Septiembre llegó. Las clases en el colegio de Vanesa comenzaron y todos regresaron a sus trabajos. Cuando Lola viajó para visitarles tras el verano, la impresión que se llevó al ver a Marta con aquella barriga fue tremenda.
—A ver jefa, relájate y respira —murmuró Patricia dándole aire.
—Ay, qué fatiguita, miarma.
Marta, frente a ella, con unos vaqueros elásticos y una camisa que dejaba entrever su pequeña tripula le acercó un vasito de agua.
—Vamos a ver, Lola, ¿por qué te pones así? Solo he decidido tener un hijo. Creo que Vanesa ya es mayor y me apetecía tener otro bebé.
—Ojú, miarma. Cuando se entere Phil… cuando se entere Phil…
Con gesto sorprendido, Marta miró a aquella mujer y preguntó:
—¿Philip? ¿Por qué se va a enterar Philip? ¿Él qué tiene que ver en esto?
Sus amigos la miraron extrañados y Lola sin dejarse engañar dijo:
—Mira, cariño. No disimules. Ese bebé es de Phil.
—Pues no, Lola. Te equivocas —mintió Marta—. Es del Musaraña. Hemos vuelto a darnos una oportunidad y hemos creído que un hijo nos podría unir más.
—¡Yuna mierda! —gritó la mujer dejándoles descolocados.
—Lola de mi corasao, que tú no dices palabrotas —se quejó Adrian.
Incapaz de continuar un segundo más sentada, la mujer se levantó y encarándose a ellos dijo muy seriamente.
—No me vais a engañar. Ese siquillo no es del poca sangre del Musaraña, ni de ningún otro. Ese niño es de Phil y todos lo sabemos.
—¿Quizás sea hijo del champán? —se guaseó Patricia, pero al ver el gesto con que le miraron los demás cerró la boca.
—Vamos a ver, Lola —continuó Marta enfadada—. Punto uno. Este es mi hijo, y si yo te digo que Philip no tiene nada que ver, créeme por favor. No comiences a levantar falsos bulos ni molestes a tu hijastro con esto porque te aseguro que tiene todas las de perder. Y punto dos. Respeta lo que te digo porque esto es algo mío. Particularmente mío. Y nadie mejor que tú sabe lo que eso significa. Durante años he conocido tu romance con Antonio Martínez y he callado sin que tú me lo tuvieras que pedir. Era tu decisión y yo la respeté. Solo espero que ahora tú me respetes a mí.
Lola con los ojos llenos de lágrimas y sin querer decir nada más, cogió el vaso de agua y se metió en su despacho. En todos los años que llevaba junto a Marta era la primera vez que tenía una discusión de aquella índole con ella. Todos callados la siguieron con la mirada. Finalmente Patricia fue quien habló.
—Desde luego cuando te pones borde, ¡eres la más!
Con el corazón encogido Marta miró la puerta cerrada de aquella mujer a la que adoraba y sin poder remediarlo blasfemó.
—Joder, ¿por qué no me habéis cerrado el pico?
—Uis, nena cualquiera se acerca a ti cuando te pones en plan tigresa bengalesa —susurró Adrian.
—¿En serio sabías lo de la jefa y Antonio? —preguntó Patricia.
Marta asintió.
—Sí. Pero yo no era nadie para contar algo que a mí no me atañía.
—Ole, mi Marta. Qué grande eres, jodia —sonrió Adrian.
Dos segundos después, la puerta del despacho de Lola se abrió. Para sorpresa de los tres esta se plantó ante Marta y con voz segura dijo:
—Siempre he valido más por lo que he callado que por lo que he contado y esta vez en referencia a tu bebé será igual. No te preocupes cariño, no diré nada, ni quiero que tú me confirmes nada. Pero déjame decirte, miarma, que sé que el Musaraña no es el padre, ¿y sabes por qué? Pues porque tú eres demasiado lista como para hacer una tontería así con ese mequetrefe —Marta sonrió—. Y ahora dame un beso y un abrazo y recuerda, sigo estando aquí para ese siquillo, también, ¿me has oído cabezota?
Emocionada, Marta la abrazó. Aquella maravillosa mujer era su madre y eso la emocionó.
—Ay, Dios mío. ¡Qué momentazos me dais puñeteras! —gimió Adrian abrazándose a Patricia que sonrió.