Capítulo 14

—¡¿Qué?! ¡¿Qué te casas?! —gritaron al unísono Marta, Adrian y Patricia.

—Sí, me caso… me caso.

Lola, al ver la cara de incredulidad de aquellos tres preguntó con una sonrisa cariñosa:

—¿Tan extraño es que yo me pueda casar?

—No, jefa no… —respondió con rapidez Patricia.

—Ay ¡qué ilusión! Con lo que me gustan las bodas —aplaudió Adrian.

Boquiabierta por la noticia, Marta miró a la mujer que tanto adoraba y preguntó, aún intuyendo la respuesta:

—Si no es mucha indiscreción, ¿quién es el agraciado novio?

—Antonio —respondió la novia emocionada.

—A ver, Lola, ¿quién es Antonio? —preguntó Marta con disimulo—. Porque me suena tanto como si me dices Pepe o Juan.

—Es ese cliente que nos compra vestidos para Inglaterra —aclaró ella.

—¡¿El padre de Philip Martínez?! ¡¿El conde?! —gritó Marta sorprendida.

—El mismo, miarma —asintió Lola emocionada.

—Ay, Dios mío, ¡que vas a ser condesa! —gritó emocionado Adrian a su jefa.

«Joer… joer… como el trajeado le cuente a Lola lo que le hice ¡me quedo sin trabajo!» pensó horrorizada, mientras Patricia comenzaba a reír y Lola continuaba hablando.

—Antonio es el padre de Philip. Yo conocí al hijo hace años a través de su padre. Es un muchacho encantador. Algo tieso y demasiado correcto en ocasiones, pero claro, el muchacho es inglés, no se le puede pedir más.

—Pero, lagartona ¡qué calladito te lo tenías! —se guaseó Adrian, que sentándose junto a su jefa preguntó—: ¿Desde cuándo estáis juntos?

—Pues cerca de siete años.

—¡¿Siete años?! —volvieron a gritar aquellos tres.

—Sí, hijos, sí. Antonio y yo lo hemos llevado con discreción. Si la prensa se hubiera enterado, habría sido algo horrible. Además él tiene hijos y bueno… ya sabéis cómo son estas cosas. Pero Philip y Karen son maravillosos. Tengo una relación con ellos magnífica y están encantados con este enlace.

—Nosotros también estamos encantados —sonrió Marta feliz—. Y aunque no sabía que salías con Antonio, ahora que lo pienso reconozco que cada vez que le he visto siempre ha sido encantador y muy cortés —y dándole un culetazo en confianza, señaló—: Ahora entiendo porque cuando la Simof de Sevilla apareció con la limusina bajo la lluvia. Iba a buscarte… so pillina.

Al escucharla Lola rio.

—Madre mía ¡Esa gente está forrada de euros!… Oy… oy… Lola, ¡qué suerte la tuya! —grito Adrian.

Al escuchar aquello Lola se carcajeó. El dinero era lo que menos le importaba. Marta, divertida, miró a su compañero y aclaró:

—Disculpa, chato. Qué suerte la de Antonio por haber encontrado una mujer como nuestra Lola. Mujeres como ella, no se encuentran todos los días. Y te lo digo yo que sé muy bien de lo que hablo.

—Te secundo —asintió Patricia.

Uis, nenas, tampoco hace falta ponerse como dos tigresas bengalesas.

Lola, al escucharles se carcajeó.

—Bueno, ¿y para cuándo será la boda? —preguntó Patricia.

—Dentro de un mes. A principios de junio.

—¡¡¡Qué prisas!!! ¿No irás de penalti? —preguntó Adrian ganándose una reprochadora mirada de las tres—. Bueno… vale… era una broma.

—Te vamos a hacer un vestido de novia que le vas a quitar el sentío a tu futuro marido. Ya lo verás —señaló Marta.

—Gracias miarma —sonrió Lola emocionada—. Pero yo ya no tengo edad para vestirme como una novia. Además, queremos una boda íntima. A la que por supuesto estáis invitados.

—¿No habrá fiestorro? —preguntó decepcionado Adrian.

—Sí, cariño, habrá fiestorro —sonrió Lola—. Haremos una fiesta en Madrid y otra en Londres. Y el día de la boda, que será en Londres, haremos otra fiesta familiar por tó lo alto. Por cierto, ni que decir tiene que vosotros tres, junto a Vanesa, os quiero a mi lado en todas las ocasiones. Por ello, quiero que estéis una semana en Londres. Remedios se encargará de la tienda ese tiempo. Lo hablaré con ella.

—¿Estás segura? —preguntó Marta cada vez más sorprendida.

—Segurísima, miarma —asintió una Lola feliz.

Patricia y Adrian comenzaron a saltar cogiéndose de las manos. Iban a estar en Londres una semana. Marta suspiró. Pensó en su hija. Debía hablar con el instituto y avisarles. Pero al volver a mirar a Lola y verla tan dichosa se sintió feliz por ella. El único pero que encontraba a aquello era coincidir con el trajeado, no le hacía mucha gracia, pero por Lola lo haría.

—En referencia al vestido de novia —prosiguió Lola—. Como va a ser una boda por lo civil, había pensado en un sencillo vestido crudo, con una chaqueta encima.

—Estarás preciosa, te pongas lo que te pongas —asintió Patricia.

—Pero nosotros te lo haremos —afirmó Marta y Lola asintió.

Adrian se dirigió rápidamente al ordenador y empezó a consultar varias páginas de vestidos de novia para boda civil.

—Vamos, nenas. Comencemos a mirar. Tenemos menos de un mes para hacer un precioso traje de novia para nuestra jefa.

Al anochecer, cuando Marta llegó a su casa, su hija estaba en la calle con unos amigos. Al verla la saludó, pero no se acercó. Allí estaba el impresentable del Musaraña y no tenía ganas de cruzar palabra con él. Metió su moto en el garaje y al salir aquel idiota estaba apoyado en el portal esperándola.

—Hola, guapa, ¿cómo estás?

—Muy bien. ¿No me ves? —respondió a la defensiva.

El Musaraña con una inquietante sonrisa la miró. La conocía y sabía que cuando la sonreía así podía con ella. Pero esta vez se equivocó. Marta tenía muy claras las cosas.

—El otro día estuve tomando algo en La cruz verde. Los amigos me preguntaron por ti.

—Diles que estoy bien y que cuando tenga tiempo ya me acercaré yo con mi moto a saludarles.

Sin querer hablar más con él, sacó las llaves de su bolso pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo. Con rapidez los dos se agacharon a recogerlas provocando que se dieran un coscorrón en la cabeza. Eso les hizo sonreír.

—¿Recibiste mi email? —preguntó él cogiéndole de la mano.

—Sí… y lo borré —se soltó esta.

Con un gesto contrariado, la volvió a coger de la mano. La echaba de menos y necesitaba decírselo, le gustara a ella o no.

—Escucha, Marta. Ya te he pedido disculpas por lo que hice, pero si lo tengo que hacer mil veces más lo haré.

—Por mí te puedes ahorrar tus disculpas… me importan un pimiento.

—Quiero que me des la oportunidad de enseñarte que he cambiado.

—Oh, qué curioso, ¿dónde habré oído antes esas palabritas? —se mofó ella.

—He dejado la mala vida. Ahora trabajo en la carnicería de mi primo Loren.

Sorprendida por aquello le miró y dijo con sinceridad:

—Eso me parece estupendo. Espero que te dure el curro.

—Marta, escucha —susurró con gesto serio—. Vuelve conmigo. Piénsalo. Sé que todavía sientes algo por mí. Lo veo en tu mirada y yo… te quiero.

«Este tiene fiebre amarilla y muy mala».

Sorprendida por aquella declaración tan poco típica de aquel, Marta se volvió a soltar de sus manos y apoyándose en el portal dijo con claridad:

—No me dores la píldora que tú y yo nos conocemos. Si has cambiado y ahora eres un hombre de bien en la carnicería de tu primo Loren, solo te puedo dar la enhorabuena. Eso es algo fantástico para ti. En cuanto a lo de volver contigo, no lo voy a hacer porque no te echo de menos y mi vida sin ti es más interesante.

—Lo dudo —susurró molesto.

—No lo dudes —y clavándole la mirada dijo—: ¿Tú nunca has oído eso que dice que del amor al odio se pasa en un segundo? —él resopló—. Pues, amigo mío, eso es lo que me ha pasado contigo. Y no lo siento. Me alegro porque por fin me siento liberada de ti.

—Marta…

—No. Nuestra relación se acabó —sentenció ella. —Nena… mírame.

—No —dijo metiendo la llave en la cerradura.

Sin previo aviso el Musaraña le cogió con su mano la mandíbula y la besó. La besó de tal manera que a Marta le temblaron las rodillas. ¿Cuánto tiempo llevaba sin besarla así? Aquel que ahora la besaba con desesperación era el mismo que la había fallado cientos de veces. El mismo que le había puesto los cuernos con varias muchachas y el mismo que le entregó a su hija unos gramos de hachís para que se lo llevara a un amigo. No. No había vuelta atrás.

Por todo aquello Marta le empujó con decisión para separarse de él y con gesto furioso le señaló con el dedo.

—Si vuelves a tocarme, te juro que lo vas a lamentar. Mi decisión está tomada y no hay marcha atrás.

Dicho esto abrió la puerta del portal con premura, entró y se la cerró en las narices.