La boda de Antonio y Lola fue bonita, maravillosa y altamente emotiva. Los novios se miraban con amor y eso hizo que todos se emocionaran. Lola estaba preciosa con el traje que le habían confeccionado sus chicos, como ella decía, y Antonio no cabía más de sí en su gozo.
Tras salir del juzgado y tirarles arroz y pétalos de rosa, los invitados se dirigieron a los jardines de la casa. Un servicio de catering les había preparado la comida y una bonita fiesta.
Para sorpresa de Marta, Philip estuvo la mar de sonriente. No le comentó nada de lo ocurrido la noche anterior, ni le vio una mala cara por rechazar su invitación. Aunque si le notó menos receptivo que otras veces. Cuando estaba junto a ella, no le pasaba la mano por el hombro ni intentaba tocarla. Se limitó a tratarla como a una más de la fiesta. Aunque pasadas unas horas algo en ella se comenzó a rebelar. Quería que la mirara. Quería que la sonriera y, sobre todo, quería que le prestara atención. Pero no. Se limitó a ser correcto con ella. Nada más.
Como sorpresa para Lola, Antonio, su recién estrenado marido, contrató a un grupo que animase con flamenquito. Andalucía vivía en cada poro de su mujer. Y cuando las guitarras y la música andaluza tomó aquel jardín inglés, la alegría de Lola se desbordó.
Con alguna copichuela de más, casi todos bailaban como descosidos y se lo pasaban bomba. Las dos niñas, Diana y Vanesa, preferían mirar el espectáculo y el pequeño Nico reír con su abuelo.
Warren, Philip y Marc, los hombres más atractivos de la fiesta, disfrutaban tomándose un whisky apoyados en la improvisada barra del jardín cuando Lola fue hasta Warren y le sacó a bailar.
—Bueno, cucuruchito ¿Cuándo me pensabas contar lo de mi hermana? —preguntó Philip al quedarse a solas con Marc.
Sorprendido por aquello, le miró y le sonrió. Si algo definía el carácter de Marc, era su perpetua sonrisa. Algo muy diferente a la continua seriedad de él.
—A mí no me hace gracia —protestó Philip—. Mi hermana ha sufrido mucho y se merece algo más que un guaperas como tú que le vuelva a partir el corazón. Por lo tanto ya puedes estar acabando la historia. No te quiero ver con ella, ¿entendido?
Al escuchar aquello, a Marc se le heló la sonrisa. E imponiéndose como nunca a su amigo de toda la vida, le espetó en un tono nada conformista:
—Llevo toda la vida enamorado de tu hermana, pedazo de burro, y ahora que por fin he conseguido que ella me dé una oportunidad, no la voy a dejar. Me da igual si protestas, me pones un ojo al revés o te das cabezazos contra la pared. Voy a continuar con mi historia. Adoro a Karen. Y ni tú, con toda tu fachada de seriedad, ni nadie, me va a separar de ella. Por lo tanto, y a riesgo de perder tu valiosa amistad, esta historia no se va a acabar y va a continuar, ¿me has entendido?
Philip incrédulo por aquello le miró. En todos los años que llevaban juntos, Marc jamás había utilizado aquel tono de voz ni aquella seriedad. Eso le sorprendió.
—No quiero verla sufrir, Marc.
—No la verás —afirmó con rotundidad—. Pienso hacerla feliz. Es más, si alguna vez ves lo contrario, espero que me partas la cara, ¿entendido?
Philip se quedó boquiabierto.
—¿Estás enamorado de mi hermana?
—Sí, como un colegial —suspiró—. La quiero con todo mi corazón.
Cada vez más sorprendido por todo lo que estaba descubriendo en su amigo volvió a preguntar:
—¿Desde cuándo dura esta historia?
—Desde que ella quiso. Y permíteme ser descortés, pero el resto, no te interesa.
Philip, por primera vez, sonrió. Eso relajó la tensión de Marc.
—En serio, Phil. Estoy completamente hechizado por esa bruja. Y si hemos llevado esto con discreción ha sido porque ella me lo ha pedido. Si por mí hubiera sido, te lo habría contado mucho antes. Pero ella me lo prohibió.
—¿Cuando pensáis dejar ver que estáis juntos? —dijo este mirando a su hermana.
—Cuando ella quiera. Está buscando el mejor momento. Teme lo que Diana pueda decir. Pero, si por mí fuera, lo haría ahora mismo.
Al nombrar a su sobrina, Philip la miró. Desde la separación de sus padres, Diana se había vuelto una chica difícil. Problemática. Era normal que su hermana fuera con cuidado. Estaba junto a Vanesa. Hablaban por el móvil y parecían divertirse con la conversación. Ambas eran dos adolescentes algo problemáticas y presentarían batalla hasta que maduraran.
—Sinceramente amigo, creo que mi sobrinita no os lo va a poner fácil.
—Ya lo sé. Pero tarde o temprano tendrá que acostumbrarse a que su madre ha rehecho su vida. Y no es por meter cizaña, pero creo que a ti tampoco te lo van a poner fácil —ambos miraron a las niñas—. Aunque no hemos vuelto a hablar del tema, veo como miras a la madre de Vanesa. Y uf… amigo. Si la hija es una pequeña bruja, la madre ten por seguro que te va a volver loco. Me recuerda en cierto modo a tu hermana.
Ese comentario le hizo mirar a Marta. Si algo tenían en común su hermana y aquella loca que bailaba junto a ella, era la fuerte personalidad y la cabezonería. Pero sin querer pensar en sus propios sentimientos, acercó su vaso de whisky al de su amigo, y con un gesto guasón murmuró:
—Por vosotros. Cucuruchito.
Al escuchar aquello, Marc se carcajeó, y se dieron un fuerte apretón de manos.
—Gracias, capullo —le contestó.
En ese momento se acercó Antonio, el orgulloso novio, y brindó con ellos.
—¿Qué hacéis aquí como dos pasmarotes mirando? Id y divertíos. Hay unas chicas guapísimas en esta fiesta.
—Papá, ya nos divertimos. Sabes que lo mío no es bailar —respondió Philip.
—Marc —dijo Antonio de pronto—. Karen me ha dicho que estáis juntos, ¿es verdad?
Al escuchar aquello Marc se atragantó. Rápidamente Philip le golpeó en la espalda. Cuando se repuso, aún rojo por el esfuerzo, respondió:
—Sí, Antonio. Espero que te parezca bien.
—Sí, hijo sí. A mí todo lo que les vaya bien a mis hijos, me gusta.
Philip miró a su padre y al ver que este sonreía aclaró:
—Ya le he dicho, que Dios le coja confesado porque Karen es insoportable.
Aquello hizo sonreír a Marc y a su padre, quien tras darle a este un par de golpecitos en el hombro, dio por aceptada aquella relación. Luego se dirigió a su hijo.
—¿Qué hay entre tú y Marta?
Ahora quien se atragantó fue Philip. Y fue Marc quien tuvo que golpearle en la espalda.
—Papá, entre Marta y yo solo hay amistad. Es una amiga más.
—Ah… vale. Entonces me alegro.
Marc y Philip se miraron extrañados. Aquel comentario ¿a qué se debía?
—¿Te alegras? ¿Por qué te alegras papá?
Con curiosidad Antonio miró a su mujer que le guiñó el ojo, y volviéndose hacia su hijo cuchicheó.
—Un amigo de Lola ha llamado para felicitarla por la boda. Y como está en Londres Lola le ha invitado a venir. Ahora habla con Marta por teléfono y creo que están haciendo planes.
Sin entender a qué se refería, Philip miró a su padre.
—Me parece bien, papá. Pero eso qué tiene que ver conmigo y con ella.
—Por lo visto es un tal Paolo Lamborgiorgi. Un guaperas italiano —aquel nombre tensó a Philip. Sabía quién era—. Según me ha contado Lola, siempre anda tras esa jovencita. Y no me extraña, es una preciosidad.
Philip rápidamente buscó con la mirada a Marta y la vio hablando por teléfono mientras sonreía. ¿Qué le estaría diciendo aquel imbécil para hacerla sonreír así? Pensó en ir hasta ella y arrancarle el teléfono de las manos. Pero no. No podía hacer aquello. Philip era un hombre que controlaba sus impulsos, y más, ante la gente. Por ello y apoyándose en la barra pidió un nuevo whisky y dijo con una encantadora sonrisa:
—Papá, creo que en esta fiesta hay muchas mujeres guapas. Porque una haga planes con otro, el mundo no se parará.
Aquello sorprendió a Marc, pero no dijo nada. Le conocía. Philip era un tipo que volvía loco a las féminas. Nunca las perseguía. Era más bien al revés. Pero algo en él le hizo intuir que aquella joven española le gustaba. Cuando Antonio se marchó y quedaron de nuevo solos le preguntó:
—¿No te molesta que Marta haga planes con otro?
—No.
—Venga, Philip, que a mí no me engañas —cuchicheó al ver como su amigo miraba hacia el grupo donde las mujeres se contoneaban.
—No pretendo engañarte —sonrió tras dar un sorbo de su whisky.
—¿En serio crees que hay muchas mujeres guapas en esta fiesta?
Philip, apoyado en la barra, le miró y abrió su móvil.
—Por supuesto. Y más que van a llegar —dijo.
Aquel comentario hizo carcajearse a Marc.
La noche cayó sobre el precioso jardín iluminado. Los farolillos de colores se encendieron y el flamenquito continuaba sonando y divirtiendo. Llegó Paolo. El italiano. Y en seguida se posicionó cerca de Marta y se limitó a aplaudirla y jalearla junto al resto del grupo mientras ella se marcaba unas sevillanas con Lola, la novia. Un par de horas después llegaron unos músicos vestidos con esmoquin blanco. Ellos sustituyeron a los flamencos. La música swing tomó el jardín, y muchos aprovecharon para descansar. Entre ellos Marta y sus amigos.
—Ay, virgencita —suspiró Adrian—. Creo que llevaba siglos sin divertirme de esta manera. Qué bueno el grupo que contrató Antonio. ¡Qué marcha tenían!
—Y qué bueno estaba el que tocaba la caja ¿Visteis su melena? —suspiró Patricia haciéndoles reír.
—Uf… estoy derrengada —asintió Marta tocándose los tobillos.
Llevaba sin parar de bailar horas, pero lo necesitaba. Su cuerpo tenía tanta adrenalina acumulada que aquello le vino de maravilla. Durante aquellas horas se había percatado de cómo Philip la miraba. Pero solo eso, la miraba. No se acercaba a ella. No le hablaba. Simplemente se dedicaba a observarla y eso la martirizaba. Mirarle le secaba la boca y sentir sus ojos clavados en ella le provocaba oleadas de calor que solo conseguía enfriar bailando y divirtiéndose.
—Mira qué es mono el Paolo ese —suspiró Patricia al verle reír con Lola—. La pena es que solo te mira a ti y no a mí. Por cierto, ¿tu rana y tú habéis discutido?
—No —respondió Marta.
—Anoche les pillé en plena bacanal sobre la encimera de la cocina —intervino Adrian ganándose una horrorizada mirada de Marta—. Ay, Patri. Tenías que haber visto al principito desnatao en plan luchador de Taekwondo. Ya sabes pantalón negro y torso desnudo. Oh, Dios… empapito me dejó cuando vi como te agarraba y… y… ese pechazo… esos musculazos. Ese ardor. ¡Ese bulto entre las piernas!
—¡Adrian! —protestó Marta.
—Uis nena, ¡qué bulto… qué bulto! No he podido dormir en toda la noche imaginándome todo lo que podría yo hacer con semejante adonis.
—¿En la encimera? ¿Les pillaste en la encimera de la cocina? —se interesó Patricia divertida.
Marta puso los ojos en blanco.
—Uis, sí… qué morbo, y con la tarta de chocolate al ladito. —¿Quieres cerrar el pico o te lo cierro yo? —bufó Marta al escucharle.
Marta no quería pensar en aquello. No había casi dormido pensando en lo que podía haber ocurrido si Adrian no hubiera llegado.
—Te digo yo que estos iban a repetir la escena de nueve semanas y media. Ya sabes… yo te doy chocolate. Tú lo chupas y…
—Pero bueno, ¡basta ya! —rió finalmente Marta al ver como sus amigos se mofaban de ella.
En ese momento llegaron hasta ellos Karen, junto a su hija Diana, Vanesa y Timoti.
—¿Cómo lo estáis pasando? —preguntó Karen.
—¡De vicio corrupio! —respondió Adrian encantado.
Karen, sentándose junto a una acalorada Marta le dijo:
—Yo venía a pedirte un favor.
—Tú dirás.
—¿Dejarías a tu hija irse con la mía a dormir a casa? Dicen que se aburren. Que esta es una fiesta para viejos y un sinfín de cosas más.
—Está castigada —respondió Marta y Vanesa gimió.
—Lo sé —susurró Karen desviando la mirada hacia Marc—. ¿En serio que no puedes levantarle el castigo por esta noche? Se han portado muy bien hoy durante todo el día. Venga mujer, no seas así.
Marta miró a su hija. Y en su mirada vio el arrepentimiento. Finalmente, Marta accedió. La quería demasiado como para hacérselo pasar mal. Diez minutos después Alfred, el chofer de Antonio, se llevó a las chicas a casa junto al pequeño Nico.
Mientras regresaban del aparcamiento Marta y Karen sonrieron.
—Le has dado a tu hija la sorpresa del siglo. Ella estaba convencida de que no la dejarías.
—Soy una blanda. No debería haberla dejado. Últimamente no se porta nada bien.
Karen la miró y asintió. Su hija era exactamente igual.
—Están en la edad. Tener diecisiete años no es fácil.
—Por supuesto que no —asintió Marta—. Pero aún con diecisiete años uno sabe lo que está bien y lo que no. Y te puedo asegurar que mi hija de tonta no tiene un pelo.
—Tienes razón. Somos unas blandas —asintió Karen que sonrió al mirar a Marc.
Marta al recordar lo que sabía de ellos con gesto cómplice se acercó a ella.
—Sin tus hijos esta noche, tienes vía libre para pasarlo bien con tu cucuruchito —le dijo en un susurro, sorprendiéndola.
Al escuchar aquello Karen se paró en seco. Se llevó la mano a la boca y comenzó a reír.
—Vaya… veo que mi padre ya se ha ido de la lengua.
—No… no… tu padre no me ha dicho nada —pero sin querer contarle señaló—: Ayer estaba fumándome un cigarrillo en el jardín cuando os vi besaros y escuché que le llamabas cucuruchito. Por cierto. Menuda horterada de nombre.
—Lo sé —sonrió con picardía—. Pero es que me encanta. Es tan dulce.
Marta, al escucharla, se atragantó. No quería ahondar en el tema ni saber lo dulce que era.
—¿Has dicho que tu padre lo sabe?
—Sí. Se lo dije esta mañana, antes de la boda.
—¿Y…?
—Le parece bien. Marc le gusta y si yo soy feliz, él también lo es.
Marta observando que Marc hablaba con Philip y otros hombres apoyados en la barra no pudo evitar preguntar:
—¿Qué crees que pensará tu hermano cuando lo sepa?
Karen sonrió.
—Pensará que estoy loca por enrollarme con un guaperas como Marc. Pero lo que él no sabe es que ese guaperas siempre me ha ayudado en los malos y buenos momentos, y le adoro tanto como él me adora a mí. Mira, Marta, yo no sé si Marc será el hombre con el que pasaré el resto de mi vida, pero lo que sí sé, es que es el hombre con el que hoy por hoy me apetece estar porque le quiero. Me trata bien. Se preocupa por mí, por los niños, me adora… y eso para mí es importante.
—¿Y por qué no estás disfrutando de esta velada con él? —Porque es la noche de Lola y mi padre, y no quiero que nada desvíe su atención. Eso sí. A partir de mañana, todo el mundo sabrá que salgo con Marc.
Divertida, Karen volvió a reír, arrastrando con su risa a Marta. En ese momento Paolo, el italiano, llegó hasta ellas y con galantería invitó a Marta a bailar.
Una vez en la pista, el italiano la asió por la cintura. Era un bailarín divertido que enseguida la hizo sonreír. Aquella sonrisa llegó hasta los oídos de Philip. Volviéndose hacia la pista recorrió las parejas con la vista como un depredador hasta que la localizó. Deseó ir hasta ella y arrancarla de los brazos de aquel idiota pero se contuvo. Ella así lo quería.
En la pista, Marta sonreía ante las cosas que aquel adulador italiano le decía. Pero, sin poder remediarlo, su vista se cruzó con la de Philip y, al ver su seriedad, algo en su interior se encogió y excitó. Todavía resonaba en su cabeza lo que la noche anterior le dijo. Él quería algo más serio, pero tenía miedo. No era tan lanzada como Karen ¿Cómo comenzar algo que estaba segura que sería un desastre?
Ver a Philip tan guapo e irresistible a pocos metros de ella, le hacía desearle cada segundo que pasaba más y más. Pero no. Ella lo había rechazado y debía acatar lo dicho. Él con su comportamiento se lo estaba demostrando. Por ello, volvió su mirada hacia el italiano y decidió centrarse en él.
—Si yo te invitara a Milán un fin de semana, ¿aceptarías? —preguntó este sorprendiéndola.
—Paolo. Tengo una hija. No puedo desaparecer sin más los fines de semana.
—Lo entiendo —asintió animado al escucharla—. Y si yo fuera a Madrid un fin de semana, ¿lo pasarías conmigo?
«Ay, joer… que no quiero nada contigo» pensó martirizada, pero intentando desviar el tema respondió.
—Somos amigos, Paolo. Yo estaré encantada de enseñarte Madrid.
Este se tomó su respuesta como un sí.
—Bella, estaré encantado de que me enseñes lo que quieras. Llevo dispuesto a disfrutar de ti hace ya algún tiempo. Solo espero que tú quieras y digas que sí.
Y la apretó más contra su cuerpo. Sentir su aliento tan cercano le puso a Marta la carne de gallina.
—Paolo. Creo que tú y yo tenemos que hablar.
Así que lo llevó a un lado de la fiesta y mientras continuaban bailando fue sincera con él. El italiano, aquel chuleras irremediable, no se molestó. Al revés, la felicitó por su bravura y su claridad.
Philip, con la boca seca, observaba cómo el italiano apretaba a Marta contra él. Sin quitarles el ojo de encima vio como Paolo con su dedo pulgar hacía circulitos íntimos en la espalda desnuda de ella. Eso le tensó e hizo que se bebiera de un trago el whisky que tenía en su vaso. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué aquella mujer conseguía hacerle sentir así? Volviéndose hacia la barra, pidió al camarero un nuevo whisky. Lo necesitaba. Ver a Marta con aquel tipo no le estaba resultando fácil.
—Relájate, amigo. Llegan los refuerzos —se mofó Marc al ver entrar en la fiesta a una preciosa pelirroja con un vestido de seda celeste de lo más sugerente.
Philip, martirizado, miró hacia donde su amigo indicaba, y sonrió al ver a Genoveva, la pelirroja, quien saludó primero a los recién casados, dándoles la enhorabuena por la boda. Antonio y Lola al ver allí a Genoveva se miraron. Philip divertido por como aquellos cuchicheaban les pidió calma con la mirada. Eso hizo sonreír a su padre, a Lola no. Genoveva, como una vampiresa, caminó hacia Philip y cuando llego hasta él, le besó.
—Gracias por venir —murmuró encantado.
Ella se retiró el flequillo con coquetería.
—Para ti, siempre estoy lista, cielo.
Dispuesto a pasarlo bien, Philip sonrió y volviéndose hacia el camarero, le pidió dos whiskys con hielo.
Marta tras sincerarse con Paolo y dejarle las cosas claras continuó bailando con él. El guaperas italiano aceptó sin rechistar su negativa y eso la sorprendió y agradó. Pero al mirar hacia donde ella sabía que estaba Philip se le puso la carne de gallina. ¡La pelirroja! A partir de aquel momento todo cambió. Pisó en varias ocasiones a Paolo y fue incapaz de concentrarse. Incrédula miró cómo Philip, aquel que la noche anterior le decía cosas bonitas, sonreía como un imbécil a aquella pelirroja. Sin poder aguantar un segundo más, se disculpó con el italiano y regresó junto a sus amigos. Se sentó de muy mala leche.
—¿Qué te pasa? —preguntó Patricia al verla con aquel gesto.
—Nada. Estoy cansada.
Pero Adrian, que era terriblemente observador miró hacia la barra y vio a Philip muy cerca de aquella mujer.
—Uis nena… lo que tú tienes es un ataque de cuernos de no te menees —concluyó.
—¿Cuernos? —preguntó Patricia y siguiendo la dirección que marcaba el dedo de Adrian, lo entendió—. Ay Marta… Esto se está liando más que el final de Falcon Crest.
—No me toquéis más las narices por hoy —resopló.
Diez minutos después Marta seguía tan enfadada que apenas podía contestar. Fingió no escucharles. No quiso contestarles. Pero de pronto todas las dudas se disiparon. Ver a Philip con aquella y cómo le ponía las manos en las caderas, le martirizaba. Ella también quería conocerle. Quería saber si le gustaba la lasaña y descubrir cuál era su color favorito.
En ese momento se acercó Karen hasta ellos.
—¿Qué pasa? —preguntó al verles tan callados.
—Creo que esto va a terminar peor que la matanza de Texas —se guaseó Adrian haciéndola reír.
Karen miró hacía donde se encontraba su hermano y vio como se dirigía a la pista con Genoveva y se ponían a bailar una melódica canción. Sonrió. Pero no dijo nada.
—¿Qué vas a hacer, hermosa? ¿Vas a dejar que esa lagarta con cuerpo de guitarra te arrebate a ese pedazo de tío o vas a reaccionar? —preguntó Adrian.
—Mira, Marta, si lo tienes claro, no lo dudes, ¡a por tu rana! Mañana ya veremos por dónde sale el sol —la animó Patricia.
Marta apenas respiraba. Les observaba bailar y sintió unos deseos irresistibles de arrancar a esa mujer de Philip. ¿Se había vuelto loca? Pero no. No era locura. Le gustaba y no quería que aquellos labios que ella adoraba besaran otros que no fueran los suyos. Cogió su copa, dio un trago y tras hacer una mueca se levantó y comenzó a andar hacia la pista.
—Ay, Virgencita del Rocío. ¿Dónde va esa loca? —preguntó Lola acercándose hasta ellos.
—A sufrir de nuevo. Esta chica no tiene remedio —suspiró Patricia.
—Uis, nena calla. No seas cenizo —regañó Adrian.
—Philip la tratará muy bien. Es una buena persona, y por cómo la mira sé que le gusta. Y mucho —dijo Karen al escucharles.
—Sí, claro —protestó Patricia—. Y por eso estaba hasta hace dos segundos comiéndole la oreja a la pelirroja. Karen y Lola se miraron y sonrieron.
—Genoveva es la mejor amiga de Philip, y te puedo asegurar que a ella le gustas más tú que él —cuchicheó Karen mirando a Patricia, que al entenderlo sonrió.
Marta sin ser consciente que era el centro de atención de tanta gente, continuó su camino. Cada vez estaba más cerca de ellos y su determinación era total.
—Ay, Virgencita del Perpetuo Socorro —susurró Adrian al ver sus intenciones—. ¡Qué momentazo!
Philip, atento a sus movimientos por el rabillo del ojo, la vio acercarse, y con una sonrisa tentadora, se acercó al cuello de la pelirroja, le dijo algo y ambos rieron. Incapaz de detenerse, Marta anduvo hacia él. La sensual melodía le calentaba el cuerpo y la imagen de aquel abrazando a aquella le calentaba la sangre.
Con el pulso disparado se acercó hasta ellos y parándose ante Philip, con una mirada decidida dijo al ver que él la miraba:
—Philip, quiero hablar contigo, ahora.
Philip le dio un beso en el hombro a la pelirroja y le pidió que los dejara. Esta acuchilló a Marta con la mirada. Pero a Marta le dio igual. Philip, al ser consciente de que ella había dado un paso hacia él sin dudarlo la rodeó con sus brazos. En silencio, comenzaron a moverse al compás de la música, mientras sus respiraciones agitadas se acompasaban.
—Creía que lo pasabas bien con tu italiano —espetó él con voz ronca.
—Lo pasaba hasta que te vi a ti pasarlo bien con tu pelirroja.
Con furia en los ojos, la miró. Pero, al mismo tiempo, sintió un extraño regocijo. Celos. Ella había sentido celos. Eso le agradó, aun así no quiso ponérselo fácil. Él había soportado durante horas la agonía que ella solo había aguantado unos minutos. Por ello, y aun sabiendo que ella no le quitaba el ojo de encima, se tomó la licencia de mirar a la pelirroja y sonreír.
—Ozú… ¡Qué canalla! —susurró Lola divertida al ver todo aquello.
—Es mi hijo, ¿qué esperabas? —cuchicheó Antonio acercándose a su mujer.
—Uis, Antonio, no es por joder su orgullo de padre —murmuró Adrian mirándole—. Pero eso que acaba de hacer su hijo, puede acabar en un doloroso dolor de huevos. Marta es mucha Marta.
Aquello hizo reír a todos excepto a Antonio que miró a su hijo con preocupación. ¿Correría peligro su entrepierna? Segundos después Philip volvió a mirar a Marta.
—¿De qué quieres hablar conmigo? —le preguntó.
Consciente del cruce de miradas, Marta se arrepintió de su arrebato y gruñó.
—De nada —y parándose dijo—: Vuelve con tu amiguita.
Pero Philip no se lo permitió. No la soltó. La apretó más contra él y Marta no se pudo mover.
—Dime, ¿qué es lo que querías decirme? —exigió él.
Tras levantar la mirada y ver aquellos depredadores ojos claros mirándola, Marta tragó saliva y apenas en un hilo de voz consiguió balbucear.
—Prefiero la lasaña a los canelones, en especial con tomate natural. Quiero cenar contigo, me apetece mucho. Muchísimo. Me gusta todo tipo de música, aunque siento una especial predilección por grupos como La Musicalite, La oreja de Van Gogh, Texas, Coldplay y Evanescence. Pero sobre todo me encanta la música española. ¡La adoro!
—Solo conozco Texas —susurró Philip al escucharla.
—No importa. Yo te los haré conocer si quieres, porque… me siento terriblemente atraída por ti. Sé que no pegamos ni con cola. Sé que vamos a discutir muchas veces, pero también sé que si hubieras seguido bailando con esa… esa pelirroja un minuto más, hubiera explotado como una loca porque creo que… creo que me he enamorado de ti como una imbécil y… yo… yo no sé ni lo que estoy diciendo.
Al escucharle decir aquello a Philip le tembló todo. Deseó estar en un sitio a solas donde poder demostrarle todo lo que sentía por ella, pero en lugar de ello le preguntó:
—¿Celosa?
Pensó en mentir, pero para qué.
—Sí… si me dan motivos.
Él curvó un lado de su boca a modo de sonrisa. Aquello enloqueció a Marta.
—Tú has bailado con el italiano gran parte de la noche, y no has pensado cómo yo me podía sentir. Y antes de que me lo preguntes, sí, soy celoso si me dan motivos. Y hoy, honey, he estado muy celoso —recriminó él.
—Lo siento —suspiró dispuesta a aceptar su derrota.
Ambos guardaron silencio unos segundos.
—¿Qué pasa con tu famoso trato? Ya sabes… ese de…
—Odio el trato. Yo no valgo para eso. Intenté llevarlo a cabo porque creía que tú también lo querías.
—¡¿Yo?!
—Te escuché decir hace tiempo que comenzarías a jugar al juego de la oca y… y… yo pensé jugar al juego de la rana.
—¿Me escuchaste? —preguntó curioso.
—Sí… hace tiempo. Creo que la primera o la segunda vez que te vi. Tú hablabas con Marc de jugar a la oca y…
—Y yo soy tu rana inglesa. Recuérdalo. Soy ese con el que te puedes acostar sin pensar en nada más. Uno al que llamar cuando quieras pasar un buen momento en la cama. Uno más como lo es tu ex, el italiano y un sinfín más.
—Eso es mentira. Desde que dejé mi relación con el Musaraña, no he estado con nadie más. Yo… yo no soy así. Para que yo esté con alguien debo sentir algo. Y aunque al principio me dabas morbo, reconozco que hoy por hoy cuando te veo siento mariposas y elefantes pateándome el estómago porque me gustas y mucho.
«Madre mía… madre mía… todo lo que estoy soltando por mi boquita» pensó horrorizada Marta sin poder dejar de hablar.
Contento con lo que oía, pero como siempre dispuesto a controlarlo todo, Philip preguntó:
—¿Con el italiano qué ha pasado?
—Oh… con él solo tuve un par de besos y poco más.
—¿Poco más? —preguntó curioso y encelado.
—Somos adultos, ¿debo explicarte que es el poco más? —respondió molesta.
Aquello excitó más a Philip. Ver su reto en la mirada le incitaba a dominarla, a ser más fuerte que ella.
—Ahora no. Pero ya me lo explicarás.
Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos.
—¿Sabes, Marta?
—¿Qué?
—A veces, las ranas también se enamoran aunque no digamos cosas tan maravillosas como las que dice en las películas tu maravilloso Dermot Mulroney, ¿habías pensado en ello?
Escuchar aquello le puso la carne de gallina. ¿Qué estaba insinuando? Pero al ver su sonrisa en la boca lo supo y sonrió.
—Yo tampoco soy Debra…
—No, honey… tú eres infinitamente mejor —y sin poder evitarlo acercó sus labios a los de ella y sin importarle quién hubiera alrededor, la besó.