Había pasado un día y Marta no había vuelto a saber nada más de Philip. Eso la inquietó y la molestó, ¿se había vuelto paranoica?
El jueves por la mañana decidieron todos salir de compras por el centro de Londres. Una vez allí, se movieron por las callejuelas típicas del lugar y se hicieron divertidas fotos en las originales cabinas rojas de teléfono. Por la tarde, Karen y sus hijos, cuando salieron del colegio, se reunieron con el grupo para continuar las compras. Y todos se sorprendieron al ver el nuevo look de Diana. Estaba muy guapa con aquel moderno corte de pelo. Nico, el pequeño, rápidamente hizo migas con Marta, quien le seguía en sus bromas. A Marta le encantaban los niños y Nico era un crío adorable y como su hija pasó de ella en cuanto llegó Diana, salvo para pedirle dinero, se pudo centrar en el niño.
—Esta librería me encanta —dijo Lola en una tienda que por su apariencia debía llevar toda la vida allí—. Siempre que vengo a Londres me encanta pasarme por aquí. Vamos a entrar. Veréis qué sitio más precioso han construido en su interior para los niños.
—Aquí vengo con el tío Phil y me lo paso bomba con él —rió Nico con su sonrisa mellada.
Aquello sorprendió a Marta. Conocía poco a Philip, pero no le veía confraternizando con un niño, aunque fuera su sobrino.
—Nosotras iremos a aquella tienda —señaló Diana del brazo de Vanesa—. Os esperamos allí.
—Un momento, jovencitas —las frenó Karen—. Os acompañaré. No me apetece tirarme al suelo. Yo ya me he revolcado lo suficiente en esta librería.
—Uis nena qué sala eres para ser inglesa. ¿Cómo te vas a revolcar en una librería? —dijo Adrian.
Lola y Karen se miraron divertidas, y fue esta última quien habló:
—Os espero con estas jovencitas. Pasadlo bien.
Con gesto de aburrimiento las niñas asintieron. No les quedó más remedio que dejarse acompañar por Karen.
Una vez entraron en la librería enseguida todos entendieron porque a Lola le gustaba aquel lugar. Estaba decorada con mimo y con gusto. Sus estanterías eran de madera envejecida y los libros estaban cuidadosamente colocados. Incluso había unos bancos para poder sentarte y hojear los textos. Con alegría, Nico tiró de la mano de Marta para que le acompañara. Quería llevarla a la zona de los niños. Con una sonrisa, mientras los otros hojeaban libros para adultos, ella siguió al crío, y se quedó boquiabierta al descubrir la zona que le quería enseñar. En aquella sala enorme habían creado un mundo mágico lleno de mariposas colgantes y duendes sonrientes que sujetaban las librerías. Las estanterías eran en colores pastel y el suelo de color hierba fresca. Alrededor de aquel bonito sitio habían puesto unos bancos para niños y unas pequeñas tiendas de campaña con luz en su interior.
—Ven… te enseñaré el sitio preferido del tío Phil y mío.
Boquiabierta por tan fantástico sitio le siguió. Nico la llevó a la última tienda de campaña color aguacate, aunque antes cogió un cuento de una de las estanterías, se agachó y se metió en la tienda.
—Ven, Marta, entra. Verás qué divertido.
Desde su altura lo miró y sorprendida preguntó:
—¿Yo me tengo que meter también?
—Claro. Es totalmente necesario para entender el cuento —respondió el niño.
Sin pensárselo dos veces Marta se agachó y se metió. Una vez en el interior de la tienda el pequeño encendió un pequeño farol y se tumbó. Marta también lo hizo.
—Qué sitio más original.
—Es nuestro sitio de pensar —respondió el niño—. En casa tengo otra tienda en mi habitación. Me la regaló tío Phil y siempre que estamos juntos nos metemos y hablamos de cosas de hombres.
—Caray, ¿no me digas? —sonrió divertida.
—Oh sí, ¿y sabes lo mejor de todo? Yo le regalé a él una tienda como esta para su casa. La tiene en su despacho y me ha dicho que le ayuda mucho a pensar.
Aquello le hizo gracia a Marta. No se podía imaginar a Philip con lo grande que era metido en una pequeña tienda como aquella.
—Eso está muy bien, cielo. Hablar de cosas de hombres entre hombres debe ser una experiencia muy bonita. El crío sonrió y se volvió hacia ella.
—Oh, sí. Nos damos consejos el uno al otro y siempre nos vienen bien. La semana pasada el tío y yo estuvimos hablando de una chica de mi clase. Se llama Stephanie y la verdad es que me gusta mucho. Aunque creo que yo a ella no. Por eso le pedí consejo al tío pasa saber qué tengo que hacer para que las chicas me miren tanto como le miran a él. Y, la verdad, su consejo me dio buen resultado. Stephanie me ha mirado dos veces solo a mí, y ahora se sienta a mi lado en el comedor del colé.
Marta sonrió al escuchar aquello.
—Oye, ¿Se puede saber qué consejo te dio? —pregunto Marta con curiosidad.
—Oh, sí. Me dijo que fuera amable con ella. Que la mirara a los ojos cuando la hablara y que le regalara la flor que más le gusta. Eso, según él, a las chicas les encanta.
—Buen consejo, sí señor —asintió Marta divertida. Philip quería hacer de su sobrino un hombre galante como él.
—Por ello cogí una flor naranja del jardín del colegio y se la regalé. Desde ese día Stephanie me mira y quizás me anime a pedirle que sea mi pareja de baile para la fiesta de fin de curso.
—Seguro que acepta. Ya verás. No todos los chicos son tan galantes como tú.
—El tío Phil también lo es, ¿verdad?
—Sí, cielo, sí que lo es.
El niño asintió y sonrió.
—Túmbate. Voy a enseñarte porqué nosotros a la tienda la llamamos la de pensar —le dijo echándose boca arriba.
Con rapidez Marta se volvió a tumbar. El niño apagó la luz y el techo se iluminó con cientos de estrellitas.
—Madre mía, Nico, ¡esto es precioso!
—Sí… es mágico —murmuró el niño mirando las estrellas.
Durante un rato ambos permanecieron callados mirando las estrellas pegadas que se iluminaban en la pequeña tienda.
—¿Sabes? Yo le di un consejo a él también —dijo el niño de pronto.
Aquello llamó poderosamente la atención de Marta y sin poder evitarlo preguntó:
—¿Se puede saber?
—No.
«Vaya por Dios. Jodido niño» pensó Marta molesta por haberle puesto la miel en la boca.
—Ah… vale.
—Es un secreto entre el tío y yo. Entiéndelo.
—Lo entiendo.
—Por cierto, Marta ¿a ti qué flor es la que más te gusta? No es por nada. Es solo que me gustaría saberlo. A Stephanie le gustan las flores naranjas, ¿y a ti?
Al escuchar aquello Marta tuvo que contener la risa. Aquel pequeño le acababa de revelar que Philip y su sobrino hablaban de ella. Pero con disimulo se tragó la sonrisa y respondió.
—Las margaritas blancas. Esa es mi flor preferida.
Con disimulo miró al niño al decir aquello y vio como este sonreía. Ella también.
Dos minutos después se abrió la tela de la tienda. Era Adrian, junto a Patricia y Lola.
—¿Qué haces tirada en el suelo? —preguntó Patricia extrañada.
—Viendo las estrellas y pensando —respondió Marta.
—Ojú, miarma… otra más que ha caído en ese juego —sonrió Lola al escucharla.
Veinte minutos después salían de la librería. Todos iban felices, y en especial Marta. Le gustaba saber que Philip hablaba de ella.
Aquella tarde, tras un maravilloso día de compras, Vanesa se fue a dormir con Diana. Al día siguiente no tenían colegio y Karen se marchó a su casa con los niños. Más tarde iría a casa de su padre para recoger al grupo e ir a ver actuar al grupo Texas con sus amigos españoles.
Cuando Lola y el resto llegaron a la futura casa de Antonio, vieron una moto oscura aparcada. Como era de esperar, Marta, al verla, se dirigió rápidamente hacia ella para admirarla.
—Madre del amor hermoso, ¡qué preciosidad! —exclamó al tocar su asiento de cuero.
—Buenoooooo —silbó Patricia—. Ya no movemos a Marta en toda la tarde de aquí.
—Uis, por Dios, nena. Qué trasto más enorme. Solo con verlo se me pone todo el vellito de punta —dijo Adrian.
Emocionada ante la increíble máquina que tenía delante, a Marta se le secó la boca. Siempre había querido conducir aquella impresionante moto. Pero siempre supo que eso era un sueño inalcanzable.
—No es un trasto, Adrian. Es una Harley Davidson V-Twin Revolution de 1250 c.c. con refrigeración líquida, escape dual, manilla estilo Dragster, neumático trasero de 240mm, y frenos traseros de cuatro pistones. —Cogió aire y susurró—: Madre mía qué pedazo de maravilla.
Lola, acercándose a ella, dijo sorprendiéndola:
—Es de Philip. A él le pasa como a ti. Le gustan estos cacharros.
«Uf… cada día este guiri me gusta más» pensó Marta.
—Pero me extraña ver la moto aquí —puntualizó Lola—. Solo la utiliza cuando se va de viaje de placer.
Al escuchar aquello Marta se preocupó, aunque pensó, «Si esta maravilla es de Philip, seguro que me deja dar una vuelta».
Encantada de la vida no solo por saber que él estaba allí, si no por descubrir que era el dueño de semejante preciosidad, entró en la casa esperando encontrarle. Se imaginó el sonido del motor al arrancar y la sensación de manejarla y le tembló hasta el alma. Debía ser una pasada.
—Nosotros subimos a la habitación para dejar las compras —dijo Patricia acompañada por Adrian.
Lola y ella continuaron hasta el jardín trasero. Allí se escuchaban risas. Una vez traspasaron las puertas del salón a Marta casi se le para el corazón. Ante ella estaba un Philip más guapo que en toda su vida, vestido con unos vaqueros y una camiseta caqui. Por su gesto se le veía feliz y al verla sonrió.
—Por fin estáis aquí —aplaudió Antonio—. ¿Habéis desvalijado las tiendas de Londres?
Lola con una picara mirada sonrió y tras darle un rápido beso en los labios respondió:
—¿Acaso lo dudas?
Los cuatro sonrieron y Lola tomó asiento junto a Philip. —¿A qué se debe esta encantadora visita? —le preguntó. Philip tras reponerse de la visión de una sonriente Marta dijo confundido:
—Pasaba por aquí y decidí saludar.
—¿Te quedas a cenar?
—No, Lola, gracias. Tengo planes.
Sin poder aguantar un segundo más Marta, sentándose junto a Philip, dijo con gesto aniñado:
—Me ha dicho Lola que la impresionante Harley que está aparcada fuera es tuya. ¿Es cierto?
Este la miró y asintió. Sabía que la moto llamaría su atención. Tenía los ojos iluminados como no se los había visto nunca y aquello realzaba su belleza.
—Sí, es mía. ¿Te gusta?
Como niña con zapatos nuevos le miró y con un gesto la mar de salado se retiró el pelo de la cara y dijo:
—Madre mía, Philip. No me gusta ¡Me enloquece! ¿Cómo no me habías dicho que tenías una moto así?
—Dijiste que no querías conocer nada de mí —le recordó olvidando que Lola y Antonio sentados frente a ellos les estaban escuchando.
—Caray… es cierto. Pero cosas como estas son para contar. Cuando la he visto se me han puesto los pelos como escarpias. Su sonido al arrancar debe ser bronco y espeluznante, ¿verdad? —él asintió y ella continuó—: En Madrid tengo varios amigos que matarían por pilotar una moto así. ¡Madre mía! ¡Una V-Twin Revolution de 1250 c.c.! Su escape dual con acabado en cromado ¡es la bomba! Y, bueno… bueno qué decir de su manilla estilo Dragster. ¡Me encanta! Joder, Philip qué suerte tienes. Tienes un pedazo de bicho entre las piernas que ya me gustaría montar a mí.
Al decir aquello y ver la cara con que la miraron todos se percató de lo que acababa de decir y ante la cara de guasa de aquel y de incredulidad de Lola y Antonio, intentó rectificar.
—Perdón… perdón que me he embalado y lo que he dicho ha sonado muy mal —dijo roja como un tomate—. Quería decir que me encantaría pilotar una moto así.
—No te preocupes, Marta —salió en su ayuda Antonio. Esa muchachita y su vitalidad le gustaban, aunque más le gustaba ver los cambios que aquella ocasionaba en su hijo—. Te hemos entendido todos a la primera.
Marta, más tranquila, miró a Philip para ver si había cogido la indirecta pero este no la miraba. Su vista estaba fija en la mujer que apareció por la puerta. ¡La pelirroja! Iba vestida de cuero negro toda ella y estaba espectacular. Al verla, a Marta se le cayó el alma a los pies. ¿Cómo iba a competir con ella? Lola al ver la cara de esta fue a decir algo pero un gesto de Philip le pidió que callara, y la mujer para disimular se levantó y dijo:
—Genoveva, preciosa, ¿cuándo has llegado?
La pelirroja acercándose a ellos con unos andares de top model, sonrió enseñando sus preciosos dientes alineados y tras mirar a Marta con curiosidad, se volvió hacia Lola y respondió:
—Vine con Phil. Habéis llegado mientras estaba en el aseo. Oh, Lola ¡estás preciosa! Creo que la próxima boda te está rejuvenecido, y ese color de pelo te queda divino.
—Gracias, hija, tú como siempre estas guapísima.
Con cortesía, aquella impresionante pelirroja se volvió hacia Marta. Philip acercándose a Genoveva la cogió por la cintura y dijo ante los ojos chispeantes de aquella:
—Preciosa, ella es Marta. Trabaja para Lola en su taller diseñando vestidos andaluces y ha venido a la boda.
La pelirroja con un encantador gesto se acercó a ella y le dio dos besos. Olía a sensualidad.
—Encantada, Marta. Es un placer conocerte.
—Lo mismo digo —respondió escuetamente.
Tras esta fría presentación, Genoveva se sentó junto a Philip, cogió un vaso de la mesa y mirándole le susurró:
—Mi amor, ¿me traerías un poquito de agua? Estoy sedienta.
Philip sin mirar ni un segundo a Marta sonrió y levantándose dijo:
—Por supuesto, preciosa. Ahora mismo —luego desapareció tras las puertas.
«¿Mi amor? ¿Preciosa?… Será capullo. No tiene bastante con que yo sepa que Genoveva es su amiga esa que quiere ser mala… malísima, que además me la refriega por la cara» pensó olvidando la moto y la alegría de minutos antes.
—Vaya… tú trabajas para Lola —dijo.
Marta asintió.
Es mi mejor diseñadora —respondió Lola—. Bueno, mejor dicho, Marta es mi mano derecha en el negocio. Sin ella mi tienda no sería lo mismo.
La pelirroja consciente de su atracción y sensualidad se retiró el pelo de la cara.
—Siempre he querido tener un vestido de flamenca de esos tuyos. Son preciosos —dijo mirando directamente a Lola.
—Mi Lola es una estupenda diseñadora de esos trajes —asintió Antonio con orgullo tomando la mano de la mujer que le sonrió.
Lola que conocía a Marta como si la hubiera parido, miró su gesto. Aquel no denotaba nada bueno y con rapidez dijo:
—Cuando quieras miarma. Yo estaré encantada de hacerte uno.
La pelirroja volvió a tocarse el pelo y tras un par de pestañeos que sacaron a Marta de su estado de coma la oyó decir:
—El problema es ir a Madrid a que me tomes medidas. Aunque quizá si me las tomaras aquí podría encargártelo. Phil lleva años queriendo que vaya con él a la feria de Sevilla. Si lo tuviera, ya tendría vestido para ir el año que viene.
«Y una mierda, guapa. El vestido te lo va a hacer Rita la cantaora porque yo no» pensó Marta. Pero cuando fue a responder, tras ella se oyó la voz de Philip.
—Estoy seguro que ya que está aquí, Marta lo hará encantada, ¿verdad, Marta?
«A este le ahogo, y a esta le clavo todos los alfileres y la desinflo».
Todos la miraron. Deseó decir lo que pensaba. Deseó coger a Philip por el cuello y estrangularle, pero no le podía hacer aquello a Lola. Por ello fabricó una de sus sonrisas, miró primero a Philip, luego a Lola y por último a la del pelo rojo.
—Por supuesto. Cuando quieras. Como ha dicho Phil, estaré encantada —respondió al fin.
Feliz por aquella contestación, la pelirroja cogió el vaso de agua que le ofrecía y se lo bebió. Una vez lo acabó se levantó y, tras tocar el pelo de Philip con desenfado, dijo mirándole con un gesto cariñoso:
—Mi amor. Creo que deberíamos ir a casa a cambiarnos. Hemos quedado con Warren y Marc a las nueve para cenar. Si no nos damos prisa llegaremos tarde.
Philip miró su reloj y cogiendo una cazadora de cuero negra, se la puso.
—Tienes razón, preciosa. Es hora de irnos.
«Y dale con mi amor y preciosa» pensó molesta Marta.
En ese momento aparecieron Adrian, Patricia y Karen, quien había llevado a los niños a casa y había vuelto para salir con sus amigos aquella noche.
—Genoveva, ¡tú por aquí! —saludó Karen con una estupenda sonrisa.
La pelirroja, al verla, sonrió y la saludó. Segundos después Karen le presentó a Adrian y Patricia. Esta última, al ver el gesto de Marta, y en especial lo callada que estaba pudo intuir cómo se sentía y lo confirmó. Marta se había colgado de su rana.
—Iremos al Green esta noche. Animaos y venid, toca el grupo Texas y no me lo perdería por nada del mundo —dijo Karen ante el horror de Marta. ¿Qué hacía invitándoles a ir? No quería verles allí.
Philip al oír el resoplido de Marta la miró y, tras cruzar una fría mirada con ella, respondió:
—No sé, Karen. Hemos quedado con unos amigos —aunque se alegró de saber dónde estaría Marta esa noche.
—Si nos da tiempo, iremos —aseguró Genoveva—. Hemos quedado con Warren y Marc, y ya sabes que con ellos la fiesta es continua.
—De acuerdo. Si os animáis, allí estaremos —asintió Karen percatándose de cómo su hermano miraba a Marta. Tendría que hablar muy seriamente con Marc.
Una vez dicho esto, Philip, tras despedirse, asió por la cintura a Genoveva y desaparecieron. Patricia se acercó a Marta y para alegría de esta dijo en voz alta:
—Marta, necesito que subas conmigo a la habitación. Sin querer he juntado lo que has comprado tú con lo mío y tengo un lío de mil demonios.
Una vez desaparecieron de la vista de todos y cerraron la puerta de la habitación, Patricia la apuntó con el dedo.
—Te has colgado de él. Lo sé. Lo he visto en tus ojos, ¡pedazo de tonta! —le dijo.
Marta asintió, la miró con gesto grave y antes de llevarse las manos a la cara susurró:
—Tienes razón. Soy lo peor.
Aquella noche en el restaurante, mientras cenaban, Philip estaba inquieto. No podía dejar de pensar en Marta. En aquella alocada y divertida española que siempre le hacía sonreír. Mientras Warren y Marc charlaban con Genoveva y un par de amigas, él rememoró los gestos de Marta mientras hablaba de su moto. Realmente se veía que era un tema que le apasionaba y del que entendía. Nunca había conocido a una mujer que disfrutara hablando de manillares de moto ni nada por el estilo. Y precisamente eso era lo que cada vez más le llamaba la atención de ella.
—Te noto un pelín disperso esta noche, amigo —comentó Warren acercándose.
Philip sonrió.
—Estaba pensando en un trabajo que tengo que cerrar la semana que viene —le indicó cogiendo su copa de vino.
—¿Seguro que es eso?
Últimamente le notaba más esquivo de lo normal. Más pensativo. No es que Philip fuera el alma de la fiesta, pero aquella seriedad solo le acompañaba en momentos en los que estaba tenso por algo.
—Sí —asintió Philip.
Incrédulo, Warren miró a su amigo y le regañó.
—¿Cómo puedes estar pensando en trabajo en estos momentos?
—Ya sabes —rió este—. Deformación profesional.
—Olvida el trabajo. Estamos en una cena entre amigos y es momento de disfrutar.
—Lo haré cuando consiga resolver lo que tengo en mente.
Warren, tomando su copa de vino, la acercó a la de él y haciéndolas chocar le dijo:
—Deja de pensar en ello. Ese es un tema que como bien has dicho es para la semana que viene. Tienes que aprender a desconectar y pasarlo bien, ¿tan difícil es?
—Si —sonrió—. Llevo tanto tiempo sumergido en el trabajo que me es imposible obviarlo. Pero lo intentaré.
Aquello hizo reír a Warren. Conocía a Philip y a diferencia de él, era un hombre íntegro y con una vida relativamente ordenada. Era un buen amigo, pero un amigo que vivía en exceso para el trabajo.
—Por cierto —dijo Marc de pronto—. Me he enterado que esta noche toca Texas en el Green, ¿os animáis y vamos?
Al escuchar aquello a Philip se le aceleró el corazón. Ir allí supondría poder ver a Marta. Por ello respondió con rapidez, dejando a Warren sin palabras.
—Me parece una buena idea.
—Así me gusta, amigo —rió Warren—. A eso se le llama intentar desconectar.
—Estupendo —aplaudió encantado de la vida Marc. Le apetecía mucho ir al Green.
Genoveva, al escucharles, sonrió y acercándose a Philip y sin que nadie le escuchara le murmuró al oído:
—¿Estás seguro de querer ir?
Philip con una amplia sonrisa por lo que la noche le depararía, le dio un cariñoso beso en el hombro.
—Sí. Segurísimo, preciosa.
Durante el concierto de Texas, Marta y el grupo lo pasó fenomenal. El lugar estaba abarrotado de gente y era imposible ver a nadie excepto a la persona que estaba a tu lado. En varias ocasiones miró a su alrededor en busca de aquel hombre que la estaba trastornando, pero con alivio y al mismo tiempo decepción, no le encontró. Los amigos de Karen eran muy divertidos. Con sus risas y su peculiar manera de hacerse entender en español consiguieron que Marta, finalmente, se olvidara de Philip. Pero cuando estaba de lo más entretenida y divertida bailando con un amigo de Karen, le vio llegar. Vio un tipo de pelo claro y más alto de lo normal acercarse hasta el grupo donde estaba Adrian y Patricia y creyó morir.
A su lado estaban Marc y Warren tan guapos como siempre. Pero lo que realmente le molestó fue ver a la pelirroja. Semi oculta en la pista de baile con Richard, un amigo de Karen, Marta pudo observar al grupo sin ser vista y comprobó como Philip miraba a su alrededor. ¿La estaría buscando? Eso le gustó, hasta que sus ojos coincidieron con los de él. Fue encontrarla y agarrar a la pelirroja.
¡Maldita rana! Pensó molesta.
Tras bailar agarrada a Richard más de cuatro canciones, finalmente no le quedó más remedio que regresar con el grupo. Intuía que si seguía bailando con él, de un momento a otro intentaría algo con ella. Se lo notaba en como la miraba y, en especial, en el bulto que comenzaba a presionarla entre las piernas.
—Hombre, ¡aquí está la bailona! —sonrió Warren al verla aparecer—. Hola, preciosa, ¿cómo estás?
Sin mirar a Philip, se acercó hasta ellos con una fingida felicidad.
—Hola, chicos. ¿Cuándo habéis llegado?
—Hace poco —respondió Marc dándole un beso—. ¿Qué tal ha estado el concierto de Texas? Qué rabia. No nos ha dado tiempo a llegar para escucharles.
—¡Genial! —respondió Karen con una sonrisa.
—¡Brutal! Ha sido la caña. La verdad es que son buenísimos, y en directo mucho más —respondió Patricia.
Mientras, Marta bebía de su copa. Estaba sedienta.
Media hora después, y sin haber cruzado ni una palabra con Philip, Marta se dirigió a la barra para pedir algo más de beber. Hacía calor, y tenerlo cerca la estaba poniendo cardiaca. No quería mirarle, pero sus ojos continuamente le encontraban. Estaba impresionante vestido con aquella camisa blanca y el pantalón vaquero negro. Mirarle le suponía a Marta acalorarse. Solo imaginar lo que escondía aquella ropa y la masculinidad de este en los momentos íntimos la hacía jadear.
«Joder… joder, lo mío es de juzgado de guardia» pensó tras pedir un vodka con coca-cola.
—Pídeme otro a mí —dijo Patricia posicionándose junto a ella en la barra.
Una vez el guapo camarero les sirvió sus bebidas Patricia habló.
—Muy bien, Marta. Creo que esto ya no tiene remedio, ¡la has cagado! Como amiga tuya solo te puedo dar un consejo. O tiras para adelante pase lo que pase, o das cerrojazo al tema y te dedicas a olvidarle antes de que lo tengamos que lamentar.
—Lo sé, Patri. El problema es: ¿cómo me he podido colgar de él? Se supone que soy una mujer liberal y que yo mando en mi vida. ¿Cómo he podido volver a caer en la influencia de un tío que encima no es mi tipo?
Patricia dio un sorbo a su copa.
—¿Es bueno en la cama?
—¡La bomba!
—Entonces no me digas más. Ya sabes porque te has colgado por él.
Pero no. Marta se negaba a pensar que era solo por eso y tras darse la vuelta para apartarlo de su vista, respondió:
—No, Patri. No es solo por eso. Creo que ese tipo, a pesar de su rigidez, de su seriedad y de todo eso que no me gusta de él, es el único hombre que me ha tratado bien en todos los aspectos. Se ha preocupado por mí. Ha cocinado para mí y cuando estamos solos te juro que olvida esa rigidez y sonríe. Sonríe como un niño y es encantador.
—¡Mi madre! —exclamó aquella—. Tu colgadura es peor de lo que pensaba.
Marta sonrió, entre desesperada y divertida.
—Sí. ¡Estoy como un cencerro! Lo asumo. Pero debo olvidarlo. Algo entre él y yo es imposible. Vamos, inútil. Joder, somos de dos mundos diferentes, ¿no lo ves?
—Yo sí… claro que lo veo. Pero la que lo tienes que ver eres tú.
Pero Marta continuó hablando sin prestarle atención.
—Lo nuestro es como juntar el aceite y el agua. ¡Algo imposible!
—Tienes razón —volvió a asentir Patricia.
—O como intentar unir la noche y el día. ¡Imposible!
Al ver que aquella se iba a embalar Patricia le puso la mano en la boca y para que callara dijo:
—Sí, cielo sí. Es imposible, ¡muy imposible! Pero recuerda también aquello de los polos opuestos se atraen. Y tú y ese estirado sois lo más opuesto que he conocido yo en mi vida. Quizá por eso cuando os miráis os sentís así.
—¿Nos miramos?
—Sí, cielo sí. Que sepas que llevo toda la noche estudiando a tu rana. Y te aseguro que a ese ricachón le pasa lo mismo que a ti. Disimula con la pelirroja. Pero a la que no le quita ojo es a ti. Con ella tiene una camarilla especial. Eso se ve a la legua. Se nota que se conocen y que los dos están en la misma onda… Perooooo… la que le gustas eres tú. Y solo tú, querida Martita.
Escuchar aquello le gustó y sonrió arrebatada. Pero también se desesperó. ¿Por qué sonreía ante algo que iba directo al fracaso?
—Mira, cariño. Sabes que te adoro como si fueras mi hermana y que odio que seas infeliz. Pero si no vives esta historia con la jodida rana, nunca te lo vas a perdonar. Quizá dure un día, siete siglos o diez meses. Pero disfrútalo y piensa solo en ti. Que pasados dos meses solo queda entre vosotros una química especial en la cama. ¡Perfecto! A disfrutarla. Que pasado ese tiempo sigues sintiendo mariposillas en el estómago, ¡mejor! Eso es que es verdadero. Pero vívelo y disfrútalo. Cosas así no ocurren todos los días. Te lo digo yo, que lo sé.
—Ay, Patri… es todo tan complicado.
—No. No es complicado. Lo complicamos nosotros. Y con esa tensión sexual que os traéis entre los dos, más.
—Tienes razón. Reconozco que verlo me hace pasar de cero a cien en pocos segundos —murmuró Marta mirando como sonreía a la pelirroja.
—No hace falta que me lo jures —rio—. Es veros y las chispas saltan a vuestro alrededor. ¿No te das cuenta?
—No. Yo solo me doy cuenta de mis chipas, y tengo los plomos tan fundidos que no veo las de él.
—Pues fíjate y déjate de gilipolleces. Piensa lo que quieres hacer. Estoy casi segura de que él solo está esperando a que tú des el paso. Le gustas, Marta. Le gustas por cómo eres y por quién eres. Está muy claro que ni él es tu tipo, ni tú el de él. Pero por alguna extraña circunstancia os atraéis. ¡Y mucho!
—Madre mía en qué embolado me voy a meter, Patri —susurró al mirarle.
—Mejor meterse en él, que pasarse media vida pensando que hubiera sido si… Por lo tanto disfruta de la noche, pásalo bien y obsérvale. Verás como todo lo que te he dicho es verdad. Nos quedan aún varios días en Londres. Piénsalo y háblalo con él. ¿Vale?
Ambas se miraron con complicidad y sonrieron. Marta debía tomar una decisión.