Capítulo 33

La cita entre Patricia y el antidisturbios les dio mucho de qué hablar. Desde aquella noche que se encontraron en el Vip’s, Patricia estaba como hipnotizada. Solo hablaba de Carlos por aquí, Carlos por allá. No le volvió a llamar calvo. Algo que Marta y Adrian le recordaban para molestarla.

El jueves por la mañana Marta se levantó con el estómago otra vez al revés. Los problemas que últimamente le daba su hija estaban comenzando a agotarla. Pero sin decir nada dejó a Vanesa en la puerta del Instituto. El enfado entre ambas aún continuaba, pero esta vez a Marta no le importó. Su hija debía de madurar de una vez. A media mañana Marta recibió un mensaje al móvil.

«Te invito a un aperitivo».

Era de Philip. Histérica de alegría y con un subidón por todo lo alto le respondió rápidamente. Y una hora después, tras escaparse de la tienda llegó con su moto hasta su casa. Había quedado allí con él. Vanesa no llegaría hasta las cuatro de la tarde. Tenía la casa para ellos durante al menos cuatro horas. Cuando llegó al portal, allí estaba esperándola, tan guapo y bien vestido como siempre con un traje gris marengo.

Nerviosita perdida se bajó de la moto y tras ponerle el candado se acercó a él que, sin vacilar, la cogió por la cintura, la alzó y la besó.

Honey… te he echado de menos.

—Yo también a ti —susurró ella dejándose abrazar.

Philip la besó con pasión, y al separarse de ella la notó algo pálida.

—¿Te encuentras bien?

—Por supuesto, y ahora que estoy contigo, mejor.

Veinte minutos después, los dos, en la intimidad de la casa de Marta hicieron apasionadamente el amor. Como siempre ocurría, su encuentro era tórrido y pasional. Ambos exploraban sus cuerpos y disfrutaban al máximo la satisfacción que ello les ofrecía. Un par de horas después y tras haber hecho varias veces el amor, desnudos y cansados encima de la cama él dijo:

—Te he traído un regalo.

—¿A mí?

—Sí.

—¿De verdad?

—De verdad —repitió él divertido.

—¿Por qué?

—Simplemente porque me apeteció —sonrió encantado. La había añorado cada segundo del día y no había podido dejar de pensar en ella.

—Coge ese paquete que hay en la bolsa azul.

Ella se fue a levantar. Pero consciente de su desnudez le cogió su camisa, se la puso y más tranquila cogió la bolsa que él le indicaba y volvió a la cama.

—¿Por qué te tapas con mi camisa? —preguntó él divertido.

—No me gusta que mis lorzas queden a la vista.

—Eres preciosa y me gusta verte desnuda —le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Es más, me encantaría poder tenerte siempre desnuda y dispuesta para todo lo que yo quiera.

Ella sonrió y se arqueó contra él permitiendo que este le quitara la camisa. Una vez la tuvo desnuda, sonrió.

—Abre el regalo. Espero que te guste.

Con impaciencia, ella rasgó el papel y cuando la foto que había en el embalaje de la caja quedó al descubierto, él murmuró divertido:

—Quiero que sepas, honey, que es el regalo más raro que he hecho en mi vida a una mujer.

—¡Un grifo de bañera con termostato y alcachofa! —gritó ella lanzándose a besarle—. Me encanta. Gracias. Me encanta.

Philip estaba sorprendido por su entusiasmo.

—Oh, Dios… qué ganas tengo de probarlo. ¿Tiene diferentes chorros? —él asintió muerto de risa—. Madre mía… madre mía, Philip. Cada vez que me acuerdo de la ducha que nos dimos en la casa de tu padre, uff… me tiemblan hasta las raíces del pelo.

Como un tonto volvió a reír. Marta le hacía continuamente sonreír y eso le gustaba. Le encantaba.

—Ah, pero esto no vale. Si tú me das un regalo, yo como mínimo debo corresponder con algo.

—No hace falta, cielo, tu alegría me recompensa —se carcajeó él.

Pero Marta se levantó de la cama y trajo una libreta de colores y un bolígrafo.

—Sí… sí hace falta. Yo aceptaré tu regalo, si tú aceptas mis vales.

—¿Tus vales? —preguntó sorprendido.

Consciente de que aquello debía ser algo extraño para él, le dijo divertida:

—Te explico. Estos vales son vales canjeables por deseos. Y como hoy estoy contenta por el maravilloso regalo que me has regalado, te entregaré tres vales que corresponden a tres deseos.

Dicho esto Marta escribió en cada hoja «Vale por un deseo» firmado: Marta Rodríguez. Una vez terminó arrancó las hojas de la libreta y se las entregó. Este lo cogió y como si de un tesoro se tratara los miró y finalmente los puso encima de la mesilla.

—Recuerda —insistió ella—. Esos vales son muy valiosos. No los pierdas.

—Pero ¿valen para todo lo que yo quiera? —preguntó risueño.

Marta asintió.

—Sí. Para todo. Siempre y cuando no sea una idea descabellada.

—¿Puedo pedir ya un deseo? Coqueta y mimosa le miró. —Deseo que me beses.

Sin esperar un segundo Marta se abalanzó sobre él y le besó. Le devoró los labios con tal pasión que Philip, una vez terminó, suspiró deseoso de más. Rápidamente, Marta le quitó un vale y lo rompió ante él.

—Ea… ya has gastado un vale. Recuerda que te quedan dos.

A cada momento se sentía más hechizado por ella. Le dio un beso en la punta de la nariz y dijo:

—De acuerdo. Los guardaré para algún momento especial.

Ella sonrió y volvió a mirar con interés la caja del grifo del baño.

—Tendrás que llamar a un fontanero para que te lo instale.

—De eso nada, guaperas —dijo ella abriendo la caja—. Cuestan un ojo de la cara y las instrucciones que vienen son muy fáciles de seguir. Lo haré yo.

—¿Tú? —esa mujer no dejaba de sorprenderle—… ¿tú sabrás instalarlo?

Incrédula por como la miraba, ella se estiró y levantándose desnuda le dijo:

—¿Ves todos los muebles que hay a tu alrededor? —él asintió—. Pues son de Ikea, una tienda sueca de muebles. Y todos, absolutamente todos, los he montado yo con estas manitas.

—¿En serio?

Él miró a su alrededor. Le resultaba fascinante pensar que ella había montado aquellos armarios, mesillas, estanterías. Para él aquello era inaudito.

—Philip, por Dios. Estás tan acostumbrado a que te hagan todas estas cosas que crees que es difícil. Por suerte o desgracia soy mañosa para muchas cosas, entre ellas arreglar mi moto, instalación eléctrica, fontanería ¿Alguna vez has montado un mueble?

—No. Nunca.

—¿Y cambiado una bombilla?

—Tampoco.

—Pues te has librado, machote —sonrió esta—. No tengo nada pendiente de montar. Si no… te ponía manos a la obra.

Aquel comentario le hizo sonreír. Verdaderamente a él, gracias a su estatus social, se lo daban todo hecho. Solo tenía que levantar el teléfono y pedir lo que quería.

—Ven. Te voy a demostrar lo fácil que es cambiar el grifo de la bañera.

Boquiabierto, la siguió. Ella cogió una caja que ponía herramientas mientras él se sentaba en la taza para observarla.

—Lo primero de todo y tremendamente importante, cortar el agua del baño para no liarla parda. Después —dijo metiéndose en la bañera—, se abre el grifo de la bañera para que se vacíe el agua restante, ¿lo ves?

—Sí —asintió perplejo.

—Una vez que compruebas que no sale más agua, con una llave inglesa aflojas las tuercas y quitas el grifo.

Atónito, la vio manejar durante un rato aquella llave hasta que consiguió quedarse con el grifo en la mano.

—¿Qué te parece?

—Increíble —murmuró él.

—Una vez tienes el grifo en las manos, antes de poner el grifo nuevo se coloca un poco de teflón alrededor de las roscas para que no haya filtraciones —sonrió trabajando—, y después, encaras el grifo nuevo en las roscas y aprietas con la llave inglesa las tuercas —al ver como él la observaba añadió—. Eso sí. Hay que apretar bien las tuercas para asegurarnos que todo queda bien.

Una vez acabó de hacer aquello salió de la bañera, se sentó sobre las piernas de un alucinado Philip y besándole murmuró:

—Ahora solo queda abrir la general del agua y ver que no hay goteras —él sonrió—. Lo ves ¡Ya está! No hace falta que venga ningún fontanero. Ya estoy yo aquí para hacerlo.

Atónito, maravillado y conmovido por lo que había presenciado, la atrajo hacia él para besarla con pasión.

—Estoy loco por ti, ¿lo sabías? —le susurró muy cerca.

Agarrada a él, Marta se dejó abrazar y querer. Sentir su pasión cuando la miraba le gustaba. Le gustaba tanto que perdía la voluntad.

—Lo entiendo, mi faceta de fontanera es para volverte loco —al ver que él se reía a carcajadas ella sonrió—. Escucharte decir eso cada día me gusta más. Ven, vayamos de nuevo a mi habitación. Allí te voy a demostrar cuánto me gustas tú a mí.

Pero antes de llegar a la habitación, llamaron al teléfono de Marta para decirle que su hija se encontraba mal. Debía ir a recogerla al colegio inmediatamente. Se vistieron rápidamente. Philip veía la preocupación de Marta en su rostro y se angustió por ella.

—Lo siento, Philip… siento que esto se tenga que acabar así.

—No te preocupes, honey. Habrá otros momentos. Ahora lo importante es saber qué le pasa a tu hija.

Dicho estos ambos cogieron el BMW de Philip para ir a buscar a la niña.