Capítulo 43

La consulta de ginecología del Hospital Montepríncipe estaba como siempre; a rebosar. Marta y Vanesa sentadas en las butacas azules miraban a todas las embarazadas que ante ellas pasaban.

—Qué rayada, mamá. ¿Has visto qué tripa tiene esa?

Marta sonrió.

—Es que debe de estar a punto de echarlo, hija. Ya verás… ya, qué tripa se me va a poner a mí.

—Tú estarás guapísima. Seguro.

En ese momento se abrió la puerta de la consulta diez y se oyó:

—Marta Rodríguez, por favor, pase.

Vanesa agarró la mano nerviosa de su madre. Por nada del mundo se perdería ese momento con ella. Juntas entraron en la consulta donde el doctor le dijo a Marta que se quitase el pantalón y se tumbase en la camilla.

—Doctor —dijo Vanesa sorprendiendo a su madre—. Me he informado y sé que usted me puede hacer un vídeo y dar unas fotos de este momento, ¿verdad?

—Sí, señorita. Pero ese vídeo no entra en la consulta. Debe pagarlo aparte.

—Pues hágalo. Yo se lo pagaré.

Marta, incrédula porque su hija se hubiera informado de aquello preguntó:

—Vanesa, no hace falta, cariño. Con saber que está bien, me sobra y me vale.

—De eso nada, mamá. Yo quiero tener el recuerdo de la primera vez que le vi la jeta al muñeco. Y he leído que por ciento cincuenta euros te puedes llevar un DVD y fotos, además de un informe.

—¿Ciento cincuenta euros? Pero, cariño eso es mucho dinero y…

—Mamá —interrumpió Vanesa—. Es mi dinero y lo voy a utilizar en esto, te guste o no. Es un regalo que quiero para ti.

Con una tonta sonrisa en la boca el médico las miró y comenzó su reconocimiento. Boquiabiertas miraron la pantalla y cuando el ecógrafo se paró en el rostro del bebé Marta susurró:

—Dios mío, Vanesa el muñeco es precioso, y creo que va a tener tu misma nariz.

—¿Tú crees? —susurró la niña sin pestañear.

—Y mira qué morritos —murmuró Marta emocionada.

—Está bostezando —dijo el médico.

Vanesa sonrió. Estaba viendo al muñeco mover las manos y bostezar. Eso la dejó sin palabras. El ecografista, al ver los gestos de aquellas dos entre risas y llantos, preguntó:

—¿Quieren saber el sexo del bebé?

Ambas se miraron y asintieron y el hombre tras mover el aparato dijo:

—Es una niña, o como dicen ustedes, ¡una muñeca!, y por sus medidas va a ser grandota.

«Como su padre» pensó Marta con un extraño dolor en el corazón, pero sonrió.

Media hora después, con la felicidad en sus rostros, las fotos y el DVD bajo el brazo salían del hospital. La pequeña Noa estaba bien y tanto su madre como su hermana estaban pletóricas de alegría.