A la mañana siguiente, tras una noche plagada de morbo, sensualidad y jadeos, cuando Marta se despertó, miró su reloj digital. Las 09:23. Sin ganas de levantarse se hizo un ovillo y se volvió a dormir hasta que su móvil sonó. Abrió los ojos y vio en el reloj las 12:10. Cogió el teléfono rápidamente. Era su hija.
—Buenos días, mami. ¿Estabas todavía dormida? —preguntó extrañada.
«¿Mami?… Solo me llama así cuando quiere algo» pensó desperezándose.
—Hola tesoro. Anoche al final salí de fiesta y… En ese momento Marta se dio cuenta de que los ojos claros de Philip la miraban. Despertándose del tirón al ver que este se levantaba desnudo, le vio salir de la habitación sin ningún pudor.
—¿Lo pasaste bien anoche? Cuéntame… —preguntó Marta sentándose en la cama. Estaba aturdida al despertar con aquel hombre allí. Joder… era un conde.
Encantada de la vida, Vanesa comenzó a contarle a su madre los pormenores de la fiesta. Aunque no hizo mención de que estaba Javier… ni lo que hizo con él. Por último, le pidió quedarse a dormir de nuevo en casa de su amiga Susana. Tenía planes con Javier y en ellos no entraba regresar aquella noche a su casa. Pensaba hacerse un pequeño tatuaje sobre el pezón para impresionar a su chico y sabía que si se lo decía a su madre se lo prohibiría. Por ello optó callar.
—Pero cariño, íbamos a ir al cine juntas a ver Avatar en 3D —murmuró al escuchar a su hija.
Pero Vanesa, como buena adolescente, solo pensó en ella. Quería conseguir su propósito, y lo que menos le apetecía era ir al cine con su madre.
—Mami, por favor. Te daré un vale oro cuando llegue a casa. De los importantes —aquello hizo sonreír a Marta y Vanesa prosiguió—. Venga mami, podemos ir cualquier otro día. Por favor, entiéndelo. Me apetece mucho quedarme aquí y…
Marta suspiró. Conocía a su hija y sabía que si la obligaba a volver, aquel día sería un desastre. Por ello, tras resoplar se sentó de nuevo en la cama y tras taparse con la sabana asintió.
—De acuerdo, cielo. Quédate. Pero mañana antes de comer te recojo.
—Gracias mami. Un besito —aplaudió Vanesa mirando a Javier y su amiga. Lo había conseguido. Había engañado a su madre y se podría hacer el tatuaje.
Acabada la conversación cerró su móvil y suspiró con desesperación. Su hija, esa pequeña a la que antes le gustaba estar con ella todos los días, estaba creciendo. Ya no demandaba su tiempo como antaño y eso en cierto modo le dolía. Pero era ley de vida.
—¿Qué ocurre para que tengas el ceño fruncido? —preguntó Philip entrando en la habitación desnudo como su madre lo trajo al mundo, cargado con una bandeja, dos tazas de café y unas galletas.
Cohibida por la desnudez de aquel, Marta se encogió de hombros y dijo sin mirarle.
—Era mi hija. Prefiere pasar el día con su amiga y unos chicos, antes que conmigo.
Con una encantadora sonrisa Philip se sentó en la cama y tras dejar la bandeja, le tomó con sus dedos el mentón para que lo mirara y murmuró.
—Estás decepcionada, ¿verdad?
Ella asintió y cogiendo una galleta susurró:
—Un poco. Pero claro, ella se hace mayor, y…
—Su vieja y acartonada madre ya no le parece tan interesante, ¿me equivoco? —murmuró retirándole el pelo de la cara con delicadeza, mientras la observaba mordisquear la galleta.
Habían pasado una noche tórrida y pasional. Sí, el primer contacto en la entrada fue morboso, el segundo en la cama, increíble. El tercero en la ducha una pasada y el cuarto antes de caer destrozados y molidos ¡colosal! Había sido una noche como ninguno de los dos había pasado nunca, y donde varias veces se recordaron su trato. Era como si ambos necesitaran recordarlo. Marta al sentir sus manos en su cabello sonrió y suspiró.
—No. No te equivocas. Sus amigos son mucho más interesantes hoy por hoy que su madre.
—Lo dudo. Tú eres muy interesante a la par que dulce y exquisita —murmuró atrapando con sus dientes su labio inferior—. Mmmm… además sabes a galleta.
Divertida por aquello se carcajeó y metiéndole un trozo en la boca, él la masticó, y tras tragarla la besó. Marta hechizada por la sensualidad que aquel estirado y rubio inglés poseía con su mirada le devoró y le disfrutó, hasta que él se separó de ella.
—Entonces si tu hija no viene, ¿tenemos todo el día para nosotros?
—Me temo que sí —asintió con una placentera sonrisa. Parecía buena idea.
—Mmmm… me gusta —y besándola le susurró—. ¿Qué te parece una ducha… juntos?
—Colosal —asintió ella.
Philip, cada vez más excitado, puso la bandeja en el suelo y sentándose a horcajadas sobre ella le tomó las muñecas. Con una mano se las sujetó por encima de la cabeza y la otra la bajó lentamente hacia su entrepierna. Mientras la besaba el cuello murmuró:
—Tenemos que repetir lo de la entrada de los espejos. Mmm… morboso.
Pero Marta ya no pudo contestar. Sentir sobre su estómago los dulces y secos golpes de su duro y erecto pene le estaba volviendo loca. Y cuando creía que no podría excitarla más, notó la mano de aquel abriéndole las piernas mientras le susurraba:
—Mmmm… honey estás húmeda.
—Me encanta cuando me llamas honey… con ese acento tuyo.
Al escucharla él sonrió y Marta jadeó y se dejó tocar y explorar con aquella mano que la tocaba con posesión. Mirándole a los ojos sintió que iba a tener un orgasmo, y Philip sonrió. De su garganta surgió una sonrisa gutural muy masculina al ser consciente de que estaba dando a Marta un intenso momento de placer.
—¿Te gusta que te toque aquí? —susurró con una voz cargada de pasión.
—Sí… sí —consiguió murmurar mientras un calor inmenso se apoderaba de ella haciéndola arquearse por momentos.
La luz del atardecer que entraba por la ventana le daba a Marta en los ojos, por ello y queriendo mirarle de frente se movió pero al hacerlo una explosión de placer la hizo gritar.
Philip al escucharla la besó de tal manera que parecía querer robarle el aliento y entonces le soltó las manos y guiando la punta de su glande caliente lo puso en la entrada de su sexo, y antes de que este pudiera moverse ella se movió levantando las caderas y él gimió.
Pillándole desprevenido y a pesar de tener menos fuerza que él, Marta le hizo rodar por la cama hasta quedar encima. Eso les hizo reír y con el movimiento ondulante de sus caderas se introdujo todo el pene en ella y desde su altura susurró:
—Me gusta verte desde aquí. Ahora seré yo quien mande —y revolviéndole con la mano su pelo rubio, sonrió—. Tú ni haciendo el amor te despeinas.
Del pecho de Philip surgió un profundo y satisfactorio gruñido masculino cuando ella se movió de atrás adelante y comenzó una lenta cabalgata sobre él saliendo y entrando por completo. Eso le volvió loco y atrayéndola hacia él, la besó y le susurró.
—Honey, este sufrimiento te lo voy a hacer pagar.
—Mmmm estoy impaciente por ello —rió gustosa.
Echándose hacia atrás y en busca ya de su propio placer Marta se arqueó y apoyando sus manos en las piernas, comenzó a subir y a bajar cada vez más rápido hasta que su interior se estremeció y estrujó su miembro. Cuando el éxtasis más salvaje la embargó, Marta profirió un grito de placer y cayó encima de él. Philip aguantó todo lo que pudo y cuando el temblor del clímax le comenzó a recorrer el cuerpo, se acordó que no se había puesto preservativo. Por ello, y con rapidez, sacó su pene y apretándolo contra ella, se dejó ir entre jadeos y convulsiones.
—¡Genial! Sin preservativo —resopló ella sin aliento.
—Tranquila. Lo he controlado. Y en referencia a enfermedades, estoy sano. No te preocupes —murmuró sonriendo mientras se pasaba la mano por la frente para quitarse el sudor.
Eso la hizo sonreír y suspirar. No debía volver a ocurrir. Y tras darle un dulce beso en la barbilla murmuró echándose de nuevo sobre aquel duro y amplio pecho.
—En España hay un dicho que dice «¡cuidado! chispea antes que llueve».
Ambos se carcajearon por aquello, pero permanecieron acurrucados en la cama, uno encima del otro, mientras Marta disfrutaba de las cosquillas que este le hacía en la espalda.
—Qué gustirrinin… Me encanta lo que estás haciendo. Si sigues soy capaz de babear y quedarme dormida.
Con deleite, Philip continuó tocándola mientras disfrutaba del sol que entraba por la ventana y el calorcito que ella le daba.
—¿Te gustan los masajes?
—¿A quién no? —susurró mimosa.
—A mí no me gustan. Odio que me den masajes.
—Eso es porque no has probado los míos.
—No me gustarán —repitió aquel.
—¿En serio?
—Sí. Totalmente. Solo me gustan los masajes que da Brenda en su clínica. Una fisioterapeuta que conozco de Londres. Tiene una clínica-balneario cerca de Hyde Park. Si algún día vas por allí prometo invitarte.
—Te tomo la palabra —contestó molesta al pensar en la fisioterapeuta—. Un masaje para mí es algo muy… muy serio. ¡Me encantan! Sueño con ir a un spa cinco estrellas y hacerme todo… absolutamente todos los tratamientos que tengan —eso hizo gracia a Philip y sonrió—. Me encantaría hacerme eso de la chocolaterapia, aunque bueno, con lo que me gusta el chocolate soy capaz de chuparme a mí misma y…
En ese momento sonó el móvil de Philip. Este alargó la mano y lo cogió. Tras mirar de quién se trataba, directamente rechazó la llamada y no respondió. Marta no dijo nada.
—¿Siempre has vivido aquí? —preguntó Philip tras un silencio.
—¿En Madrid?
—No. En esta casa.
«Uis… si tú supieras dónde he vivido yo» pensó, pero respondió.
—Desde hace siete años. La vi. Me enamoré de sus vistas a la Casa de Campo y la compré. No es muy grande pero para mi hija y para mí está bien.
—Tiene una luz fantástica —asintió tumbado en la cama—. Y el sol que entra por tu ventanal a la cama, es magnífico. Ojalá en Londres luciera el sol como aquí en España.
En ese momento Feo, su perro, se acercó hasta la mano de Marta, y con un cariñoso lametón le recordó que seguía allí. Ella tras tocarle la cabeza le indicó con la mano que saliera de la habitación.
—Me gusta ver que tienes educado a tu bola de pelo —rió Philip.
—No le insultes. Feo es muy sensible. —Ah… perdón —asintió Philip disfrutando del momento. —Por cierto, vives en Londres, ¿verdad? ¿Dónde? Echándose el pelo para atrás, para que volviera a su sitio y poniéndose un brazo bajo su cabeza respondió.
—En Mayfair. Un barrio del distrito de Westminster.
—Vives en un barrio llamado… ¡Marifé!
Philip sonrió y divertido indicó en su tono más inglés.
—Mayfair, su nombre es Mayfair.
—Ah, vale —sonrió al escucharle—. Pero vamos, ¡ni idea! Nunca he ido a Londres. Pero si lo compararas con algún barrio de Madrid, con cuál sería.
Philip, tras pensarlo respondió.
—Yo creo que podría ser la calle Serrano.
Cuando Marta soltó un silbido de aprobación, indicó:
—Reconozco que vivo en una zona estupenda de la ciudad.
—Y tan estupenda. Para eso eres un conde —dijo Marta sentándose en la cama.
—No te dejes cegar por la palabra conde. Soy ante todo una persona de carne y hueso como lo eres tú, preciosa —sonrió al escucharla revolviéndole el cabello.
Con rapidez estiró la mano y cogiendo una camiseta de la mecedora se la puso. Más segura ahora tapada que desnuda, le miró directamente a la cara.
—Mira, voy a ser sincera contigo. No quiero saber nada de tu vida, en especial porque no me interesa.
—Vaya… que agradable —se guaseó él, pero ella prosiguió.
—Entre nosotros creo que ha quedado claro la no-relación. La ausencia de explicaciones y en especial de compromiso —Philip asintió—. Pero necesito preguntarte algo que para mí es importante. Y conociéndome, sé que tarde o temprano te lo voy a preguntar, porque soy rematadamente antigua con ciertos asuntos. Por lo tanto y aunque creas que soy una cotilla redomada debo de preguntarte ese algo para dejar de sentirme martirizada y…
Philip la interrumpió. Aquella muchacha estaba irresistiblemente preciosa en aquel momento, pero metiéndole una galleta en la boca para que callara, se sentó y dijo:
—Haz tu pregunta, cotorra.
Marta masticando la galleta que este le había dado se sentó y preguntó:
—¿Estás casado? ¿Es cierto que estás esperando un hijo? Sé que sales en la prensa del corazón. Yo no soy la especialista en eso pero Adrian está muy puesto —tapándose los ojos avergonzada por preguntar aquello se apresuró a decir—. Lo sé. Lo sé. Lo sé. Soy lo peor. Pero si lo estás, o la tienes, a pesar de que me lo he pasado fenomenal en la cama contigo, no quiero volver a verte. No quiero hacer sufrir a ninguna mujer, y menos aún entrar en ningún sucio juego de pareja. Y más cuando mi trabajo está por medio —y gesticulando con gracia murmuró—. Oh, Dios, ¡tu padre se va a casar con mi jefa! Y yo no quiero ningún tipo de problema. Necesito ese trabajo para poder vivir y sacar adelante a mi hija. ¿Lo entiendes?
Philip, divertido por la cantidad de aspavientos y monerías que hacía al hablar, tras dar un sorbo de su café la miró y respondió con tranquilidad.
—No. No estoy casado y en referencia a ese hijo, no es mío y se demostrará. Ser famoso en mi país solo me reporta disgustos como ese. Toda mujer que sale conmigo luego sale en la prensa queriendo colgarme un hijo.
Eso hizo sonreír a Marta y con picardía le miró y dijo:
—Por mi parte eso nunca te pasará. Te lo aseguro. Pero déjame darte un consejito de amigos. ¡Póntelo… pónselo! Usa preservativo y evitarás problemas, con las mujeres y con la prensa.
—Te aseguro que los utilizo. Lo que ha ocurrido ahora contigo ha sido algo excepcional.
—Venga… vale… lo entiendo… soy una bomba sexual y eso ha dado lugar al olvido —dijo Marta en tono de guasa para hacerle sonreír.
Finalmente aquel se carcajeó y tras besarle en la frente dijo:
—Odio salir en la prensa de corazón, pero de vez en cuando algún paparazzi me pilla de cena con alguna amiga. Aunque si te soy sincero, no sé que les puede interesar de mi vida. Y por cierto, en referencia a tu trabajo, tranquila. Nunca haría nada que pusiera en riesgo tu economía personal. Y en lo que concierne a nuestro trato, nada me alegra más que saber que entre nosotros no existe ningún tipo de compromiso. A excepción de una amistad muy especial.
«Será caradura el tío» pensó al escucharle pero soltando un suspiro de alivio asintió.
—¡Genial! Vía libre. Podemos continuar con nuestras vidas y ser amigos con derecho a roce. Como se dice ahora, follamigos. ¿Qué más se puede pedir?
El sonido del pitido del móvil de él les volvió a interrumpir. Esta vez Marta lo miró y dijo con tranquilidad.
—Cógelo. Quizá sea importante.
Tras mirarla durante unos segundos, tomó su móvil y lo abrió.
—Hola, Heidi, cielo ¿Qué ocurre?
«¿Heidi? ¿Cielo? Vaya qué cariñoso» pensó Marta sin cambiar ni un ápice su rostro mientras comía.
—Sí… regreso a Londres mañana —la miró en espera de algún mohín, pero ella al revés, sonrió—. Vale, cielo. A las doce y media te paso a recoger por tu hotel. De acuerdo… de acuerdo —sonrió al escuchar lo que la otra le decía—, tú pagarás la cena. Pero recuerda. Soy un tipo con gustos caros y no me conformo con cualquier cosa. Un beso.
Dicho aquello cerró el móvil y al ver que ella seguía comiendo tranquilamente dijo cogiendo su taza de café.
—Era Heidi.
—¿Quién? ¿La Banderburguer? —preguntó incrédula y este asintió.
—Mañana la recogeré y regresaremos juntos a Londres. Es un encanto de mujer.
—¡Qué bien! Mejor ir acompañado que solo, ¿verdad?
Con los nervios a flor de piel, Marta disimuló la incomodidad que le hizo saber aquello. ¿Estaba loca? Acababa de decirle que no quería nada con él, y se sentía fatal por saber que regresaba en su avión con ese encanto.
«Soy boba. Pero boba totalmente. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué narices hago yo pensando en tonterías que ni me van, ni me vienen? A ver Marta céntrate ¡que este es tu rana! Ese que te hará pasar buenos momentos pero que luego debe funcionar eso de ¡ni te he visto, ni me acuerdo!». Se regañó a sí misma al sentir que el estómago se le encogía al pensar en aquello. Pero no. No pensaba colgarse de aquel por muy agradable, majo y buen amante que fuera. ¡No era su tipo!
Philip la observó. Aquella naturalidad de ella era lo que le atraía. Esa mujer y su estilo de vida nada tenían que ver con las mujeres con las que salía en sus viajes, o en Londres. Mujeres que intentaban impresionarle con pechos de diseño y vestidos sensuales, y que la gran mayoría de las veces intentaban cazarle. Pero aquella no. Aquella joven que ante él desayunaba semi-escondida tras una enorme camiseta de publicidad de una revista de motos era diferente. Y lo peor. Le gustaba. Pero su frialdad en aquel momento ante su marcha, y al dejar claro que solo eran amigos con derecho a roce le desconcertaba. Pero no estaba dispuesto a dejar que lo viera.
—Ahora me toca a mí preguntar —Ella asintió. Y sorprendiéndola preguntó—. ¿Película preferida?
Divertida por ello suspiró y dijo:
—Mmm… sin duda alguna El día de la boda. ¿La has visto?
—No. No me suena. No suelo perder el tiempo en el cine.
Con los ojos chispeantes Marta le miró y dijo retirándose el pelo de la cara.
—¡Caray!… Philip pues te recomiendo que pierdas el tiempo y la veas. Estoy segura de que te hará pasar un rato agradable. Tienes que verla —al ver la alegría en sus ojos él sonrió. Era deliciosa. Realmente cautivadora—. Esa película tiene dos frases maravillosas que con seguridad ningún hombre del siglo XXI diría ni jarto de vino. Pero cuando el increíble y siempre guapo Dermot Mulroney mira a Debra Messing y le dice «Prefiero discutir contigo a hacer el amor con otras» o esa otra de «Si no te hubiera conocido te echaría de menos». Oh, Dios… Oh, Dios… mío —levantó las manos al techo dejándole boquiabierto—. Es lo más bonito que he escuchado nunca decir a un tío. Solo de pensar en cómo se las dice me excita. Qué maravilla de película, de Dermot y de frases. Lo dicho. Tienes que verla.
Al ver que él la miraba con su gesto inexpugnable, paró de hablar y dijo:
—Vale… me callo. Sigue preguntando.
—¿Cuál es tu apellido?
—Rodríguez. Un apellido muy latino. Lo sé. Es como yo, del montón. Él sonrió.
—¿Tienes novio o alguien especial? Recuerdo que Lola comentó que habías roto con tu novio y…
Marta no le dejó terminar y con un cinismo que bien le habría valido un Goya señaló:
—No. A excepción de mi fiel Feo —dijo mirando a la mata de pelo que echada en la puerta les miraba—. Nunca he querido, ni necesitado, marido. No me gustan los contratos matrimoniales, ni unirme a un hombre del que estoy segura me cansaría o él me aborrecería pasados unos años. Lo reconozco, ¡soy insoportable!, a la par que independiente —él rio—. Sobre mi ex, rompí con él hace meses. Hoy por hoy es un amigo especial como tú y otros cuantos —mintió como una bellaca imaginándose una mujer moderna—. Yo no creo en el amor, ni en la pareja, ni en nada por el estilo. Y como en más de una ocasión le he dicho a mi amiga Patricia: el romanticismo es algo pasado de moda, el amor caduca como los yogures y ya nadie regala rosas sin esperar un buen revolcón después.
Aquella desvergonzada continuó comiendo galletas compulsivamente tras revelarle aquello y Philip boquiabierto hizo esfuerzos por continuar allí sentado. No sabía por qué pero algo en él le decía que aquella pequeña morena le estaba engañando. Pero si lo hacía, lo hacía muy, muy bien.
—Mira Philip. Yo sola, sin la ayuda de un hombre al lado, he criado a mi hija. Con ella y Feo, soy feliz ¿Por qué complicarme la vida? Por eso he decidido vivir con la misma libertad con la que vivís el género masculino desde hace siglos. Nada de obligaciones con ningún hombre. Solo amistad y buen sexo cuando yo quiera, y con quien me apetezca.
Él asintió. Tenía amigas de ese estilo en Londres. Pero esas amigas nunca despreciarían una buena boda y una mejor vida. Cada vez más atraído por aquella mujer preguntó:
—¿Puedo hacerte una pregunta algo más personal?
—Vale… venga —sonrió ella contenta por lo bien que estaba capeando aquellas preguntas.
—¿Cuántos años tienes? ¿Dónde está el padre de tu hija?
Sorprendida por el cariz que estaba tomando la conversación respondió, intentando no ponerse demasiado seria.
—Esas son dos preguntas muy, muy personales. Hemos dicho que solo somos amigos. Además, habías dicho una.
—Touché —rió al escucharla, mientras daba un sorbo a su café.
—Pero para que veas que soy una buena amiga te contestaré. En cuanto a tu primera pregunta, treinta y dos. A la segunda, murió para mí. Nunca le necesité.
Al ver que él la miraba impresionado Marta suspiró y con una sonrisa en los labios, aunque con una tristeza en la mirada que dejó a Philip sin palabras, le explicó:
—Mi vida no es muy agradable de contar, y cuanto más la acorte, ¡mejor!
—¿Por qué no es agradable?
—No todos hemos nacido en el seno de una buena familia de condes —se mofó ella.
—Vamos a ver, Marta —insistió él—. El nacer en una familia de condes no te garantiza la felicidad. Aunque en mi caso mis padres me hicieron muy feliz. Pero tú eres muy joven para haber tenido una vida no muy agradable y que no quieras recordar —insistió.
Marta tras dar un sorbo de su café continuó sin saber porqué.
—Me crié en una casa de acogida desde que nací hasta los once años cuando una familia me recogió. Pero de allí escapé al sentir que el hombre no me miraba con buenos ojos. Durante casi cuatro años viví en la calle y mientras las chicas de mi edad aprendían a hacer ballet, yo aprendí cosas no muy recomendables, pero sobreviví —Philip sorprendido la miró—. Me enamoré del padre de Vanesa cuando tenía catorce años. Pero cuando quedé embarazada desapareció, y aún siendo una niña decidí seguir adelante sin él. Con el tiempo conocí a Lola. ¡Mi hada madrina! Ella y Blas, su difunto marido, han sido mi única familia junto a mi hija Vanesa, hasta que Patricia y Adrian entraron en mi vida —al decir aquello se emocionó y mirando aquel rostro imperturbable preguntó—. Joer. Menuda charla te he dado ¿He satisfecho tu curiosidad para que entiendas por qué para mí no es agradable recordar?
Philip no esperaba nada de aquello y conmovido por la dura vida de aquella joven no supo qué decir. Ahora entendía en cierto modo su autodeterminación y autoprotección.
Marta, al verle tan confundido, enseguida salió en su ayuda a pesar de sus ojos vidriosos.
—Siento haberte impresionado con mi aburrida vida. Pero, ¡eh, amigo! Tú has sido quien me ha preguntado.
Philip soltó la taza. Le quitó a ella la suya de las manos, bajó la bandeja al suelo y abrazándola le susurró mientras le besaba en el cuello.
—Felicidades, campeona. Eres una auténtica luchadora. Una mujer increíble y una magnífica madre que ha sabido ganarle la partida a la adversidad. Ahora, tras saber eso, me alegro más que nunca de haberte conocido.
«Caray… esto bien vale por una frase de Dermot Mulroney» pensó halagada, mientras se tragaba las lágrimas y mordisqueaba una galleta.
—Oh, Dios… disculpa. Me he puesto demasiado petarda —sonrió Marta, incrédula de que un hombre le hubiera dicho algo tan bonito.
—Mira… hagamos una cosa —dijo él separándose de ella para hacerla sonreír. —Comencemos de nuevo.
Sin entender a qué se refería, Marta vio que este se levantaba, le quitaba la galleta, cogía la bandeja con los cafés y salía de la habitación. Atónita por aquello, miró la puerta. De pronto este entró con una sonrisa maravillosa y sentándose en la cama soltó la bandeja y le susurró acercándose de nuevo a ella.
—Buenos días, honey. No estás sola y vamos a pasar un maravilloso día juntos.
Con una sonrisa que hizo que a Philip le saltara su duro corazón, se puso de pie en la cama. Le descolocó otra vez el pelo y tras hacerle soltar la bandeja se tiró a sus brazos y dándole un apasionado beso que le hizo temblar de pies a cabeza le susurró:
—Vayamos a la ducha y comencemos ese maravilloso día.
Con unas divertidas sonrisas entraron en el baño. Sin demora, Marta abrió el agua y tras empujarle para meterle bajo el chorro, le hizo el amor.
Después de un sábado de ensueño, al día siguiente Philip se marchó de su casa. Debía regentar una empresa. Cuando este se montó en el ascensor, antes de cerrar la puerta la miró en espera de algo. Pero ella se limitó a sonreír y a decirle adiós con la mano. No pidió que la llamara. Ni siquiera le insinuó verse en Londres para la boda de Lola. Solo le sonrió y se despidió.
Cuando llegó al portal, se quedó durante unos segundos parado. ¿Debía pedirle su teléfono? Pero tras aclarar sus ideas, y pensar en el trato hecho con ella, fue hasta su coche y se marchó. Debía regresar a Londres.
Marta tras despedirse de él con la mejor de sus sonrisas, cerró la puerta de su casa y se encogió en el recibidor de espejos. Odiaba sentirse así, pero aquel tipo trajeado y culto le había hecho pasar un par de días maravillosos. Quizá demasiado bonitos para ser verdad.
«Soy idiota. Definitivamente idiota. Esto es un rollete de fin de semana y no debo de pensar en nada más» pensó. Comparar a Philip con el Musaraña, era como comparar el jamón ibérico de bellota con el chóped de aceitunas. Ambos eran hombres. Pero todo lo que tenía de galán Philip, lo tenía de macarra el Musaraña.
—Bueno, cenicienta. ¡Espabila! La rana ya se ha marchado en su preciosa calabaza y una jovencita con seguridad te espera —pensó mirándose en el espejo.
Una hora después, Marta cogió su moto, dos cascos y se marchó a buscar a su hija. La vida continuaba y pensaba cobrarse el vale oro de su hija.