Capítulo 23

A las ocho de la tarde entraban en el restaurante español. Allí entre risas y buen rollito cenaron los cuatro. Karen era una buena compañera de juergas, lo que ellos tres rápidamente agradecieron, aunque Marta incrédula la miraba y pensaba «¿Cómo podía ser la hermana de Philip?».

Los dueños del local eran amigos de Karen y cuando esta les dijo que aquellos eran españoles y sabían bailar sevillanas, no lo dudaron. Sacaron las guitarras, y subiéndose al pequeño tablao que tenían en un lateral, ante todos los comensales, comenzaron a tocar hasta que las palmas del local entero consiguieron sacarlas a bailar.

Una vez encima del tablao Marta miró a Patricia y le susurró:

—¿Me puedes decir qué coño hacemos aquí encima bailando para todos estos puñeteros guiris?

—Tú no lo sé y no digas palabrotas. Pero yo tonteando con ese morenazo de ojos color chocolate. Joder ¡qué morbazo tiene! —rió mirando a un moreno que como poco debía ser hindú.

—¡La madre que te parió! —se quejó Marta al escucharla.

Pero cuando comenzaron los compases de las sevillanas, se colocaron muy españolas ellas, y comenzaron a moverse por el pequeño tablao con una gracia y una agilidad que no se podía aguantar. Los guiris, encantados, aplaudieron cuando terminaron la primera sevillana y no pararon de aplaudir hasta que finalizaron la cuarta. Una vez terminaron las chicas, saludaron con una sonrisa de satisfacción y volvieron hacia su mesa donde Karen y Adrian les esperaban encantados de la vida.

Ainss nenas, os teníais que haber llamado Montoya. ¡Qué bien bailáis por Dios!

—Gracias, Taranto —se guaseó Patricia bebiendo agua mientras miraba al hindú de oscuros ojos.

—Tenía razón mi hermano. Bailas muy bien —apreció Karen.

Al escuchar aquello, Marta la miró.

—¿Tu hermano te dijo que yo bailaba bien? —preguntó curiosa.

—Sí. Me lo dijo en la feria. Pero yo misma lo pude comprobar. Te vimos bailando en varias de las casetas en las que entramos. ¿Quién te enseñó?

—Lola. Ella fue mi maestra hace muchísimos años —contestó Marta, mientras su mente pensaba en Philip. ¿Dónde estaría?

Un par de horas después salían del restaurante y mientras esperaban un taxi, el hindú se acercó hasta ellos. Rápidamente Patricia confeccionó la mejor de sus sonrisas y le atendió.

—¿Y ese chulazo con más cacao en su piel que un churro de chocolate quién era? —preguntó Adrian ya dentro del taxi.

—Khalid —rió Patricia—. Una posible rana hindú. Me ha dado su teléfono para que le llame.

—Oh… qué pena —susurró Marta con sarcasmo—. Lo ves. Si no hubieras repetido cita con John, habrías podido estar con la rana hindú.

—¿Quién te ha dicho que no tendré tiempo de quedar con Khalid?

—… y será verdad —susurró Marta incrédula.

Eso les hizo reír a todos. Veinte minutos después llegaban al Black and Green. Tras comprobar Karen que no había prensa en la puerta, salieron del taxi y el jefe de sala la saludó con afecto al verla.

En el interior del local la música era atronadora y los cuatro, felices, no dudaron en bailar. Primero llegó Timoti, el fotógrafo, y un emocionado Adrian se descolgó del grupo. Diez minutos después llegó John acompañado de dos amigos. John, a sugerencia de Patricia, había invitado a dos colegas, abogados como él, para la cita, lo que sorprendió a Karen y Marta. Pero, al ver que aquellos dos tipos, Pedro y Juan, eran españoles y simpáticos decidieron seguir con la cita y pasarlo bien.

—Qué cantidad de españoles hay en Londres —dijo Marta a Karen.

—Muchísimos. Más de los que te puedas imaginar —respondió—. Además, cuando uno está fuera de su tierra es como que necesita más encontrar sus raíces, e inexplicablemente termina buscando gente afín. En este caso, españoles.

—No me lo puedo creer ¡Qué hace una preciosidad como tú en un sitio como este! —dijo una voz tras Karen.

Dándose la vuelta, esta sonrió al ver de quién se trataba. Era Marc. El socio de su hermano.

—Marc, ¿qué haces aquí? —saludó divertida.

—Lo mismo que tú —dijo mirando a los tipos que estaban con ella—. Tomando unas copas con los amigos.

Volviéndose hacia el grupo dijo Karen en español.

—Os presento a Marc Campbell. Es el socio de mi hermano.

—¿Habla español? —preguntó con curiosidad Patricia.

—Sí, señorita, perfectamente —respondió con una encantadora sonrisa—. Nací en Barcelona. Mi madre era catalana, aunque me he criado aquí en Londres.

—Ah… disculpa. Al escucharte hablar con ella en inglés pensé… —se disculpó pero él no la dejó continuar.

—Tranquila, lo entiendo. Mi aspecto precisamente no es muy latino.

Eso hizo reír a todos. Marc era tan rubio como Philip. Alto, espigado y sus facciones eran totalmente las de un guiri.

—Pero, tranquilos. Hablo perfectamente español gracias a los veranos que he pasado en Cataluña y en Valencia en la casa de mis tíos.

—Nadie diría que eres catalán —rió Marta.

—Pues soy catalán y cien por cien culé. Te lo aseguro —rió este.

Comprimiendo la cara Marta le miró y dijo:

—Por Dios, ¿cómo puedes ser del Barca, existiendo un equipazo tan maravilloso como el Atlético de Madrid?

Eso hizo que todos la mirasen y esta con gesto de guasa murmuró.

—Vale… no digo más.

—¿Eres del Atlético de Madrid? ¿Colchonera? —preguntó Marc divertido.

—Y a mucha honra —respondió Marta—. Soy sufridora por excelencia y campeona de la Europa League. ¡Ole por mi Atlético!

—Bueno… bueno… dejemos de hablar de fútbol o deportes, que Marta con rapidez se emociona y no para —se carcajeó Patricia haciéndoles reír.

Pero fue imposible parar aquello. Durante un rato hablaron de fútbol, Fórmula 1 y moto GP hasta que Marc, al recordar algo, dijo mirando a Karen.

—Por cierto, Phil y Warren están por allí con unas amigas.

Al escuchar aquello Marta casi saltó ¿Qué él estaba allí? ¿Y con unas amigas? A partir de ese momento mil hormigas devora-entrañas le comenzaron a recorrer el cuerpo y deseó salir corriendo del local. Pensar en Philip y en cómo le había hecho el amor aquella mañana le excitó. Recordar su sonrisa o como la miraba en ciertos momentos le subió las pulsaciones.

«Por Dios ¡me estoy engorilando con solo pensar en él!» pensó al sentir cómo su bajo vientre explotaba. Por ello, y con el mayor disimulo, comenzó a hablar con Juan, a pesar de la cara de guasa de Patricia. Pero entonces escuchó a Karen.

—¿No me digas que mi hermano está aquí y nada menos que con Warren? El comisario de policía más sexy de Londres.

Marc asintió con una encantadora sonrisa y tomándola por la cintura propuso.

—¿Por qué no os venís con nosotros? Cuanto más seamos, mejor lo pasaremos.

—¿Tú crees? —preguntó Karen—. Mira que nosotras no queremos molestar.

—No molestáis. Créeme —asintió empujándola.

—¡Excelente idea! Me apetece conocer a Warren, el poli —aplaudió Patricia, ganándose una reprochadora mirada de su amiga.

Sin muchas ganas, Marta se levantó de su asiento y comenzó a andar tras ellos. Llegaron a una pequeña sala vip separada del resto de la sala. Una vez traspasaron las cortinas, semi escondida entre todos, Marta le vio y deseó de nuevo salir corriendo. Ante ella estaba el hombre que durante horas la había hecho gemir de placer en la ducha y en la cama, más atractivo que el mismísimo Hugo Silva, pero en guiri y rubio, hablando con una mujer.

—Dientes… dientes… recuérdalo —susurró Patricia a su lado.

—Vete a paseo —gruñó Marta.

—¡Warren! —gritó Karen encantada.

Aquel hombre al escuchar su nombre se volvió. Debía medir casi dos metros. Su pelo era castaño y fosco, y era tan grande como un armario empotrado.

—Ay, madre. Ay, madreeeeeeeee. Ahora sí que me estoy arrepintiendo de haber quedado con John —se guaseó Patricia al ver al tipo de ojos oscuros que Karen saludaba.

—Pues te recuerdo que la noche la tienes completita. También está el hindú —se mofó Marta ganándose una risotada de su amiga.

El armario empotrado, tras saludar a Karen con afecto, se dejó llevar por esta y se plantó ante ellas.

—Marta, Patricia, os presento a Warren López. El Inspector de policía más guapo de todo Londres.

—Increíble carta de presentación —pestañeó Patricia dándole dos besos.

Al escucharla sonrió y respondió.

—La tuya, preciosa, tampoco está nada mal.

«Ay, madre… ya la hemos liado» pensó Marta al ver como su amiga sonreía como una boba.

En ese momento Philip las vio y al ver que estaban con Warren, el ligón oficial del grupo, se acercó hasta ellas. Debía dejarle muy claro con quién no debía ligar.

—Pero Phil, ¿qué haces tú aquí? —preguntó sorprendida Karen andando hacia él.

Conocía a su hermano. Ese tipo de ambiente fiestero no era lo que más le gustaba. Y aunque era muy amigo de Warren y Marc, solo salía con ellos en determinadas ocasiones. Aquella debía de ser una de ellas.

—Estoy tomando una copa, ¿y vosotros? —dijo mirando a Marta que sonreía a Warren en ese momento.

—Enseñándoles a nuestros invitados la noche londinense —respondió Karen percatándose de cómo este miraba a la muchacha.

El beso que vio la noche anterior, y esa fugaz mirada de advertencia de su hermano a Warren, le comenzaba a aclarar muchas cosas. Por ello y llamando su atención gritó:

—Chicas, ¡Phil está aquí!

—Hombre, ¡qué coincidencia! —se mofó Patricia aún conmocionada por el inspector de policía.

Marta no pudo hablar. Solo sonrió y sintió que se ponía roja como un tomate. Sentir la cercanía de aquel hombre, y su mirada, la estaba matando.

—Vaya Philip, ¡qué pequeño es el mundo! —dijo sonriendo.

Él la miró y clavándole sus inquietantes ojos claros susurró en tono ronco:

—Llámame, Phil. Mis amigas me llaman así, preciosa.

«¿Preciosa?… Yo soy honey» pensó molesta.

Al ver la cara de desconcierto de esta sonrió. La había sorprendido. No le esperaba allí. Y continuando con su juego sin quitarle sus azulados ojos de encima se colocó junto a ella, para hacer que Warren se alejara un pelín.

—¿Quieres beber algo? O nuestro trato impide que pueda invitarte —le preguntó.

Un codazo de Patricia la hizo reaccionar y como un resorte asintió.

—Creo… creo que voy a pedirme un vodka con coca-cola.

—Y tú, guapa ¿qué quieres beber? —preguntó Warren a una obnubilada Patricia.

—Lo mismo que Marta, guapo —respondió.

—Marchando dos vodkas con coca-cola —gritó Warren que se alejó junto a Karen hacia la barra.

—Si mal no recuerdo, Marta —sonrió Philip—, beber alcohol no te sienta muy bien.

Por el gesto que puso aquella, Patricia supo que iba a decir un borderío. Por ello se adelantó.

—Tienes razón, Philip. Pero los vodkas le sientan muy bien. Podríamos decir que Marta es la reina del vodka.

Sorprendida por la idiotez que su amiga había dicho, la miró y fue a responder cuando una tercera mujer, con cara de enfado, se plantó ante ellos.

—Phil, tenemos que hablar —dijo.

«¿Phil?… esta también es amiguita» pensó Marta mirando a la espectacular mujer.

Karen, desde la barra, al ver quién era, se apresuró a llegar hasta ellos.

—Juliana. Creo que no es momento ni lugar para que molestes.

La mujer, una rubia de pelo corto y arreglado, al escuchar aquello respondió con gesto altivo.

—Tú te callas. Estoy hablando con él, no contigo. Menos mal que tu hija aún tiene dos dedos de frente.

—¿Mi hija? ¿Qué tiene que ver Diana en todo esto? —gruñó Karen.

A Philip no le hizo falta escuchar la respuesta, ya la sabía.

—Ella me dijo dónde encontraros —sonrió con maldad.

Al escuchar aquello Philip maldijo en silencio, mientras Karen soltó una de sus perlas. Tendría que hablar de nuevo con su problemática hija.

«Anda. ¡Esta es Juliana! La ex de Philip. ¡La preña!» pensó Marta mirando a la impresionante mujer rubia, con barriga, que ante ellos hacía aspavientos intentando llamar su atención.

De pronto se hizo un corrillo alrededor de ellos. Philip, molesto, cambió su gesto por otro más hosco y mirando a la glamourosa rubia le respondió con cara de enfado:

—Juliana, tú y yo no tenemos nada que hablar desde hace tiempo. Creí que te quedó claro la última vez que nos vimos.

Pero la mujer insistió, sin importarle quién estuviera delante.

—¿Cómo puedes decir eso, cariño? ¿Cómo tienes la poca decencia de decirlo?

En ese momento se acercaron Marc y Warren. El primero, al ver a Karen nerviosa, la asió por la cintura para que se calmara. Esta le miró, y al leer en su mirada decidió hacerle caso. Pero Juliana presa de un ataque de celos por ver a Philip rodeado de mujeres gritó:

—¿Con cuál de todas estas furcias te acuestas ahora? —y mirando a Marta siseó—. Esta particularmente es anodina y vulgar. No es tu tipo.

Boquiabierta, Marta miró a Philip, y él tras cruzar una brevísima mirada con ella, respondió:

—Tienes dos opciones, Juliana. O te vas y dejas de insultar a estas señoritas, o te juro que te vas a marchar pero directa a un calabozo.

—No lo dudes —intervino Warren poniéndose intimidatoriamente junto a su amigo.

Al escuchar aquello, Juliana cerró el pico. Conocía bien a ambos y la camarilla que había entre ellos, pero antes de marcharse dijo:

—Te llamaré, cariño. Recuérdalo.

—Por supuesto. Llama a mi secretaria. Ella te citará. —Le siseó con desagrado, acercándose.

Con una sonrisa de lo más artificial Juliana siseó a su vez.

—Phil, cariño… no soy nueva. Sé que cuando dices que llame a tu secretaria, realmente quieres decir… ¡no contestaré!

—De acuerdo, te llamaré yo —protestó—. Y por favor… llévate a la prensa que con seguridad te espera apostada en la puerta.

Una vez se marchó la mujer, Marc se acercó a Philip y tocándole en el hombro preguntó:

—¿Estás bien?

Él con gesto impasible le miró y asintió. Tras aquel incidente Warren, Karen y Marc regresaron a la barra junto a John y los amigos que este había traído. Philip miró a Marta, y al ver que ella no había abierto la boca, raro en ella, susurró:

—No hagas caso de lo que esa mujer ha dicho. ¿Estás bien?

Con rapidez ella sonrió y asintió.

—Sí… sí, por supuesto.

En ese momento se acercó hasta ellos otra fémina de sinuosa y espesa cabellera roja, y pasándole mimosa el brazo por el cuello preguntó:

—Phil, are you coming to my hotel?

I´ll have one more drink —respondió Philip con una seductora sonrisa.

«Mierda ¿por qué no me aplicaría en mis clases de inglés?» pensó molesta al no entender nada. Pero la sangre se le heló cuando aquel que la tenía histérica le plantificó un besazo en los labios a la pelirroja.

—Chicas. Pedid lo que queráis estáis invitadas —dijo sin apenas mirarlas.

Sin más, se dio la vuelta y se alejó asido de la cintura de la pelirroja.

Marta, rabiosa por no haber entendido lo que aquellos habían dicho, bufó, y dándose la vuelta comenzó a andar hacia la barra. Patricia la alcanzó y la paró.

—¿Quieres hacer el favor de disimular? ¡Cono, Marta!… Ese tipo es tu rana y te recuerdo que él está jugando al juego de la oca. ¿Cuándo te vas a dar cuenta?

Pero Marta solo tenía ganas de asesinar a alguien.

—¿De qué narices han hablado esos dos imbéciles? No les he entendido —preguntó a su amiga.

Patricia, con sus conocimientos de inglés, se lo tradujo.

—Ella le ha preguntado que si la llevaba al hotel, y él ha respondido que le apetece tomar una copichuela más. Pero, Marta, ¡por Dios! cambia el gesto de una santa vez, o te juro que…

Molesta por lo ridícula que se sentía, quiso desaparecer de allí. Pero estaban en Londres, no sabía hablar inglés y una vez en la calle no sabría adonde ir, ni qué decir para que la entendieran. Segundos después se integraron con el resto del grupo en la barra, junto a Timoti y Adrian que acababan de unirse a ellos. A partir de ese momento Philip y Marta no se volvieron a acercar. Como dos buenos contrincantes, cada uno observaba al otro desde el otro extremo de la barra. Marta vio como él reía e intimaba con la pelirroja y él vio como Marta se divertía con Juan, Warren y todo el que se terciaba. Un juego peligroso al que los dos accedieron a jugar.

La música cambió y comenzaron a sonar los primeros acordes de «All by Myself» una preciosa canción que a Marta le encantaba. Incapaz de seguir mirando como él, su rana, sonreía y le prestaba toda su atención a aquella idiota, cogió a Warren de la mano y le invitó a bailar. ¿Por qué esperar a que la invitaran? Este accedió y salieron de la zona vip para ir a la pista. Philip, al ver aquello, e incapaz de perderla de vista, asió de la mano a la pelirroja y la siguió. Él también bailaría.

—Pínchame… y no sangro. Mi Martita ha sacado a ese adonis a bailar —señaló Adrian al ver aquello.

—No me lo puedo creer —susurró Karen mirando a su hermano.

—Ni yo —murmuró Marc divertido.

Pocas veces había visto a su hermano Phil bailar y menos en una pista rodeado de gente. Aquello, como poco, era inaudito.

—La que no se lo puede creer soy yo. Marta, ¡mi Marta! ¿Ha sacado a bailar al Inspector de policía? ¡Al cachas! —dijo Patricia boquiabierta.

Karen al escucharla la miró y, tras observar las caras de aquellos cuchicheó.

—Mira. No sé qué es lo que hay entre mi hermano y vuestra amiga, pero algo existe. Anoche les pillé besándose y…

—¡¿Cómo?! —gritó Adrian incrédulo.

—Lo que oyes —asintió Karen— y eso, nunca, ¡pero nunca! es algo que mi recto hermano se ha permitido. Él no es persona de dejar ver sus sentimientos y eso os lo puede corroborar Marc —aquel asintió divertido—. Por lo tanto. Contadme ahora mismo qué sabéis de este tema o tendré que emborracharos para conocer toda la verdad.

—Mejor me voy —escapó Marc quien no pensaba revelar lo que Philip le había contado—. A mí estas cosas de los amoríos no me van. Y menos si tiene que ver con una señorita que se ha manifestado del Atlético de Madrid.

Caguica —se mofó Karen al ver que se alejaba.

Una vez quedaron solos los tres comenzaron a cuchichear.

En la pista y semi oculto por la oscuridad del lugar, Philip observaba como Marta y Warren charlaban, ¿de qué hablarían? Su mirada de advertencia se cruzó con la de su amigo en varias ocasiones y este con un gesto cómplice sonrió. Eso a Philip le gustó al tiempo que le inquietó. Warren era un mujeriego nato y todas caían rendidas a sus pies. Sin querer alejarse de aquellos comenzó a bailar, algo que solo practicaba en la intimidad. Se sentía extraño, ¿qué le pasaba que no podía apartar su mirada de aquella mujer tan problemática? Cuando acabó la canción comenzó una canción de Tracy Chapman y la impaciencia de Philip creció. Dos canciones después sin poder contenerse un segundo más, se acercó hasta aquellos y soltando a la pelirroja que se quedó sorprendida se acercó a su amigo con decisión.

—¿Me permites, Warren?

Con gesto casi guasón, Warren soltó a una boquiabierta Marta.

—Por supuesto Phil. Toda tuya amigo —respondió.

Tras esto, agarró a la pelirroja y comenzó a bailar con ella, mientras la separaba de aquellos. Philip al ver que Marta le miraba con gesto ceñudo la agarró por la cintura y la acercó a él. Durante unos segundos ambos permanecieron callados hasta que Marta explotó.

—Sabes que no deberías estar bailando conmigo, lo sabes, ¿verdad?

—Sí… creo que lo sé —respondió mirándola desde arriba—. Pero no creo estar incumpliendo nada del trato. El trato es ser amigos con derecho a roce. Pero que yo sepa en este instante solo bailo contigo, como con una amiga más.

Marta resopló y decidió callar hasta que sonó una canción que le encantaba.

—Madre mía… ¡me encanta esta canción! —soltó sin darse cuenta.

—No me suena. ¿Quién la canta?

—Evanescence.

Philip la escuchó mientras bailaban. Nunca la había oído. Aunque bueno, él no solía escuchar la música que por norma la gente escuchaba. Sus gustos en música con seguridad serían muy diferentes a los de Marta y cientos de personas.

Incrédulo, la oyó tararear la canción y tuvo que sonreír al comprobar su pésimo inglés.

—Lo tuyo no son los idiomas, ¿verdad?

—No —asintió al entenderle—. He intentado mil veces aprender inglés, pero nada. Soy totalmente negada para ello. Si me sacas del good morning o del my name is Marta, ¡me pierdo!

Durante dos canciones bailaron mientras hablaban y sonreían. Verdaderamente cuando estaban juntos se divertían. Sus mundos eran tan diferentes que tenían miles de cosas sobre las que hablar y sorprenderse. Philip, con ella se sentía relajado, y viceversa. Aquello era algo que irremediablemente les atraía y comenzaba a hacer que su trato fuera difícil de cumplir.

—Mmmm… ahora es a mí a quien le encanta esta canción murmuró Philip al escuchar la voz de Whitney Houston, cantando I will always love you.

Marta al reconocer la balada asintió.

—Oh, sí, la canción de la peli El guardaespaldas es muy chula. Por cierto, qué hombre más atractivo Kevin Costner, y Whitney Houston, está impresionantemente guapa en la peli, ¿verdad?

Quiso decirle que ella era más impresionante que Whitney Houston o cualquiera de las mujeres que había aquella noche en el local, pero no debía. Tenía que hacer lo que en un primer momento planeó por mucho que le pesara. Por ello asintió y dijo divertido:

—Sin duda alguna me quedo con Whitney Houston. El Costner no es mi tipo.

Ambos sonrieron y, acercándose a ella, Philip comenzó a tararear la canción muy, muy bajito.

—You, my Darling you… Bittersweet memories. That is all I’m taking with me. So, goodbye. Please, don’t cry, we both know I’m not what you, you need. And I… will always love you…

Encantada con su voz de barítono, le escuchó. Nunca, nadie, le había cantado al oído y menos en inglés. Irremediablemente se excitó y eso provocó que ella le diera un casi invisible beso en el cuello, que a él puso la carne de gallina.

Miarma… me encanta escucharte hablar inglés. Es muy sexy.

Aquello hizo que Philip soltara una carcajada y la gente de alrededor le mirara con mal gesto. Una vez pidió perdón por haber estropeado aquel momento íntimo entre las parejas se volvió a pegar a Marta y ella divertida dijo:

—A ver, risitas ¿Podrías decirme en español lo que has cantado antes?

Deseoso por besarla, y darle las gracias por hacerle sentir tan feliz, asintió y mirándole a los ojos le susurró.

—Tú, mi dulce amor, tu… recuerdos agridulces es todo cuanto me llevo conmigo. Así que, adiós, ambos sabemos que yo no soy quien tú necesitas. Y yo… siempre te amaré…

Como si se hubiera fumado cuatro porros y estuviera levitando, así se sintió Marta al escucharle decir aquello. Una vez suspiró como una tonta, murmuró:

—Te juro por mi hija, que esto ha sido como vivir un momento Dermot Mulroney —ambos sonrieron—. ¿De verdad dice eso la canción?

—Sí. Y hay otra estrofa que dice: Espero que…

—No… no —le interrumpió—. Primero en inglés, ¡please!

Hechizado por la magia que aquella mujer desprendía asintió.

—A cambio quiero un beso tuyo.

Al escucharle frunció el ceño. Aquello no entraba en el trato.

—¿Qué dirá tu pareja al verlo? —preguntó mirando a la mujer que bailaba divertida con Warren.

—Ella no es mi pareja, honey. Es una amiga especial… como tú.

Tras escuchar aquello de… «como tú» no quiso especular más. «Si pienso más, la cago» pensó. Y poniéndose de puntillas, le dio un dulce beso en los labios. Algo casto, pero tremendamente sensual. Philip, tras sonreír por haber conseguido lo que buscaba, se acercó al oído de ella y le susurro:

—I hope life treats you kind. And I hope you have all you’ve dreamed of. And I wish you joy and happiness. But above all this. I’m wishing you love. And I… Will always love you…

—Dios, Philip… qué erótica que es tu voz en inglés —suspiró encantada cuando sintió que él acabó.

—¿En serio? —se guaseó divertido e incrédulo por estar cantándole al oído a una mujer. Él no hacía ese tipo de tonterías.

—Y ahora… dime qué es lo que has dicho en español. Me muero por saberlo.

Encandilándola con su penetrante mirada, mientras la hacía notar la excitación de su entrepierna, le susurró a escasos metros de su boca.

—Espero que la vida te trate bien y espero que todos tus sueños se hagan realidad. Te deseo gozo y felicidad, pero sobre todo eso te deseo amor. Y yo… siempre te amaré. Eso, querida amiga, dice la canción.

«Ay Dios que le voy a besarrrrrrrrr. Me importa un bledo mi trato con él. Le deseo. Es mi rana inglesa y me ha puesto cardiacaaaaa» pensó cegada por la lujuria.

—Por cierto ¿lo estás pasando bien esta noche? —preguntó él.

—Oh, sí… ¡genial! —susurró extasiada.

—Me alegra saberlo —sonrió este y mirándola le preguntó—. ¿Qué te parece mi amiga? Es guapa y sexy, ¿verdad?

Aquello sacó a Marta de su nube de algodón y romanticismo, y mirándole con gesto incrédulo siseó.

—¿Por qué me preguntas eso?

Dispuesto a no reír ante el gesto de ella, Phil prosiguió con su plan.

—Quería pedirte consejo —y acercándose a ella le susurró al oído—. ¿Crees que le gustará que le haga el amor en el coche, o debo esperar a llegar al hotel y saborearla bajo la ducha? No sé, estoy confuso con ella. Se la ve una mujer ardiente.

Boquiabierta por aquella revelación, Marta casi ni respiró. Phil continuó.

—He pensado que como tú eres una mujer abierta de ideas y de incontable experiencia sexual, me podrías decir qué es lo que más le puede excitar a una mujer como ella —y para rematar susurró—. Quiero que sepas que tu opinión para mí vale mucho.

—Tras cerrar la boca y contener sus crecientes ganas de ahogarle, Marta gruñó.

—Mira, Philip. Una cosa es que yo sea abierta en ideas y otra muy diferente que…

Pero él no la dejó terminar.

—Ahora que lo pienso, en el hotel hay un jacuzzi grande y…

Marta no quiso escuchar más y para que se callase indicó:

—Eso… eso… llévatela directa al jacuzzi. Eso le encantará.

—¡Gracias, amiga! —rió sorprendiéndola—. Ahora creo que ha llegado el momento de marcharme para poner en marcha tu consejo sobre el jacuzzi.

Incapaz de hablar le miró. ¿Cómo podía estar diciéndole aquello cuando ella estaba más caliente que una olla exprés? Philip, consciente de su mirada, tras sonreírle y darle un casto beso en la mejilla dijo:

—Ha sido un placer bailar contigo, Marta, pero esa pelirroja con su ardiente mirada me está pidiendo que nos marchemos a algún lugar donde podamos estar solos.

Sin poder decir nada que no fuera un improperio Marta cerró el pico. Miró a la pelirroja y comprobó cómo ésta se comía a Philip con la mirada. Eso la molestó. Philip, al ver su gesto, sonrió pero, sin pararse a pensar en nada más, la llevó junto Warren y la escultural mujer. Una vez dejó a Marta en los brazos de su amigo, la miró por última vez, le guiñó un ojo y se marchó.

«Te mataría, imbécil» pensó Marta. Pero sonrió con disimulo y continuó bailando con Warren hasta que acabó la canción y regresaron con el grupo. La noche, a partir de aquel momento se fastidió para Marta. Probar de su propia medicina no le gustó.