Capítulo 32

Tras dos días en los que no se separaron ni un segundo e C/ hicieron el amor apasionadamente en todos los lugares que pudieron, llegó el momento de la despedida. Marta debía regresar a Madrid.

Una vez llegaron al aeropuerto Timoti y Adrian se despidieron. Entre ellos había surgido algo muy especial que tendrían que madurar. Vanesa con gesto adusto miró hacia su madre y al que la abrazaba. Aún no entendía qué veía en él.

—Vanesa, te lo digo por última vez —advirtió Patricia—. Como se te ocurra decir alguna de las tuyas te juro que te doy un pescozón y me importa un pimiento si me vuelves a hablar o no, ¿entendido jovencita?

—No me rayes —respondió esta.

—Ay, miarma —susurró Lola—. Sé buena niña y pórtate bien con tu madre, ¿no ves lo feliz que está?

Pero Vanesa no tenía ganas de sonreír. Tenía el ceño continuamente fruncido y por su gesto se sabía que tarde o temprano estallaría.

—Se acabó la tontería —regañó Adrian y con un movimiento de cabeza dijo a todos—. Vayamos al kiosko. Compraremos algo de prensa rosa para el viaje. Lo necesitaremos.

Con un ojo en cada lado Marta vio que su hija se alejaba con el grupo. Sabía que Vanesa estaba enfadada. Solo había que ver cómo la miraba. Pero decidió hablar con ella una vez llegaran a casa.

—¿Por qué no has querido ir en mi avión privado, honey?

—Pues porque ya tenemos los billetes pagados y no voy a desperdiciar el dinero, ricachón —se mofó ésta aún en sus brazos.

—Llámame en cuanto llegues a Madrid. No me quedaré tranquilo hasta saber que has llegado bien a tu casa.

—Valeeeeeeeee, papi —sonrió conmovida.

Era la primera vez en su vida que sentía que un hombre vivía para ella. Su manera de mirarla, de protegerla, de buscarla, de poseerla, la hacía sentir especial.

—Si sigues sonriéndome así no te voy a dejar marchar. Tu sonrisa me hace tener pensamientos salvajes, calientes y morbosos.

Al escucharle, Marta sonrió.

—¿Estás excitado? —preguntó.

—Contigo siempre —y acercando su boca a la de ella, enterró sus dedos en el pelo que le enmarcaba el rostro—. Eres tan dulce y sabrosa que me haces estar todo el día excitado. Me encantaría desnudarte, abrirte las piernas, y….

—No… no continúes por Dios, o seré yo quien te lleve de vuelta a tu casa y te haga salvajemente el amor en tu preciosa y gran cama —rió Marta haciéndole reír.

Mirándola a los ojos Philip se deleitó en ella. Esa mujer temperamental le había robado el corazón. Pero en su mirada intuyó su inquietud y poniéndole la carne de gallina, le susurró:

—Mañana salgo de viaje para Bruselas. Estaré unos días allí. Cuando regrese prometo ir a visitarte.

Marta sonrió. Había sido incapaz de preguntarle cuándo se verían.

—Vale… vale.

Honey, recuerda —dijo tomándole la cara con las manos—. Cualquier cosa, sea la hora que sea, me llamas. Si no me localizas, llamas a mi padre, ¿entendido?

Aquello se lo había repetido mil veces.

—Sí, pesado… claro que sí.

Por los altavoces dieron el último aviso para los pasajeros con destino Madrid. En ese momento el grupo llegó hasta ellos y tuvieron que separarse. Una vez todos se despidieron, Philip se acercó a Vanesa.

—Sé buena con tu madre. Se lo merece —le dijo.

La niña volviéndose hacia él, le dio un desplante que molestó a todos menos a Philip que sonrió. Con una triste sonrisa Marta se acercó de nuevo a él y le besó en los labios. Luego desapareció tras la puerta de embarque.

Varias horas después tras un viaje algo movidito por las turbulencias llegaron a Madrid. Marta solo podía pensar en Philip. En sus dulces besos y en las ganas que tenía de volver a verle. Una hora después Marta y Vanesa estaban en su casa acariciando con cariño a su perro Feo.

—Bueno, Vanesa. Ahora que estamos solas, di todo lo que tengas que decir.

La muchacha miró a su madre y con gesto hosco espetó:

—Te equivocas. No tengo nada que decir.

—Soy tu madre. Te he parido y sé cuando esa cabecita tuya guarda quejas. Venga, ¡suéltalas! Te conozco y explotarás de un momento a otro.

Con una furia incontrolable la niña se volvió hacia su madre.

—¿Cómo has podido enrollarte con ese idiota? Sabes que no me gusta. Sabes que es un cerdo que deja a mujeres embarazadas tiradas en la cuneta y vas tú y ¡zas!, te lanzas a su cuello. ¿Tan desesperada estás? ¿Tan bien se lo hace en la cama ese guiri como para que hayas pasado estos días desaparecida? Oh, mamá, nunca pensé que tú pudieras comportarte de una manera tan… tan… tan….

—¿Tan? —preguntó Marta con calma.

—Tan grosera. Todos sabíamos siempre lo que estabais haciendo. Cada vez que os veíamos estabais abrazados o besándoos. Vergonzoso, mamá. Por primera vez he sentido vergüenza de que fueras mi madre.

Cuando vio que la niña cerró el pico, Marta encendiéndose un cigarrillo, se sentó frente a ella y muy segura de lo que iba a decir dijo:

—Vaya, cielo. Para no tener qué decir, creo que te has explayado bien. Pero ahora me toca a mí. Punto uno. Philip no es ningún idiota, es un hombre encantador y si le dieras la oportunidad te lo demostraría. Punto dos. No es ningún cerdo que deja a nadie tirado por estar embarazada. Simplemente el hijo que espera esa mujer no era de él y no hay más que hablar. Punto tres. Lo que yo haga en la cama o fuera de ella no es de tu incumbencia, ni de nadie. Solo mía y de él. En cuanto a que nos besábamos en cualquier lado. Sí, en eso te tengo que dar la razón pero, ¿sabes?, me ha encantado. Punto cuatro. No he sido grosera, pero tú sí. Te has comportado como una niña maleducada y consentida y yo no te críe así. Punto cinco. Me has engañado en referencia a tu tatuaje. Sabes que no me gusta lo que has hecho, pero especialmente tu engaño. Punto seis. Me da mucha pena escuchar que has sentido vergüenza de que fuera tu madre. Eso sí que no me lo esperaba de ti. Sabes que he luchado por ser una buena madre, amiga, compañera y hasta colega. Siempre he estado a tu lado para todo. Y ahora que soy yo la que conoce a alguien y está ilusionada te avergüenza. ¿Qué es lo que quieres? ¿Que me quede en casa sola y encerrada? ¿Quieres que no me vuelva a enamorar? ¿Sabes Vanesa? Yo nunca querría que tú fueras infeliz. Nunca. Philip me hace la vida fácil por primera vez en mi vida y mira cómo reaccionas. ¿Qué quieres que haga? ¿Que lo deje?

—Sí. Ese engreído solo te traerá problemas. Ya lo verás, mamá.

—De momento la única que me está trayendo problemas eres tú, cielo.

Incapaz de dar su brazo a torcer, Vanesa se levantó y dijo con voz cansada:

—Muy bien, mamá. Haz lo que quieras. Eso sí. Luego no me vengas con lloros porque no te voy a querer escuchar.

Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó dejando a su madre sola y con una triste mirada.

Días después las cosas parecieron volver a su rutina. Vanesa terminó las clases en el colegio, pero como había suspendido tres asignaturas, siguió dando clases de recuperación. Marta se sumergía durante horas entre cientos de telas en la trastienda de la tienda, mientras pensaba en Philip y en lo que estaría haciendo en aquellos momentos.

Durante aquellos días él la llamó desde Bruselas y siempre… siempre cuando colgaba una extraña tristeza se apoderaba de ella. ¿Por qué había tenido que conocer a alguien tan encantador pero tan lejano a ella? Sumida en sus pensamientos estaba cuando se abrió la puerta de la trastienda. Entró Adrian, seguido por Patricia.

—No me lo puedo creer. Lo tuyo es ser loba oficial, pero ¡cómo has podido! —protestó Adrian.

—Pero, bueno. Ni que hubiera matado a alguien —se defendió Patricia.

—Desembucha. Las setas que has comido, ¿eran alucinógenas? —gritó el muchacho de nuevo.

Marta levantó la vista.

—¿Qué os pasa? —preguntó.

Adrian sacando su abanico del bolsillo del vaquero se sentó junto a ella con gesto grave.

—¿Sabes lo que acaba de hacer esta petarda? —Marta negó con la cabeza—. Resulta que hemos ido al bar de Pepe a desayunar y allí estaba su hijo Jesús, el poli. Y va la sinvergüenza esta, porque no tiene otro nombre, apunta su teléfono móvil en una servilleta y se lo da a Jesús para que se lo de al antidisturbios calvo para que la llame, ¿te lo puedes creer?

Patricia, con una bolsa de cheetos en la mano, les miraba con una sonrisa.

—¿Y por eso te asustas? Si eso le dijiste tú qué hiciera —dijo Marta.

Virgen del camino seco. Nunca me acostumbraré a las locuras de esta loba.

Patricia, que hasta el momento había estado callada, se metió un puñado de cheetos en la boca.

—Vamos a ver, Sor Adrian. Aunque a veces el mundo es un pañuelo, es muy difícil que ese calvo y yo nos volvamos a encontrar. No sé dónde vive, pero sí dónde trabaja. Lo que he hecho es facilitar ese encuentro, nada más.

—¿Nada más? —se escandalizó aquel.

—Sí, nada más ¡por Dios! —gritó Patricia—. A veces y en especial cuando te escandalizas por tonterías como estas, pienso que deberías haber sido monja de clausura. ¡Estrecho!

Adrian, cansado de escucharla, se volvió hacia Marta y preguntó en un tono ácido:

—Y tú, ¿qué? ¿Estás mejor hoy? ¿Cómo va la delincuente de tu hija? ¿Le van bien las clases de recuperación?

—Vaya, Adrian. Hoy estás de lo más afectuoso —dijo Marta.

—Dímelo a mí —se jactó Patricia.

Consciente de ello, el muchacho se dio un golpe en la frente para hacerlas reír.

Ains, reinas moras, os pido disculpas pero es que estoy que trino. Ayer Timoti me llamó y suspendió su viaje a Madrid y…

Marta y Patricia se miraron. Ahora entendían su mal humor de aquella mañana. Por ello su inseparable Patricia se acercó a él.

—Tranquilo polluelo… el Timoteo está loco por ti y no creo que tarde mucho en venir. Ya lo verás —le alentó.

—Hoy me encuentro mejor. No me duele el tarro y mi estómago está muy bien. En referencia a la delincuente de mi hija se ha jorobado el verano con las tres que le han quedado, y presiento que me lo va a jorobar a mí también —dijo Marta dejando a un lado las telas.

—No se lo permitas. Que lo pague ella sólita. —Adrian suspiró más relajado.

—Esa puñetera —se quejó Patricia—. Mira que no aprobar y ahora tener que seguir estudiando en verano. ¡Qué juventud! Están apollardaos.

—Ah… ella sólita se lo ha buscado —rió Marta—. Le dije que o aprobaba todo, o seguiría dando clases en verano. No ha aprobado… pues a estudiar de cabeza. Eso sí, aguanta el veranito serrano que me va a dar la moza.

—¿Al final dónde vais de vacaciones este año? —preguntó Adrian.

—A Huelva —respondió Marta feliz—. He alquilado a través del Facebook un apartamento frente al mar. Bueno… eso pone.

—Yo aún no sé donde iré —suspiró Patricia—. Si no tengo nada interesante me dejaré caer por Huelva.

—Siempre serás bien recibida —sonrió Marta. Y mirando a Adrian preguntó—. ¿Y tú qué vas a hacer?

—No sé, reina. Todo está por ver y…

En ese momento sonó un móvil. Era el de Patricia que sacándoselo del vaquero miró la pantalla.

—Número oculto —susurró extrañada—. ¿Quién me llama desde un número así?

—Seguro que es cualquier compañía telefónica pare ofrecerte algo —se guaseó Marta—. Que pesaítos están con las llamaditas últimamente.

—Ah… pues no lo cojo —dijo Patricia.

—¿Quizás sea el calvo? —murmuró Adrian.

—¿El poli? —rió Patricia—. No creo. Si solo hace media hora que le he dado el teléfono a Jesús.

—Quizá ya se lo ha dado —apremió Marta—. ¡Cógelo!

Con rapidez, Patricia abrió el móvil.

—Dígame —dijo usando su mejor voz.

—¿Eres Patricia? —preguntó la voz de un hombre.

—Depende para quién. ¿Y tú?

—Soy Carlos.

Con una sonrisa en la boca levantó el dedo a sus amigos que se carcajearon. Era el antidisturbios.

—¿Carlos? ¿Qué Carlos?

—A ver si nos entendemos —dijo sonriendo—. Jesús, el policía de la comisaria donde pusisteis la denuncia por el robo de las ruedas de tu amigo, me ha llamado para darme tú teléfono. ¿Sabes ya quién soy?

—Ah, sí, eres el poli calvo.

Marta y Adrian, incrédulos, comenzaron a hacerle señas con las manos. ¿Por qué comenzaba a insultarle? Pero Patricia, sin hacerles caso, continuó.

—Sí… sí ya sé quién eres.

Al escucharla, el hombre soltó una risotada.

—Me has buscado para llamarme calvo. Porque si es así, debo recordar que tú eras bajita y culona, entre otras cosas.

Aquello no le hizo gracia a Patricia y sin decir ni mu, directamente cerró el móvil dejando al poli boquiabierto y a sus amigos también.

—Ay, virgencita. Ha colgado —señaló Adrian.

—Pero, ¿por qué le cuelgas? —preguntó Marta incrédula. —Me acaba de llamar bajita y culona, entre otras cosas ¡será capullo!

Adrian y Marta se volvieron a mirar. Ella le había llamado calvo. Definitivamente Patricia se estaba volviendo loca. Pero antes de que pudieran decir nada el móvil comenzó a sonar de nuevo, pero esta vez no lo cogió. Lo dejó encima de la mesa, cogió la bolsa de cheetos y comenzó a comerlos con tranquilidad.

—¿No vas a cogerlo? —preguntó Marta.

—No.

—Pero, Patri de mis entretelas, ¿a qué estás jugando? Mira que ese pollo es poli y te mete en el calabozo a la primera de cambio.

—Ja… que se atreva —dijo mirando el móvil que dejó de sonar.

Sin decir nada más, Adrian se levantó y cogió un muestrario de telas. Mejor no hablar. Pero en ese momento sonó de nuevo el móvil de Patricia. Había recibido un mensaje. Dejando los cheetos a un lado, lo miró y tras soltar una carcajada leyó en alto.

«Te espero esta noche a las diez en el Vip’s de Plaza de España. Si a las 10:05 no has llegado me iré».

Patricia levantando la mirada hacia sus amigos que la observaban sin entender nada, sonrió como nunca.

Ainssss… ¡Qué mono por Diosssssssssss!