Había pasado un mes desde la última vez que Philip supo algo de Marta. Días después de lo ocurrido Marta, sin decir nada a nadie, fue al ginecólogo y este, tras una ecografía, le confirmó que estaba de once semanas.
Tras la última llamada ni ella llamó, ni él tampoco. Su mal humor se acrecentaba día a día. Estaba enamorado de aquella mujer, pero no estaba dispuesto a sufrir por alguien que a la primera de cambio le engañaba y se buscaba otras diversiones.
En ese tiempo Marta disimuló todo lo que pudo su malestar. Estaba ya de cuatro meses, pero su delgadez y las ropas anchas que comenzó a ponerse para disimularlo no dejaban entrever su estado. Quedaban pocos días para irse a Huelva de vacaciones y no quería que nadie supiera de su embarazo hasta su vuelta. Sabía que era absurdo esconderlo pero necesitaba hacerlo así.
En ese tiempo, Adrian y Patricia achacaron su tez blanquecina y su falta de apetito a la ruptura con Philip, e intentaron darle todo su apoyo y amor. Un mes atrás Marta pensó en abortar. Se informó de varias clínicas, pero algo en ella no se lo permitió. Le gustaban los niños y si había sido capaz de sacar adelante a su hija Vanesa siendo ella una niña, lo sería ahora también siendo ya una mujer.
Vanesa cambió. Atrás quedaron las malas contestaciones y comenzó a ser la que había sido siempre, una hija cariñosa y pendiente de su madre. Pero algo en su interior no la dejaba vivir. Se sentía culpable por lo que había ocasionado. Y ver a su madre disimular su tristeza no la dejaba vivir. Su intermitente relación con Javier definitivamente se rompió. Por fin, y sin que nadie le dijera nada se dio cuenta que su madre tenía razón. Aquel era un imbécil que solo se aprovechaba de ella. Por ello, un día se plantó y decidió no volver a mirarle a la cara. Él ni se inmutó. Directamente pasó de ella y se buscó otra tonta de la que aprovecharse.
Los días pasaban y Vanesa necesitaba contarle a su madre la llamada de teléfono de Philip. El problema era que no encontraba el momento. La veía tan decaída y triste cuando llegaba a casa que no quería hacerle más daño. Por ello, consumida en su angustia, calló y se dedicó a complacerla y a hacerle la vida lo más fácil que podía.
Una mañana, cuando quedaban tres días para cerrar la tienda por las vacaciones de verano, Lola regresó de Londres para decirles que había tomado una decisión en cuanto a su vida y negocio.
—¿Qué te quedas a vivir en Londres? —dijo Marta.
Patricia al escuchar aquello dejó de masticar su desayuno.
—Ay, virgencita… al paro de cabeza que vamos —gritó Adrian llevándose las manos al pecho.
Lola al escucharles sonrió. Por nada del mundo haría una cosa así y quitándole a Patricia un donut de la mano aclaró:
—Aquí nadie se va al paro. La tienda seguirá como está. La única diferencia es que no estaré físicamente todos los días y tanto yo como vosotros tendréis que viajar a Londres con más asiduidad. He decidido abrir una delegación de Lola Herrera allí, en esa capital.
Los tres boquiabiertos la miraron y esta continuó:
—Esta tienda quiero que siga aquí. Y sé que con vosotros seguirá de maravilla. He decidido expandir mi empresa, y mi intención es que los modelos que yo haga allí, también estén aquí y viceversa. ¿Qué os parece la idea?
—Bien… creo que será interesante —finalmente dijo Marta sorprendida.
Lola al ver como la miraban aquellos tres muchachos que ella adoraba aclaró:
—Quiero estar con Antonio todo el tiempo que pueda, y no me apetece estar todo el día viajando de acá para allá. Él tiene su vida y su negocio allí y…
—Y tú aquí —murmuró Patricia.
—Sí, miarma… tienes razón —sonrió Lola—. Pero mi vida quiero vivirla junto a él y no quiero desperdiciar horas en el aeropuerto. Os aseguro que nada va a cambiar. Todo continuará igual. Vosotros tres podréis seguir trabajando como lo habéis hecho siempre.
—Pero… pero tú no estarás con nosotros —susurró Adrian al punto del sollozo.
Conmovida por aquello, Lola abrazó a aquel muchachote encantador que tanto se preocupaba por ella y le aclaró:
—¿Cómo que no estaré con vosotros? —y cogiendo el teléfono dijo ante un lloroso Adrian—. Si coges esto y marcas mi número siempre… siempre estaré con vosotros. Además, os he dicho que tendréis que viajar a Londres de vez en cuando. Necesitaremos reunimos y unas veces vendré yo, y otras iréis vosotros allí.
Marta al escucharla se le revolvieron las tripas. Ella no quería viajar a Londres. En breve debería decir lo de su embarazo y se agobió. Sentándose se puso las manos en la cara y sin saber porqué comenzó a llorar.
—¡Virgen de la Macarena! Ay, que fatiguita ¿Qué te pasa, miarma? —se asustó Lola al verla.
Si algo destacaba de Marta, era su fortaleza. Y verla ante ella hundida y llorando no era buena señal. Sabía de su ruptura con Philip, él tampoco estaba mucho mejor, pero tras hablarlo con Antonio y Karen, todos decidieron no inmiscuirse en los problemas de aquellos. Ya eran mayores para decidir qué era lo que querían.
Inmediatamente, Patricia se agachó junto a ella y la abrazó. Sabía que a su amiga le pasaba algo, pero realmente no imaginaba el qué.
Marta se limpió los ojos e intentando, sin mucho éxito, sonreír, murmuró entre sollozos.
—Lola yo te quiero mucho y… y… te voy a echar mucho de menos.
—Ay, mi amor. No me digas eso que me engollipo —se agobió la mujer.
—Uis, nenas. Esto es más emotivo que el velatorio de Chanquete —susurró Adrian.
Marta al escucharle se tapó la cara, mientras Patricia se carcajeaba y miraba a Lola. Esta última desde que había visto a Marta no le gustó nada su mal aspecto. Estaba paliducha y ojerosa. Pero, al igual que el resto, lo achacó a lo ocurrido con Philip.
—Marta, por Dios, ¡no llores! Que aquí el de lágrima facilona soy yo —dijo Adrian haciéndola sonreír por fin.
Incrédula porque las lágrimas se le hubieran escapado delante de todos, enseguida se repuso y resurgiendo de sus cenizas como solo ella sabía hacer, sonrió y dijo:
—Ea… ya se me pasó. Ha sido un pequeño momento tonto —y mirando a Lola dijo—: Te debo tantas cosas y te quiero tanto, que no se qué me ha pasado. Pero tranquila… ya estoy bien.
La mujer mirándola con gesto serio preguntó:
—¿Seguro que estás bien, mi niña? Mira que te veo yo muy desmejorá y mustia, y eso no me gusta nada.
—Sí, Lola no te preocupes. Estoy con la regla y eso me hace estar más sensible. —De pronto el estómago se le puso al revés y, al sentir las ganas de vomitar, dijo mirándose el reloj:
—Ostras ¡que me cierran el banco! —dijo cogiendo su casco—. Seguid hablando que vuelvo en media hora.
Se apresuró a marcharse intentando ir erguida. Una vez desapareció de la tienda Lola volviéndose hacia ellos susurró:
—Ay, qué angustia tengo, por Dios. Vengo aquí y Marta está destrozada. Me voy a Londres y Philip no tiene mejor aspecto, ¿qué podemos hacer por ellos?
Sorprendidos con aquella revelación Adrian y Patricia se miraron.
—¿Que el indeseable ese está destrozado? —gruñó Patricia—. Pues siento decirte que si está así o es porque le falta un tornillo o simplemente es porque es imbécil profundo.
—Ozú, siquilla, ¿por qué dices eso? —preguntó Lola al escucharla.
—Ese príncipe con alma de diablo —contestó Adrian—. Fue él quien dejó a nuestra Marta. La humilló y la dejó en la estacada.
Boquiabierta, Lola cuchicheó:
—Las noticias que yo tengo es que fue Marta quien lo dejó a él. Antonio tras interrogar a Philip me contó que fue ella la que se marchó con sus amigos dejándole colgado aquí en Madrid, tras adelantar su viaje a China.
—Virgen de la candelaria, ¡será mentiroso! —gritó Adrian.
Molesta por aquella mentira Patricia soltó:
—De eso nada. Él fue quien sin decirle nada llegó a Madrid y se fue de juerga con una artistucha del tres al cuarto. Nos enteramos de ello por la prensa. Después Marta le fue a ver y el resto ya te lo puedes imaginar.
Lola no se lo podía creer. Fue a responder cuando la puerta de la tienda se abrió. Era Vanesa, quien al verla se tiró directamente a sus brazos. Tras besuquearse y decirse lo mucho que se querían la niña preguntó:
—¿Dónde está mi madre?
—Ha ido al banco pero enseguida vuelve —respondió Patricia.
Lola incapaz de asumir lo que aquellos le habían contando preguntó a la cría:
—Vanesa, mi niña ¿tu madre está bien? No me gusta nada lo delgada que se está quedando.
La cría fue a responder pero se abrió la puerta de la tienda. Era Pepe, el del bar de enfrente.
—Que alguno de vosotros venga a mi bar. Marta se ha caído de la moto y la tengo allí.
—¡Ay, mi niña! —gritó Lola horrorizada.
Con rapidez, los cuatro salieron de la tienda. En menos de tres minutos estaban frente a una maltrecha Marta que al ver a su hija sonrió.
—Que ninguno se asuste. No me ha pasado nada. Estoy bien…
—Ay, mamá, ¿qué te ha pasado? —dijo Vanesa al ver el raspón que esta tenía en las manos. Lola apremió a Adrian. —Llama un taxi. La llevo al hospital. —No. No hace falta —gritó Marta al escucharla.
—Sí, si te voy a llevar. Te pongas como te pongas —decidió Lola.
Fue inútil discutir con todos. Finalmente los cinco fueron hasta el Hospital Madrid donde la atendieron de urgencias. Mientras esperaban, Vanesa no paró de llorar. Cada día se sentía peor y más culpable por todo lo que le pasaba a su madre. Verla tan decaída y triste comenzaba a poder con ella.
—Tranquila, miarma, tu mami estará bien —la consoló Lola.
—Todo es por mi culpa —sollozó la niña.
Al escucharla Adrian le pasó la mano por el pelo y dijo:
—Anda ya, chiquilla no digas tonterías. Tu madre se ha caído hoy porque se tenía que caer y punto. ¿Qué vas a tener tú la culpa?
—Esas cosas pasan, mi amor —susurró Lola abrazándola. —Toma un poquito de agua y deja de exagerar. Que para exagerado ya tiene el título Adrian —regañó Patricia con cariño. La niña bebió agua y tapó la botella.
—La culpable de que mi madre esté así soy yo. Yo hice algo horrible para que Philip se enfadara con ella y la dejara. Ella no lo sabe, pero fui yo la que jorobó su relación. Les he engañado a los dos y me siento fatal.
Boquiabiertos, los tres la miraron. Pero fue Patricia quien clavándole la mirada dijo:
—Desembucha, pero ¡ya!
Tras sonarse la nariz con un pañuelo que Lola le dio Vanesa se explicó.
—Philip llamó a casa. Mamá no estaba y por la voz él creyó que yo era ella. Dijo que había adelantado su viaje de China para regresar antes, y que pasaría a recogerla. Entonces yo le dije que ya tenía planes para ir a una fiesta y él… él… se molestó y yo le dije… que prefería estar con mis amigos a quedar con él. Después de eso mamá y Philip lo dejaron.
—La madre que te parió, ¡Vanesa! —dijeron a la vez Patricia y Adrian.
—Pero mi amor —susurró Lola—. ¿Por qué hiciste eso? —No lo sé —continuó llorando la niña—. Pero estoy arrepentida de ello. Ahora me doy cuenta de mi error y yo… yo…
—Vanesa —gruñó Adrian—. Te quiero mucho mi niña, pero en un momento así te arrancaría la cabeza.
—¡Adrian! —regañó Lola al escucharle.
—¿Lo sabe tu madre? —preguntó Patricia aún incrédula.
—No… y por favor no se lo digáis —susurró entre sollozos—. Se lo tengo que decir yo, y…
—Por supuesto que se lo vas a decir —siseó esta—. Te doy una semana, si no se lo diré yo. Lo que has hecho está fatal. ¡Joder!
—Fatal no —sentenció Adrian—. Muy mal. Terriblemente mal.
La niña nerviosa se retorció las manos y asintió hecha un mar de lágrimas.
—Ay, miarma ¿Cómo has hecho eso, siquilla? Phil y tu madre están hechos el uno para el otro, mi amor. ¿No te habías dado cuenta?
Al escuchar aquello Patricia miró a su jefa y aclaró.
—Bueno… bueno… no exageres. Si estar hechos el uno para el otro es que a uno le gusten los whopper con queso y al otro el paté francés a las finas hierbas, creo que te equivocas de pe a pa.
—No. No se equivoca. Ese guiri y Marta habían conectado —aclaró Adrian con seguridad—. Dicen que los polos opuestos se atraen y ellos, te guste o no, se atraían en todos los sentidos. Solo hay que recordar la luz en la mirada que tenía Marta cuando estaba con ese… ese madelman inglés.
—Yo más bien diría que se querían —susurró Lola abrazando a Vanesa que no paraba de gimotear.
Segundos después se abrió la puerta blanca y los cuatro se levantaron. Marta salía con un médico. Llevaba un brazo vendado y cara de cansancio. Al ver a su hija llorar se asustó.
—¿Qué te pasa cariño?
La niña se zafó del abrazo de Lola y corrió a los de su madre. Esta sonrió, mientras sus tres amigos la miraban con gesto tierno y desconcertado. El médico sonrió.
—No se asusten. Ella está bien. Solo tiene una pequeña fractura en el codo y en un dedo de la mano. Eso sí —dijo mirándola—. Se acabó la moto durante un tiempo ¿de acuerdo, Marta?
Marta asintió. Ambos sabían a qué se referían y el doctor tras una sonrisa se marchó.
—¿Estás bien? —preguntó Patricia acercándose a ella.
—Di que sí, o me da aquí mismo un tabardillo —cuchicheó Adrian.
—Sí, tranquilos. Ha sido una caída tonta —y mirando a su hija dijo—: No llores, cariño. No ha pasado nada, ¿no lo ves? Estoy bien.
La muchacha asintió pero cada vez se encontraba peor. Debía hablar con su madre con urgencia y contarle lo que los demás sabían aunque se enfadara.
—Mamá… tengo que contarte algo.
Con una dulce sonrisa su madre asintió y tras darle un beso en la mejilla le susurró.
—Vale. Cuando lleguemos a casa las dos tenemos que hablar.
Lola conmovida por la ternura que Marta irradiaba dando un paso al frente dijo señalándola con el dedo:
—Ya has oído, miarma. La moto, ni mijita —y mirando a Patricia y Adrian advirtió—. Y a partir de hoy estás de vacaciones. Para un par de días que quedan no vas a ir como estás. Eso sí, como me entere yo que coges la moto ¡os la cargáis vosotros!
—Uis, que madrastrona —se mofó Adrian—. Cuando te pones así, me recuerdas a la madrastra de la Cenicienta. Todos sonrieron.
—Pues puedo ser peor que Úrsula, la bruja mala de La Sirenita, si desobedecéis mis órdenes —aclaró aquella con una sonrisa en los labios.
Marta, más tranquila les miró y dijo abrazada a su hija:
—Señores Disney, si no os importa me gustaría irme a mi casa.
Una hora después los cinco estaban en el piso de Marta. Llamaron a Telepizza y comieron juntos. Por la tarde, casi entrada la noche cada uno se marchó a su casa dejando solas a madre e hija.
Sentadas una frente a la otra en el sillón Marta miró a su inquieta y nerviosa hija y dijo:
—Cariño, por lo que he podido entender hoy en el hospital quieres decirme algo, ¿verdad? —la muchacha asintió y Marta prosiguió—. Yo también necesito contarte algo. ¿Quién empieza, tú oyó?
—Yo —respondió la muchacha.
Colocándose un cojín tras los riñones y otro ante su pequeña tripa Marta asintió y dijo:
—De acuerdo. Tú primero.
Pero fue decir eso y Vanesa comenzó a llorar y a decir palabras ininteligibles, aunque Marta las entendió. Por ello y deseando que su hija dejara de llorar se incorporó, le secó las lágrimas y sorprendiéndola como nunca en su vida le susurró.
—Ya lo sabía, Vanesa. Siempre lo he sabido. Cuando Philip me dijo que… —no pudo seguir y al final susurró—. Solo he esperado a que tú me lo dijeras. Y te lo agradezco. Necesitaba saber que volvías a confiar en mí.
Vanesa al escuchar aquello se sintió peor. Durante aquel tiempo su madre lo había sabido y no había dicho nada. Eso la hizo llorar todavía más.
—Lo hecho… hecho está, cielo —suspiró Marta—. Pero quiero preguntarte ¿por qué? ¿por qué nos engañaste así a los dos? ¿Tan mala vida te íbamos a dar si hubiéramos continuado juntos?
—Mamá, lo siento. Lo siento con toda mi alma. No sé cómo se me ocurrió hacer esa locura. Pero yo… tenía miedo de Philip y de todo lo que nos podía ofrecer y ahora me doy cuenta que él era una buena persona, que sobre todo te quería.
Al escuchar eso Marta sonrió con tristeza.
—No, cariño. No me quería. Si me hubiera querido me habría escuchado cuando intenté hablar con él.
—Mamá, si él no te escuchó fue por lo borde y desagradable que fui con él. Le hice pensar que no te importaba, que él no era nadie para ti. Me porté como una idiota y… lo siento… lo siento mucho. Aceptaré cualquier castigo que me impongas sin rechistar. Y te juro que no me perdonaré en la vida, lo mal que me he portado últimamente contigo. ¡Soy lo peor!
—No, cariño, no eres lo peor. Pero esta experiencia te ha hecho madurar y darte cuenta que la vida no es solo como tú la quieres vivir. Existimos las dos y…
—Te prometo que nunca más te volveré a decepcionar. Te daré tantos vales oro para cumplir tus deseos que vas a pensar que soy una pesada.
Con una sonrisa de cansancio en los labios, Marta la miró. Estaba destrozada por no tener a Philip junto a ella, le añoraba cada segundo, cada instante del día, pero estaba feliz porque finalmente su hija le hubiera contado aquello.
—¿Vales oro? —rió Marta para hacerla sonreír—. Cariño, con tenerte a mi lado me vale y me sobra. Y en cuanto a lo que dices, ya sabes que tus vales para mí son los más importantes. Me gusta hacerte feliz y quiero que lo seas.
—Ay, mamá ¿cómo he podido estar tan ciega?
—Deja de martirizarte, Vanesa porque ya no sirve de nada. Si te soy sincera, cielo, creo que nuestra historia nunca habría acabado bien. Éramos demasiado diferentes en demasiadas cosas. Pero bueno, la vida me ha enseñado a tomarla como viene y no quiero darle más vueltas al tema.
—Pero, mamá si yo le llamo y se lo cuento él tendría que…
—No, cariño —dijo alarmada Marta—. Yo no quiero volver con él. Si haces eso lo que único que harás sería liarlo más todo, y creo que es mejor que lo dejemos como está.
La niña la miró. ¿Por qué su madre no quería volver con Philip? Sabía que lo amaba. Se lo notaba en su mirada. Y si Lola decía que él también la añoraba, ¿dónde estaba el mal?
—Bueno, cariño —dijo Marta mirando a su hija—. Ahora me toca a mí contarte algo que creo que debes saber. Te incumbe a ti, tanto como a mí, y espero que lo aceptes como lo he aceptado yo y me ayudes.
Aquello atrajo toda la atención de Vanesa que cogiendo una galleta de encima de la mesa dijo:
—Soy toda oídos, mami. Pero dímelo ya que me estás asustando.
Marta tomó aire y cogiendo una galleta le dio un mordisco y tras tragarlo le soltó:
—Estoy embarazada de cuatro meses —Vanesa dejó de respirar y Marta continuó—. El hijo es de Philip. Él no lo sabe, y no quiero que lo sepa nunca.
Vanesa se quedó de piedra.
—Mamá, ¿esperas un bebé?
Marta sonrió y asintió. Su hija siempre le había pedido un hermanito pero la ocasión nunca se dio. Y ahora, de pronto, el bebé estaba casi allí. Emocionada, la muchacha estiró las manos y tocó la tripa de su madre cuando esta se quitó el cojín de encima y se desabrochó la camisa. Ante ella apareció un pequeña y redonda tripula que había pasado desapercibida.
—Ostras, mami —susurró incrédula—. ¡Qué pasote! Voy a tener un hermano.
—O hermana —sonrió Marta feliz por haberlo contado.
—Un bebé —cuchicheó boquiabierta la muchacha.
Marta, con los ojos encharcados en lágrimas de felicidad y tristeza a la vez, asintió.
—¿Qué nombre le pondremos?
—Es un poco pronto para eso ¿no crees? —rió Marta pero al ver la impaciente mirada de su hija cuchicheó—. Bueno… vale… confieso que hay un nombre que me encanta tanto si es niño como si es niña.
—¿Cuál?
Con una sonrisa de satisfacción Marta se tocó la barriga y susurró:
—Si es niña será Noa, y si es niño Noah, pero con hache.
—¡Me encanta, mami! Tendremos un o una Noa en nuestra vida —ambas rieron.
—Sí, tendremos un muñequito al que cuidar —susurró Marta tocándose la barriga.
Le había costado asumir de nuevo la maternidad sola. Pero aquel día cuando se cayó de la moto y pensó en que habría podido perder a su bebé creyó morir. Cuando en el hospital le dijeron que todo seguía bien, se dio cuenta que quería a ese bebé tanto como a su propia vida y ya nada ni nadie se lo podría arrebatar.
—Por cierto, mami —dijo señalándola con el dedo mientras cogía una nueva galleta—. Te prohíbo coger la moto de aquí en adelante. En tu estado se acabó el pilotaje, ¿me has oído?
—Tranquila, cariño. La aparcaré en el garaje cuando salga del taller y hasta que el bebé no esté aquí no la volveré a utilizar. Te lo prometo.
Vanesa al ver la tristeza en los ojos de su madre se puso seria y retirando las manos de la barriga preguntó:
—¿Por qué no se lo quieres decir a Philip?
Marta dando otro mordisco a la galleta dijo:
—Por tres razones, cielo. La primera porque él no quiere responsabilidades —recordó aquello y el corazón le dolió—. La segunda, porque no quiero ser una más que le quiere endosar un hijo, y la tercera porque he decidido criar a este niño yo sola como hice contigo. Aunque esta vez tu castigo será ayudarme a sacarle adelante.
Inquieta por lo que oía, Vanesa se retorció las manos.
—Vamos a ver, mamá. Por supuesto que te voy a ayudar. Eso no lo dudes nunca. Pero tu comportamiento es muy egoísta. Philip se merece saber que va a ser padre. No creo que estés haciendo lo correcto.
—Si no lo veo, no lo creo. Te has pasado meses intentando que olvide a Philip, que lo deje con él, y ahora cuando doy por finalizada esa relación te empeñas en que nos volvamos a juntar. Cariño, ¡no hay quien te entienda!
—Lo sé, mami… lo sé. Soy una adolescente algo complicada. Pero si no estáis juntos es por mi culpa. Y déjame recordarte que este hijo sí es de él. No es algo inventado como lo de Juliana y otras… Oh, Dios, mamá cada vez me siento peor. Solo he sido un estorbo y un cúmulo de problemas en tu vida y en tu relación con él. Lo siento mami… lo siento tanto…
—Vanesa, cariño ¡Basta!
—Pero mamá, ¿por qué? ¿Por qué si tú le quieres y él te quiere? ¿Por qué volver a luchar por un hijo tú sola?
—Es mejor así, créeme, cariño —susurró al pensar como él dijo que su secretaria le buscaría un hueco en su agenda—. Vanesa, si una vez yo sola y siendo una niña pude hacerlo, ahora estoy convencida de que lo volveré a hacer. Y por favor cariño olvida todo lo que ha pasado y…
—¿Lo saben Lola, Patricia o Adrian?
—No. Y hasta que no regresemos de las vacaciones continuarán sin saberlo.
—Pero, mamá, nos matarán cuando se enteren —protestó Vanesa y su madre rio.
—No hay peros que valgan, cielo. Esto es un secreto momentáneo entre tú y yo. Ellos lo sabrán a su tiempo y ya me encargaré yo de que no nos maten —e intentando sonreír dijo—: Necesito un poco de tranquilidad y tiempo, y si ellos lo saben, te aseguro que lo que menos tendré será eso… Me volverán loca y yo solo necesito tu ayuda de momento. Y tranquila, lo sabrán. Esto es algo que no se puede ocultar.
—¿Lo prometes, mami?
—Te lo prometo, cielo —sonrió Marta.
Aquella noche ambas durmieron abrazadas en la cama de Marta como llevaban meses sin hacer. Al día siguiente Vanesa llamó a Lola y le pidió entre sollozos que no le contara a Philip lo ocurrido. De momento su madre necesitaba tiempo para asimilarlo y Lola lo entendió. Finalmente consiguió colgar sin contarle lo de su próximo hermano. Algo que la llenaba de orgullo y preocupación.