad.
—¡¿Cómo?! —gritó prestándole toda su atención.
—Yo te odiaba. Pensé que si seguías con mamá tarde o temprano nos obligarías a irnos a vivir a Londres, y yo… yo… no quería porque estaba colgada de Javier y… y entonces cuando llamaste me hice pasar por ella y te engañé. La lié. Todo lo que te dije era mentira y después, con mis chantajes emocionales, la saqué de casa por si aparecías y la obligué a ir al cumpleaños del Pistones.
Philip, al escuchar aquello comenzó a procesar la información, mientras la muchacha hecha un mar de nervios continuaba su relato.
—Te prometo que cuando colgué el teléfono me di cuenta de mi error, pero no supe dar marcha atrás. Es más, esa noche me di cuenta de lo mucho que cuidabas a mi madre y de que yo estaba equivocada en todo. Pero ya era tarde. Yo ya la había liado mintiéndote y tú sacaste tus propias conclusiones en referencia a mamá. —Desesperada por como él la miraba gimió— …y yo solo te puedo pedir disculpas por todos los errores que he cometido como hice con mamá hace tiempo y…
—¿Tu madre sabe lo que me estás contando? —susurró con desesperación al darse cuenta de su tremendo error y ser consciente de cómo trató a Marta aquel día.
—Sí. Se lo dije, aunque ella me confesó que lo supo cuando tú la acusaste de irse con sus amigos los moteros a preferir ir contigo. Ella me dijo que en ese momento supo que había sido yo quien había hecho aquello pero que tú…
—Yo no la dejé hablar —murmuró encolerizado.
Aún recordaba la mirada de Marta y sus ojos al acusarla. Aquello no se lo podría perdonar nunca. ¿Por qué? ¿Por qué no la había escuchado? ¿Por qué había reaccionado así? Sin poder dejar de hacerse aquellas terribles preguntas Philip prestó atención a la muchacha que, hundida en el sillón, lloraba a moco tendido mientras balbuceaba palabras incoherentes.
Acercándose hasta ella y poniéndose en cuclillas, dijo levantándole el mentón para secarle las lágrimas con la toalla.
—No me gusta verte llorar, Vanesa. Basta ya.
—Philip. El día que llamaste a mi madre para hablar con ella, volví a mentir, aunque esa vez ella me obligó. Ella no quería verte y me hizo decirte que se había ido de fin de semana con el Musaraña para que te enfadaras. Y yo… le hice caso y… y…
Con una desesperación que sobrecogió hasta las entrañas de aquel gigante, Vanesa le abrazó y Philip, enternecido suspiró y la agarró. Durante un buen rato la muchacha se desahogó como llevaba tiempo sin hacer y él la escuchó consciente de que la única víctima de todo aquello había sido Marta. Una vez consiguió tranquilizar a la niña y que esta dejara de llorar y pedir perdón, Philip sentándose a su lado preguntó:
—¿Cómo está tu madre?
—Triste, a pesar de que intenta sonreír para que yo sea feliz. Te echa de menos, Philip. Lo sé y te aseguro que lo sé de buena tinta.
Él sonrió, le gustaba saber aquello. Entonces Vanesa armándose de valor preguntó:
—¿Tú echas de menos a mamá?
Mirándola con una sonrisa que dejó descolocada a la jovencita, este susurró con voz ronca y emocionada.
—Cada instante del día y de la noche, Vanesa. Estoy enamorado de ella y me voy a volver loco si sigo así.
Resoplando de satisfacción la muchacha exclamó:
—Guayyyy.
—¡¿Guay?! —rió Philip.
—Sí. ¡Genial! Me gusta saber que mi madre te gusta.
—Es más que eso. La quiero. La adoro. La amo.
Conmovida por lo que escuchaba la muchacha dijo:
—Philip, si me das la oportunidad, me gustaría comenzar de nuevo contigo y mostrarte quién soy. Te aseguro que no soy ese híbrido entre la niña del exorcista y Nosferatu que conociste meses atrás.
—Me alegra saberlo —rió aquel.
—Las malas compañías me abdujeron y me volvieron una alienígena que dejó de querer a lo que uno más debe de querer en este mundo, a su madre —y tendiéndole la mano, dijo—: Me llamo Vanesa Rodríguez y me gustaría que volvieras a hacer sonreír a mi madre. Te prometo que no me inmiscuiré en vuestra relación. Es más, si decides no hablarme y hacerme pagar todo el mal que te hice lo entenderé. Pero, por favor, necesito que hagas feliz a mi madre, aunque si te soy sincera… creo que me va a matar cuando se entere de lo que estoy haciendo.
Sobrecogido y feliz, Philip no lo dudó. ¿Cómo no querer a la madre de la muchacha si nunca la había dejado de amar? Pero, consciente de que aquello era un comienzo para Vanesa y para él, Philip le agarró la mano y dijo:
—Me llamo Philip Martínez y estaré encantado de conocerte, y quiero que sepas que me acabas de dar la sorpresa de mi vida.
—Uf… te aseguro que no —se mofó ella, pero él continuó.
—Amo a tu madre con todo mi ser y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que ella me dé una oportunidad y vuelva a sonreír. Pero también quiero que tú, señorita, te inmiscuyas en mi vida. Deseo que me dejes quererte y cuidarte como un padre y, si no quieres, me encantará ser tu amigo. Un buen amigo que siempre velará por tu seguridad. Quiero llevarme bien contigo y poder reír y discutir las veces que haga falta. Me encantaría ser parte de tu vida y que tú lo fueras de la mía. ¿Crees que podríamos intentarlo? —La niña emocionada asintió y Philip para hacerla sonreír susurró—: Y tranquila, no permitiré que la cabezota de tu madre te mate. Antes tendrá que matarme a mí. Te lo aseguro.
Dicho esto ambos se unieron en un fraternal abrazo que derribó todas las murallas que entre ellos pudieran existir. Comenzaban de cero y los dos tenían claro que lo prioritario era una mujercita de carácter llamada Marta. Ambos la adoraban y necesitaban verla feliz.
Como niño con zapatos nuevos Philip habló con Vanesa. Era inútil negar lo evidente. Aquella y su madre podían con él y él ya había decidido no vivir sin ellas. Entonces Vanesa se levantó y abriendo su gran bolso, sacó un DVD y preguntó:
—Entonces, ¿me aseguras que amas a mi madre y que la quieres a ella tal y como es? —Él asintió—. Y que aunque yo te enseñe algo, ¿no te enfadarás, ni pensarás mal de ella?
Sorprendido por aquello, Philip la miró y poniéndose la mano derecha encima del corazón afirmó alto y claro:
—Te lo aseguro. No cambiaría nada de ella. Ni siquiera ese maldito carácter que a veces me saca de mis casillas. Y que conste que no salgo a buscarla ahora mismo porque tú estás aquí.
—Entonces, toma. Quiero que veas esto.
Philip cogiendo aquel DVD la miró y preguntó:
—¿Me voy a sorprender por lo que aquí hay grabado?
Con una sonrisa Vanesa se sentó de nuevo en el butacón.
—Arggg… Te lo puedo asegurar. ¡Vas a flipar!
—Uf… miedo me da ponerlo —se mofó aquel—. Viniendo de ti y de tu madre esto puede ser un bombazo.
Divertido, fue hasta unos equipos que había en su despacho, metió el DVD y encendió la televisión. Instantes después una imagen extraña apareció en la pantalla. Philip caminó hacia atrás y se sentó junto a la butaca de la muchacha, hasta que de pronto el perfil de una cara atrajo su atención. En ese momento Vanesa murmuró:
—Se llama Noa. Es mi hermana y nacerá en menos de tres meses.
Al escuchar aquello, Philip paró de golpe la imagen. Se giró hacia Vanesa y fue él quien en aquel momento no pudo hablar.
—Mamá supo que estaba embarazada el mismo día que rompiste con ella y…
—Dios mío —susurró Philip pasándose la mano por el pelo.
—Ella no te dijo nada porque no quiere que pienses que es una más que lo único que quiere es tu dinero.
—¡¿Cómo?!
—Ella me contó que le dijiste que, con el tiempo, le acusarías de tener un hijo y…
—Por Dios… cómo pude ser tan bocazas.
—Sí… no te enfades, pero un poquillo sí fuiste.
Sin apenas escucharla Philip dijo:
—¿Cómo pude decirle todo aquello? Te juro Vanesa que aquella misma tarde me odie a mí mismo por haber sido tan cruel. Ella nunca ha sido, ni será, como las mujeres a las que yo me refería y… y… ¿Voy a ser padre? ¿Noa es mi hija?
—Rotundamente sí. Aunque bueno… mi madre no te lo va a poner fácil.
—¡¿Cómo?! ¿Se ha vuelto loca?
—Me temo que sí. Es más, no nos dijo nada a nadie hasta que tuvo el accidente con la moto y…
Cada segundo más pálido, Philip miró a la muchacha y cogiéndola por los hombros preguntó colérico y preocupado:
—¿Accidente de moto? Por todos los santos. ¿Qué ha ocurrido?
Ella, Marta, la mujer que amaba, había tenido un accidente y nadie le había avisado. Mataría a Lola, a su padre, Adrian y Patricia. Ellos le debían haber llamado.
—Philip… relájate.
—Pero, ¿por qué nadie me dijo nada? —gritó descontrolado.
—Ella nos lo prohibió. Y ya conoces a mamá, quien se la hace… se la paga.
Preocupado por ella miró a la jovencita que frente a él hablaba y susurró:
—Está bien… ¿ella está bien?
—Sí. Tranquilo. Mamá y Noa están bien. Eso ocurrió hace meses. Desde entonces mamá guardó la moto en el garaje y a excepción de que la arranca de vez en cuando, no la ha vuelto a montar. Eso sí… cuando nazca la muñeca ya me ha amenazado con que se irá un día entero a coger curvas.
Confundido, emocionado, aterrorizado y enamorado miró la imagen que en la tele le observaba y se levantó. Aquella carita tan preciosa era su hija. Un bebé que la mujer que amaba esperaba. Definitivamente necesitaba pedirle perdón. Ya no podía esperar un segundo más para ir en busca de Marta. Si antes la amaba, ahora la quería más.
—Dame cinco minutos que me cambio de ropa y te llevo a tu casa. Tengo que decirle muchas cosas a tu preciosa madre —dijo Philip saliendo del despacho.
Al quedar sola, Vanesa se levantó y saco el DVD para guardárselo en el bolso. Poco después un guapo y emocionado hombre, bajó las escaleras de su chalet de dos en dos. Tenía una misión que cumplir y no pensaba fracasar.