—Mmmm… me gusta.
Marta le besó a conciencia. Enroscó su húmeda y caliente lengua en aquella boca sinuosa que la hacía perder la razón, y atraída por la irresistible masculinidad de Philip se lanzó contra él. Se sentó a horcajadas sobre su miembro viril y se lo introdujo lenta y pausadamente. Iba a tomarle. Iba a hacerle suyo. Iba a…
¡¡¡Plofff!!!
Marta despertó. Acababa de caerse de la cama. Con cuidado, se levantó y se sentó. Miró a su izquierda. Su hija Vanesa dormía plácidamente a su lado.
«Madre del amor hermoso que sueñecito de alto voltaje que he tenido» pensó excitada al recordar lo soñado.
Miró el reloj. Las 5:00 de la mañana. En ese momento sus tripas rugieron. Tenía hambre. Levantándose con sigilo salió de la habitación en pijama y se encaminó a la inmensa cocina. Seguro que encontraría toneladas de comida sobrante de la fiesta y con seguridad tarta de chocolate.
Ataviada con un simple pijama de fresas, llegó a oscuras hasta la cocina. Allí abrió la enorme nevera. Sacó la rica tarta, y del cajón cogió una cucharita.
«Dios… me voy a poner mora» pensó tras pasar el dedo por la cobertura de cacao.
De pronto se escuchó un ruidito acompañado de risas. La puerta del lavadero se abrió. Con rapidez se agachó tras la isla central con la tarta.
—Venga diosa del sexo… un ratito más —se escuchó la voz de Marc.
Tras una sonrisa cristalina, Karen, le dio un beso y le susurró.
—Eres insaciable, cucuruchito. Llevamos tres asaltos ¿Aún quieres más?
—De ti no me sacio. Ven. Súbete aquí. Abre las piernas y déjame que explore de nuevo tu selva.
Al escuchar aquello Marta creyó morir. No quería escuchar sus intimidades. Pero aquellos continuaban con sus risas.
«Joder ¿por qué me tiene que pasar a mí esto?». Pensó mientas agachada tras la isla central con la tarta de chocolate en la mano, temía moverse. Sería bochornoso que la pillaran. Pero también era bochornoso para ella escuchar aquello de explorar su selva.
—Mmmm, Marc… para, cielo. Cualquiera nos puede ver —suspiró Karen dejándose besar.
—Tienes razón. Ven. Vayamos de nuevo al lavadero. Pero antes cogeré algo fresquito de la nevera.
Al escuchar aquello Marta se tensó. Si iban a la nevera ¡la pillaban fijo!
—No —rió Karen—. Dame un beso y vete. Estoy cansada. Mañana es la boda y tendré una pinta horrible.
—Tú no estarías horrible ni aunque te lo propusieras —susurró Marc.
«Ainsss qué mono por Dios» pensó Marta al escucharle.
Tras un buen rato en los que Marta escuchó todo tipo de proposiciones indecentes acompañadas por húmedos besos y luchas de lengua, finalmente aquellos dos se despidieron dejándola sola en la cocina.
«Gracias, Dios mío… gracias» pensó sentándose en el suelo tras haber estado agachada de cuclillas. Y sin perder un segundo más comenzó a comer de la rica tarta.
«Mmmm… qué buena que está».
Tan concentrada estaba en deleitarse con la tarta que no escuchó que alguien entraba en la cocina hasta que ese alguien dijo:
—Vaya… no sé que es más tentador, si la tarta o tú.
Ante ella estaba Philip desnudo de torso para arriba, más sexy que el mismísimo Hugo Silva, pero en rubio. Solo llevaba unos finos y largos pantalones negros de pijama. Sorprendido por encontrarla allí en el suelo con la tarta de chocolate este se apoyó en la encimera de la cocina y preguntó:
—¿Piensas comértela toda?
Al ver lo absurdo de la situación ella sonrió y tras resoplar indicó:
—Espero que no. Pero está buenísima.
Philip, divertido, abrió la nevera, cogió una botellita de agua y tras destaparla dijo:
—Hagamos un trato. Si tú me das tarta, yo te daré agua.
Ella asintió. Él sin decir nada más, cogió una cucharita de postre y se sentó junto a ella en el suelo. Durante un rato ambos comieron tarta. Ninguno de los dos habló hasta que Philip preguntó:
—¿Qué haces despierta a estas horas?
—Me he caído de la cama —dijo ella con toda naturalidad.
—En serio ¿Te has caído de la cama? —preguntó incrédulo.
—Y tan en serio. Menudo guantazo me he dado en el hombro.
—¿Y qué soñabas? ¿Que estabas sobre tu moto corriendo?
Pensar en el sueño la sonrojó. Nunca confesaría que soñaba que estaba montando en algo. Y que ese algo era él.
Al ver que ella no respondía, solo sonreía, murmuró.
—Por cierto. Me he cruzado con Karen por las escaleras. Su sonrisa y su descolocado aspecto me ha dado qué pensar si vendría de estar con su cucuruchito.
Marta sonrió y respondió sin mirarle.
—Ah, sí… pues yo no la he visto.
Tenerla allí, ante él, con aquel pijama de fresas, el pelo recogido en una coleta alta comiendo con deleite aquella tarta de chocolate le excitó. Durante un buen rato ambos hablaron de motos. Philip estaba sorprendido al reconocer que ella sabía muy bien de lo que hablaba. Pero verla cómo chupaba la cuchara con anhelo comenzó a poner su entrepierna dura como el acero.
—¿Sabes que solo verte me excita? —dijo él de pronto.
Al escucharle, se sacó la cuchara de la boca con rapidez y se le cayó.
«Uf… si supieras como me pones a mí».
—No sé si me creerás, pero para mí eres una mujer altamente desconcertante —prosiguió Philip traspasándola con la mirada.
—No empecemos, por favor —susurró al notar como la excitación de su voz la envolvía.
—No sé qué me pasa cuando te veo, pero solo deseo hacerte una y otra vez el amor.
—Ay, Dios, ¿por qué? ¿Por qué me tienes que decir esto a mí? ¿Acaso pretendes que cada vez que nos veamos termine con las bragas en la cabeza? —protestó Marta haciéndole sonreír—. Mira Philip no sé dónde le ves la gracia.
—Eres graciosa hasta cuando te enfadas.
«Maldito guiri» pensó al mirarle y ver sus inquietantes ojos azules.
—Vamos a ver. Una cosa es que seamos amigos íntimos y otra es que cada vez que…
—Es el trato, ¿no? —murmuró él. —Sí… pero…
Philip no la dejó acabar y poniéndole un dedo en los labios le indicó:
—El trato que hicimos me gustó en su momento, pero yo quiero más. Me gustas. Me atraes y quisiera conocer todo de ti. Me encantaría poder invitarte a cenar, saber si te gusta la lasaña, conocer tus gustos en música y frecuentar tu compañía. No sé porqué aún sigues queriendo llevar adelante ese absurdo trato cuando sé que te atraigo, tanto como tú me atraes a mí y…
—No —respondió Marta asustada.
Aquello que le proponía Philip no podía ser. Sus mundos eran tan diferentes que no podía salir bien. Los titulares de la prensa serían «El conde y la vagabunda». No, definitivamente no.
—¿Por qué?
—Simplemente lo he pensado y no creo que sea buena idea. Una relación significa acabar con el buen sexo y comenzar con las peleas. Además, entre otras cosas está la distancia y…
—Yo nunca permitiría que la distancia se interpusiera entre tú y yo —aclaró Philip con rapidez.
—Son demasiadas cosas, no insistas. No puede ser.
—No estoy de acuerdo contigo.
Entonces Marta le hizo una pregunta que le sorprendió:
—¿Crees en el amor?
Philip se tomó unos segundos para contestar.
—Creo en la atracción y en el sexo. El amor es algo dañino para la salud.
«Dímelo a mí, que estoy coladita por ti» pensó, pero no dijo nada.
Dolida por aquella respuesta y no dispuesta a ceder le interrumpió:
—Mejor dejemos las cosas como están. Tú a tu vida y yo a la mía. El trato entre nosotros es lo mejor. Créeme. No quiero ninguna relación con nadie.
Consciente de que ella no se lo pondría fácil desistió de momento. Debería actuar de otra manera y, para arrancarle una sonrisa, le levantó el mentón con la mano y dijo:
—Eres la mujer más rara de todas con las que he estado, pero al mismo tiempo la más normalita y terca.
—Vaya… gracias por lo de rara —sonrió esta—. Y lo de normalita y terca suena a común… sosa… aburrida.
—No. Te recuerdo que aquí el soso soy yo.
Eso les hizo sonreír.
—Cuando me refiero a rara, es porque haces cosas diferentes a lo que suelen hacer las mujeres con las que yo trato —aclaró Philip—. Y cuando digo normalita, es porque disfrutas con poca cosa. Como por ejemplo, estar sentada en el suelo de la cocina comiéndote esta tarta de chocolate.
Con una sensualidad que a Marta hizo que le temblaran hasta las raíces del pelo, Philip pasó un dedo por la cobertura de chocolate y se lo dio a probar. Ella incapaz de decir que no, abrió su boca caliente y lo chupó dándoles un corrientazo eléctrico que hizo que ambos jadearan. Pero dispuesta a no volver a caer en lo que siempre caía con él, se levantó y dejó la tarta en la encimera. Phil la siguió.
—Creo que es mejor que me vaya —susurró excitada tanto o más que él.
Pero Philip no se lo permitió. La sentó en la isla central de la cocina y se acomodó entre sus muslos. Sentir su erección contra el calor que ella desprendía le terminó de enloquecer y sin decirle nada la besó. Marta excitada como siempre que la tocaba echó la cabeza hacia atrás tentándole con su fino cuello. Philip se apretó contra ella y deseó penetrarla sin esperar más. Tocó sus pechos a través del fino pijama. Sintió sus pezones duros y calientes. Deseó saborearlos y, levantándole la fina tela se agachó y los saboreó. Primero uno, y luego otro, mientras ella jadeaba y tocaba sus duros bíceps deseosa de más.
—Honey, me vuelves loco —murmuró con la voz ronca por la excitación.
—Bésame —susurró Marta hechizada.
Pero de pronto la luz de la cocina se encendió y alguien chilló.
—¡Virgen del Rocío! ¿Qué bacanal es esta?
Era Adrian que, muerto de sed, iba a por agua. Marta rápidamente se recompuso y sonrió. Le gustara o no, ver su incomodidad le hizo gracia.
—Ven conmigo a mi habitación —le susurró Philip.
—No.
—Vamos, ven —ordenó con autoridad. —He dicho que no.
Philip, tras soltar un gruñido de frustración que la hizo sonreír, les deseó buenas noches y se marchó con todos los músculos de su cuerpo en tensión. Odiaba que le rechazara.
Adrian, aún con la boca abierta, miró a su amiga y acercándose a ella le preguntó:
—Todo ese bulto que se movía bajo ese fino y sexy pantalón de punto de Armani, ¿es de verdad?
—Todo. Te lo aseguro —suspiró bajándose de la encimera aún con la excitación en el cuerpo. Ese hombre podía con ella. Pero no pensaba sucumbir a sus encantos cada vez que a él se le antojara y menos aún embarcarse en una historia que estaba segura que solo le traería problemas.
—Ay, nena… ¿pero tú has visto como está?
—Sí, hijo sí… he visto como está. No me lo recuerdes —susurró resignada, aún con el sabor de los labios de él en su boca y la humedad entre las piernas.
—… pero… pero, qué brazos… qué bíceps… qué espalda. ¡Qué bulto! Por todos los santos, Marta. ¡Vete y termina lo que estabas haciendo o voy yo! Ay, virgencita, ¿por qué? ¿Por qué me hice el estrecho y no acepté pasar la noche con Timoti?
Marta tras soltar una carcajada metió la tarta en la nevera, bebió un buen trago de agua que la refrescara, y le dijo a su amigo:
—No… no iré. Si voy a su habitación solo empeoraría las cosas.