El sábado, cuando Marta se despertó, eran las tres de la tarde. Se sentó rápidamente en la cama y vio que Patricia finalmente no había pasado la noche allí. La última vez que la vio estaba con el tal John, mientras ella se quitaba de encima al pesado de su acompañante. Germán, resultó ser un petardo de mucho cuidado. Justo lo que Philip le había dicho.
«Vaya. Otra como Adrian. Me han dejado sola, los muy ligones» pensó, mientras se dirigía al baño para ducharse. En ese momento la puerta de su habitación se abrió. Era Vanesa que había dormido con Diana.
—Mami, buenos días.
—Hola, cariño —sonrió Marta acercándose a su hija para darle un beso en la mejilla—. ¿Llevas mucho tiempo levantada?
—Un ratillo. He desayunado con Antonio, Lola y Diana.
—¿No tienes calor con esa camiseta? —Preguntó Marta mirándola con una cariñosa sonrisa—. Ven ponte esta mía. Te gusta mucho.
—No… no, no quiero cambiarme —respondió Vanesa.
Quitarse la camiseta delante de su madre supondría dejar a la vista el tatuaje que se hizo encima del pecho y no quería que lo viera. Ambas se sentaron en la cama.
—¿Qué tal lo pasaste anoche en la fiesta?
—¡Genial mamá! Los amigos de Diana son ¡la leche! —omitió comentar lo ocurrido con el estirado del trajeado. No merecía la pena.
—¿Os acostasteis muy tarde, jovencita?
—Al ratito de irte tú. Por cierto, mami. Lo de Adrian y Patricia qué descaro, ¿no crees? Por lo visto han llamado a Lola y le han dicho que regresarán sobre las cinco de la tarde.
«Los mato… juro que los mato» pensó al escuchar aquello.
—No, cariño. Son solteros y pueden hacer lo que les dé la gana. Siempre y cuando sepan lo que hacen y no se perjudiquen, a mí me parece bien —dijo Marta para quitarle importancia al asunto.
—Pues también tienes razón —sonrió la niña mirando a su madre—. Mami ¿puedo preguntarte algo?
—Claro. Lo que quieras.
—¿Por qué besaste al encorsetado del tío de Diana?
Aquella pregunta la pilló tan desprevenida que Marta casi se atragantó. Pero enseguida respondió.
—Ah… lo viste —la niña asintió—. Pues fue algo que…
En ese momento se abrió la puerta y apareció Diana.
«¡Uff! Menos mal» pensó Marta resoplando.
—Buenos días, ¿puedo pasar?
—Por supuesto cielo, pasa —sonrió Marta.
Al llegar frente a ellas la joven miró a Vanesa y preguntó con ansia:
—¿Se lo has preguntado ya?
Marta miró a su hija, quien algo avergonzada por dejarla también sola dijo:
—Mami ¿te importa si me voy con Diana a su casa? Por lo visto esta noche vais a salir con su madre y así yo no me quedo sola aquí con Lola y Antonio.
Incapaz de decir que no, Marta asintió y tras darle un cariñoso beso, dos minutos después, volvió a quedarse sola en la habitación.
«Voy a darme una ducha. La necesito» pensó levantándose de la cama temblorosa aún por la pregunta de su hija.
Una vez abrió el agua y se quitó el pijama, se metió en la moderna ducha de hidromasaje. Con curiosidad fue tocando todos los botoncitos para ver su uso.
«Qué maravilla. Chorros por aquí, chorros por allá. Una así tengo yo que poner en mi casa» pensó mientras se enjabonaba el pelo y pensaba en que mataría a Adrian y Patricia cuando los viera.
De pronto escuchó unos golpes en la puerta del baño y oyó la voz de Lola.
—Tesoro. Antonio y yo vamos a llevar a las niñas a la casa de Karen. ¿Quieres venir? ¿Te esperamos?
Con una sonrisa en la boca Marta abrió la puerta de la ducha y gritó:
—No, Lola. Si no os importa prefiero quedarme y disfrutar de un rato de tranquilidad en esta maravillosa ducha.
—De acuerdo, miarma. Regresaremos en un par de horas.
Marta continuó con su ducha. Pensaba disfrutarla a tope. Se daría el exfoliante de la cara y el cuerpo mientras dejaba actuar la mascarilla del pelo. Aquello le vendría genial. En su casa nunca tenía tiempo para nada, pero allí, aquel día, podía permitirse perder el tiempo con aquellas cosas. Disfrutaba de todo aquello cuando escuchó la puerta del baño abrirse y cerrarse. El vaho de la cabina no le dejaba ver y con la mano limpió un trozo para mirar y gritó:
—¡Pero bueno! ¡¿Qué haces aquí?! —preguntó incrédula al ver a Philip por allí.
—Quería aclarar eso de que soy… ¡Soso! —dijo él.
Boquiabierta por la situación en la que se encontraba con la mascarilla color huevo en su cabeza y la crema alrededor de su rostro, se puso bajo el chorro para quitarse aquello, pero en sus prisas le entró mascarilla en los ojos y gritó.
—¡Joder! ¡Joder! ¡Dios… cómo pica!
—¿Qué te pasa?
Pero al ver que ella no contestaba y solo se limitaba a decir improperios a cual peor, abrió la puerta de la ducha. Ella gritó.
—¡Cierra la maldita puerta ahora mismo si no quieres que te asesine!
Incapaz de quitarle los ojos de encima, se quedó embobado mirándola.
Molesta por aquellas confianzas, ella se echó hacia el fondo de la ducha y gruñó:
—¿Qué tal si me esperas en el salón? No creo que haga falta que entres en esta habitación y mucho menos en la ducha para hablar. Mi hija puede entrar en cualquier momento y…
—Tu hija y el resto se acaban de marchar. Me los he cruzado cuando llegaba.
«Maldita sea. Tenía que haberles dicho que me esperaran» pensó tras tragar el nudo de emociones que le estaba haciendo sentir. Ver como la miraba y observar como el bulto de su pantalón crecía la estaba poniendo cardiaca.
A Philip se le había resecado la boca. Había llegado con la intención de hablar con ella y disculparse por lo de la noche anterior, pero al decirle Lola que estaba en la ducha, sin poder remediarlo la había seguido hasta allí. La última vez que estuvieron en la ducha juntos fue memorable. Y ahora, tenerla ante él, desnuda y mojada era de lo más tentador. Hasta que un grito lo despertó.
—¡Quieres hacer el favor de cerrar la maldita puerta de la ducha! Me estoy muriendo de frío, ¡joder!
Sorprendiéndola, se quitó la chaqueta del traje y los zapatos y tirándolos hacia un lado, se metió con ella en la cabina de la ducha y dijo una vez cerró la puerta:
—Ahora ya no tendrás frío.
Durante unos instantes ambos se miraron a los ojos, mientras ella incrédula pensaba lo que aquel acababa de hacer. Se había metido vestido bajo la ducha con su carísimo traje y se estaba empapando. Eso la hizo sonreír. Él también sonrió.
«Ay Dios… que está sonriendo y su sonrisa me pierdeeee» pensó atraída como un imán.
Marta, sin tacones, se sentía pequeña junto a él. Y mientras le miraba sintió que se deshacía.
«¿Pero por qué? Si a mí este tío no me gusta» pensó mientras observaba como el agua le caía sobre el rostro y su ropa.
La camisa azul comenzó a pegársele en el cuerpo, marcando los músculos que ella había tenido el placer de conocer en vivo y en directo.
Philip, excitado por la visión que ella le ofrecía, alargó el brazo. Lo pasó por la desnuda cintura de ella y la atrajo hasta él con decisión. Ambos quedaron pegados bajo el chorro del agua mientras se mantenían las miradas. El pelo rubio de Philip se comenzó a oscurecer con el agua y entonces Marta no pudo más y dijo:
—Me voy a ahogar si sigo un segundo más bajo el chorro mirando hacia arriba.
Poseído por una ansia enloquecedora, Philip se movió hacia su izquierda y alzándola del suelo puso una de sus enormes manos bajo sus nalgas. Marta excitada por como él la miraba con sus implacables ojos azules se lanzó a su boca y le besó con deleite y ferocidad. Le besó con tal lujuria que Philip tuvo que apoyarse en la pared para que las piernas no se le doblaran.
Marta consciente de cómo él estaba, una vez la bajó de nuevo al suelo, sin quitarle la camisa posó su boca justo encima de los pezones que se le transparentaban y los mordisqueó. Eso excitó aún más a Philip que con premura se quitó el cinturón y se desabrochó los pantalones, mientras ella le arrancaba de un tirón los botones de la camisa y le hacía reír.
Una vez le abrió la camisa, le volvió a poner la boca sobre los pezones. Estaban duros como piedras y la sensación al chuparlos le gustó. Pero aquello duró poco. Philip extasiado de placer tocó un botón de la ducha para que dejara de salir por la alcachofa de arriba y comenzara a salir por los laterales.
—Así no nos ahogaremos —sonrió mientras se quitaba los empapados pantalones, se bajaba los calzoncillos y dejaba al aire su tentador miembro viril.
«Oh, Dios… este hombre no es mi tipo ¡pero me encanta!» pensó mirando aquel recto músculo que ante ella se erguía orgulloso.
Con la boca deseosa de probar aquello, Marta se agachó entre sus piernas y cogiendo el miembro de él entre sus manos lo besó. Aquel simple contacto hizo a Philip cerrar los ojos y gemir. Cuando Marta se introdujo el pene en la boca, comenzó a mordisquearlo y succionarlo con lujuria, él sonrió y le susurró con voz muy varonil.
—Estás juguetona hoy, honey.
No pudo decir más. La suave boca de ella le hizo sentir tal latigazo de placer que arqueó la espalda tras resoplar.
«¡¿Honey?!» escuchó ella y al sentir su gozo susurró.
—Tú me has buscado a mí. El juguetón eres tú.
Incapaz de seguir allí sin tocarla, la hizo levantarse. Tocando de nuevo los mandos, cogió la ducha de mano y tras ajustar el regulador y ponerlo para que saliera por tres chorros dijo señalándole un pequeño pollete:
—Sube el pie aquí.
Ella sin rechistar le hizo caso. Él se puso detrás de ella y tras hacerle recostar la espalda sobre él, bajó la ducha primero por su cuello, después por sus pechos y, tras masajearlos, la ducha continuó su recorrido hacia su vientre. Cuando su excitación no pudo más, Philip, posó la ducha entre sus piernas.
—¿Está muy caliente el agua? —preguntó mientras le repartía un sinfín de besos dulces por el cuello.
Sin poder hablar por la excitación del momento ella negó con la cabeza y murmuró.
—Está en su justa medida. Ni caliente. Ni fría.
Él sonrió y apretando uno de los botones de la ducha lo puso para que saliera un solo chorro.
—Flexiona las piernas y apóyate en mí.
Sin dudarlo ella lo hizo, y al notar aquel chorro juguetón sobre su clítoris gritó y quiso moverse, pero él sujetándola con fuerza no la dejó, mientras el chorro continuaba dándole con fuerza en su clítoris y ella creía explotar. Duro como una piedra él le susurró al oído.
—… Cierra los ojos e imagina lo que quieras. Lo que te excite.
Marta nunca había sentido algo así con el simple roce del agua. Aquella ducha manejada por Philip con sus chorros regulables, la estaban arrancando espasmos de placer, mientras él le abría los pliegues de su sexo y ella se dejaba hacer en sus manos.
Cerró los ojos. Y las imágenes que le venían a la mente eran él devorándole los labios. Él desnudándola. Él… él… él. Tras dejar escapar un gemido tan placentero que la hizo temblar toda entera, Philip creyó que su miembro iba a explotar. Sin perder un segundo soltó la ducha e introduciendo su duro pene de un empellón en la vagina desde atrás, comenzó a entrar y salir cada vez más rápido. Con más brío. Hasta que la oyó gruñir de placer y segundos después tras un espasmo que lo dobló, salió de ella y se dejó llevar.
Sin mirarse, respiraban con irregularidad mientras el agua de la ducha seguía corriendo entre ellos. Apenas sin fuerzas, Philip cogió la ducha del suelo y tras dar a uno de los botones hizo que el agua volviera a salir por la alcachofa de arriba. En ese momento Marta se dio la vuelta y le miró.
—¿Otra vez sin preservativo? Maldita sea, Philip, luego te quejas de que te demandan y cosas por el estilo —susurró entre molesta y guasona.
Con una cautivadora sonrisa la atrajo hacia él y la besó. Después le miró el ojo irritado por el champú y preguntó:
—¿Te sigue molestando el ojo?
Ella pegada aún a él murmuró tras besarle en el pecho.
—Nunca el contacto del agua me había hecho sentir así. Es la primera vez en mi vida que tengo un orgasmo con algo que no sea un pene. Ha sido fantástico. ¿Qué has hecho?
Divertido por aquella revelación, primero la besó en la punta de la nariz y luego en la boca.
—El morbo del momento. La imaginación y la potencia de la ducha ha sido lo que lo ha conseguido, no yo —dijo finalmente.
—¿En serio? —él asintió—. Entonces creo que lo primero que haré cuando llegue a Madrid será cambiar la alcachofa de mi ducha. Me compraré una nueva con distintos tipos de chorro. Sí… sí. Yo ya no puedo vivir sin esto.
Soltando una carcajada, Philip la volvió a besar. Aquella naturalidad era lo que le atraía de ella. Marta, no era una mujer de guardar sus emociones. Fueran buenas o malas, se las mostraba y eso le apasionaba. Le gustaba ver su vitalidad y, lo mejor, no se escondía tras absurdos maquillajes, ni vestidos de diseño para intentar engatusarle. Simplemente era ella misma. Nada más. Divertido por los comentarios que ella decía mientras miraba la ducha de mano dijo:
—Entonces para asegurarme que pasarás cientos de momentos placenteros, me ofrezco a regalarte una ducha en condiciones. ¿Qué te parece?
—Oh, Dios, Philip así conseguirás que no salga nunca de mi cuarto de baño —se mofó ella y ambos rieron—. Pero si te soy sincera prefiero eso, algo útil, a un ramo de flores. Mi madre, ¡qué regalazo!
—Sobre todo romántico —asintió él divertido al pensar en la cara que pondría cualquiera de las mujeres que él solía visitar, si aparecía con una alcachofa de ducha en lugar de unas carísimas rosas de tallo largo.
Una vez salieron de la ducha, Marta preguntó al señalar su ropa hecha un guiñapo mojada en el suelo:
—¿Necesitas que te deje unas braguitas? Tengo unos tangas monísimos.
—No, honey —sonrió divertido por su ocurrencia—. Mi habitación está justo al fondo del pasillo. Allí, por suerte, tengo de todo. Por cierto, ¿cenas conmigo?
Aquella pregunta le pilló desprevenida. Le apetecía muchísimo cenar con él. Moría por cenar con él. Incluso cenaría encantada un sándwich en aquella habitación. Pero no era buena idea. Debía pensar en él como en su rana londinense y nada más.
—No.
—¿Y mañana?
—Tampoco.
Sorprendido por aquella respuesta Philip la miró y preguntó:
—¿Por qué?
—Pues, porque no. Recuerda nuestro trato.
«Maldito trato» pensó él, pero volvió al ataque.
—No te estoy pidiendo que te cases conmigo, ¡solo te estoy invitando a cenar!
Eso la hizo sonreír y desconcertándole aún más murmuró.
—Por suerte para mí, esa pregunta no está dentro de las cosas que yo quiero escuchar. Y en cuanto a lo de invitarme a cenar, sigo pensando que no. Además, ya tengo planes para esta noche, y tú, no entras en ellos.
Molesto por el rechazo y en especial por lo que oía preguntó:
—¿Con quién tienes planes?
«Dios… Dios… que pare ya» pensó desesperada.
Para ella no era fácil rechazar una invitación tan apetecible como aquella. Pero debía hacerlo.
—Con mis amigos. Queremos conocer la noche londinense —respondió.
—Yo te la puedo enseñar.
—No, y no insistas por favor.
Después de unos segundos de incómodo silencio por parte de los dos él señaló:
—Pensé que estabas bien conmigo.
Marta sin poder evitarlo, se puso de puntillas y pasándole la mano por el cabello para peinárselo hacia atrás respondió:
—Claro que estoy bien contigo. Eres mi amigo. Pero tengo por norma no repetir cita tan seguida con el mismo hombre —mintió como una profesional—. Ya sé que esto no ha sido una cita. Ha sido algo espontáneo. Pero, por favor entiéndelo, ¿vale?
—No.
—No, ¿qué?
—Que no lo quiero entender —gruñó él—. Me apetece cenar contigo y disfrutar de tu compañía. No entiendo que…
Pero ella no quiso escucharle y tras un resoplido de frustración sentenció.
—He dicho que no y si tantas ganas tienes de disfrutar y salir, ¡sal con tus amigos! Estoy segura que no te faltará compañía femenina.
Él desistió. Nunca había suplicado una cita a nadie y ella no iba a ser la primera, ¿o sí? Intentaría enterarse donde estaría y coincidir con ella, por ello, con una encantadora sonrisa que hizo que las chispas saltaran de nuevo entre ellos asintió.
—De acuerdo, cabezota.
Al ver que ella se comenzaba a tapar con una toalla, se la quitó rápidamente. La atrajo hacia él y la besó.
—De momento, quiero seguir jugando contigo. Quiero demostrarte lo que un soso como yo puede llegar a hacer sentir a una preciosa y sensual mujer como tú.
«¡¿Soso tú?! Soso el Musaraña y el resto de los hombres que he conocido,» pensó, pero calló.
Sin ganas de ofrecer resistencia, Marta sonrió y se dejó abrazar. Aquello era justo lo que le apetecía y cuando la cogió en brazos y salió con ella del baño para tumbarla en la cama, enseguida le dijo:
—Cierra la puerta. Puede entrar cualquiera y pillarnos.
—¿Sería morboso no crees? —rió él.
—Sí. Sobre todo si nos pillan Lola y tu padre, ¡qué morbo! —se guaseó ella.
Aquello, y en especial su cara de pilluela, le hizo sonreír. Sin perder un segundo fue hasta la puerta y tras echar la llave se tumbó sobre ella.
—Tú y yo vamos a jugar y a pasarlo muy bien —le susurró al oído consiguiendo que a ella se le pusiera la carne de gallina.
—Sí —jadeó deleitándose en él.
—Te enseñaré juegos que creo que no has probado.
Al escucharle, Marta le miró muy seriamente.
—Te advierto que no estoy dispuesta a probar el sadomasoquismo. No me va. Y puesto que somos amigos de juegos sexuales, si no me va lo que propones, no voy a jugar, ¿entendido? —le murmuró señalándole con el dedo.
Cada vez más divertido preguntó:
—¿Me crees un hombre de gustos oscuros? —preguntó Philip, cada vez más divertido.
Ella negó con la cabeza y él sonrió.
—Mmmm… te equivocas, honey. El morbo me gusta tanto como tú.
Sin darle tiempo a responder tomó su boca y tras hacerla suspirar, le susurró al oído.
—Jugaremos con la imaginación. ¿Te ha gustado la sensación que has sentido en la ducha?
—Mmmmm sí… mucho —jadeó al notar como él le separaba las piernas entre cosquilleos lentos y sensuales.
—Pues nuestros juegos serán así. Algo entre tú y yo. Llegaremos hasta donde ambos estemos dispuestos a llegar y disfrutaremos los momentos que tengamos como queramos.
Segundos después hacían el amor apasionadamente olvidándose de todo lo que había a su alrededor.
Después de unas maravillosas horas en la que Marta y Philip permanecieron encerrados en la habitación jugando y disfrutando, llegó Patricia, quien al intentar abrir la puerta y ver que estaba cerrada por dentro, llamó.
—¡Haaa del Castillo! Marta, ¿estás ahí?
Los amantes, desnudos y sudorosos y aún tirados en la cama se miraron.
—Escóndete bajo la cama. La haré entrar en el baño y luego sales. Así no te verá —reaccionó Marta.
Incrédulo, la miró. No pensaba hacer nada de eso.
—¿Y por qué no me puede ver? —preguntó molesto.
Marta se cubrió con la sábana, le miro y se encogió de hombros.
—Vale. Pues haz lo que quieras. A mí no me importa. Ella sabe nuestro trato.
Sorprendido, Philip la miró.
—¿Ella sabe nuestro trato?
—Sí.
Philip quiso decirle que no estaba de acuerdo con aquel absurdo trato, pero se calló. Tras darle un beso en los labios que la calentó en décimas de segundo, se levantó y, enrollándose una de las sabanas a la cintura para tapar su sexo, se dirigió hacia la puerta. Quitó el pestillo y la abrió.
—Puedes pasar. Nuestra sesión de buen sexo ha terminado por hoy —dijo mientras salía de la habitación dejando sin palabras a las muchachas.
Y desapareció, dejando a Marta sobre la cama desnuda y a Patricia con la boca abierta y los ojos como platos.